“It is assumed that the woman must wait, motionless, until
she is wooed. Nay, she often does wait motionless. That is how
the spider waits for the fly. But the spider spins her web. And
if the fly, like my hero, shows a strength that promises to
extricate him, how swiftly does she abandon her pretence of
passiveness, and openly fling coil after coil about him until he
is secured for ever!”
- George Bernard Shaw, “Man and Superman”


Hubo un tiempo en que las hembras eran independientes, autosuficientes, iguales a los machos. Cazaban, corrían, recolectaban. Estas hembras eran como cualquier otro animal, con un período de celo en el que sentían deseos y podían reproducirse. La solidaridad era una condición para la supervivencia, puesto que estos seres estaban más expuestos a los depredadores y a las inclemencias del clima, por lo que vivían en pequeñas comunidades. Sin embargo no existían tratos, alianzas, familias ni ningún tipo de organización. Los hijos no eran un estorbo, puesto que se agarraban de la espalda de sus madres mientras ella deambulaba por los bosques. Pero estos bosques iban poco a poco a ser más escasos con la caída de la temperatura terrestre, 14 millones de años atrás. Los prehomínidos se vieron obligados a bajar de los árboles y a caminar erguidos.

Ese cambio de postura trajo consigo cambios físicos en el cuerpo de nuestros ancestros. El esófago se movió de lugar y de repente se podían emitir nuevos sonidos, que mucho más tarde vendrían a desembocar en el lenguaje que hoy conocemos. Pero las hembras vieron su cavidad pélvica reducirse de tamaño, y los partos se volvieron más difíciles, con mayores probabilidades de muerte para ellas. Sin embargo, algunas de ellas tenían propensión a dar a luz antes de tiempo, cuando el niño aún era prematuro, más pequeño y fácil de sacar. Estas mujeres sobrevivían y transmitían esa característica a su descendencia. La cuestión es que este niño requería de más cuidados, las hembras tenían que cargarlos en brazos ahora que no caminaban como antes, y con las manos ocupadas era muy difícil seguir participando en las actividades cotidianas de alto riesgo y exigencia física.

Se crea una alianza para garantizar la supervivencia de la madre, del niño y en última instancia, de la especie: lo que Helen Fisher denomina el contrato sexual, desde hace cuatro millones de años. Aquellas hembras que tenían la capacidad de copular sin importar el momento del ciclo que estuvieran atravesando eran las más atendidas por los machos, las que tenían qué comer y cómo alimentar a sus crianzas. Las uniones se creaban de manera temporal, pero las consecuencias serían permanentes. De allí en adelante las hembras de los prehomínidos no estarían confinadas a un período de celo para poder tener relaciones sexuales. De cierta forma, fue un círculo vicioso, puesto que una mejor alimentación conllevaba una ovulación más frecuente, más fecundidad, y mayor necesidad de apoyo externo. “La selección estuvo a favor de las hembras y los machos predispuestos a alianzas duraderas”. Esto no significaba monogamia o permanencia, pero tampoco las excluía. La unión con una sola pareja se dio más que nada por razones económicas, porque es más fácil mantener a una sola familia que tener muchas esparcidas por varios lugares.
De allí, el resto es historia: con la creación de la célula familiar se engendraron las emociones, tanto los celos para los machos que temen que esos niños que están criando no sean realmente suyos, como la paranoia al abandono y a la desprotección para las hembras. Las interacciones se fueron profundizando hasta que los homínidos lograron tener sistemas de comunicación, útiles y herramientas, pensamiento abstracto, gobiernos, leyes, enemigos, dioses, religiones.

El libro por supuesto -y por desgracia-, no explica cómo ese contrato implicaría una superioridad psicológica e ilusoria de parte de los hombres, cuando todo comenzó siendo un trueque, un intercambio justo y beneficioso para ambos. ¿Por qué las mujeres vendrían a ser vilificadas por su capacidad sexual, cuando ella es la responsable de que estemos con vida, en un sentido metafórico y en un sentido literal? Que la mujer pueda tener sexo cuando le plazca es lo que hizo sobrevivir a la especie humana. Lo que nos hizo unirnos para ayudarnos, lo que nos hizo sentirnos apegados a nuestras parejas y cooperar en igualdad. ¿Qué significa que sociedades como la nuestra consideren el sexo como algo sucio, pecaminoso, vergonzoso? ¿Que en las universidades de la Ivy League de los Estados Unidos estén aumentando cada vez más los clubes en los que las personas predican y se enorgullecen de ser vírgenes, como si eso fuera alguna prueba de su integridad como personas, de su valor como seres humanos, como si eso las hiciera más virtuosas o inteligentes? Estoy harta de que traten de hablarme mal de otras mujeres porque ellas deciden tener relaciones antes de casarse, especialmente cuando esas personas tienen matrimonios tan atroces que hacen perder la fe en cualquier tipo de unión entre individuos. Y que ellas se sientan culpables, y no puedan vivir consigo mismas por la culpa y el remordimiento y que sientan la necesidad de castigarse por una falta inventada, completamente inventada, estúpida, ridícula, y encima unilateral, porque jamás se ha escuchado de un hombre que se sienta mal por tener relaciones sexuales.

Si en lugar de la represión, se promoviera el sexo, dejaría de una vez por todas de ser esa cosa misteriosa, corrupta y maligna. Me distancio de las expresiones exageradas y escandalosas, que muchos van a argumentar son la principal razón para mantenerlo a oscuras. ¿Será posible que eso llegue algún día a ser algo tan normalmente aceptado como comer o dormir? Corrijo: ¿normalmente aceptado, tanto para hombres como para mujeres, como comer o dormir?
El día que miraba un incendio en forma de anillo en una montaña a lo lejos, me di cuenta de cómo aquello que la Naturaleza se tarda millones de años en crear, alimentar y hacer crecer, un hombre puede destruirlo en un instante.


Todo lo que es válido en la dimensión universal es aplicable a la individual.

Definitivamente, una cadena sólo es tan fuerte como su eslabón más débil.

En los tiempos de oscuridad, pena y dolor, todos los seres humanos recurren a algún tipo de consuelo. Unos cuantos son muy afortunados y tienen a personas con las que comparten sus congojas y alivianan su carga, pero la mayoría de nosotros recurrimos a la sabiduría última de los textos sagrados. Esos textos sagrados difieren según el credo subyacente al cual nos apeguemos, pero siempre tienen el mismo resultado: son una explicación incontestable a nuestro dilema y por lo tanto, nos dicen qué pasos seguir para redimirnos. Pues bien, continúa la saga para descubrir el misterioso dolor punzante de un diente aparentemente bueno, y llego a mi casa después de otra desconsoladora cita con una dentista (con una mejor clínica eso sí, yo hasta podría hacer un rating), a refugiarme en los evangelios según Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke.


“Los alimentos entran por la boca y en ella son triturados por los dientes. Con los dientes mordemos y masticamos. Morder es un acto muy agresivo, expresión de la capacidad de agarrar, sujetar y atacar. El perro enseña los dientes para demostrar su peligrosa agresividad; también nosotros decimos que vamos a “enseñar los dientes” a alguien cuando estamos decididos a defendernos. Una mala dentadura es indicio de que una persona tiene dificultad para manifestar su agresividad.

Esta relación se mantiene, a pesar de que hoy en día casi todo el mundo, incluso los niños, tiene caries. De todos modos, los síntomas colectivos no hacen sino señalar problemas colectivos. En todas las culturas socialmente desarrolladas de nuestra época, la agresividad se ha convertido en un grave problema. Se exige al ciudadano “adaptación social”, lo que en realidad quiere decir: “represión de la agresividad”. Esta agresividad reprimida de nuestro conciudadano, tan pacífico y socialmente adaptado, vuelve a salir a la luz del día en forma de “enfermedades”, y a la postre, afecta a la comunidad social tanto en esta forma pervertida como en su forma original. Por ello, las clínicas son los modernos campos de batalla de nuestra sociedad. Aquí la agresividad reprimida libra una lucha sin cuartel contra sus poseedores. Aquí las personas sufren los efectos de sus propias maldades que durante toda su vida no se atrevieron a descubrir en sí mismas y a modificar conscientemente.

A nadie debe sorprender que, en la mayoría de cuadros clínicos, nos tropecemos con la agresividad y la sexualidad. Son las dos problemáticas que el individuo de nuestro tiempo reprime con más fuerza. Quizá alguien argumentará que tanto la creciente criminalidad y la proliferación de la violencia como la ola de sexualidad desmiente nuestras palabras. A esto habría que responder que tanto la falta como la explosión de la agresividad son síntomas de represión. Una y otra no son sino fases distintas del mismo proceso. Cuando, en lugar de reprimir la agresividad, se le deja una parcela y se experimenta con esta energía, es posible integrar conscientemente la parte agresiva de la personalidad. Una agresividad integrada es energía y vitalidad al servicio de la personalidad total, que no caerá en los extremos de la mansedumbre empalagosa ni de las explosiones furibundas. Pero este término medio tiene que cultivarse. Para ello debe ofrecerse al individuo la posibilidad de madurar por la experiencia. La agresividad reprimida sólo sirve para alimentar la sombra con la que habrá que lidiar después, cuando se presente bajo la forma pervertida de la enfermedad. Lo mismo puede decirse de la sexualidad y de todas las demás funciones psíquicas.

Volvamos a los dientes, que tanto en el cuerpo del animal como en el del ser humano representan agresividad y capacidad de dominio (abrirse paso a dentelladas). Generalmente, suele atribuirse la magnífica dentadura de algunos pueblos primitivos a la alimentación natural. Pero es que estos pueblos primitivos tratan la agresividad de formas muy diferentes. De todos modos, dejando aparte la problemática colectiva, el estado de los dientes también es revelador a escala individual. Además de la ya mentada agresividad, los dientes nos indican nuestra vitalidad (agresividad y vitalidad son sólo dos aspectos de una misma fuerza, y no obstante uno y otro concepto suscitan en nosotros asociaciones diferentes). Veamos la expresión: “a caballo regalado no les mires el diente”. El refrán se refiere a la costumbre de mirar la boca al caballo que se va a comprar, para calcular la edad y vitalidad del animal por el estado de los dientes. La interpretación psicoanalítica de los sueños atribuye al sueño de la caída de los dientes una pérdida de energía y potencia.

Hay personas que hacen rechinar los dientes mientras duermen, algunas con tanta fuerza que hay que ponerles un aparato en la boca para que no se los desgasten de tanto rechinar. El simbolismo está claro. El rechinar de dientes es sinónimo reconocido de agresividad impotente. El que durante el día no puede ceder al deseo de morder, tiene que rechinar los dientes por la noche hasta desgastarlos y dejarlos romos…

El que tiene mala dentadura carece de vitalidad, de la capacidad de hincarle el diente a un problema. Por lo tanto, todo lo resultará difícil de roer. Los anuncios de dentífricos, describen el objetivo con las palabras “¡…dientes sanos y fuertes para morder mejor!”

La “tercera dentadura” permite simular una vitalidad y una energía de las que el individuo carece. Esta prótesis, como todas, es un engaño. Puede compararse a un aviso de “¡Cuidado con el perro!” que pusiera en la verja del jardín el dueño de un perrito faldero. Una dentadura postiza es sólo un “mordiente” comprado.

Las encías son la base de los dientes, su lecho. Las encías representan también la base de la vitalidad y agresividad, confianza y seguridad en sí mismo. La persona que carece de esta confianza y seguridad nunca conseguirá afrontar sus problemas de forma activa y vital, nunca tendrá el valor para cascar las nueces, ni militar activamente. La confianza es lo que proporciona el necesario soporte a esta facultad, del mismo modo que la encía soporta los dientes. Pero las encías sensibles que sangran con facilidad no sirven para ello. La sangre es símbolo de vida, y la encía sangrante nos indica cómo, a la menor contrariedad, se le va la vida a la confianza y a la seguridad en sí mismo.”
Al parecer esta es la semana de American Idol en el blog. Detesto tener que hacer este post, aunque en el fondo sabía que era inevitable. Eliminaron a Carly!!!!!!!!!!!!!!!! En circunstancias normales no estaría indignada, pero que un país entero prefiera al peludo y terrible de Jason Castro en vez de alguien que SÍ sabe cantar, es sencillamente otro signo de la decadencia del imperio norteamericano. ¡Maldición!!!!!
Bueno, para celebrar a la que debió haber sido la ganadora del concurso, les presento sus mejores canciones en mi opinión. La primera fue para la semana de Dolly Parton, que por cierto, es encantadora la mujer esa. "Here you come":



La segunda es la canción por la que fue eliminada, aunque ustedes no lo crean. Para la semana de Andrew Lloyd Webber, ella fue la única que me dio gusto, cantando del musical "Jesus Christ Superstar". Todos los demás escogieron cursiladas de "Cats", "Evita" o "Phantom of the Opera", blah...



Y mi favorita: "Come together", de la primera semana en que American Idol se dedicó a los Beatles. Qué genial esta versión, brillante, increíble.



Yo quiero un tatuaje en mi brazo y una de esas camisetas de "Simon loves me (this week)".
Carly: más vale que ahora sí te den un buen contrato disquero!!!!!!!!!!!!!!!!!
Ok, esto es descaradamente plagiado del blog de Rolling Stone. Para burlarse de las poses de David Archuleta mientras canta, le pidieron a los lectores que enviaran las cosas que podría estar sosteniendo con la mano. Y como él me cae mal, no quiero que gane, y lo considero tan hondureño como Simon Cowell, voy a poner mis fotos favoritas del zoquete ese.
Creo que esta es la única forma en que me parece tierno este tipo, con un osito que distraiga mi vista:


Qué genial esta esto!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Bret Michaels descanse en paz a manos de Archuleta:

Aquí está audicionando para su futuro trabajo:

Y esta es otra de las mejores: ese pelo asqueroso debe ser eliminado!!!!!!!!!!!!!

Hoy teníamos examen de Obras II. Como estoy convencida casi al 98% de que me tostaron en el primer examen (dejo un 2% a la fe y esperanza propias de la raza humana), he estado bajo un régimen estricto de resúmenes y/o estudio diarios. He estado innovando en mis técnicas de repaso. Gracias a Juank que me enseñó a usar el Grabador de sonidos de Windows, hice varios archivos de audio de mi increíblemente ssssssensual voz (parezco serpiente, Dios mío) repitiendo que la obligación es un vínculo jurídico entre un sujeto activo llamado Acreedor o Creditor y un sujeto pasivo llamado Deudor o Debitor. Otro día me dediqué a hacer un poster tamaño pared de mi cuarto, sobre la integración de los costos y el diagrama de balance de una obra. Pero mi cuerpo poco a poco empezó a rebelarse. Particularmente en esta semana, que ha sido espantosa. Terminé mi plano de Taller para el martes, desde el domingo, pensando ingenuamente que el lunes, día feriado, iba a dedicarlo exclusivamente a seguir memorizando miles de páginas de teoría. Pero mis papás tuvieron la genial idea de invitar a media Juticalpa a mi casa. Llegaron mis tíos, mis primos, los hijos de mis primos… Había comida olanchana y música folklórica, exactamente como me imagino que ha de ser el infierno, y yo me quería esfumar a un lugar con silencio donde lograr concentrarme por un rato. Para variar no hice de anfitriona, y tampoco estudié. Día no productivo número uno.


Era la mañana del martes, siete de la mañana, parque del edificio de Economía. Me consumía del sueño, y la perspectiva de repetir como loro me parecía atroz. La somnolencia nubla el juicio, pero es sorprendente: deja un hueco por el que se filtra un poco de atención, y como es un agujero minúsculo, te centras en una sola cosa y esa cosa se pega rápidamente. Tu cuerpo está tan exhausto que la mente llega a asimilar porque la voluntad no tiene la fuerza para desobedecer. Para el día siguiente, tenía que llevar algo para diseño, aunque sea un intento malogrado de corte. Es increíble la nada que presentamos una y otra vez en esa clase, pero es que estamos demasiado concentradas en otras cosas, no es mala intención… Y pasé mi tarde entera haciendo el volumen de mi pobre museo, que cada vez que abro su archivo me ve con esos ojos lastimeros de niño abandonado. Lo siento tanto. Medio repasé en la noche, después de American Idol por supuesto. Fue la noche que descubrí el increíble poder somnífero de las reglas para el uso de la bitácora.

Miércoles en la mañana: frente frío. Parecía mujer musulmana, vestida de negro de pies a cabeza, con la cabeza y la cara cubiertas. Guantes, botas, café caliente, el viento se reía de todos mis artilugios y atravesaba sin dificultad el hueso escuálido que soy. Miércoles en la tarde y noche: plano de escaleras. Yo juraba que era muerto de risa, que mi increíble capacidad para la modelación en 3D me iba a permitir empezar a investigar escaleras metálicas a partir de las 8, dibujar en una hora y media, dormirme a las 11. Eran las 11 y media y no encontraba ningún maldito detalle que mereciera ser plagiado, y estaba al borde de la desesperación cuando me llega el mensajito salvador “No hay clases mañana, dijeron en las noticias”. Me acosté viendo Ugly Betty. Tengo una turba enardecida que agradecer por ello.

Y el jueves, fue el paro cívico de mi sistema. Nada logró que me levantara temprano. Me senté frente a mi escritorio, para morirme del sueño a la mitad de un texto. Continué durmiendo en la tarde, y por la noche, ya no había mucho que hacer. Me rendí. Me fui a pasear al supermercado un rato; me acomodé para seguir leyendo la historia de los orígenes primitivos de la organización familiar.

Obviamente descansada, llego hoy a la universidad. “La hemeroteca va a estar cerrada por la mañana el día viernes 18 de abril.” Ni modo, a la escandalosa y tufosa biblioteca central, entonces. Repasé, y ya a las 9 y media encomendé mi alma en las manos del Señor. Hora y fracción en diseño, tratando de convencer al arquitecto de que sí hemos trabajado. Y después, nos ponemos a “estudiar” con Deysi y Cinthya. Es inútil, el reloj sigue corriendo, y es imposible aprenderse la estructura de una licitación en menos de quince minutos. Vamos al aula, con un aire de resignación sobre nuestras cabezas. Cinthya me pone a explicarle el quinto hábito de la gente altamente efectiva, que seguramente va a entrar en examen, y en medio de mi perorata: zás! Llegó el ingeniero y en mi cabeza sonó ese acorde. El acorde de esa canción que habla de la creación del mundo, qué gran ironía.

Y por las siguientes dos horas me dediqué a vomitar todo lo que sabía con respecto a los términos legales de la programación de obras.
Supongo que no puedo poner de forma impune la caricatura del post anterior sin justificar razonablemente que en realidad veo mucha tele. Demasiada tele. ¿Cómo es posible que una estudiante de arquitectura en su último año tenga tiempo para estudiar teoría, trabajar en miles de planos, reunirse en grupo para calcular presupuestos y todavía ver tele? Señores, los alcances de la voluntad humana desafían los límites del tiempo y el espacio.

Pues voy a hablar sobre las series y programas más recientes que me acompañan a la hora de cenar o en mis noches solitarias de trabajo.

- Gossip girl
Hay varias razones para ver esta serie: primero, ya cancelaron Gilmore Girls, y nos quedamos sin nada decente que ver en el CW. Segundo, cancelaron The O.C., y esta serie es del mismo creador, el productor más joven de toda la historia de la televisión norteamericana, que en sí es un gran logro. Tercero, la serie está basada en una serie de libros para adolescentes de una escritora neoyorquina de la alta sociedad que relata sus historias de la vida real. Pero la verdadera razón para ver esta serie es porque la ropa que usan es bonita. Ya, lo dije.

- Pushing daisies
Las publicidades melosas no la hacen justicia: juré nunca ver esta serie, pero la semana pasada coincidió con la hora de mi cena, un jueves, un día que se quedó sin algo relevante, y no tuve otro remedio. Pero desde el primer instante uno queda fascinado. Se supone que es una combinación de películas de Tim Burton con el estilo visual de “Amèlie”, como un cuento de hadas para adultos. Se centra en la historia de un tipo que tiene el poder de revivir muertos con un primer toque, con el segundo les quita la vida permanentemente. Como la pastelería de la que es dueño está al borde de la quiebra, se ve forzado a emprender una segunda carrera: caza-recompensas. Revive a los muertos, les pregunta quién los mató y cobra el botín. Pero un día le toca revivir a la niña que le gustaba cuando ambos estaban pequeños… lo que significa que no la puede volver a tocar por el resto de su vida. La serie está muy bien escrita, es divertidísima, y tiene un cierto aire melancólico que no le permite caer en lo cursi. Es completamente diferente al resto del panorama televisivo contemporáneo, muy refrescante.

- Californication
Todos los días me levanto y me asalta la misma angustia: ¿Por qué no había visto antes “Californication”? ¿Qué pasaba por mi cabeza? Para aquellos tres pelados que alguna vez vimos la malograda y deprimente “Huff”, estamos familiarizados con el tono adulto y suicida que pueden tener algunas historias. Que sean subidas de tono, tampoco es novedad. Pero aquí sale David Duchovny!!! De Mulder a Hank Moody, tengo que confesar, no hay un gran trecho: sigue siendo sombrío, serio, con aquel aspecto de una pereza que ninguna dosis de cafeína puede disolver. Pero ahora es escritor y tiene sentido del humor.
- The Hills
Mtv provee un servicio extremadamente caritativo al poner en internet los episodios nuevos de las series, mucho antes de que lleguen al tufoso Mtv latino. No sé qué sería de mi vida si no supiera semana a semana en qué andan las niñas más superficiales pero igualmente fascinantes que alguna vez he visto. Está de más decir que yo soy “Team Lauren”, y que si alguna vez me encuentro a Heidi en la calle le tiraría a la cabeza cualquier cosa que tenga a mano. ¿Qué tiene de especial esta serie? Este es un vistazo al otro lado del espejo, a la realidad alterna que sería haber nacido de forma privilegiada en los Estados Unidos, lejos del Hoy no circula, de los baños portátiles en la Unah, lejos del patriarcado machista. Me sentiría culpable si realmente no hubiera tanto que quisiera bloquear.
- Rock of love
A estas alturas de la civilización, deberíamos de estar hastiados de los reality shows de competencia, donde cada semana eliminan a un concursante, en una ceremonia toda pomposa, en la que tratan de lograr que una catch-phrase ultra ridícula tipo Donald Trump se pegue en nuestro vocabulario, de verdad humanidad, deberíamos de estar hastiados. Entonces no me explico cómo es posible que el horroroso, anciano, maquillado y rojo (literalmente) Bret Michaels, ex vocalista de Poison (huh?), sea absolutamente esencial en cualquier agenda televisiva que se respete. De la misma franquicia de VH1 que nos trajeron al detestable Flavor flav, y después a su contraparte femenina igualmente asquerosa, New York, llega a nosotros un programa del tipo “Bachelor” donde todas las mujeres muestran sus mejores atributos para tener una oportunidad de quedarse con un músico de los 80s en peligro de extinción. Lo pseudo diferente de esta serie es que las mujeres son rockeras, pero aquí se trata de redimir a las groupies. Una simple groupie sólo se hubiera metido a la fuerza a su cuarto, consigue lo que quiere y escribe al respecto o hace una estatua de la estrella en cuestión. Una groupie no pasaría por el intricado y humillante proceso de verse en manada junto a otras mujeres sin trabajo, poca autoestima, muchos tatuajes y una monumental capacidad de beber.

Las pruebas que inventa el señor Michaels para separar a las que pueden estar con él de las que la Madre Naturaleza sí consideraría aptas para la perpetuación de la especie, son brillantes. Un día, para darles una probada de cómo sería la vida en las giras, las subió a un bus que daba vueltas en un estacionamiento, donde habían unas bancas que representaban diferentes ciudades, y de dos a dos, las chavas competían en concursos como “busca la uña de guitarra en un montón de basura”, “cámbiate de ropa en un baño portátil sucio”. ¿Por qué no ver una serie donde las chavas pelean entre ellas, se toman fotos casi pornográficas, Bret Michaels muestra sus ojos extrañamente delineados? De verdad que no me lo explico. Cuando supe que ya están pasando en los Estados la segunda temporada, respiré profundamente de alivio…



A decir verdad no me hacen falta las tardes de Super Nintendo en su casa, con Bonnie y con Bertha. Ni siento nostalgia por el día en que lo espanté a escobazos de la cocina porque se burlaba que me tocaba lavar platos los domingos. Solía lamentarme que había perdido la calculadora de las Tortugas Ninja que me había regalado, hasta que entré a secundaria y se convirtió en un pelafustán de grandes ligas. Ni digamos en la universidad que ni siquiera reconocía mi existencia.


Todas las veces que voy al mall no recuerdo esos sábados en la tarde en que íbamos a su casa a maquillarnos, a vestirnos como aspirantes a adultas, y pasear, esperando encontrar quién sabe qué o a quién. No extraño las pijamadas en el cuarto aislado en la azotea, haciendo karaokes de Ricky Martin, reventando piñatas, mojándonos con la manguera, cantando Selena en el balcón a las 5 de la mañana…en lo absoluto.

Tampoco las llamadas a molestar en la madrugada, las pizzas de atún que hacía su mamá, o cómo siempre quise poder bailar en la forma divertida y despreocupada que ella y su hermana lograban tan bien. Las noches que me daba clases de portugués, son un vago espejismo en mi memoria.

Tengo unas leves imágenes de sus paredes del cuarto forradas con posters de las Spice Girls, y de su madre que decía que yo era una mala influencia. ¿Yo? ¿Hablaba en serio? Si la que tenía novio a escondidas era su hija. De todas formas, íbamos juntas a esas fiestas, y a esos partidos de basketball intercolegiales a ver a los pinches niños del San Miguel que nunca nos sacaron a bailar.

Cuando estoy en esas clases insoportables, no tengo tendencia a preguntarme cómo sería si ellas dos siguieran allí, y si podríamos escaparnos como en el semestre de Expresión IV, a alquilar películas viejas y a hablar mal de nuestros ex novios con unas cuantas botellas de vino.

No extraño tampoco los sábados que íbamos a su casa a ver videos de Björk, o cuando llevábamos a la innombrable, que todavía no concibo como mis amigos de verdad puedan tenerla en el Facebook, a las reuniones en el colegio, una vez que ya nos graduamos. Eso sí que no lo extraño. De todas formas, paso viendo a su hermana siempre que voy a visitar a unos amigos que tengo ahora, y es una lata, porque siento remordimiento por no preguntarle cómo está, pero honestamente me tiene sin cuidado.

Disfruto no ir a misa los 24 de diciembre, lo siento. No añoro las conversaciones de más de cuatro horas en la madrugada, ni la increíble capacidad que tenía para hacerme sentir aliviada de cualquier problema que tuviera, sin importar lo absurdo o ridículo que fuera desde un punto de vista objetivo.

En los días en los que me encuentro saturada de trabajo y desconectada del mundo, no tengo tendencia a revivir esas noches de perdición y despreocupación en su casa, su preciosa casa con una barra tapizada literalmente con latas de cerveza. Ni las increíbles borracheras que tenían que soportar de todos nosotros 25. Ni cómo (..) una noche se puso a gritar por todo el vecindario que el profesor de matemáticas era increíblemente guapo, y el pobre de Moisés tenía que estarla cuidando. Y a pesar de que ella cambió tanto cuando se hizo religiosa y ahora ni siquiera me saluda cuando me ve en la calle, no es por eso que no quisiera repetir las idas a dormir a su casa, y las vagancias por la ciudad con ella y con sus amigas.

Los recuerdo esta noche porque alguien me preguntó hoy si desearía restablecer contacto con una de ellas, para retomar la amistad donde la dejamos. Pero ahora entiendo que eso sería tan imposible como inútil, porque a pesar de que no he encontrado sustituto para ninguno de ellos (y no pretendo encontrarlos tampoco, quisiera crear nuevas cosas y no arreglar a medias asuntos pasados), todos hemos cambiado, nuestras vidas son diferentes y esas memorias son sólo retazos de buenos momentos, que dentro de unos años voy a cuestionar si pasaron o no. Todo está condenado a desaparecer.
Mi papá, originario de Olancho, tuvo una típica infancia de pueblo, con amplios y verdes paisajes, manadas de loros salvajes volando sobre los sembradíos y escapadas de la escuela para nadar en las claras aguas del río Guayape. Cuando nos tuvo a mi hermano y a mí, y finalmente pudo construir una casa en la ciudad para su familia, le pidió al arquitecto que la casa tuviera un patio gigantesco, para que los niños pudiéramos jugar al aire libre, como él alguna vez lo hizo. Pero un día se le ocurrió regalarles a sus hijos un Super Nintendo. Y el patio nunca más volvió a ser usado.

Nuestros primeros juegos fueron “Super Mario World”, evidentemente, “Super off road”, “The adventures of dr. Franken” y “Gradius III”. Haciendo gala de mi título de primogénita, jamás he usado a Luigi en mi vida, y gracias a un vecino que me gustaba cuando estaba pequeña, descubrimos todos los secretos de Mario. Todavía considero los mundos de la estrella, como unos de los retos más difíciles a los que me he enfrentado en mi existencia, superados únicamente por la presión psicológica que provocaba la licenciada Alcerro en Cálculo 1. Unos años después conocí las versiones anteriores de Mario, en “Super Mario all stars”, y me gustaban mucho, pero su atractivo era más por sus aspectos exóticamente prehistóricos, que por el reto que significaban.

“off road”, era un juego de carreras, con cuatro carritos, dos de los jugadores y dos de la máquina. El mío era el rojo, mi hermano jugaba con el azul, el gris (conducido por M.T., hasta me acuerdo del nombre, no puedo creerlo) era el que siempre ganaba, y el cuarto era un carro amarillo. Como M.T. siempre ganaba, con mi hermano hicimos un pacto: él se iba a encargar de hacerle la vida de cuadros, mientras yo ganaba el primer lugar en las carreras. Desde luego que eso hacía que perdiera todas las carreras, pero como nunca lo eliminaban, le dimos vuelta a ese juego infinidad de veces. Lo más divertido eran las premiaciones, en la que los jugadores recibían su pisto y sus trofeos de manos de unas chavas con poca ropa y muchos atributos, típicas de La Tribuna día 7.

La premisa de dr. Franken, era que Frankenstein quería irse de vacaciones con su novia Bitsy (??) a Nueva York, pero debido a que la tipa perdió su pasaporte, su novio ideó un magnífico plan: deshizo en pedacitos a Bitsy, y la envió por correo hasta su lugar de destino. Todo indica que el servicio postal de Transilvania y el de Honduras tienen mucho en común, porque por equivocación, desparramaron a la niña en varias ciudades alrededor del mundo, y Frankenstein tiene que ir a recuperarla. El juego es súper difícil y jamás lo pudimos terminar, en parte porque no se pueden salvar los avances, y también porque nunca supimos dónde estaban un montón de piezas, especialmente en los países africanos. Una de las fases era en unas ruinas mayas, y nos moríamos del orgullo diciendo que era en Honduras, pero en realidad está más cerca de Guatemala. Hace poco, Moisés me bajó de la nube, diciéndome que el juego tenía pésimas reseñas y que al parecer a nadie más que a mí me gusta, porque no existen páginas en internet que tengan algo positivo que decir sobre él, mucho menos que enseñen trucos para terminarlo.

Cuando nos regalaron “Mortal Kombat III”, fueron miles de horas invertidas en sacarle todos los trucos para hacer fatalities y sacar a personajes escondidos. Me fascinaba ese juego, y con Syndell, era invencible.


“Gradius III”, jamás lo terminamos tampoco. Era inhumano. Es un juego de un avioncito (el Vic Viper, como acabo de descubrir), que tiene que ir pasando mundos ambientados con una excelente musicalización, y monstruos tecnológicamente espantosos. Uno tiene una amplia gama de armas de donde elegir, y hoy encontré en unas páginas de internet unos cheat codes, que no puedo esperar a intentar, para sacar otras. Llegamos muy muy lejos, pero era imposible pasarlo. Supuestamente este juego sí fue más famoso y mejor recibido, y encontré unos cuantos videos para que tengan una idea de cómo es.
Mi mamá regaló nuestra consola a unos primos que seguramente lo han despedazado sin piedad, pero en uno de esos giros del destino, Yanis se acaba de comprar una edición reciente, toda elegante y estilizada del Super, por lo que ahora NADIE va a impedir que de una vez por todas le dé vuelta a ese juego, (bueno, tal vez sólo esa pinche clase de Taller). Y dr. Franken llegará a su fin también: esos gamers snobs no saben de lo que hablan. Y juro solemnemente que los terminaré, aunque sea lo último que haga, lo último que haga…







Y como bonus: el final nunca antes visto de Gradius:

Hoy es un día de celebración: declararon insalubre la universidad y no tuvimos clases. Y como mi frágil organismo no puede tolerar otra jornada de 8 horas frente a Olivia, arrastré a Moisés fuera de su casa para que me acompañara en una aventura tipo "Sheep en la gran ciudad". Salimos, dos solteros codiciados, a explorar las infinitas posibilidades que tiene que ofrecer esta gran urbe. Primera parada: Metromedia. Como hoy tenía planeada una tarde de Girl Power, quería llevarme varias películas de esas que podrían espantar hasta al mejor de los novios, pero "La vie en rose" estaba alquilada, y tuve que conformarme con "Elizabeth, the golden age" y "Atonement", que todavía no puedo creer mi buena suerte por haber logrado encontrarla. Hicimos de esos recorridos deliciosos pero masoquistas para las personas en quiebra como yo, en los que velamos libros que nos gustaría comprar. Dios, ocupo tanto pisto. Visitamos el mutilado, cercenado y destrozado Los Castaños, que ha sido modificado hasta perder todo indicio de dignidad y buen gusto que su diseño original alguna vez tuvo. (No entiendo ese deseo de estandarizar todos los centros comerciales al estilo sobrio/simplista/dizque-vanguardista de las Cascadas.)

Llevé de emergencia a Moisés a Chomy's para que tomara un frosticcino. El hereje ese nunca había los había probado antes. Por primera vez en la historia del universo, logré encontrar al miserable pichingo del Coffee News, incluso antes que Moi. Hasta les avisé a Mafer y a Herminio porque era verdaderamente insólito.

Después pasamos por una joyería, preguntando si podían reparar una pluma fuente de mis años de escuela que encontré pululando hace unos días y que se niega a escribir con tinta de chinógrafo. Pero se niegan a emitir un diagnóstico hasta ver en vivo al paciente.

Almorzamos y vimos "Elizabeth". Nada mejor que el feminismo del Renacimiento.

Visitamos a los pobres de Yanis y Bendeck, que tienen entrega mañana. Es muy raro estar del otro lado del ajetreo de las clases.

Y regreso a mi casa, a escribirme a mí misma porque mi cabeza pertenece a una historia de amas de casa de los años 20. Ese contenido es demasiado tortuoso, aún para este confesionario de delirios. Pero fue bueno tener
un corte con la rutina, que viva la inmundicia del sistema educativo.
El creador de Dilbert tiene un blog en el que habla de su vida como caricaturista y dueño de un restaurante y comenta sobre noticias de interés general. El otro día opinaba sobre lo perfecto que es su trabajo y del poco riesgo que asume, ya que si algo llegara a salir mal, lo peor que puede pasar es que ofendería a alguien, y en algunas ocasiones disfruta eso. Un gran contraste por ejemplo, con los arquitectos o ingenieros, que tienen una amplia gama de errores, que pueden desembocar en presupuestos falsos –teniendo que pagar de su bolsillo-, casas o edificios mal diseñados –con clientes insatisfechos de por vida-, o estructuras mal calculadas resultando en derrumbes y/o muertes, por lo que podés perder tu licencia o hasta tu libertad.

La responsabilidad que se asume en este tipo de trabajos es exorbitante, abrumadora. En Obras estamos estudiando todos los pormenores referentes a contratos. Ese submundo es tan espinoso como uno se imagina que es, pero tiene que serlo: cuando uno pone las cartas sobre la mesa desde un principio, se aclaran las expectativas y se conocen las consecuencias, todo se mantiene claro y ninguna de las partes puede sentirse engañada. Un contrato tiene cláusulas en las que se escriben las especificaciones técnicas de la obra, el presupuesto completo de la obra, cómo va a ser pagada, qué sucedería en caso de que se quieran hacer modificaciones, o que resulten errores de construcción, que se tenga que ampliar el plazo para la entrega final; tiene previstas contingencias que van desde una época de lluvia prolongada, hasta qué sucedería si el país estalla en guerra civil, o si los Estados Unidos decidieran tirar una bomba nuclear para exterminar a toda Centroamérica y el Caribe. Tiene también muchos apartados que garantizan que el arquitecto va a cumplir debidamente con su trabajo. Se llaman fianzas. Las fianzas son garantías de diversos tipos que un constructor debe solicitar a un banco, por determinado porcentaje del total del costo del proyecto, dejando una prenda a su nombre (algún bien que él posea, un terreno, un carro, etc) que cueste lo mismo que ese porcentaje antes mencionado. Por ejemplo, cuando uno firma el contrato de una obra, el cliente está obligado a darle al constructor un anticipo que es del 20% del total de la obra. Pero el arquitecto debe presentar una fianza por este anticipo. Va al banco y la pide, el banco le pide una prenda por el valor de esa fianza. El arquitecto deja constancia de que posee algo en su haber que valga lo mismo que la fianza, para que en caso que no pueda cumplir, el cliente se quede con eso que dejó como prenda. En resumen, para trabajar, un arquitecto tiene que tener dinero, bienes raíces o joyas muy caras. Hay fianzas por cumplimiento de contrato, de sostenimiento de oferta y de calidad de obra. Si el arquitecto no cumple con el contrato, le sube al precio inicial de la obra, o si su obra da problemas hasta un año después de haber sido terminada y no quiere responsabilizarse por ella, el cliente va al banco, y se queda con aquello que el arquitecto empeñó.

Estamos hablando de la soga al cuello que se pone un arquitecto pinche al que le dio por entrar a una licitación de una obra importante. (En contratos por administración, que son los más populares en proyectos chiquitos, como casas, todo lo antes mencionado no aplica.) Ahora pensemos en esas mega firmas de arquitectos que tienen oficinas en diferentes países, que construyen en varios continentes a la vez. Esos tipos no han de vivir para otra cosa, no han de saber nada que no tenga que ver con cosas que se apilen unas encima de otras para proteger de la intemperie, no han de tener familia, no han de poder mantener con vida un helecho que alguien puso por error en su oficina. Cierto, la responsabilidad se distribuye entre miles de empleados, pero cada empleado es un universo aparte, con sus propias aspiraciones e ideales, y para que una de estas organizaciones funcione todos tienen que trabajar al mismo ritmo, y Stephen Covey está muerto y no se le puede contratar para que venga a ayudarte a poner orden con todo mundo. ¿Por qué, oh, por qué alguien querría meterse a estos líos por gusto propio?

El más reciente ganador del premio Priktzer (el nobel de la arquitectura) es el francés Jean Nouvel, que lógicamente es uno de esos arquitectos ultra famosos, con sucursales y proyectos en varios países europeos y árabes. La cuestión es que el tipo cuando era joven quería ser artista, pero sus papás, que eran maestros de escuela, querían para él una vida más estable y segura y lo alentaron u obligaron (no tengo idea) a estudiar arquitectura. A los 62 años, el hombre puede descansar tranquilo porque ha logrado la meta máxima a la que puede aspirar alguien en su medio. Por supuesto que no lo va a hacer: para los arquitectos la vida empieza a los 50; ahorita es cuando más tiene trabajo y reconocimiento. Si él hubiera sido artista, no tendría que jugarse el pellejo con cada proyecto que tuviera encima, pero quién sabe si hubiera sido igual de exitoso. Así cómo nunca sabremos si a Brad Pitt, que soñaba con estudiar arquitectura, se le habría desmoronado un edificio de cuatro pisos que él habría diseñado. Tal vez yo exagero y cuando uno está metido al rollo simplemente es cuidadoso, pero se termina acostumbrando a vivir con ese nivel de peligro y compromiso. O quizá Jean tenga insomnio desde hace cuarenta años y no se lo quiera decir a nadie.