Había un asiento libre en el gimnasio, para esperar hasta la siguiente clase. Me acerqué y puse mi botella con agua y mi mochila con la intención de sentarme, pero me quedé un segundo parada para ver la programación de las clases de la semana. Juro que fue un instante pero fue suficiente para que una señora plantara su trasero enfrente de mis cosas. “Perdón”, le dije, “aquí estaba yo”. Me miró por un rato, no se molestó en responderme y se puso a buscar cosas en su cartera. Yo me senté, haciendo que ella se moviera un poquito, pero yo no quería que se moviera, quería que respetara el hecho que yo había llegado antes así como yo respeto a la gente y no me siento en sus lugares cuando están allí. La mujer no mostraba intenciones de irse y de repente quedó otro asiento libre; yo me moví.

No fue la primera vez que me dejo abusar en el gimnasio. Yo estaba parada junto a la tarima del instructor, en la primera fila frente al espejo, segundos antes de que empezara la clase cuando, con el mayor descaro del mundo, se me plantó al lado una muchacha que siempre que puede se coloca donde yo estaba en esa ocasión, pero no al lado a una distancia de clase de kick-boxing, si no al lado como si fuéramos una pareja en pleno cortejo. Se acerca aún más a mí, como si fuera a susurrarme algún piropo y me pide que me haga de lado porque en ese punto a ella le da el aire. No puedo ni responderle de lo sorprendida que estoy: estas cosas no deberían pasar, existen cosas llamadas buenos modales y sentido común especialmente diseñadas para evitar tener que decirle a la gente que uno ha llegado primero y que si no le gusta adonde le tocó estar, ni modo, es libre de irse. Pero yo de reacción lenta, me muevo al lado. Una de las 20 señoras que presenció esa escena se me acerca y me dice: “NUNCA vuelva a dejar que nadie le quite su puesto. Estas mujeres se creen con algún tipo de derecho sobre los lugares.” Estoy muy avergonzada, tiene razón.

Mi teoría es que he vivido constantemente rodeada de gente que a la menor provocación estallan en gritos, insultos, reclamos o discursos hirientes. Nunca se sabe exactamente cómo van a reaccionar o de qué humor se encuentran a cada momento, las interacciones sólo pueden compararse a lanzar granadas constantemente deseando que ninguna estalle. Así que yo no he querido ser así y he aprendido a postergar las reacciones para tener un momento antes de saber exactamente qué hacer o decir. Pero ese momento es precioso y a veces crucial para que la gente no me pase encima impunemente y es cuando quisiera que el gen se despertara o que tener amigos con habilidades histéricas tuviera algún efecto en mí. Es triste porque la gente demuestra su bajeza en cosas tan insignificantes como una silla o un lugar donde bailar, cosas que no tienen importancia alguna y sin embargo denotan tanto su poca educación al comportarse de esa manera.

Hoy llegué tarde a la clase y me quedé en la parte del fondo, por casualidad justo atrás de la señora malcriada. La quedé viendo, toda tosca y descoordinada y me dije lo que siempre me digo cuando alguien me ha tratado mal, que el sólo hecho de ser ellos mismos ha de ser castigo suficiente. Si yo fuera tan gorda, vieja y fea seguro sería igual de malcriada.
El lunes hubo en la Escuela Nacional de Bellas Artes una charla con el señor Elvis Fuentes, un curador del Museo del Barrio en Nueva York. Su exposición trató sobre la vida y obra de dos artistas latinoamericanos muy reconocidos de los últimos tiempos, Ana Mendieta y Félix González Torres. La primera es una artista de origen cubano, que junto a su hermana fueron enviadas por sus padres a los Estados Unidos en la famosa “Operación Peter Pan”. Estudió Arte en la Universidad de Iowa, una de las pocas mujeres y aún peor, latina, de su generación. Justamente de esa situación es que surge el performance en el que se pega barba de un compañero suyo, para simular que es un hombre. Las obras que mostró el señor Fuentes fueron los performances más famosos que ella realizó en su corta carrera. En su primera “etapa” por decirlo así, sus exploraciones eran principalmente sobre su condición de mujer y sobre la violencia en general. Ella se tomaba fotografías en las que deformaba intencionalmente su cuerpo, ya sea con una placa de vidrio en la que se pegaba de cuerpo entero o sólo su cara, que también alteraba con una media con la que jalaba partes de su cabeza. En una de sus fotografías aparece con una proyección de un esqueleto en su cuerpo. Ella misma se convertía en el objeto de arte al mimetizarse en paisajes, ríos o huecos de tierra que simulaban tumbas en los que se cubría con raíces, entre otros. En uno de sus primeros trabajos como estudiante derramó sangre de manera que pareciera que esta provenía de una puerta a orillas de una calle transitada, como si acabara de suceder un crimen adentro. Nadie quiso investigar si eso realmente había pasado. En otra ocasión ella se cubrió enteramente con vendas ensangrentadas, se acostó en la calle y se colocó un corazón encima. También costó que alguien llegara a preguntarle si estaba bien. Pero de esa serie de obras que hacen referencia a la apatía de las personas una de las más impactantes fue la que hizo cuando una de sus compañeras de la universidad fue víctima de violación. Al ver la reacción indiferente de sus colegas ella los invitó a una fiesta en su apartamento, pero cuando estos llegaron se encontraron con un cuarto oscuro y en desorden, y con Ana desnuda como si ella misma hubiera sido víctima de un ataque, para denunciar el hecho de que todo mundo responde a una fiesta pero no a una injusticia. Más adelante ella explora la conexión con la naturaleza, porque como mujer uno está más en armonía con los ciclos naturales, y se funde con árboles cubriéndose enteramente de lodo y posando sobre troncos, pero poco a poco su arte se vuelve menos figurativo y se inclina más hacia lo abstracto. Ana se casa con un famoso escultor de la corriente minimalista llamado Carl Andre, pero en medio del proceso de divorcio tiene una fuerte discusión con él que resulta en ella cayendo del piso 34 de un edificio en circunstancias muy extrañas. Carl Andre fue enjuiciado y absuelto de todo tipo de cargos, pero a raíz de la muerte de Ana se produce una ruptura en el mundo del arte entre los que defienden a Carl, que eran en su mayoría hombres blancos, y los que están del lado de Ana, las mujeres y las minorías étnicas.

A pesar de que hay mucho que hablar de Félix González Torres una de las cosas que más me gustó es su forma de hacer protesta en contra de la institución del arte y en especial de la museística. Él creía que la mejor manera de reaccionar en contra de todo este mundo era introducirse en él y combatirlo desde adentro, como un virus, y muchas de sus obras tratan de romper con la forma tradicional de ser abordadas en los museos o galerías. El movimiento reinante de su época era el minimalismo, que bajo su perspectiva era beneficioso para él puesto que los minimalistas habían pintado la pared de blanco y ahora él tenía libertad de pintar sobre ella lo que quisiera. Ponía bloques de afiches que el público podía agarrar a su gusto y luego hacer con ellos lo que quisieran. De lejos se percibía como una escultura, aparentemente minimalista, pero al acercarse se miraba que no era una sola pieza, sino varios papeles, haciendo reflexionar sobre lo engañoso que era el mencionado estilo. Casi nunca sus obras tenían título, pero en una ocasión puso un bloque de afiches con el nombre de “N.R.A.” las siglas de la National Rifle Association, la organización que aboga por la propiedad y el uso de las armas en los Estados Unidos. Junto a esta pieza colocó otro bloque de afiches, este a su vez con fotos de las personas que habían muerto en una semana en crímenes con armas de fuego según el New York Times. Su intención era hacer una especie de encuesta, para ver qué pila se gastaba más rápido y resultó ser la de la N.R.A. Su arte era consumible y disfrutable, haciendo alfombras de confites que uno podía comer, o haciendo retratos de personas con sus caramelos favoritos formando una montaña que pesaba lo mismo que la persona. Sus obras se proyectaban también fuera de los museos, alquilando espacios destinados normalmente para publicidad y pegando fotos de la cama vacía de cuando murió su novio Ross a causa del SIDA, o la foto de la mano de un amigo suyo que perdió a su esposa por la misma enfermedad. Hacía cortinas con cuentas de color blanco y rojo, simulando los glóbulos de la sangre que contaminaban metafóricamente a las personas que las atravesaban. El retrato de Ross con caramelos era el único que no se volvía a rellenar como una manera de decir que se estaba desvaneciendo lentamente. El tema de la homosexualidad lo aborda con objetos iguales puestos uno al lado de otro, como las placas redondas de mármol, los espejos circulares y los relojes. Esta última pieza también cobra un significado especial por su nombre “Amantes perfectos” ya que expresa cómo algún día uno de ellos tiene que morir y el otro va a verse obligado a seguir adelante, además que el tiempo se vuelve una obsesión cuando uno está condenado a muerte.

El martes el señor Fuentes se presentó en el Centro Cultural de España en Tegucigalpa, hablando sobre la historia y la filosofía del Museo del Barrio, actualmente ubicado en la Quinta Avenida de Nueva York, nada mal para ser un museo sobre arte puertorriqueño y latinoamericano. Comenzó como un lugar para mostrar las obras de artistas puertorriqueños únicamente, una de las más numerosas y organizadas comunidades de inmigrantes en Nueva York y es justamente por eso que ellos tienen el protagonismo en la institución y quitando el actual director todos los demás han sido de Puerto Rico. A medida que ha pasado el tiempo han ido incorporando más y más artistas de otros orígenes, siempre de Latinoamérica y hasta de España. El museo realiza cada dos años una Bienal en la que presentan las mejores obras que han recibido por parte de artistas que buscan mostrar su obra. Actualmente el señor Fuentes se encuentra realizando un viaje “exploratorio” por toda América Central para estudiar sus escenas artísticas y proponer uno de los países como tema de una próxima bienal. El museo estará cerrado hasta en otoño de este año por encontrarse en remodelación, y en la charla se mostraron las animaciones de los futuros cambios al edificio.
El jueves, también en el Centro Cultura de España en Tegucigalpa, se inauguró la exposición sobre la “Escuela Panamericana del Desasosiego” del artista mexicano Pablo Helguera, quien también dio una charla explicando el proyecto. Con una camioneta y una carpa financiada por una fundación canadiense el artista se embarcó en un viaje de más de 120 días por toda la carretera panamericana, comenzando en Alaska y terminando en Tierra del Fuego, con el fin de investigar la percepción que tienen los artistas de la situación que están viviendo. Para ello creó una institución, la escuela ya mencionada, y se inventó un país “Panamérica”, con todo y su himno, basándose en los ideales de unión americana de Simón Bolívar. Al llegar a cada ciudad instalaba la carpa, donde eran invitados artistas regionales a discutir sobre cualquier cosa que captara su interés y donde Helguera no participaba directamente, ni siquiera como mediador. Su intención primordial era escuchar y aprender de cada uno de los asistentes, y que estos al final del evento crearan un manifiesto en el que expresaban las resoluciones a las que habían llegado. El recorrido comenzó con una entrevista a la última parlante viva de la lengua eyak, en Alaska y terminó con una entrevista también a otra última parlante pero de la lengua yagán en Tierra del Fuego. Estas entrevistas, que no habían sido la intención primordial del viaje, eran producto de un interés de Helguera por las lenguas en proceso de extinción y las lenguas clasificadas como muertas, que él comenzó a estudiar para otro proyecto que había realizado anteriormente. Su viaje estuvo repleto de aventuras increíbles, papeleos interminables en las diferentes aduanas, y algunas decepciones como el robo de su laptop en Colombia, accidentes automovilísticos y la desaparición de su camioneta en Venezuela, además de tener la oportunidad de conocer a muchas personas y de cierta forma la cultura y esencia de cada país donde su carpa era interpretada de diferentes maneras según el lugar: como parte de un partido político, movimiento religioso, o como en Honduras, donde estuvo frente a la Galería Nacional de Arte en el año 2006, como ayuda internacional (¬¬). La exposición en el CCET consta de fotografías que explican el viaje, algunos videos documentales y una serie de collages que realizó el artista como producto del proyecto (y ya está abierta al público). Su testimonio es realmente inspirador.
De todos los limbos en los que me he encontrado –yo que vivo retorciéndome en la ambigüedad- el más extraño ha sido este de la práctica profesional. No soy una estudiante: no tengo una forma 003 para tramitar el nuevo carnet de la biblioteca (que ahora es todo moderno, hasta con fotografía digital y que deciden incorporar hasta que yo me salgo de la universidad, yo que sí lo renovaba todos los semestres y alquilaba libros con frecuencia y ahora sólo me queda de recuerdo el antiguo cartón mal laminado con una foto en la que tengo 15 años porque fue la última edad en la que me consideré fotogénica), sin carnet no puedo optar a descuentos en los cines, teatros o museos; sin ser estudiante no tengo derecho a consultas médicas gratuitas en el CB y me acabo de enterar que desde enero que comenzó este rito de iniciación tampoco he tenido seguro médico, porque no existe un seguro para egresados. Pero tampoco trabajo y el Universo entero se desvive en recordármelo. Se tardaron 3 días en conseguir mi computadora en el lugar donde estoy haciendo la práctica de Diseño porque nadie consideró que fuera tan urgente, y al final cuando me la dan bautizan mi usuario con el nombre de, qué otra cosa podría ser, “practicante”, el mismo título que aparece en mi carnet porque al parecer carezco de una identidad que merezca ser recordada. Por eso es que tampoco me hacen una inducción completa en la que me presentan con todo el personal del edificio, así que tengo que ser amable todo el tiempo y presentarme ante la gente advirtiéndoles mi temporalidad, como un aviso para que no se apeguen a mi presencia. Estoy en un lugar solitario, improvisado, frente a una sala de conferencias en construcción que curiosamente queda en la mitad del piso, donde me llega el olor de las palomitas de maíz que preparan por las tardes y a las que nadie me convida porque no soy una empleada y nadie se molesta en socializar con las especies en peligro de extinción. Pero cumplo con los requisitos de los empleados: me tengo que disfrazar como una con pantalones de tela y zapatos altos que dejan inutilizables los pies después de hacer inspecciones de todos los cubículos de un edificio de 5 pisos, sólo dispongo de media hora para almorzar y asisto a reuniones en representación de mis superiores donde tengo que actuar con la naturalidad de alguien que puede conducirse apropiadamente en grupos desconocidos cuando apenas estoy aprendiendo a hacerlo. Soy lo más bajo en la cadena alimenticia; hasta las secretarias me transfieren sus llamadas cuando ellas van a estar ausentes.

En mis recomendaciones del informe de la práctica anterior escribí que la universidad debería poseer una base de datos sobre los lugares en los que los alumnos recién egresados pudieran hacer su práctica, para así recomendar a cada uno de ellos sobre el lugar que mejor se ajuste a sus necesidades. Al final cada uno de nosotros podríamos hacer una recomendación de la empresa o institución para saber si es conveniente seguir enviando gente allí, todo esto para que de alguna manera tuviéramos el apoyo de la institución allá afuera y que dejáramos de ser unos hijos de nadie, pero me dijeron que la universidad se encarga únicamente de proveer las clases, el resto es problema de cada quién. En realidad se me dijo que cada persona era “gestora de sus propias oportunidades”. Siendo objetiva, la práctica es una excelente forma de investigar las distintas opciones que tengo en cuanto a mundos laborales se refiere, es como un ensayo sin compromiso, especialmente porque no hay dinero de por medio y la razón por la que trabajo tan arduamente es porque quiero hacer un buen informe y quiero escribir sobre la mayor cantidad de actividades posibles. Pero tampoco es una situación envidiable que me gustaría prolongar indefinidamente. En mi cabeza ya tengo tatuados los lugares donde sueño trabajar porque siento que podría contribuir en ellos y todo este proceso es una pérdida de tiempo, un obstáculo más que me obliga a postergar lo que quiero. Tengo la impresión que mi vida entera hasta ahora ha sido sólo eso, llenar requisitos para justificar que merezco aquello que realmente me gusta y ya estoy lista para una nueva etapa, quiero acabar con esta adolescencia obligada. Quisiera poder decir que finalmente me puedo mantener por mí misma haciendo algo que me importa en vez de mirar constantemente el reloj de la computadora para saber si ya se acerca el final a otro día más.
Respondo a la petición de la adorable Aleinad, hablando de las 6 cosas que me hacen más feliz, en orden creciente.
1) Las hamburguesas:
Si yo tuviera la posibilidad de hacer una serie de televisión culinaria como las de Travel and Living a las que soy tan adicta últimamente, la haría basada en las hamburguesas alrededor del mundo. Puede que mi concepto no destile originalidad pero yo sería absolutamente dichosa el tiempo que dure. He perdido un poco el gusto por la carne, ninguna supera a la de Olancho y como ya no vamos pues el vegetarianismo parecería una buena opción si no fuera por las hamburguesas. No me refiero a las de restaurantes de comida rápida, aunque si es necesario o no hay más dinero me puedo conformar, si no a las hechas en casa, en restaurantes caros o de perdida las Mogami. Carne molida sin pretensiones, todavía sangrante, con queso derretido y hongos… Por media hora no necesito más en el mundo. Pero sin tomate por favor.

2) El centro de Tegucigalpa:
En estas últimas semanas he estado yendo mucho al centro, por razones de trabajo, diversión o aburrimiento, y he aprendido a apreciarlo aún más que antes. Esto podrá ser otro síntoma de la nostalgia que tengo por la universidad o de que estoy aprendiendo a interiorizar mis conocimientos de arquitectura ahora que ya no la veo como una tediosa obligación. Mi veneración por el centro está en compañía de mi gusto mejorado por los blogs de arquitectura y de una tendencia a buscar que la arquitectura se relacione con todo lo que veo o he estado aprendiendo en estas últimas semanas (el proyecto que hice en el taller de Curaduría era sobre ese tema por ejemplo). Recibí 3 clases de urbanismo, que nunca entendí o disfruté, pero es hasta ahora que entiendo qué significa el hecho de que la ciudad y los edificios deberían estar hechos para las personas. Debería ser obvio y evidente y sin embargo no es cierto, por lo menos no en Tegucigalpa. Lo he dicho antes: esta ciudad no está hecha para caminar, no hay área verde que dé sombra, no hay aceras amigables que inviten a recorrerla y lo peor es que no hay nada que ver en ella aparte de centros comerciales o restaurantes del grupo Intur que se promocionan como los más recientes e innovadores proyectos que se construyen cuando son todos iguales. El centro es como un oasis, o una realidad paralela que contradice todo lo que he dicho anteriormente. En él son los carros los intrusos, los que no deberían de estar allí y los que tienen que acoplarse a como YO me muevo. Los edificios no son muy altos y no me siento empequeñecida por ellos. La mayoría son preciosos y tienen una historia y un pasado que me quieren enseñar. Camino entre ellos y me siento maravillada cada vez que los miro, siempre surge un detalle que no había notado antes. Me rodea Arquitectura y es absolutamente exquisito.

3) Umberto Eco:
La forma en que escribe este hombre te hace experimentar pura dicha. Su estilo es tan fluido que uno no tiene dificultad en seguirlo a través de todos los recovecos mentales en los que se mete (excepto en esa introducción a la Semiótica que me ha dado más trabajo del que esperaba). Habla de cualquier cosa, desde temas políticos muy serios, cuestiones académicas, hasta puras trivialidades. Casi me muero de la felicidad cuando leí sus ensayos sobre el Kitsch o sobre el rol de Superman o Charlie Brown en la sociedad occidental. Eso demuestra que es capaz de encontrar sentido incluso en aquello que está hecho sin la intención de tenerlo, y no podría disfrutar de la misma manera los deslices de la cultura pop sin haber aprendido gracias a él que esta puede valorizarse desde ciertos puntos de vista.

4) Una buena clase:
Podría describirme como una groupie de las personas inteligentes y es por eso que mis primeros amores (platónicos) fueron maestros. Un buen maestro no sólo sabe lo que está diciendo, tiene tanta pasión por lo que enseña que termina contagiándolo a uno con la sensación de que su tema es lo más importante que se ha enseñado en la faz de la Tierra y de que al aprender sus métodos y el camino que él va a mostrar uno va a convertirse en una persona completamente diferente. Recuerdo a cada uno de esos maestros y para mi fortuna todavía sigo encontrándolos. Hay muy pocas cosas que sean mejor que estar en una buena clase.

5) El voluntariado:
Al parecer el taller de Curaduría fue el comienzo de una nueva etapa. Gracias a él conocí a varia gente, entre ellas al coordinador de voluntarios educa que fue muy gentil en aceptar mi solicitud a pesar que las sesiones de formación ya habían empezado para entonces. Desde entonces he estado asistiendo a la mayor cantidad de eventos que se organizan en la ciudad y voy todos los sábados a MUA a escuchar excelentes charlas sobre museografía, cómo dar una visita guiada, etc. La gente que llega es muy simpática y generalmente vamos a los centros culturales a poner en práctica lo que vemos en los cursos. Cuando estos terminen vamos a empezar a participar más activamente en las actividades artísticas que se den, según nuestros intereses y habilidades. Es casi seguro decir que he muerto y llegado al cielo cuando estoy allí.

6) La sincronía
Hoy me enseñaron una pieza de Félix González Torres llamada “Amantes perfectos”. Son dos relojes que se rozan levemente mientras muestran exactamente la misma hora. Los dos avanzan al mismo tiempo pero es inevitable que a uno de ellos algún día se le acabará la batería y se detendrá mientras que el otro estará obligado a seguir adelante. Aún así, yo me concentro en la sincronización.
Obras de Ana Mendieta

Obras de Félix Gonzalez Torres
Estos días son extraños. Tengo hasta el 21 para empezar la práctica de Diseño, así que por mientras me entumezco el cerebro viendo series, velando las vidas y las ropas que no puedo tener y añorando ganar dinero algún día para cuidar mejor mi imagen. Porque esa es mi inconformidad du jour: no me gusta cómo me veo. No soy foránea a este concepto puesto que soy niña y alguna vez fui adolescente, pero ahora que voy a salir al mundo real me preocupa cómo me van a percibir los demás. Yo era feliz con mis jeans, tennis y camisas medio decentes, pero ahora creo que eso ya no es suficiente. Me digo a mí misma que es cuestión de dinero y que si tuviera me vestiría mejor pero siempre que es época de compras termino con más camisas y más jeans como si fuera alérgica a otro tipo de telas o a enseñar las piernas. Otra parte de mí siente rechazo por todo ese sistema artificial que es la moda, que obliga a las mujeres a usar zapatos que desgarran la piel y a comprar ropas que no pueden pagar sólo para dar apariencias que mejoren el vacío que sienten o tienen por dentro. Entiendo que es un arte, pero no deja de ser una esclavitud.
Mi mama me dice que me planche el pelo como se lo plancha una prima que está en los Estados y le queda tan bonito. Podré tener 23 años, pero si la persona que supuestamente lo quiere más a uno me percibe como fea no puedo evitar sentirme inadecuada. Hoy me levanté a usar la plancha, habiéndome acostado con el pelo mojado la noche anterior para tenerlo seco por la mañana y me sentí bonita por un instante. Me puse tennis porque iba a caminar mucho durante el día y porque todavía tengo lacerados los pies de cuando recorrí toda la avenida La Paz en tacones. Regresé a medio día, sudada y asoleada y no sé si mi pelo resentía más el haber sido estirado artificialmente o haberse tostado bajo el sol; de todas formas su aspecto era atroz. Soy una causa perdida. En circunstancias normales eso no sería tan grave pero ahora mi nueva afición son los blogs de moda, específicamente los blogs que hacen niñas modelando su propia ropa. Hay unos bastante famosos que han recibido validación y publicidad por parte de importantes revistas. La idea puede parecer democrática: una joven de mi edad me muestra cómo combina la ropa que tiene de manera que yo pueda aprender a hacerlo también. Pero ese concepto tan simple se tergiversa rápidamente porque las niñas esas han de tener mucho dinero para poder costearse piezas de diseñador y porque las cosas que se ven lo más corriente posible no bajan de una categoría Zara. Al final terminan en el mismo círculo elitista y es por eso que los diseñadores y las revistas las premian con invitaciones a desfiles o publicando artículos sobre ellas. Incluso, ahora muchas de las revistas famosas tienen una sección de “Street chic” que se dedica a fotografiar gente bien vestida en la calle. Está también “The Sartorialist”, un blog exclusivamente dedicado a ese concepto. Ninguno de estos blogs viene acompañado de una justificación, una teorización sobre el arte de vestir, no traen ni siquiera dos líneas para disculpar tanto esnobismo. El otro día que caminaba por la peatonal volteaba a ver a mi alrededor pensando que nunca se podría hacer un blog de ese tipo con la gente que había allí. En el Mall a las 5 de la tarde es otra historia, pero eso no es la vida real, es un espejismo de lo que es Honduras, como esa ridícula revista Estilo que hoy agarré por primera vez en una sala de espera porque no había nada más que “leer”. La misma gente fotografiada en todos los números, muchos de ellos hasta se repetían en la misma edición. Qué mala y retorcida imagen podría hacerse un extranjero si lo primero que ve de este país es esa revista.

En fin, la belleza y la ropa son como el arte contemporáneo: son para la gente pero no puede ser comprendido o adquirido por la gente. Esto no es culpa de nadie, uno sólo debe decidir si está dispuesto a meterse a ese mundo, con sus respectivas consecuencias psicológicas. Pues ya en la esfera de lo real sólo me queda preguntar en el trabajo si no hay problema con que vaya en jeans, de lo contrario no voy a tener otro remedio que pedir dinero para unos cuantos pantalones de tela que tuve que haber comprado al inicio del año y que no conseguí porque siempre había estado en negación sobre que el día iba a llegar en que tendría que arreglarme para poder trabajar. Todo se siente lejano e irreal todavía.
Algunas veces se premia a aquellos que hacen bien su trabajo sin necesariamente hacer constante alarde por ello. Eso podemos aprender del ganador del premio Pritzker, el equivalente del Nobel en el mundo de la arquitectura, de este año, el suizo Peter Zumthor. Nació en 1943 en Basel, Suiza, donde aprendió el oficio de su padre: la carpintería. Eso le abrió las puertas a la creación de objetos, pero le enseñó desde muy joven que el material es quien dicta las normas y se vuelve inseparable de la idea en el sentido que no se puede dibujar algo sin pensar sobre qué se va a hacer y qué va a transmitir. Estudió en la Escuela de Arte de Basel y luego Arquitectura en el Instituto Pratt de Nueva York, y personalmente eso fue lo que más me intrigó cuando investigué sobre su vida. Alguien que esté expuesto al ambiente de esa ciudad, que entre en contacto con el mundo de las superestrellas de la arquitectura y que no aspire a convertirse en una de ellas, me parece una humildad extraordinaria en esta época. Digo que no aspira, porque después de dedicarse unos años a conservación de monumentos se retira a su estudio en las montañas de Haldenstein, pero se convierte en una, en sus propios terminos.
La relación que él aprendió con el material es la relación que afirma que sus edificios deben tener con el entorno, con el lugar en el que se proyectan, según la cultura a la que van a pertenecer y que él trata de conocer antes de imaginarlos. Sus proyectos se consideran sobrios, sencillos y esto se debe a su deseo de que perduren a través del tiempo, de que tengan una integridad que trascienda las modas y el deseo de lucirse. Volvemos al asunto de hacer lo mejor que podamos el trabajo que nos ha sido asignado y nada más.

Capilla de San Benedicto, Suiza, 1989

Termas de Vals, Suiza, 1996

Museo de Arte de Bregenz, Austria, 1997


Museo diocesano, Colonia, Alemania, 2000

Capilla Bruder Klaus, 2007
Entrevista con Zumthor, 1997

Artículo y slide show del New York Times

El infierno nos espera, o por lo menos eso deseamos, asando carne un viernes santo. Espero que todos los vecinos hayan disfrutado de su horrenda sopa de tortas de pescado mientras olían y anhelaban nuestra carne y hamburguesas.
La mañana comenzó conmigo conduciendo al legendario Monty, por la cuesta de mi casa.

Oh Yanis, tu casa es el pegamento que mantiene unido a los aleros.

Tratando de demostrarle a Herminio que no sólo él es capaz de encender un buen fuego, Juank y Moisés se dieron a la tarea. Todo marchaba bien, hasta que a mitad de la asada decidieron agregar más carbón, que sí costó que encendiera.

Moisés es un perfeccionista, nunca estuvo satisfecho con su fuego.

Yo sugerí que para no cocinar papas en el horno y gastar más energía sería mejor que las asaran. Pero no soy cocinera, no sugerí que las partieran en cuatro partes, así que nunca se cocinaron.
Herminio nos debía hamburguesas de una invitación de hace mucho tiempo, pero tengo que reconocer que se reinvidicó enormemente con los resultados.
Pregúntenle a Juank.
Ana y el cocinero posando antes de empezar a comer.
La carne se tardó más, pero valió la pena esperar.
Aquí es Mafer que nos muestra lo apetitoso de la carne.
Casi todos andábamos en pareja...
Casi todos :P

Era una espléndida mañana en Valle de Ángeles. Cuatro hordas paseaban tranquilamente, admirando los cambios de este lugar al que han venido tantas veces pero que siempre logra sorprender con algo nuevo.

La iglesia, muy bonita y extrañamente cerrada en estas fechas.

El parque, mejorado con una pérgola y una llamativa fuente.

El Espresso, que irónicamente no tenía café listo en ese momento.

Los hordas descansaban, recibiendo el doble de experiencia, hasta que...

3 alianzas se acercaron, listos para irrumpir la calma, con sus hazañas de warriors y druidas.

No venían solos, o mejor dicho, rápidamente encontraron compañía cuando uno de ellos desayunaba y los critters se acercaron a velar su comida.

Como estábamos en territorio contested, decidimos dejar las cosas en paz para no ser atacados por goblins. Fue por eso que visitamos el museo de "historia, arte y cultura".

Esta es mi cara cuando comprendí la estafa que me habían dado por 20 lempiras.

El museo consiste en 3 salas atiborradas de cachivaches recogidos a lo largo de muchos años, de forma indiscriminada, sin ninguna intención clara o sentido del gusto. Hay desde radios y tocadiscos antiguos, hasta un Game Boy, un rebobinador de VHS (de los que yo todavía tengo y utilizo), y un cordón umbilical del siglo pasado preservado en formalina. Es por este tipo de ridiculeces que nadie respeta a los museos de verdad o a la institución del arte en Honduras, y me niego a apoyarlos sólo porque lo intentan. Exijo cosas de calidad y me indigna ver cómo la gente se escuda en el hecho de vivir en un país tercermundista para hacer cosas mediocres, sin haber investigado previamente, sólo porque creen que nadie va a denunciar su ignorancia. En la foto pueden ver el ala de un avión convertida en una lámpara, en el fondo una colección de llaveros (muchos de ellos ni siquiera antiguos), fotos de Tegucigalpa -a pesar de estar en Valle de Ángeles-, y una foto de alguna selección de fútbol que ni molesté en voltear a ver cuál era.

En fin, la única forma de quitarse el mal sabor del supuesto museo ese fue yendo a comer.

Aquí estamos sufriendo porque la "Galería Sixtina" era un dungeon demasiado alto para nuestro nivel, y abría hasta la una de la tarde.

Las visitas a los lugares de artesanía son obligatorias cuando se va a Valle, es como ir a Thunder Bluff: siempre se tiene que ir a ver a Cairne.

Herminio posando frente a una mesa de 28 000 lempiras. En realidad es que estaba cansado y quería sentarse.

Y junto con Belinda, nos burlamos de mi gorra Tigo poniendo en la mesa todos los celulares que andábamos, demostrando que somos una sociedad en decadencia, pero bien comunicada.

Definitivamente, los alianzas y hordas pueden llevarse bien, sólo hay que asegurarse que los reinos sean PvE.