Hace 2 días mi blog cumplió cuatro años, cerrando de esta manera un capítulo muy particular, ya que uno de los primeros posts que hice fue justamente cuando me enteré que Manuel Zelaya había sido declarado ganador de las elecciones generales. Es inevitable cerrar el ciclo hablando del día de hoy.
Personalmente no estoy celebrando, me tiene sin cuidado cuál de los dos candidatos quede elegido, no considero a ninguno de ellos lo suficientemente preparado o digno de manejar un país. Creo que si hay algo que he aprendido desde junio es a no cantar victoria tan fácilmente, a no esperar que todo se haya terminado o a creer que lo peor ya pasó. Anoche nos preguntábamos con unos amigos si acaso podríamos votar o si podríamos reunirnos hoy como todos los domingos, porque esperábamos detonaciones, relajos, y en mi centro de votación, hasta ataques con bolsas con agua como la última vez que vi en persona a uno de los candidatos. Con toda franqueza, no sé a quién creerle ahora. Por un lado están los medios tradicionales que siempre han tergiversado las cosas a su gusto y que hacen parecer que hoy todo salió bien y están los que sólo saben lloriquear con sus argumentos que su bajo presupuesto justifica su radicalismo. Me cuesta confiar hasta en amigos de muchos años que de repente son autómatas, reflejos de opiniones de sus padres o de sus amigos con delirios de oportunismo histórico. No creo en ninguno de esos políticos corruptos y ladrones que como dijo bien un blog que citó Manuel, no me representan, son los mismos de siempre y son muchos de las lacras responsables de nuestra situación de extrema pobreza y atraso como país.
Honduras es una tierra tan cruel y despiadada que muchas personas sólo tienen la oportunidad de trabajar cada cuatro años -con suerte- porque han podido hacer uso de una conexión con alguna persona de cierto nivel de influencia política. Otros que sí han estudiado, y/o que sí son éticos y honestos se ven en la triste necesidad de rogar que el siguiente diputado, alcalde o presidente se acuerde de que alguna vez los conocieron cuando no eran nadie para que puedan darle una forma de subsistir. Cuando estaban anunciando el ganador de la presidencia mostraron imágenes de la sede del partido opositor y se miraba a un señor muy humilde, usando la gorra y la camiseta del candidato que estaba perdiendo, con una expresión de total desamparo. No pude evitar recordar a los albañiles del lugar donde hice la práctica y a todos los trabajadores que van a quedar sin trabajo sólo porque este tipo perdió y va a tener que recuperar el dinero invertido en su campaña. Aunque lo mismo hubiera pasado en el otro bando si este hubiera triunfado.
Esto no se arregla con las elecciones, uno va a votar no porque crea en ellos si no porque las otras opciones tampoco son razonables. Zelaya hubiera hundido aún más al país legalizando un sistema donde sólo él hubiera mandado y donde hubiera tenido el poder absoluto para ejercer su ignorancia y evidente locura. Y esto tampoco va a mejorar bombardeando emisoras o edificios sólo porque las cosas no se dieron como querían. Muchas veces se siente que la lucha de muchas de esas personas no es por ningún tipo de justicia social, es un lloriqueo porque no pudieron salirse con la suya y porque el puesto en el Congreso, la casa o el carro que se les prometió no se les hizo realidad.
Yo escucho constantemente la expresión de que este mundo no es justo y que igual tengo que vivir en él, y hay días en los que creo que la intención detrás de esa frase es que uno debe trabajar con lo que se tiene y dejar de idealizar situaciones perfectas e irreales. Hay muchos caminos por los que se podría conseguir lo que muchas personas desean y por lo que esta situación se podría estabilizar finalmente pero estancarse en una única vía no va a hacerlo posible en una manera que sea justa y en la que todos estemos satisfechos. Podrían votar por un partido que los apoye y no lo hacen; dicen ser la mayoría, pero cuando la mayoría realmente se pronuncia tampoco están contentos. Se amparan en el reconocimiento internacional cuando países como Cuba han vivido por muchos años en de forma antagónica con muchas organizaciones y países, sin incomodarles en lo absoluto. ¿Es que nosotros no tenemos derecho al auto determinismo? Ninguna de las partes es realmente consistente porque ninguna de ellas se muestra cómo realmente es. Todos tienen sus agendas e intenciones desconocidas y los que sí somos la mayoría vamos a enfrentar las decisiones de unos cuantos en detrimento de nuestros estudios, trabajos y aspiraciones personales. Uno está solo en este gran desastre y cuando uno no cuenta con nadie piensa únicamente en su propio beneficio… y volvemos al ciclo vicioso que mantiene a este país adonde está.
Hemos de seguir esperando, la próxima cadena o el siguiente RPG. Ojalá con un poco más de conciencia, vigilancia y prudencia.
Es un axioma popular que todo aquel que no aprende de la historia está condenado a vivir estancado en la adolescencia durante su joven adultez. En una extraña tradición que tengo, cualquier hito importante de mi vida viene acompañado de su pequeño desbarato emocional, y atravesar la otrora imposible meta de la educación superior trajo consigo una regresión extraña a 7 años antes, cuando también me enfrentaba a decisiones que cambiarían mi vida sin la madurez o el sistema de apoyo emocionalmente adecuado para guiarme a través de ello. Pensé que si a estas alturas experimentaba el mismo desasosiego de aquella época era porque seguramente no la había superado adecuadamente y la única forma de trascender un estado era regresando a él lo más que se pudiera. Volví a leer los mismos libros que leí ese año, repasé mis diarios del 2002 y funcionó a tal grado que hasta síntomas físicos de esos tiempos se manifestaron. Aunque nada de esto me costó mucho esfuerzo: este año a todos nos han sacudido el suelo bajo nuestros pies y nos preguntamos qué será de nuestro futuro después de mucho tiempo de sólo habernos concentrado en el presente. Todo esto se agravaba por el estancamiento del país que influenciaba de muchas maneras el personal. Después de muchos meses de no obtener respuestas positivas relativas a mi carrera lo único que me quedaba por hacer era cuestionar cómo había llegado hasta aquí y por qué ahora me tenía que conformar con una carrera en un campo tan volátil como arquitectura. Nunca he disimulado mi descontento con mis años de estudio, la universidad, las clases y los maestros; el mundo profesional se miraba igual de sombrío o peor y aún así, cuando se me ponía enfrente la posibilidad de desarrollar un proyecto, aunque fuera de manera gratuita, siempre terminaba vinculándolo con la difusión de valores arquitectónicos. Un extraño masoquismo si es que realmente me disgustaba tanto lo que hacía. Me acordé del libro que ponen a leer a los estudiantes en las primeras clases de Teoría en la universidad, pero que yo nunca leí porque no supe que existía hasta que ya había pasado esas asignaturas: “Así que quieres ser arquitecto”.
El libro cumple tres serias funciones en un tono agradable y amistoso: es a la vez una advertencia para futuros o presentes estudiantes de la carrera, sirve de orientación para recién egresados y es un manual para el público en general, clientes o aficionados a la carrera que desean entender mejor de qué se trata y cómo se pueden comunicar mejor con un arquitecto.
A la carne fresca se le explican los pros y los contras de escoger esta profesión; se profundiza de manera muy detallada en los tipos de diplomas, el plan de estudios (que la UNAH parece haber copiado al pie de la letra, y eso que cabe mencionar que el libro es originalmente de 1985) y cómo es la experiencia de estudiar la carrera y todas las exigencias que conlleva. Hay una excelente caricaturización de los maestros y al final uno puede encontrar una lista de las mejores universidades donde puede estudiar, tanto en los Estados Unidos como en Latinoamérica (y donde de Honduras sólo se menciona la UNAH, pero volvemos a que la edición revisada del libro es de 1998).
Nosotros los que estamos sumergiéndonos en el lodo del mundo real encontramos una explicación sobre el proceso de colegiación para los arquitectos en los Estados Unidos, por cierto mucho más difícil que en Honduras donde sólo hay que graduarse y pagar; nos describen los tipos de especializaciones a las cuales podemos optar, y se trata el tema de cómo conseguir trabajo, pero también la importancia de conseguir un buen trabajo, no tanto por el factor económico, sino más bien por el profesional. El arq. Lewis hace una seria advertencia diciendo que como jóvenes impresionables que somos es muy probable que adoptemos la manera en que se trabaja en nuestra primera experiencia laboral. Si caemos en una buena empresa, con altos estándares de calidad y sentido de responsabilidad hay más posibilidades que nos desarrollemos como excelentes arquitectos, pero lo cierto es también de lo contrario. Hay también un capítulo muy interesante que trata sobre los diferentes trabajos que puede realizar un arquitecto, más allá del diseño y la construcción, reiterando una vez más el amplio espectro de opciones que se abren para nosotros.
Es importante resaltar que el libro puede ser disfrutado por el público en general ya que explica de una manera muy sencilla y accesible todas las funciones de un arquitecto y cómo es la interacción con uno de ellos. Qué se les puede pedir, qué esperar y qué exigir. El complicado proceso de diseñar y construir un proyecto es analizado cuidadosamente, enumerando la lista completa de los involucrados y las funciones que cada uno debe cumplir. También se da un breve repaso del tipo de clientes que pueden solicitar servicios arquitectónicos.
A lo largo de toda mi adolescencia mi obsesión siempre fue encontrar cuál era mi vocación, mi misión, o aquello que iba a darme una identidad, una justificación para haber nacido y permanecer aquí. Intenté miles de ocupaciones como si encontrarle gusto a una actividad fuera razón suficiente para dedicarse una vida entera a ello. Muchos años después y ya con un título en la mano sólo puedo repetir las sabias palabras de uno de los personajes principales de “La insoportable levedad del ser”: “La misión es una estupidez.” Tengo abierto este camino y hay mucho que aprender de él, tanto de la actividad en sí como de las personas que pueda conocer. Probablemente no sabía mucho a los 17 años pero tuve la intuición necesaria para saber que sin importar todo lo que cambiara a mi alrededor siempre querría dedicarme a algo que tuviera que ver con el arte en la vida diaria, de cualquier forma que fuera. “Quieres ser arquitecto” ya no trajo consigo tortuosos recuerdos, más bien reafirmó que voy por buen camino porque muchas cosas las sabía y me entusiasmó el recordar todo lo que se puede lograr. Probablemente no hubiera cambiado de carrera en caso de haberlo leído hace 7 años, pero en todo caso es esencial que lo lea quien quiera estudiar arquitectura ya que ofrece un panorama completo y objetivo de los años por venir. (Y va a ser de los pocos libros que no van a caer en el eterno cliché de que arquitectura es el arte de proyectar espacios para satisfacer las necesidades de las personas”.)
Tomando en cuenta que este cuerpo que me ha sido asignado es sólo un cascarón, temporal, cambiante e irrelevante y que bajo ningún criterio es lo más valioso que poseo y por ende aquello que por cualquier medio debe protegerse con el mayor ahínco con respecto a otros aspectos de mi persona, me declaro con la plena potestad de usarlo como mejor me parezca, me convenga o me guste y queda sobreentendida mi responsabilidad de escoger cuándo mutilarlo, descuidarlo, chantajear con él, utilizarlo a mi favor, cubrirlo, exponerlo, hacer uso de sus capacidades de procreación o detener esas capacidades por cualquier medio, artificial, natural, ilegal o amoral.
No hay ningún gobierno, institución, asociación, entidad religiosa o lazo de sangre que pueda controlar su uso en cualquier forma y me reservo el derecho de violar cualquier decreto o buena costumbre con tal de ejercer mi poder de decisión sobre él.
No le concedo permiso a nadie de decirme qué hacer con mi cuerpo y me interesa muy poco lo que cualquier persona pueda opinar con respecto a las acciones que ejecute con él y gracias a él. Soy esclava únicamente de mis caprichos y mis tentaciones.
Habiendo estudiado en cierto colegio de orientación francesa, yo me creía parte de una élite, de la crème de la crème (como se apodó mi generación, por cierto) de la juventud hondureña, con acceso a oportunidades nunca antes soñadas gracias al idioma pero sobretodo a una idiosincrasia no solamente diferente sino además opuesta a las comunes escuelas bilingües que sólo viven para idolatrar a la gran potencia del norte y a sus costumbres decadentes. Muchos años fueron invertidos en hacerme creer que era especial, muchos años he tenido que pagar para bajarme de esa nube; hace poco tuve otro hito en mi aprendizaje hacia la humildad: tuve acceso al cuartel general del esnobismo, la Escuela Americana.
A pesar de sus kermesses, fiestas, bingos, todas las actividades que organizaban, y que siempre corrió el rumor que los chavos de la Americana eran particularmente atractivos, nunca en mi vida sentí curiosidad por conocer ese lugar ni a sus alumnos. Mi impresión era la de cualquier persona común y corriente, que ese colegio es para gente con mucho dinero que luego se va al extranjero a estudiar. Pero la vida da muchas vueltas, especialmente diseñadas para enfrentarte con cualquier prejuicio y así lograr sacudirlo permanentemente. Así que llegué ese sábado lluvioso a un terreno gigantesco, donde un vigilante abre las compuertas para introducirte en el enclave norteamericano. El tamaño del estacionamiento te hace preguntarte si cada alumno vendrá en su propio carro pero ni siquiera puedo describirlo como aquel desierto de asfalto; los árboles en las medianas no me dejarían mentir.
El edificio es una versión económica de una imitación de monumento estadounidense. Trata de ser imponente con el tamaño, con los detalles supuestamente Neo Clásicos, pero el color mata cualquiera de esos delirios. Es como si un Godzilla cubierto en betún de melocotón se hubiera revolcado en las paredes, es bizarramente divertido. En el acceso hay una gran placa conmemorativa, recordando a todos los orígenes y creadores de esa pieza de la arquitectura contemporánea. Pero la placa no es suficiente, a lo largo de las paredes hay memorabilia de generaciones pasadas -sus manos pintadas en cerámica, sus nombres escritos-, recordatorios para las presentes: publicidades, murales de clase, convocatorias a eventos de caridad, todo lo que mantiene vivo el espíritu de un colegio. Como no sabía adónde tenía que ir llegué media hora antes, y media hora me tardé en recorrer los pasillos laberínticos. Atravesaba aulas, cafeterías, canchas, subía gradas, bajaba por rampas (tienen rampas!!), cruzaba más estacionamientos, era un universo paralelo donde se iban reproduciendo los espacios. Irónicamente terminé en un lugar cercano adonde había comenzado, un vestíbulo donde descansaban los seniors de este año, a la espera de sus próximas asignaciones para el Trabajo Social.
La gente era tan peculiar, como si estuviera en una grabación de 90210, o Gossip Girl cuando todavía era interesante. Las niñas súper guapas, blanquitas, con perfiles árabes pero cabellos lacios. Los chavos usaban ropas que los hacían parecer cantantes de hip hop, pero hay que compadecer a los hombres, no sólo a estos, a todos; no tienen tanta variedad. Resultaron muy amables cuando les pregunté algo, pero cualquier actitud hubiera quedado opacada por la impresión que me causó ver a todos los muchachos a 100 metros a la redonda usando Blackberries. Me sentía como Jo la primera vez que fue a casa de Laurie en “Mujercitas”: tratando de parecer indiferente pero sintiéndome minúscula por dentro.
Poco a poco la gente que venía al mismo examen que yo se iba acumulando, ansiosa y nerviosa, en las pláticas habituales en las que se embarca la gente que no se conoce pero que saben que van a lo mismo. Y luego la tierra del lujo y la abundancia se sumergió en el tercermundismo: no había luz y tendríamos que cancelar nuestro examen. “¿Cómo es que no tienen planta eléctrica? Esto no es la UNAH!” dijo alguien muy inteligente y simpático que se salvó por el hecho que el frío no me permitió tirarle algo a la cabeza. Aparentemente sí tienen planta pero no logra abarcar todo el campus y por ende al router en algún edificio a lo lejos que nos hubiera permitido tener internet para continuar con nuestras vidas. Decepcionados subimos las rampas hacia la entrada, y la escuela terminó de revelar su verdadera personalidad: el frontón que se mira al entrar es falso, detrás de la pared hay un gran techo a dos aguas de lámina de fibrocemento.
Qué puedo decir, la arquitectura nunca miente.
La vida cotidiana está plagada de personas que tienen demasiado parecido con celebridades. Es mi nueva misión encontrarlas.
En esta primera edición presento a Herminio:
mejor conocido como Luke Danes!
A Yanis, que en sus poses pensativas,
es igualito a Keanu Reeves:
Es por eso que, desde sus más tiernos años de juventud, se disfrazaba como Neo:Claro que Neo no usaba sotanas de sacerdotes del colegio!
Y mi favorita: Deysi, que en su jovialidad y estructura ósea, es innegablemente idéntica
a Britney Spears!
En esta primera edición presento a Herminio:
mejor conocido como Luke Danes!
A Yanis, que en sus poses pensativas,
es igualito a Keanu Reeves:
Es por eso que, desde sus más tiernos años de juventud, se disfrazaba como Neo:Claro que Neo no usaba sotanas de sacerdotes del colegio!
Y mi favorita: Deysi, que en su jovialidad y estructura ósea, es innegablemente idéntica
a Britney Spears!
Para obtener una certificación oficial, en mi voluntariado se hace un proyecto de elección libre, que dura alrededor de tres meses. Yo decidí que el mío va a ser la remodelación de las instalaciones de Mujeres en las Artes, la organización que dio inicio al programa de voluntariado y que además coordina actividades artísticas de todo tipo. En mi planteamiento original tenía pensado salir a buscar algún terreno libre que pudiera servir para hacer un diseño empezando desde cero. Como a lo largo de 15 años MUA ha integrado diferentes actividades en su inmueble que van desde un café, una tienda, un centro de documentación, una cabina de radio, habitaciones para artistas, una sala expositiva y hasta salones de talleres, se podría hacer un edificio muy interesante formalmente. A mi coordinador le encantó la idea y el siguiente paso fue planteársela a los encargados. El proyecto poco a poco fue tomando otro rumbo: como una institución que trabaja, entre otras cosas, por el rescate y valorización del Centro Histórico de Tegucigalpa, MUA no podría salirse de esa zona. Al inicio se creyó que se podría hacer una remodelación completa de una casa antigua, pero en las conversaciones se llegó al acuerdo que lo ideal sería readecuar la actual sede que era una casa convertida en una serie de negocios individuales para luego transformarse en centro cultural. Con el paso del tiempo se fueron haciendo reestructuraciones para acomodar las nuevas funciones, pero la casa tiene serios problemas estructurales, de funcionamiento además de los formales que han resultado de todos los cambios que se le han hecho. Visitando el inmueble pude apreciar la magnitud del problema: una casa muy grande, con muchos espacios desaprovechados pero con muchísimo potencial para cumplir adecuadamente con todo lo que se necesita. Cuando platiqué con las personas que han trabajado allí por muchos años entendí que esa casa es su hogar, en el que han invertido mucho y por el que sienten mucho aprecio. Yo tengo mis ideas de cómo puedo solucionar todos los problemas de espacio, cómo se deben distribuir las áreas y cómo se podría ver todo cuando se termine, pero yo sólo soy un instrumento, soy el canal por medio del cual ellos van a plasmar sus aspiraciones. Soy una traductora al reino de lo tangible con una gran responsabilidad.
La razón primordial para estudiar arquitectura es porque es un arte. Como tal la creatividad es su campo de trabajo, obedece a ciertos impulsos de lo desconocido, a algunos destellos de la inspiración. Pero su cualidad inherente es que no puede separarse de su función. Es una ciencia que se vale de procedimientos técnicos, de matemáticas, física y estudios estructurales. Pero eso no es todo, la arquitectura se ampara en criterios que trascienden la técnica. En palabras del arquitecto Roger K. Lewis: “un diseñador no puede hacer buena arquitectura sin asumir una posición teórica o filosófica acerca de la buena arquitectura”. Uno puede construir ignorando la historia de la arquitectura o sus filosofías de diseño, pero no puede llamarse arquitecto al trabajar así.
Es una carrera que abre un amplio panorama de conocimientos. Uno es el director de la orquesta que debe aprender a tocar cada instrumento: se debe saber de ingeniería civil, eléctrica, mecánica; de sociología, psicología, economía. De todo aquello que ayude a comprender cómo las cosas funcionan y porqué los humanos queremos y esperamos que sean así. De igual manera la arquitectura ofrece numerosas oportunidades en campos que van desde el diseño industrial, de interiores, de modas, el gráfico, la animación digital; la gestión cultural y sus derivaciones como la museología, curaduría, crítica de arte. Y en su interior, cada proyecto es un mundo por conocer: cada problema es único y exige dedicación, compromiso, aprendizaje. Uno debe sumergirse en el universo del proyecto así como los actores estudian para convertirse en un personaje, ya que cada edificio es tan bueno como lo es su investigación. Lo que se puede conocer gracias a la arquitectura es inaprehensible con la mente.
Su impacto es enorme: la arquitectura es la máxima expresión del arte en nuestra vida diaria, afecta nuestra forma de sentirnos y funcionar en un espacio, de comportarnos entre nosotros, aunque nunca nos haya interesado o la hayamos estudiado. Habiéndolo hecho el entorno se percibe completamente diferente. Uno empieza a ver las posibilidades de un lugar, la gama de ideas que podrían aplicarse. Se quiere cambiar el cuarto, la casa, la ciudad entera. Uno viaja por el mundo con un nivel de apreciación y admiración que los demás no pueden entender o experimentar. Nuestra disciplina puede mejorar la calidad de vida de una persona, de una familia, de los empleados de una empresa, pero también puede repercutir en la población de una ciudad, y de proyecto en proyecto se puede influir hasta en la conservación del planeta, aprovechando sus recursos.
Estudiar arquitectura te transforma en una persona diferente. Se aprende el valor de la responsabilidad, la disciplina, hasta la puntualidad; refuerza nuestra curiosidad, deseo de aprender, nuestra pasión hacia las cosas, nuestro deseo de alcanzar la meta que se tenga en mente en ese instante. Hay muchas carreras que se pueden estudiar sin que dejen huella en el carácter y en la forma de apreciar el mundo. No creo que haya un arquitecto que pueda decir que su formación fue una de esas.
Es una de las más grandes y crueles contradicciones de la vida que aquello que uno más anhela es lo que más se les escapa de las manos. Desde los inicios de mi adolescencia comencé a leer libros sobre espiritualidad, autoayuda o como se les prefiera llamar y a pesar de aprender a la perfección sus conceptos, enseñanzas o consejos, es casi seguro decir que en la práctica me he convertido justamente en la criatura que todos esos manuales describen como el humano imperfecto que hay que trascender. Es muy probable que en mis intentos de mejorarme haya tenido un atisbo de lo mundano que uno puede llegar a ser y que de forma inconsciente las buenas intenciones hayan degenerado en resultados atroces. Pero creo que tiene mucho que ver con la contradicción misma de esos libros espirituales. Básicamente se puede resumir en: “Eres imperfecto pero no hay nada que puedas hacer sobre ello más que ser consciente. La consciencia te hará libre.“ Heme aquí consciente y más atorada que nunca.
El propósito de la espiritualidad sería llevarte a un estado donde los deseos no se conviertan en obsesiones, que las carencias materiales se esfumen y que la brecha entre todo lo que se anhela y su realización sea tan corta que se perciba como instantánea. También tiene mucho que ver con liberarse de esa constante ansiedad, de siempre estar en búsqueda de algo nuevo, de tener cosas en vez de saberlas, de siempre sentirse insatisfecho y fuera de lugar. Yo siempre he dicho que quiero ser parte de mi cultura, de mi generación; conocerlas y disfrutarlas, y es entonces que supongo que no me puedo quejar. Me he sumergido tanto en un mundo de consumismo y novedades que he perdido contacto con lo que debería ser mi esencia.
Pero tengo conflictos con esa noción también. Hay tanta gente vanidosa, vacía y, al mismo tiempo, exitosa que realmente no sé qué pensar. Están aquellos que como seres humanos son lacras andantes pero que logran ser exageradamente talentosos y reconocidos por ello. Otros que no son particularmente malos, pero tampoco trabajan en pro de su consciencia: las cosas mágicamente llegan a sus manos. Y estoy yo, que creyendo en el concepto de karma no reclamé varios puntos en mi último examen de Concreto, esperando que el profesor fuera a pagarme esa deuda más adelante en la última y más difícil clase de Estructuras. En aquellos días en los que estaba segura que iba a aplazarme no podía creerlo: él me debía y no sólo no estaba reponiendo esos puntos, estaba perjudicándome abiertamente.
Es igual con la cuestión de la carrera: han sido años tan largos, tan difíciles y tan espantosos que yo realmente creí que la vida o el Universo iban a compadecerse y finalmente poner las cosas más fáciles una vez que ya tuviera el cartón en mis manos. Por lo menos que me recompensara con un pequeño viaje o con alguna buena noticia, pero todo indica que tengo que seguir pagando quién sabe qué cosas de posibles vidas pasadas.
Y el concepto de desapego me confunde: ¿cómo distinguir entre desapego e indiferencia? Se supone que uno debe querer las cosas y trabajar con ellas, sin perder la concentración, con la absoluta certeza de que son posibles, pero después uno debe desapegarse del resultado y dejar que las cosas se den o no, según los caprichos de las divinidades. Hay tantas cosas que quiero, que siempre he querido y que no se dan o se están tardando tanto, que en vez de desapegarme sólo me estoy desilusionando.
¿Y qué pasa si no puedo meditar? ¿Voy a ser castigada o no voy a obtener lo que quiero por no poder estar en silencio 30 minutos por la mañana y 30 minutos por la noche? Me aburro horriblemente, me muero de la inquietud y me pongo a pensar en todo lo que tengo que hacer o podría estar aprovechando para avanzar.
¿Cómo se trasciende entonces? Las religiones tradicionales no funcionan para mí y el New Age es perfecto en teoría, terrible en su aplicación. El Samsara ha de tenerme esclavizada unas cuantas reencarnaciones más. Dios sabe que si por mí fuera esto se acabaría en este momento para nunca más volverlo a intentar.
El arquitecto Roger K. Lewis escribió en 1985 un manual introductorio a la arquitectura para futuros aspirantes, jóvenes recién graduados y público en general, llamado “¿Así que quieres ser arquitecto?”. En la primera parte dedica un capítulo entero a los aspectos negativos que conlleva el estudio de esta profesión. Comienza explicando que las probabilidades de ser un arquitecto son muy bajas debido a la alta tasa de deserción de los estudiantes, pero incluso entre los graduados son numerosos aquellos que no ejercen aquello para lo que estudiaron. El campo de trabajo es muy limitado y competitivo, tanto a nivel independiente como al empresarial y se está condenado a pasar temporadas con poca o ninguna remuneración. Esto se explica por factores externos, como las crisis económicas, las políticas gubernamentales y también por la competencia excesiva que hace que la demanda de arquitectos supere la necesidad que hay de ellos. Esto resulta inevitablemente en que la remuneración sea muy baja: muchas personas están dispuestas a trabajar por salarios ínfimos y siempre hay garantías que el proyecto que uno ha presupuestado pueda ser reducido por otro colega. Muchos arquitectos están condenados a una vida en la oscuridad, sin posibilidades de darse a conocer en los círculos de artistas o profesionales exitosos. Y esas mismas personas renegadas serán consumidas por la envidia hacia aquellos que por cualquier medio saltaron a la fama. La arquitectura no es una profesión que otorgue ningún tipo de influencia política o poder en la sociedad. Si uno lleva una vida personal demasiado caótica o si simplemente decide tener una, pronto se dará cuenta que habrá momentos en que su oficio es un obstáculo para disfrutar de la vida a plenitud o para cumplir con sus responsabilidades como jefe de familia. Algunas personas sencillamente no tienen el talento o el carisma personal para ser un arquitecto famoso o arquitecto en lo absoluto, otras no tendrán la pasión y la dedicación suficientes. Es una perspectiva cruel ya que son muy pocas las ganancias en comparación a la cantidad de esfuerzo que hay que hacer para estudiar y luego para mantenerse a flote en el mundo profesional, a los riesgos legales y financieros implícitos en diseñar y luego construir. La desilusión hacia la carrera, el sistema y los pocos resultados es un riesgo que todos debemos asumir a lo largo de nuestras vidas una vez que hemos decidido seguir este camino.
A pesar de que la lista del arq. Lewis es larga, debo mencionar que es incompleta, ya que deja de lado algunos aspectos del estudio de la carrera –mi especialidad en estos momentos- que es muy importante que todos sepan. Voy a aclarar que hay muchos aspectos positivos, que trataré próximamente, pero es necesario, especialmente para los jóvenes que están considerando este camino, que sepan en lo que se están metiendo y que no digan el día de mañana que nadie les advirtió.
Lo primero que es importante tomar en cuenta es que al estudiar arquitectura se va a hacer una considerable inversión financiera. El primer semestre es necesario comprar todos los utensilios básicos para dibujar: una mesa de dibujo, reglas, escuadras, lápices, papeles, gomas, marcadores de 50 lempiras cada uno (y se necesitan varios!), lápices de color, papeles, cartulinas, etc, etc. Pero a medida que se va avanzando el gasto no disminuye, de hecho es inevitable que en algún momento se necesite una buena computadora, ya que el dibujo a mano queda desplazado por el diseño en programas que exigen bastantes recursos, además que implica que se deben presupuestar los cursos de estos programas. Tradicionalmente se invierte en un curso de Autocad en 2 dimensiones, para luego perfeccionarse en 3 dimensiones. Pero la nueva tendencia se está inclinando hacia el Revit que también son 2 cursos; aquellos que quieran perfeccionarse pueden aprender 3D Studio o ArchiCad que son algunos de los más populares, y fuera de Honduras todos los arquitectos saben manejar programas de diseño gráfico como Photoshop, Illustrator, Corel Draw, entre otros. Trabajar en computadora trae consigo la esclavitud a la impresión de planos. Algunos afortunados tienen los medios para comprar su propio plotter, que resulta muy útil y además rentable si se ofrecen los servicios de impresión a compañeros. La mayoría de las veces es preferible ir a casa de algún amigo o compañero a imprimir que a Office Depot o a cualquier tienda: los dependientes nunca saben lo que hacen, sus precios son exagerados y no atienden en las madrugadas. Más allá del estudio los libros de arquitectura, tanto de referencia como de las vidas y obras de los grandes arquitectos, son extremadamente caros.
Ejercer la carrera también tiene un alto precio: la colegiación profesional para nosotros es de las más altas que yo he tenido conocimiento. Primero, para poder ser parte oficial del gremio se tiene que pagar una cuota inicial que anda por los 7000 lps (aproximadamente 350 dólares) y donar un libro al Colegio. Luego las mensualidades rondan los 500 lps (25 dólares), pero durante el primer año como colegiado se debe pagar un seguro de vida obligatorio que infla aún más ese costo. Sin mencionar que una vez que ya se haya pasado por todo este proceso si uno queda moroso por más de tres meses queda inhabilitado y se le aplica una multa. Tengo familiares que son ingenieros civiles y que gastan un ápice de lo que nosotros invertimos para poder ejercer. No voy a entrar en detalle sobre todas las quejas que he escuchado sobre el Colegio, pero voy a mencionar que la sede es un perfecto ejemplo del refrán que dice que “en casa de herrero, cuchillo de palo”. Aún así, tienen buenas iniciativas: la Junta de Andalucía ha establecido un protocolo de cooperación con el CAH para poder realizar la primera Guía de Arquitectura de Honduras. Arquitectos nacionales están llevando a cabo la investigación y selección de las obras más representativas y valiosas de nuestro país y el material será editado y fotografiado con financiamiento de la Junta. Honduras va a ser de los primeros países centroamericanos en ser parte de esta prestigiosa colección.
Volviendo al tema del estudio, de las primeras consecuencias de haber escogido esta carrera es la pérdida de la vida social, familiar y personal. Realmente admiro a aquellos que logran mantener un equilibrio entre sus estudios y su iglesia, sus amigos, equipos deportivos o cualquier compromiso externo que se tenga. Cabe decir que mucha de esa gente que sí tiene vidas avanza muy lento en sus clases o estudia en universidades privadas. Muchas veces la familia no entiende el nivel de compromiso que uno debe asumir: son largas jornadas de trabajo, muchas veces fuera de la casa, o peor, trabajos que requieren que uno trabaje en la casa, con las incomodidades de llevar a varios compañeros que permanecen por varios meses, despiertos en la noche o haciendo ruido. Lo peor tiene que ser en clases como Taller 2 donde se construye una gran maqueta de madera: es un grupo de hasta 5 personas que necesitan un espacio donde utilizar máquinas ruidosas y peligrosas, llenando de polvo y sucio todo alrededor, desvelando a toda la familia en las noches antes de las entregas. Las relaciones con los padres se van volviendo extrañas, a veces insoportables. Los amigos empiezan a resentir que uno no puede salir con ellos los fines de semana; los buenos amigos se unen a los equipos de trabajo, coloreando planos, cortando cartón, elaborando bloques de piedra pómez para la mencionada maqueta o todo lo anterior (infinitas gracias Moisés!!). Uno debe aprender a trabajar en grupo, ya que muchos proyectos son imposibles de realizar de forma individual. Esto implica aprender a dejar de lado el ego y convivir con personas que muchas veces no se conoce o que no se escogerían fuera de la universidad. Esas relaciones se complican por la presión que todos tienen encima y más de alguno de esos equipos de trabajo queda en malos términos al final de la clase.
Sin embargo, cuando una puerta se cierra otra se abre. Aunque personalmente este aspecto ha sido una gran ventaja, muchas personas encuentran serias objeciones a tener romances con compañeros de la carrera. Piensan que tanto tiempo juntos es contraproducente, asfixiante y evapora el misterio. Además que en caso de rupturas uno está condenado a seguir viendo a la otra persona o peor, está atado a un grupo de trabajo con ella. En cualquier caso la combinación de pasar bastante tiempo con alguien bajo niveles prolongados de estrés hace muy probable un embarazo no deseado, pero si esto pasa con estudiantes de medicina que deberían estar mejor advertidos, ¿por qué no habría de pasar con nosotros, técnicos con delirios de artistas? Los matrimonios entre arquitectos son muy frecuentes, pero repito, yo no me puedo quejar por eso.
Uno va perdiendo el tiempo para hobbies, distracciones o deportes. Esto sólo agrava uno de los factores negativos más significativos: el estrés, el desvelo y sus efectos. No puedo creer que Lewis no mencionara el hecho que esta carrera es famosa por que todo mundo en la casa se va a dormir temprano y uno se levanta a la mañana habiendo trabajado sin descanso y todavía con mucho por hacer. Esto puede ser por periodos cortos de tiempo, durante semanas de entregas solamente; o dependiendo de las exigencias de los profesores o la cantidad de clases matriculadas, puede durar todo el semestre. Las consecuencias son visibles: se empieza a subir o a bajar de peso dramáticamente; la cara se llena de acné, el pelo se cae, las ojeras se vuelven irreversibles e imposibles de maquillar. El carácter cambia y de repente uno es todo sensible, voluble e insoportable. Se sabe de la gente que ha sentido la necesidad de recurrir a sustancias o métodos ilegales para poder sobrellevar todo esto.
Todo esto va a ser por un tiempo prolongado, porque volviendo a la comparación con Medicina, esta es una de las carreras más largas que existen.
Se plantea la pregunta: ¿por qué someterse voluntariamente a tanta tortura? A estas alturas puedo asegurar que en numerosas ocasiones cuestionaba mi nivel de masoquismo, mientras en plena madrugada todo mundo dormía y yo estaba atorada trabajando, sintiendo mis piernas y brazos dormidos, escuchando la estática de la radio. Pero sí hay ciertas recompensas y ventajas, algunas que todavía espero, otras que disfruto en todo momento. Todas serán narradas en una próxima entrega.
La humanidad ha visto desfilar a lo largo de los siglos a prodigiosos maestros de las teclas: Beethoven, Mozart, Liberace, Elton John, Tori Amos... Los grandes talentos dan un respiro a nosotros, pobres mortales, en nuestras patéticas y finitas existencias. Nos ofrecen un atisbo de lo trascendental, lo divino y todo aquello que da sentido a nuestras vidas. Es sólo justo que hoy incluyamos entre esos maestros a Fatso:
¿Pero quién es el genio detrás del suéter azul?, se preguntarán. Es mejor que lo conozcamos a través de su impacto en nuestra cultura. Primero, es capaz de derrotar a los grandes.
Ha incursionado en diferentes movimientos artísticos. En el Realismo/Naturalismo: En el mundo electrónico:
Desde luego que ha experimentado con el Minimalismo:
El Puntillismo es definitivamente uno de sus fuertes:
El arte oriental del Origami le ha fascinado:
Y la Alta Cocina ha sido bendecida con sus experimentos:
Como todo agente de la inspiración ha influenciado a grandes artistas. Leonardo da Vinci no pudo resistir la tentación:
Andy Warhol le pronosticó más de los tradicionales 15 minutos de fama:
Hasta Shepard Fairey tuvo el honor de retratarlo:
El mundo de los video juegos le rindió tributo en Longcat:
Y WoW desde luego, hizo su propia versión, reemplazando a Fatso con Deathwing, padre de la legendaria Onyxia:
Muchos se preguntan el origen de la camiseta de los tres lobos aullando a la luna. Pocos saben que la primera fue la camisa de tres Fatsos: Otras artes también se han aprovechado de este fenómeno para impulsar sus ventas en tiempos de crisis. La moda sobresale por su diversidad de ofertas:
Pero nuestro pianista felino también está disponible en orfebrería:¡Alabado sea el legado de Fatso!
02 November 2009
“Silly things do cease to be silly if they are done by sensible people in an impudent way.”
Emma es una joven de 21 años que vive con su padre hipocondríaco, sobreprotector pero adorable en un pueblo inglés en el siglo XIX. Es guapa, simpática y tiene dinero. Su vida es apacible y agradable, por lo que es su obligación moral que las vidas de los demás sean tan bendecidas como la suya. Ya ha tenido experiencias positivas en el reino de emparentar conocidos, como sucedió con su antigua niñera e institutriz, la ahora señora de Weston, así que es natural que quiera emparentar a su amiga Harriet, una pobre huérfana, de orígenes desconocidos, con el señor Elton. Pero las buenas intenciones no le atribuyeron habilidades de observación a nuestra heroína y resulta que el señor Elton en realidad está enamorado de ella y jamás se fijaría en una hija de nadie como Harriet. Desde luego que Emma lo rechaza, pero el señor Elton no perdió el tiempo y a los pocos meses regresa con una esposa totalmente opuesta a su candidata anterior: la señora Elton es altanera, ridícula y snob, cualidades que comparte con su esposo pero que nunca había mostrado antes.
En esos pueblos pequeños los eventos más notorios son las fiestas, las cenas, las visitas o todo aquello que pueda generar una buena conversación a la hora de tomar el té. Frank Churchill es el hijo del señor Weston que vive con unos tíos que se encargaron de su crianza, y después de una espera muy comentada finalmente llega de visita para rendir honores a su nueva madrastra. El otro suceso que altera el panorama es el regreso de Jane Fairfax, una muchacha de origen humilde que vive con su parlanchina tía y su abuela, que a pesar de haber recibido una educación de calidad por haber sido criada por unos amigos de dinero, tiene que prepararse mentalmente para su terrible condición de futura institutriz ya que sus medios no le permiten vivir sin trabajar. Jane es tan reservada como Emma es jovial y es natural que no sean grandes amigas. Pero nada puede opacar a Frank que resulta ser tan inteligente y agradable como todos se lo imaginaban. Es incluso probable que tenga los méritos suficientes para hacerle pensar a Emma que podría romper la promesa de nunca casarse y abandonar a su padre. Pero a su buen amigo, el señor Knightley, nunca le ha caído bien Frank, le parece falso y sospechoso, a pesar de que no tiene una idea clara de por qué.
Entre bailes, caminatas y reuniones se van desgranando los días, hasta que Frank es arrebatado de las manos de sus amigos debido a que su tía enferma y se ve acechada por la muerte. Emma debe regresar a su rutina habitual. Sólo que ahora todo ha cambiado, y el mundo se desmorona: secretos quedan expuestos, amistades cambian y sentimientos son confesados.
Jane Austen tiene un estilo impecable, divertido y deliciosamente elegante. Ella logra convertir un idioma tan simplón que ni siquiera tiene tildes en un espectáculo de refinamiento. Sus personajes están construidos de una manera que logra convencernos que son reales, que sus problemas son importantes y que nuestra vida gira alrededor de la de ellos. Uno logra sentir auténtico cariño por una muchacha consentida que nunca ha tenido que trabajar en su vida y a la cual nada le ha costado y que además se siente con el derecho de manipular a las personas a su alrededor. Todavía no logro recuperarme de mi indignación hacia Frank, a quien si lo veo en alguna película le voy a lanzar algo a la pantalla del televisor, y entiendo perfectamente por qué se desconfía de las personas como Jane, que en su aparente perfección y prudencia en realidad esconden oscuros secretos e intenciones.
Creo que el gran mérito de Austen reside en describir la vida diaria y los sentimientos de sus personajes como si de cuestiones trascendentales para la humanidad se trataran. Se convierten en importantes bajo su lente, y uno empieza a pensar que su vida también puede ser tan emocionante y divertida aunque se desarrolle en un pequeño pueblo, o lo que es igual, en la capital de Honduras. Las personas brillantes hablan de los demás, que nadie se engañe.
Hoy me tocó leer un poco sobre cómo la forma del cuerpo puede que tenga alguna relación con el temperamento de las personas. Durante los años 40s, el psicólogo americano William Sheldon investigó esa relación basándose en un arsenal de fotos y entrevistas a los sujetos fotografiados, llegando a formular una teoría que planteaba que según la capa del cuerpo dominante en cada persona se podían deducir algunas características de su personalidad. Son tres tipos de cuerpos según las tres capas, determinadas por las primeras células que forman un embrión. La primera capa es la de la piel y el sistema nervioso que forma los cuerpos endomorficos, la segunda capa es la de los músculos y engloba a los cuerpos mesomorficos y la tercera es la de los cuerpos más redondos, los endomorficos. Las personas de la primera categoría son delgadas, bajitas y tienen poco músculo o grasa; disfrutan leer, escribir y son introvertidos. Los mesomorficos son aquellos que por tener músculos fácilmente desarrollables con ejercicio son personas activas, positivas y trabajadoras. Y por último, el biotipo endomorfico trata sobre personas que disfrutan no sólo de la comida sino también de otros apetitos sensuales, son joviales, sociables y les encanta vivir. Desde luego, estas teorías suenan un poco estereotipadas, pero así como no han podido ser comprobadas o rechazadas completamente, no suenan tan ilógicas. Así que en mi condición de flaca, introvertida y temerosa de la vida no puedo evitar pensar en cómo me gustaría disfrutar como endomorfica. Desde luego que, con mis medios, no puedo costearme comer afuera seguido ni tan rico que digamos; con mi iniciativa es imposible preparar platillos decentes. No me queda otro remedio más que verlos en la televisión.
Los programas de comida son muy particulares, necesitan de presentadores extremadamente carismáticos y algún tipo de cuestión temática para atrapar a las personas. Pues empezando de lo más extravagante y pasando a lo mejor en calidad, empiezo por “Surfing the menu”. Unos chefs súper jóvenes y definitivamente mesomorficos cocinan al aire libre y luego se van a bañar al mar o a surfear. Suena extraño y a veces realmente lo es. Un día cocinaron tamales mexicanos que consistían en unas bolas de masa hervidas que aderezaban con mole poblano. La decepción fue inevitable, necesitan supervisores latinos con urgencia.
El chef Emeril Lagasse enseña a cocinar a amas de casa llevándolas a supermercados “Whole foods” donde todo se ve sospechosamente fresco. El tipo es todo eléctrico y no puede quedarse quieto cinco segundos, lo que explica sus numerosos restaurantes, libros de cocina publicados y series de televisión en que ha participado. Uno de ellos es sobre hamburguesas gourmet así que está muy cerca de calificar como el hombre perfecto, pero él, como todo buen cocinero sí tiene un cuerpazo que podría ejercitar mejor.
Esto plantea el dilema de los chefs delgados, como los hermanos Rubino en “Menú a la medida”. Son tan flacos que sólo me recuerdan a Anton Ego en “Ratatouille”: es extraño ser tan delgado si se disfruta realmente de la comida, y son calvitos, pero eso no es su culpa, todo mundo sabe que ser cocinero es estresante a niveles arquitectónicos. El restaurante de los Rubino es de tendencia oriental y hacen un montón de comidas pequeñitas donde experimentan con recetas moleculares como Ferran Adrià en el Bulli. Ellos representan todo aquello de lo que Anthony Bourdain huye en su programa: son elitistas, gourmet (que significa minúsculo), snobs y ¿qué tipo de autenticidad es ser canadiense y especializarse en comida japonesa? Hay que ver su programa por la misma razón por la que vale la pena ver “Project Runway”: uno se identifica con los niveles de tensión y angustia que inevitablemente se relacionan con trabajar en algo artístico que tiene que ser de calidad y al mismo tiempo satisfacer a un cliente que no tiene idea de lo que cuesta fabricar aquello que él destroza con sus críticas pero los resultados son preciosos e inspiradores. Lástima que al mismo tiempo se vea caro e insatisfactorio; después de ir a Rain uno seguramente se ha de ir a comer comida callejera para terminar de llenarse.
Hablando de competencias, desde luego que tengo que mencionar “Top Chef”. Creo que desde “American Idol” no hay un concurso tan disfrutable como este. De hecho, los jueces están ligeramente inspirados en su predecesor musical. Padma Lakshmi sería una equivalente a Paula Abdul, si fuera un poco más piadosa y amigable, pero es tan bonita que no lo necesita. Tom Colicchio tiene reminiscencias de Simon Cowell, es implacable y difícil de complacer. Y Gail Simmons y Ted Allen son la voz de la razón en empaques más simpáticos, à la Randy Jackson, pero también opacados por sus feroces contrapartes. Me encanta cómo cada episodio gira alrededor de un concepto, como comida de avión o comida de rodeo, y la temporada que he visto, la tercera, tenía participantes súper carismáticos que eran amigos entre ellos, algo insólito en estos ambientes.
Pero mi primer lugar va definitivamente a la australiana de origen chino Kylie Kwong. Su programa se balancea de un hilo entre lo acogedor y lo cursi, pero es definitivamente de calidad. Kylie está súper orgullosa de sus raíces por lo que sus recetas son de comida china pero en una versión sencilla y al mismo tiempo elegante. Son lo suficientemente caseras para parecer que pueden curarte de cualquier enfermedad o depresión, o para compartir con amigos, como ella lo hace muy seguido, pero sí se ven hechas por una chef profesional. Ella sería la compañera de cuarto ideal, es simpática, amable y te mantendría bien alimentado. Habla muy seguido sobre su vida y uno tiene la impresión de que la conoce. Cuando la comparo a Rachael Ray en cualquier aspecto sale vencedora: Ray está demasiado contaminada con el formato de talk show matutino, en el que tiene que invitar a celebridades, hablar de noticias del espectáculo y entretener a su audiencia, al punto que la comida la hace a la carrera y pasa a un segundo plano. Se ve poco auténtica, como si la comida sólo fuera una excusa para promocionar el producto que es ella en realidad. Por otro lado, Martha Stewart me parece tan pasivo-agresiva que ni me atrevo a ver sus programas, así que el día que me vaya a vivir sola va a ser el libro de Kylie el que me va a ayudar a sobrevivir.
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