Hace unos meses estaba dando un seminario de introducción al arte contemporáneo a estudiantes de licenciatura en Historia del arte. Tratando de encontrar artículos sobre arte hondureño que pudiéramos discutir en clases, encontré uno de Gustavo Larach en el que reseña la Bienal de Arte Hondureño del 2010 en la que los artistas denunciaban el Golpe de Estado del 2009. Ese artículo me permitió tomar distancia con respecto a la situación en Honduras y analizarla, no desde el ojo del huracán, como cuando estaba en Honduras en el 2009, pero como alguien que ha vivido en otros lugares y que entonces ve con otros ojos las crueles condiciones de vida del país, avaladas por un sistema corrupto formado por políticos, empresarios, líderes religiosos y dueños de medios de comunicación. No fue hasta que vi cómo viven en otros lados que entendí que en Honduras la consigna es sálvese quien pueda y que todos los ciudadanos están desprotegidos frente a los intereses de la empresa privada y de otros países, especialmente los que sólo quieren pillar sus recursos.
Durante el Golpe del 2009, yo estaba tan obnubilada por mi rechazo a Mel Zelaya que no podía entender que la gente saliera a las calles a defenderlo, ni que quisieran destruir todo a su paso. No entendía por qué mi papá que sin defender a Mel estaba en desacuerdo que le hicieran golpe de estado. Tenía muchos amigos que defendían a Mel y me peleé con muchos. Con algunos mi cariño y respeto por ellos lograron que siguiera en contacto con ellos, pero a otros los borré de mi vida.
Pero ahora entiendo que sacar a Mel a la fuerza fue la primera ilegalidad que inició todo. Fue eso que permitió que un partido asociado al narcotráfico se implantara en el poder y que se perpetuara allí, saqueando el Seguro Social, robando millones engañándonos a todos con sus espejismos de mejoras al transporte público, haciendo artimañas para controlar poco a poco todas las instancias del Estado hasta permitir la reelección de un monstruo.
Y ahora sé que, si yo estuviera en Honduras, yo también saldría a las calles a destruir todo a mi paso. Porque a ese presidente tramposo no se le puede vencer con la vía legal, que eran las elecciones. Porque ya no hay nada más que perder. Honduras no puede estar peor, la gente no puede ser más pobre, la inseguridad no puede ser más generalizada. Y que estos son los momentos cruciales que pueden ser el inicio de una nueva etapa. Y que a veces hay que incendiar todo para volver a construir.
Hubo un tiempo en que miraba los edificios en el centro de Tegucigalpa, la Catedral, el Congreso, la Antigua Casa Presidencial, entre muchos otros, como las joyas que había que defender cueste lo que cueste, porque son nuestra historia y nuestra identidad. Pero vi la noticia del incendio del Museo del Hombre y supe que de nada sirve tener esos edificios si lo que representan, la democracia, la libertad y la esperanza por un país mejor, no existen. Ya nada más importa, excepto sacar a ese hombre, a sus cómplices en todas las esferas del país, empresarios, periodistas, pastores y sacerdotes, y a todos los activistas que financia y que son los únicos que lo defienden. Ya nada más importa aparte de volver a tener fe en la ley y en la constitución.
Estar lejos de Honduras en estos momentos es un espantoso ejercicio en impotencia. No que en el 2009 yo haya sido muy útil viendo noticias todo el tiempo y yendo a marchar dos o tres veces. Pero me rehúso a que deslegitimicen mi derecho a tomar posición, a opinar y a compartir noticias, sólo porque estoy en el extranjero. No hay nada cómo vivir afuera para hacerte consciente que tu nacionalidad es un tatuaje que llevás en la frente y que nada puede borrar. Pero también, vivir lejos no significa que mis nexos con mi país hayan desaparecido. Mis papás, mi hermano, mi cuñada, mis amigos, mis profesores, una gran parte de mi vida están allí y quiero que estén bien. Mis amigos están empezando a tener hijos y no puedo dejar de pensar en qué condiciones van a vivir. 26 de mis 32 años los he vivido en Honduras, una gran parte de mi historia está en ese lugar. Mientras yo no tenga un permiso de estadía permanente en otro país, mientras mi único pasaporte sea hondureño, el único lugar que me va a recibir con los brazos abiertos y sin ninguna condición es Honduras. Así que, de alguna forma, yo también estoy viviendo todo lo que está pasando.
A few months ago, I was teaching an introductory seminar to contemporary art history to Art History bachelor students. Looking for articles on Honduran art that we could discuss in class, I found one by Gustavo Larach on the Third Honduran Biennial in 2010, in which artists denounced the 2009 coup d’état. This article made me look at the situation in Honduras from a distance and analyze it, not from the eye of the hurricane, as when I was in Honduras in 2009, but as someone who has lived elsewhere and see with other eyes the cruel life conditions in the country, endorsed by a corrupt system formed by politicians, entrepreneurs, religious leaders and media owners. It was not until I saw the way other countries lived that I understood that in Honduras the watchword is every man for himself and that all citizens are at the mercy of a ruthless private sector and of other countries, especially those that want to pillage its resources.
During the 2009 coup d’état, I was so blinded by my distaste for Mel Zelaya that I could not understand how people got on the streets to defend him, wanting to destroy everything around. I could not understand why my father, without defending Mel, did not agree with the coup. I had many friends who defended Mel and I got into fights with many of them. With some, my friendship and respect took over and we remained in contact, but others I erased entirely from my life.
But now I understand that ousting Mel was the first illegal act that started it all. That allowed a party linked to drug-trafficking to implant itself in power and stay there, robbing the national health system, stealing millions with their mirages of improving public transportation, doing tricks to little by little control every entity in the State and allow the reelection of a monster.
Now I now, that if I were in Honduras, I would go out in the streets and destroy everything around me. Because you cannot beat this president through the legal way that were the elections. Because there is nothing left to lose. Honduras could not be worse, people could not be poorer, insecurity could not be more generalized. And these are the crucial moments that could mark the beginning of a new age. And sometimes you have to burn it all before rebuilding again.
There was a time when I looked at the buildings in the center of Tegucigalpa, the Cathedral, the Congress, the Former Presidential House, among others, as the jewels that had to be defended no matter the cost, because they embody our history and identity. But when I saw the news on the fire at the Museo del Hombre, I knew that it is useless to have these buildings if what they represent, democracy, freedom, and hope for a better country, do not exist. Nothing matters anymore, except taking down this man, his accomplices in every level of the country, entrepreneurs, journalists, pastors and priests, and every activist he funds and who are the only ones who defend him. Nothing matters anymore besides having faith in the law and in the constitution once more.
Being far from Honduras in these moments is a horrible exercise in powerlessness. Not that I was very useful in 2009, watching the news all the time and marching two or three times. But I refuse to have my right to take a stand, to comment, and to share news, delegitimized just because I’m abroad. There is nothing like living in a foreign country to make you understand that your nationality is a tattoo in your forehead you cannot erase. But also, living far away does not mean that my links with my country have disappeared. My parents, my brother, my sister-in-law, my friends, my teachers, a great part of my life is there and I want them to live in peace. My friends are starting to have children and I cannot stop thinking of the conditions in which they will live. I have lived in Honduras 26 out of my 32 years, a great part of my history is there. And as long as I don’t have a permanent residence permit in another country, as long as my sole passport is Honduran, the only place that will greet me with open arms and no questions asked is Honduras. So, in a way, I’m also going through what is currently happening.
Conozco a alguien hondureño que también lleva unos buenos años fuera del país, y sorprendentemente, ahora defiende al gobierno actual, porque asegura que las estadísticas que se muestran al mundo no mienten, y que por eso realmente se nota (a lo lejos y en números) que ha mejorado el país en materia de seguridad, empleos y calidad de vida. Este post me ha devuelto las esperanzas que ante el mundo no parece que todo está bien en Honduras. Es asunto de todos los hondureños, dentro o fuera del país, informarse y hacer su parte, por pequeña que sea, para deshacer el nido de corrupción que se ha formado. ¡Saludos Marcela!
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