18 February 2019

Running


Running in Geneva


Si hace algunos años alguien me hubiera dicho que algún día iba a empezar a correr, que incluso iba a participar en una carrera y que me iba a hacer mucha falta cuando dejara de hacerlo, no lo hubiera creído. Siempre fui la primera en burlarme de los masoquistas que corrían bajo la lluvia, en el invierno, o que simplemente lo hacían, así que ¿cómo diablos terminé siendo uno de ellos?

If anyone had told me a few years ago that there would come a day when I would start running, that I would even take part in a race and that I would miss it when I would stop doing it, I would have never believed it. I was always the first one to make fun of the masochists running in the rain, during winter, or just doing it at all so, how the hell did I end up being one of them?


Running in Geneva


Como dice la expresión en inglés, todo es cuestión de “location, location, location”. Cuando me mudé a mi último apartamento en Ginebra en mayo del 2017 estaba a cinco minutos del lago Lemán y era sencillamente un sacrilegio no aprovechar para correr en el hermoso paseo que rodea el lago.

Además, venía de casi un año y medio de pasar tiempo con mis colegas del departamento de historia del arte que son, en su mayoría, corredores empedernidos. Me terminaron contagiando de su entusiasmo, especialmente una de ellas que era la más dedicada y que me invitó a que la acompañara a uno de sus entrenamientos semanales. Encima de eso, en Ginebra se celebra en diciembre la carrera de la “Escalade” en el centro histórico de la ciudad y es todo un evento. Hay carreras para todos los niveles y edades y se matriculan más participantes que para el maratón de Nueva York. Es casi un rito de integración participar y después de pasar todos esos años allí, tenía que hacerlo por lo menos una vez.

Al principio intenté hacer de mi nuevo hobby una experiencia social. Fui a una sesión de los “Geneva runners”, un grupo de expats que corren dos veces por semana, pero me dejaron atrás en menos de diez minutos. Eso no tenía futuro, ni siquiera porque se reúnen a tomar cervezas y comer hamburguesas después de los entrenamientos (lo que es contra productivo, si quieren mi opinión).

Así que me compré un manual sobre “cómo correr” y empecé a hacerlo sola, a mi propio ritmo, con una aplicación en el teléfono y con audífonos para escuchar música, porque las veces que corría sola sin música casi me da un ataque de pánico de escuchar mi respiración frenética. Mi recorrido era sublime: empezaba a orillas del lago – cuya belleza no tiene comparación en primavera pero que te congela el alma en invierno – luego se atravesaba el jardín botánico, subía la súper empinada cuesta de la Emperatriz, atravesaba una zona con casas de ricos y terminaba regresando por el Palacio de las Naciones, hasta llegar de nuevo al centro de la ciudad y a mi apartamento en Pâquis. Era un total de 7.7 km en una hora. Llegué al punto en que lo hacía tres veces por semana: los días de semana me quedaba trabajando en mi apartamento en la mañana por tres horas y a las 11 y media me iba a correr para tener algo de sol. Los fines de semana me levantaba temprano para aprovechar que no hubiera nadie. Creo que nunca he estado en mejor forma física que durante ese periodo.

Con mi amiga corríamos ya sea a orillas del río Rhône, en el parque deportivo del “fin del mundo” (Bout du Monde), o en el centro cuando nos entrenábamos para la carrera de la Escalade. Con ella aprendí a correr fraccionado, alternando momentos de carrera intensa con otros más tranquilos, pero nunca pude llegar a su nivel. Ella tiene muchos años más de entrenamiento y de experiencia en competencias. Mi objetivo era únicamente no desmayarme en medio de la calle y sentir la euforia después de correr.

Porque confieso que correr puede ser divertido y es hasta una especie de meditación en la que se olvida todo y se deja de pensar, pero lo mejor es sentirse invencible justo después de terminar. Es definitivamente una droga, la mejor de todas, y es cierto lo que dicen: el frío se quita al cabo de cinco minutos (solo nunca hay que olvidar los guantes en invierno, hacen una gran diferencia) y la lluvia tampoco importa, a veces es mejor porque espanta a los peatones.

La Escalade fue toda una experiencia también. Había mucha gente y a pesar de que me había entrenado varias veces en el recorrido, que tiene muchas cuestas, en esa ocasión lo sentí bastante difícil. Tal vez porque uno corre más rápido que lo que se está acostumbrado cuando te dejás llevar por la manada. Terminé corriendo 4.8 kilómetros en 27 minutos 24 segundos, lo que no está nada mal considerando que me sentía a punto de vomitar cuando atravesé la línea de llegada.

Desafortunadamente, después de la carrera bajé el ritmo, especialmente porque la redacción de la tesis me destrozó la espalda y me tocó dejar de correr por un tiempo. Desde que estoy en Lyon he empezado a retomar la costumbre poco a poco, pero estoy menos motivada porque me toca tomar el bus para ir al parque más cercano y porque el transporte francés es menos puntual y eficaz que el suizo. Así que lo hago solo una vez por semana. Y solo el tiempo dirá si volveré a participar a una carrera. Tal vez cuando encuentre a alguien con quién entrenar y participar juntas. Por mientras lo hago para divertirme nada más, sin ninguna presión.

Running in Geneva



As the saying goes, it was all a matter of location, location, location. When I moved to my last apartment in Geneva in May 2017, I was just five minutes away from the Leman Lake and it was simply a shame not to take advantage of the beautiful path surrounding the lake.

Besides, I had just spent a year and a half with my colleagues of the art history department who are, for the most part, devoted runners. I ended up sharing their enthusiasm, especially from one of them who is the most dedicated and who invited me to join her to one of her weekly trainings. On top of that, Geneva organizes the “Escalade” race at the old town each December and it is a very big deal. There are races for all levels and ages and there are more participants in this race than for the New York Marathon. It is almost a rite of passage to participate in it and after all those years living there, I had to do it at least once.

At first, I tried to turn my new hobby into a social experience. I went to a session of the “Geneva runners”, a group of expats who get together twice a week, but they all left me behind in less than ten minutes. That thing did not have a future for me, despite them getting beers and eating hamburgers after the trainings (which is counterproductive if you ask me).

So I bought a manual on “how to run” and started doing it by myself, at my own pace, with an app on my phone and headphones to listen to music, because each time I was alone with no music I almost had a panic attack from just hearing my frantic breathing. My path was sublime: it started at the border of the lake – whose beauty has no comparison in the spring but freezes your soul in the winter – then I crossed the botanical garden, I went up the super steep “Empress Hill”, I went through a rich people neighborhood and ended up by the Palais des Nations, until I reached the city center and my apartment in Pâquis. It was a stroll of 7.7 km in one hour. I reached the point when I did it three times a week: on weekdays I worked from home for three hours in the morning and left at 11:30 to have some sun. During the weekends, I got up really early to enjoy being by myself. I don’t think I have ever been in better shape that during this period.

With my friend, we used to run by the Rhône River, in the sports field of the “end of the world” (Bout du Monde), or in the old town when we were training for the Escalade race. With her, I learned to run at intervals, alternating fast periods with slower ones, but I could never reach her level. She had many more years of training and experience in races. My goal was just to not pass out in the street and to feel the euphoria after running.

Because I must confess that running can be fun and it is a kind of meditation in which you forget everything and you stop thinking, but the best part is to feel invincible just after finishing. It is definitely a drug, the best one of all, and it is true what they say: you no longer feel the cold after five minutes (just do not forget the gloves during winter, they make all the difference) and the rain does not matter either, sometimes it is better because it scares the pedestrians away.

The Escalade was a whole experience too. There was a lot of people and even though I had trained many times in the path, which has many hills, that time I found it particularly hard. Maybe because you run faster than what you are used to when surrounded by a pack of people. I ended up running 4.8 km in 27 minutes 24 seconds, which is not bad considering I felt like puking when I crossed the finish line.

Unfortunately, after the race I slowed my rhythm, especially because writing the dissertation messed up my back and I had to stop running for a while. Since I moved to Lyon, I started running once again, but I am less motivated because I have to take a bus to go to the nearest park and because the French public transportation system is less punctual and efficient than the Swiss. So I only do it once a week. And only time will tell if I will ever take part in a race again. Maybe when I find someone else to train with. For the time being, I just do it to enjoy myself, with no pressure.

Running in Geneva
Running in Geneva
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