Leyendo el excelente libro Judging Architectural Value, me puse a pensar en qué edificio yo estaría en capacidad de evaluar, desde mi propia experiencia. Naturalmente, sería el edificio donde vivo, el edificio D de la residencia universitaria de Ginebra. No tengo pretensiones que este texto sea una crítica profesional. Por los momentos no tengo tiempo de ponerme a investigar sobre la historia de la residencia, o irme a ver archivos de los planos o entrevistar a los arquitectos. Mi intención es expresar el punto de vista de uno de los usuarios de este proyecto, el de estudiante y residente. De forma adicional, cuento con el bagaje adicional de mi formación como arquitecta y de haber vivido previamente en otra residencia, la de Talence, cuando estudié en Bordeaux. Estoy consciente que mi punto de vista está condicionado por mi experiencia personal en el edificio y hasta en cierta forma, en este país, pero la subjetividad no resta validez a mi opinión. Y esto es lo que es al final: únicamente mi opinión meticulosamente madurada.
Reading the excellent book Judging Architectural Value, I started to wonder what would be the building I would be better able to judge, from my own experience. Naturally, it would be the one I live in, the building D from the student residence in Geneva. I have no aspirations for this text to count as professional criticism. For the moment, I have no time to conduct research on the history of the residence, or to go to the archives to look for the blueprints or to interview the architects. My intention is to express the point of view from one of the users of this project, the student and resident. Additionally, I have on my side my training as architect and the fact that I have also lived in another residence, the one in Talence, when I studied in Bordeaux. I am aware that my point of view is conditioned by my personal experience in the building and, in a way, in this country, but subjectivity does not make less valid my opinion. And this is what it is in the end: only my meticulously pondered opinion.
El edificio D fue inaugurado en septiembre del 2013 y es el más reciente en un complejo que incluye tres edificios residenciales – todos para estudiantes – y otros de servicios que incluyen: cafetería, restaurante, teatro, lavandería, mini-supermercado, gimnasio, canchas techadas de basketball, canchas al aire libre de volleyball de playa y de tennis, salas de squash, sala de música, sauna y salas de reunión y de fiesta. La Cité es entonces una verdadera ciudad en miniatura, con muchas comodidades además de los servicios básicos.
Los edificios A y B son de los años 60 y cuentan con pisos de varios cuartos individuales además de baños y cocinas compartidos. Ese modelo era estándar en aquella época, en la que se necesitaba acomodar a mucha gente, con los recursos mínimos y construir en el menor tiempo posible. Pero no puedo imaginar la vida diaria en esos edificios como la ideal, cuando escucho relatos de robos de comida de los refrigeradores compartidos, las historias de ruido y de los niveles irregulares de limpieza. Un edificio de estos ya no podría ser construido en nuestra época, por muy pocos recursos que se tengan. Y tomando al edificio D como reflejo de los valores o de las aspiraciones de una residencia estudiantil del siglo 21, puedo decir que en el nuevo milenio se espera que los estudiantes vivan cómodos, y más que eso, rodeados de lujos.
La mayoría de los apartamentos son compartidos, para 4 o 6 personas, pero tiene también estudios para parejas y apartamentos en el último piso para familias. Tiene 7 niveles y uno puede tener vista hacia la montaña del Salève o hacia el jardín de la Cité. Mi apartamento tiene 4 dormitorios, cada uno con su baño individual, y hay una cocina común, muy bien equipada. En Bordeaux teníamos dos hornillas para cocinar y nada más; aquí en Ginebra tenemos una estufa de lujo, con su extractor, horno y microondas. La cocina parece de revista de decoración, con un espacio de trabajo de acero inoxidable. Aún así, le doy puntos menos por poner un refrigerador muy pequeño para cuatro personas y por no prever suficientes estantes para guardar cosas.
Una de las cosas que más me ha intrigado durante mi estadía es el silencio y la tranquilidad en este edificio. No pareciera que tiene cientos de estudiantes provenientes de todas partes del mundo. En Talence habían fiestas todos los fines de semana, algunas que incluso tuvieron que ser clausuradas por la policía. En Ginebra aunque hayan fiestas organizadas por la asociación de residentes, no tienen buena reputación y uno puede perfectamente no enterarse de ellas: la sala de fiestas está en el sótano, alejada de los cuartos. Me intriga también que en mi apartamento hasta ahora no he podido tener el ambiente de convivialidad que tuve en Francia. Obviamente allá vivía con chavas de mi edad, las tres estábamos estudiando la maestría y rápidamente nos hicimos amigas. Comíamos juntas, salíamos juntas y organizábamos cenas todo el tiempo. En Ginebra he tenido una plétora de compañeros de apartamento, con algunos me he llevado mejor que con otros, pero en estos dos años ha sido casi una excepción comer con alguno de ellos, o tan siquiera verlos en el día. Hasta ahora yo había atribuido este fenómeno no sólo a nuestra diferencia de edades, formaciones e intereses, pero una amiga me hizo el comentario que también la distribución del espacio no se presta a fomentar el intercambio. En Francia, nuestra cocina era el núcleo del apartamento, mientras que aquí los cuartos están repartidos a lo largo de un pasillo, al estilo hospital. No es que sea la “culpa” del edificio que las relaciones con mis compañeras no sean cercanas, pero ciertamente el espacio no está diseñado para ayudar en ese sentido, cuando cada quien puede aislarse tan fácilmente de los demás.
El apartamento tiene ventanas a lo largo de toda la pared que da hacia el interior del edificio. Los apartamentos se pueden ver entre sí. De hecho, una parte de la decoración es justamente una serie de cortinas con las que se puede obtener privacidad. Esas cortinas son lo único que da color a un edificio enteramente de concreto, pintado en color gris claro al interior, gris oscuro al exterior. Irónicamente, me comentaba una de mis compañeras, hay cortinas por todo el apartamento, excepto en los cuartos individuales. Uno cuenta sólo con persianas. Otra compañera me decía que las ventanas internas eran para fomentar intercambios con los otros apartamentos: para verse, saludarse y eventualmente conocerse. Pero cuando estoy en mi apartamento y salgo en pijama a desayunar no quiero ver a mis vecinos. Cuando llego en la madrugada, no tengo ganas que me vean tampoco. Y esa es la cuestión: te pueden ver tus vecinos pero también los vigilantes de la residencia. Y uno ya se siente vigilado todo el tiempo, por la administración y por las señoras de la limpieza que pueden entrar al apartamento en cualquier momento. Si a eso se le agrega las ventanas internas, el delirio de persecución es justificado.
Me planteé la pregunta de si el hecho que el edificio fuera tan lujoso no es más bien un defecto. Tiene cosas, que si bien hacen la vida más cómoda, al final hubiéramos podido ahorrarnos en la mensualidad. En Francia no te dan horno, microondas, aspirador, plancha con su planchador, o no te cambian la ropa de cama cada dos semanas, pero no te hacen pagar por eso tampoco. Para poder vivir en esta residencia hay que justificar que tus medios son limitados; hubieran podido considerar eso para bajar un poco más el precio de la renta. Aunque tengo que decir que tomando en cuenta el mercado inmobiliario de Ginebra, la renta en la Cité es bastante accesible. Pero sólo porque buscar y pagar un apartamento en Ginebra podría calificar como uno de los castigos en el infierno de Dante.
Otro defecto del apartamento es su inhospitalidad: los visitantes no son bienvenidos. No tiene timbre, o intercomunicador para llamar a los apartamentos desde afuera. Algo que seguramente fue a propósito, ya que me cuesta creer que no había presupuesto para eso, viendo las otras cosas que tiene el edificio. Sólo pueden entrar al edificio los residentes con su llave electrónica. Los visitantes tampoco pueden usar el ascensor, ya que también se necesita la llave. Me equivoco al decir que los visitantes no son bienvenidos: lo son, siempre y cuando paguen los 15 francos por noche para que abran el candado que bloquea la cama adicional debajo de nuestra cama. En Francia no teníamos cama adicional y tampoco teníamos permiso de traer invitados, pero por lo menos no se podían enriquecer cuando los teníamos.
Y el peor defecto que le encuentro al edificio: la calidad de la pintura. Los estudiantes tenemos prohibido pegar cualquier tipo de afiches en las paredes. Cualquier marca de tape implica una multa de 100 francos por pared una vez que dejemos el apartamento. ¿Pero no se les ocurrió que tal vez queremos un poco de color en las paredes grises, o apropiarnos de nuestro espacio para sentirnos un poco en nuestra casa? La pintura es tan mala que con una mala mirada se deteriora, e insisto, si hubieran querido hubieran podido pagar por una buena pintura. Pero al final este edificio es un reflejo de Ginebra y de Suiza en general: es un lugar cómodo para vivir, pero frío y donde cuesta conectarse con los demás.
Building D was inaugurated in September 2013 and it is the most recent in a complex that includes three residential buildings – all of them for students – and others for services that include: cafeteria, restaurant, theater, laundry, mini-supermarket, gym, indoor basketball court, outdoor tennis and beach volley courts, rooms for playing squash, sauna, and meeting and party rooms. The Cité is therefore a real miniature city, with many comfortable aspects in addition to basic services.
Buildings A and B were built in the 60s and in each level there are individual rooms with shared bathrooms and kitchen. This was a standard model at the time, where they needed to accommodate as many people as possible, with the minimal resources and build as quickly as possible. But I cannot imagine daily life in those buildings being ideal, when I hear the stories of people stealing food from the shared fridges, the noise and the irregular levels in cleanliness. A building like those could not be built nowadays, no matter how little means there are available. And taking building D as a reflection of the values or the aspirations of a student residence of the 21st century, I can say that in the new millennium students are expected not only to live comfortably, but also surrounded by luxury.
Most of the apartments are shared, for 4 or 6 people, but they also have studios for couples and apartments for families in the last floor. It has 7 floors and you can either have a view on the Salève Mountain or toward the Cité’s garden. My apartment has 4 bedrooms, each one with its own private bathroom, and there is a shared kitchen, well-equipped. In Bordeaux we had two stovetops to cook and nothing else; here in Geneva we have a luxury stove, with its extractor, oven and microwave. The kitchen looks like it could be featured in an interior decoration magazine, with its stainless steel counter. And yet, I take points off from it for having a fridge too small for four people and not having enough shelf space for storage.
One of the things that have intrigued me the most during my stay is the silence and the calm in the building. It does not look like it holds hundreds of students from all over the world. In Talence there were parties every week-end, some that even had to be shut down by the police. In Geneva even if there are parties organized by the residents’ association, they don’t have a good reputation and one can overlook them effortlessly: the party room is in the basement, away from the dorm rooms. I also find intriguing that in my apartment I have not been able to recreate the convivial environment I had in France. Obviously over there I lived with girls that were my age; the three of us were studying our master and we quickly bonded as friends. We ate together, hang out together and we had dinners all the time. In Geneva I have had a plethora of roommates, getting along with some of them, but in these two years it has been almost an exception to eat with them, let alone to see any of them during the day. So far I thought that this was a result of the difference in our ages, studies and interests, but a friend told me the other day that the space does not encourage interaction. In France, our kitchen was the nucleus of the apartment, while here the rooms are distributed over a long hallway, hospital style. It’s not the “fault” of the building that I don’t have close relationships with my roommates, but the space is certainly not designed to help in this sense, when each one of us can get so easily isolated from the rest.
The apartment has windows all over the wall on the internal side of the building. It is therefore possible for apartments to look to each other. In fact, a part of the decoration is a series of curtains that allow some privacy. These curtains are the only touch of color in a building entirely built on concrete, painted in light gray on the inside, dark gray on the outside. Ironically, one of my roommates told me that there are curtains everywhere in the apartment, except on the bedrooms. There, you only have blinds. Another roommate once told me that the internal windows were meant to encourage exchange with the other apartments: to see each other, greet each other and eventually getting to know each other. But when I’m in my apartment in the morning and I go out in my pajamas to have breakfast, I don’t want to look at my neighbors. When I get home late at night, I don’t want them to see me either. And that’s the thing: your neighbors can see you, but also the residence’s guards. And you already feel under surveillance all the time, by the administration, by the cleaning ladies who can come in your apartment at any given moment. If you add the internal windows, the feeling of persecution is justified.
I wondered whether the fact that the building was so luxurious is actually a defect. It has things that, although they make your life more comfortable, in the end we could have spared in our rent. In France they don’t give you an oven, a microwave, a vacuum cleaner, an iron and its ironing board; they don’t change your bedsheets every two weeks, but they don’t make you pay for that either. To live in this residence you have to justify that your means are limited; they could have taken that into consideration to further reduce the rent. Though I must say that considering Geneva’s real estate market, the rent in the Cité is quite affordable. But only because looking and paying for an apartment in Geneva could qualify as one of the punishments in Dante’s Inferno.
Another defect in the building is his inhospitality: visitors are not welcome. It does not have a doorbell, or an interphone to call the apartments from outside. Something that was surely on purpose, for I have a hard time believing that there was no budget for that, seeing the other things the building has. You can only enter the building with a resident badge. Visitors cannot use the elevator either; they also need the badge. But I’m wrong to say that visitors are not welcome: they are, if they pay for the 15 francs per night so that they open the lock on the additional bed there is under our bed. In France we did not have an additional bed and we also were not allowed to bring visitors in, but at least they could not profit when we did.
And the worst defect in the building: the quality of its paint. We are not allowed to stick any kind of posters on the walls. Any traces of tape entails a fee of 100 francs per wall when we leave the apartment. But didn’t they think that maybe we want a little color in our gray walls, or that we may want to personalize the space to feel a little bit at home? The paint is so bad that a bad look will deteriorate it, and I insist, if they had wanted, they could have paid for quality paint. In the end this building is a reflection of Geneva and of Switzerland in general: it is a comfortable place to live, but it is cold and difficult to connect with other people.
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