Hoy, por ser el cumpleaños de Yanis, voy a darme permiso de abrir la caja de Pandora de la nostalgia por todas esas cosas que compartíamos cuando estábamos en el mismo lugar. Tengo muy buenos recuerdos del Mall Multiplaza a las diez de la mañana, o más específicamente del Espresso Americano frente al Jetstereo. Cuando estábamos en vacaciones o buscando trabajo, agarramos la costumbre de ir a tomar café al Espresso. ¿Por qué a las diez? Porque a esa hora abre también Metromedia, que generalmente visitábamos después del café para ir a sufrir por los libros y revistas fuera de nuestro presupuesto. Además porque “Felicity” terminaba a las diez en Sony, así que no podía ser antes de eso. Cuando teníamos algo de dinero extra pasábamos primero por el Cinnabon que está en el primer nivel por unos rollos de nueces y subíamos por los capuccinos al segundo. Era esa época gloriosa en que no sabía que el capuccino sólo debe tomarse por la mañana, antes que me enseñaran en clases de italiano que sólo los turistas incultos lo toman por la tarde. Quién dijo que saber más te hace más feliz… Una variante de esa rutina era ir directamente al Espresso que está en el Metromedia de San Carlos, pero eso era cuando la sección de revistas quedaba en el primer nivel de la librería y no te decían nada cuando agarrabas una revista, la leías tomando un café y luego no la comprabas. Yo aprovechaba para leer la “Vogue”, “Cosmopolitan” o “Elle” americanas, porque generalmente no bajan de 100 lempiras. Yanis, como es el más culto de los dos, agarraba de esas revistas aburridas de ciencias, historia o arquitectura. Creo que entre una revista de moda y una de arquitectura jamás escogería la segunda, pero puedo argumentar que tengo veintiséis años siendo mujer y apenas nueve involucrada en la arquitectura. Dejamos de ir a San Carlos porque nos dimos cuenta que el Espresso allí era más caro (la granita costaba dos lempiras más que en el resto de la ciudad!) y luego remodelaron el local, lo dejaron muy pequeño y perdió todo su encanto.
Mi día favorito de la semana siempre ha sido el viernes. De hecho, una vez encontré un calendario del año en que nací y estaba decepcionada por no haber nacido un viernes, sino un jueves. El viernes por la noche siempre ha sido sagrado para mí, es el único momento en la semana en el que me prohíbo formalmente cualquier tipo de actividad intelectual o académica: no estudio, no trabajo, ni siquiera leo los viernes por la noche. Antes solían ser sólo para comer y ver televisión. Los esperaba con ansias y en mi antiguo trabajo teníamos un código entre todos los dibujantes en el que nos mirábamos y empezaba la “operación fuga” para irnos temprano. Yanis pasaba a recogerme y nos tocaba escoger nuestra cena. Teníamos nuestros menús favoritos: el primero era por supuesto, las hamburguesas de Ruby’s. Esas son las mejores hamburguesas que he probado en mi vida entera y Dios sabe que he probado muchas: a cada lugar que voy ordeno eso la primera vez. Eran jugosas, grasosas, con tocino, hongos, quesos raros, tostaban el pan con lo que debía ser una mantequilla muy mala para las arterias, la carne tenía sangre pero no tanta para parece “tartare de bœuf”. Hasta las papas eran exquisitas. Uno de mis grandes sufrimientos en Francia es que aquí nadie sabe apreciar una buena hamburguesa. He probado varias “al estilo americano” y todas parecen una versión poco inspirada de imitación Bigo’s. Pucha, hasta Bigo’s se me antoja ahora. No sé cuándo fue que descubrimos que Ruby’s tenía servicio para llevar, pero desde entonces ya no nos molestábamos en llenarnos de humo en ese restaurante donde los meseros seis de cada diez veces nos salían pedantes. Nos íbamos a la casa a comer tranquilos, claro, luego de pasar en el tráfico del boulevard Suyapa por una buena hora y media, por lo menos.
Número dos en nuestra lista tiene que ser el pollo con champiñones y hongos de Palacio Real. Estamos hablando de un plato que valía en aquel entonces 200 lempiras, una suma exorbitante para ser comida china. Pero valía cada centavo: los champiñones eran tan suaves, el pollo tan bien condimentado, la salsa era divina. La gente sueña con fuentes de chocolate, yo sueño con fuentes de esa salsa soya en la que sumergiría pedacitos de cebolla y apio.
E n los primeros estadios de nuestra relación desarrollamos una adicción poco saludable al popcorn chicken de Kentucky. Pero era inevitable: pequeños pedazos de pollo frito en salsa de mostaza y miel, ¿cómo se supone que nos íbamos a resistir? Allí fue cuando entendí porque tener carro es un instrumento tan importante para los hombres en cuanto a seducir mujeres se refiere. Creo que hay muy poco que le pude negar a Yanis una vez que me acostumbró al drive-thru de Kentucky. Pero eso sólo era posible cuando éramos jóvenes y vigorosos y poco conscientes de los efectos de la manteca de pollo en nuestros inocentes cuerpos. Y hasta que una vez los mezclamos con vino tinto.
Ahora que lo pienso, todos los buenos recuerdos de nuestra rutina tienen que ver con comida. Tuve que haber anticipado que esta iba a ser una relación donde la gastronomía iba a ser tan importante desde una de nuestras primeras citas, que fue en el Sushi Bar. Como Yanis viaja todos los años a Miami siempre regresaba contando de los restaurantes de varios países que había probado y en especial de los restaurantes de sushi, en los que él se había convertido todo un experto. Para ese entonces yo nunca lo había probado ya que no había muchos restaurantes de ese tipo en Tegucigalpa y los que existían eran muy caros. Era mi cumpleaños y él quería invitarme a probar sushi. Yo quería parecer relajada, mujer de mundo, totalmente cool, pero secretamente estaba angustiadísima por el hecho de comer pescado crudo en la primera vez que iba a salir con un chavo guapo que me gustaba mucho. No soy muy fan de los mariscos, al punto que voy a comer pollo frito al mejor restaurante español de paellas en Valle de Ángeles, sacrilegio por el cual mis padres han considerado seriamente desheredarme. Ordenamos el “barco”, un despliegue de varios tipos de rolls y nigiris. Yo pedí una Coca para tener algo conocido con que poder tragar todo eso. El Sushi Bar es un restaurante súper elegante, pequeño, acogedor, pero ultra snob, donde los meseros son insufribles y la carta tiene un largo ensayo sobre los orígenes del sushi y sobre qué no hacer mientras se está comiendo. Es ridículo, pero la comida es deliciosa. Sólo que esa primera vez yo estaba más que abrumada y nerviosa. Lo único que le pedí a Yanis es que no me dijera qué era cada cosa para no tener prejuicios. Todo iba bien, ni recuerdo de qué diablos estuvimos platicando, yo estaba concentrada más en poder tragar sin asco, que parecía que iba a ser un éxito hasta que en cierto momento tragué algo no identificado. Mejor dicho, algo que de seguro mi cuerpo identificó inmediatamente como camarón. Las ganas de vomitar fueron casi instantáneas. Creo que allí sí me retiré al baño, no recuerdo, hay una gran laguna mental provocada por la vergüenza. Le pregunté qué era esa cosa espantosa y me confirmó mis sospechas, pero por suerte eso fue lo único que no toleré y ahora soy una de esas personas que tienen que evitar comprar salmón crudo para comérselo directamente creyendo que es sushi barato.
Así que Yanis, esto es para que cumplas muchos años más y que probemos muchos otros restaurantes juntos.
Today, since it’s Yanis’ birthday, I will allow myself to open the Pandora’s Box of yearning for all of those things that we shared when we lived in the same place. I have many good memories of the Multiplaza Mall at ten in the morning, particularly of the Espresso Americano right in front of Jetstereo. When we were on vacation or looking for a job we picked up the habit of having coffee in the Espresso. Why at ten in the morning? Because that’s the time Metromedia opened up and we generally went there after the coffee to suffer for all of the books and the magazines we couldn’t afford. Besides, because “Felicity” on Sony ended at ten, so it couldn’t be before that. When we had some extra money we grabbed cinnamon rolls with nuts from Cinnabon on the first floor and went up for the cappuccinos in the second. That was the glorious time when I didn’t know that you should only drink cappuccinos in the morning, before they taught me in Italian class that only ignorant tourists drink them in the afternoons. Who said knowing more makes you happier… One variant from that routine was going directly to the Espresso inside of the Metromedia of San Carlos, but that was when the magazines section was on the first floor and they let you grab one and read it while having coffee and not buy it later. I always read the American “Vogue”, “Cosmopolitan” or “Elle”, because they always cost more than a hundred lempiras. Yanis, since he is the smartest one in the couple, always grabbed one of those boring science, history or architecture magazines. I think that between a fashion magazine and an architecture one I will never pick the second one, but I can argue that I have been a woman for twenty-six years but on the other hand, I only have nine years of being involved in architecture. We stopped going to San Carlos because we realized that the Espresso there was more expensive (the iced coffee cost two lempiras more than in the rest of the city!) and then they renovated the place, made it smaller and it lost its charm.
My favorite day of the week has always been Friday. In fact, once I found a calendar of the year I was born and I was disappointed of not being born on a Friday, but a Thursday instead. Friday night has always been sacred for me; it’s the only moment in the week where I forbid myself any kind of academic or intellectual activity: I don’t study, I don’t work, I don’t even read on Friday night. They used to be just for eating and watching TV. I waited for them impatiently and in my old job we had a secret code with my colleagues where we just glanced at each other and began the “work break operation” in order to leave early. Yanis picked me up and we had to choose our dinner. We had our favorite menus: the first one was, of course, hamburgers from Ruby’s. Those are the best hamburgers I have ever tried in my life and God knows I’ve tried many of them: it’s one of the first things I order whenever I go. There were juicy, fatty, with bacon, mushrooms, weird cheeses, they toasted the bread with what must have been very-bad-for-the-arteries-butter, the meat had blood but not so much to look like “tartare de bœuf”. Even the fries were exquisite. One of my biggest sufferings in France is that no one here appreciates a good hamburger. I’ve tasted many “American style” ones and all of them seem to be uninspired Bigo’s imitations. Damn, now I’m craving Bigo’s. I don’t know when we discovered that Ruby’s had take-out service, but since then we didn’t even bother to get our clothes all smoked up in that restaurant where six out of ten waiters were absolutely pedantic. We went home to eat blissfully, of course, after spending at least an hour and a half in the Suyapa boulevard traffic.
Number two on our list has to be the chicken with mushrooms from Palacio Real. We are talking about a dish that cost, at that time, 200 lempiras, an exorbitant sum for Chinese food. But it was worth every penny: the mushrooms were so soft; the chicken so well-seasoned, the sauce was divine. People dream of chocolate fountains, I dream of fountains with that sauce and having pieces of onion and celery to dip in them.
In the first stages of our relationship we developed an unhealthy addiction to Kentucky’s popcorn chicken. It was inevitable: little pieces of deep-fried chicken in honey mustard sauce, how were we supposed to resist? That’s when I understood why a car is such an important instrument for men when it comes to seducing women. There was little I could say no to Yanis once he accustomed me to Kentucky’s drive-thru. But that was only when we were young and vigorous and unaware of the effects chicken fat had on our innocent bodies. And until the day we mixed them with red wine.
Now that I think of it, every good memory of our routine has to do with food. I should have anticipated that this was going to be a relationship where gastronomy would be that important since one of our first dates that took place in the Sushi Bar. Since Yanis travels every year to Miami he always came back talking about the many restaurants from various countries he had tasted and especially the sushi ones, in which he had become an expert. At the time I had never tasted it before since there were not that many sushi restaurants in Tegucigalpa and those that existed were very expensive. It was my birthday and he wanted to invite me to sushi. I wanted to look relaxed, as a woman of the world, totally cool, but I was secretly anguished over eating raw fish on the first time going out with this very cute guy I really liked. I’m not a fan of seafood, to the point where I have fried chicken on the best paella restaurant in Valle de Ángeles, a sacrilege my parents have considered disowning me for. We ordered the “boat”, an array of many types of rolls and nigiris. I ordered a Coke so as to have something familiar to swallow all of that. The Sushi Bar is a very elegant restaurant, tiny, cozy, but super snob, where the waiters are insufferable and the menu even has this long essay about the origins of sushi and what you should not do while eating it. It’s ridiculous but the food is very good. It’s just that this first time I was overwhelmed and nervous. The only thing I asked Yanis was not to tell me what anything was so as to not have prejudices. Everything was going well, I don’t even remember what the hell we were talking about, I was more focused in swallowing without disgust and it seemed I was going to be successful until I put in my mouth something unidentified. In fact, something my body must have identified immediately as shrimp. The urge to vomit was almost instant. I think I went to the bathroom, I don’t remember, there’s this whole shame-induced blackout. I asked him what this horrendous thing was and he confirmed my suspicions but luckily that was the only thing I didn’t like and now I’m one of those people who has to refrain from buying raw salmon at the supermarket to eat it directly thinking is cheap sushi.
So Yanis, this is for many birthdays more and so we taste many more restaurants together.
Oh dear lord, I'm going out with Liz Lemon!! Which... I find amazingly attractive!
ReplyDeleteEstá genial el post!! De verdad que hemos fluctuado por varias etapas culinarias, todas geniales. Me encanta recordar esos increíbles momentos de ricas comidas y compañía inigualable! La pasada del sushi fue la mejor, y ése horrible recuerdo del popcorn con vino tinto es el más divertido!
Qué bonito el post! Aquí aún tenemos un solo lugar de sushi, sabés?
ReplyDeleteY felicidades a Yanis!
Uno solo?? Ya ves, hay un mercado para desarrollar entonces ;) Gracias por tu comentario!
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