Se supone que socializar debía ser como el acné: tenía que mejorar en la adultez. Contrario a todo lo que me dijeron, creo que la cúspide inter relacional la tuve alrededor de los tres años, cuando hablaba con todo mundo, hasta con amigos imaginarios (Billy). De allí, todo ha sido cuesta abajo. O tal vez exagero: ha sido más como una función sinusoide, donde lo más bajo fue cuando tuve que ir al curso Dale Carnegie a los trece años porque no quería hablar en público y no quería más amigas que no fueran mi mejor amiga de ese entonces. Cómo me terminé ganando el reconocimiento de “Estrella de la clase” en último año de secundaria es todavía un misterio para mí. Resulta que en clase de Psicología nos pusieron a hacer un experimento: en un papelito debíamos escribir las tres personas con quienes nos sentiríamos más cómodas para ir al cine y a partir de esos datos se determinaría quién era la persona más popular, aquella por la que más personas votaran, así como la menos popular y de allí se tendría una idea de la tendencia social de la clase. Cuando me llamaron yo juraba que era para ser la menos votada y gran sorpresa, fue al revés. Hasta hicieron un afiche al respecto y cuando lo pienso bien debí haberlo conservado para tener pruebas tangibles que alguna vez se me hizo fácil hacer amigos.
Todo esto para contar que anoche volvimos al circuito fiestero de los Erasmus de la ciudad. Dino me decía: “Ah, estos nuevos Erasmus, ¡qué perdidos y desamparados se ven! Nosotros ya tenemos un año de experiencia, ya sabemos cómo funciona esto”. Y en efecto, esta vez tenemos más sabiduría y distancia para apreciar las cosas y es por eso que no comprendo que todo no sea más fácil para mí. Habré mejorado un poco, sin embargo. Para empezar, cuando este chico ultra-súper popular (es muy simpático en realidad, así que la fama es merecida) me invitó a un “apéro”, especie de antesala a una fiesta, en su apartamento típico de soltero –en el que sólo hace falta la alfombra de cebra- en la Victoire, epicentro de la decadencia estudiantil durante los fines de semana, pues cuando me invitó, fui. Lo más seguro es que el año pasado no hubiera ido, porque al día siguiente tenía que estudiar y allí sólo se va a beber, incapacitándome para cualquier actividad intelectual después, o porque en realidad el chico es más amigo de Esther y su grupo y no me hubiera atrevido a ir sin ella. Pero esta vez fui y llevé conmigo a Bruno, Larry y a su nuevo coloc, Max. Para empezar, luego de casi un año de vernos esporádicamente no espero que se aprendan mi signo zodiacal, pero aquí casi que te preguntan tu nacionalidad con tu nombre, así que los dos quedan intrínsecamente asociados, por lo que es ligeramente ofensivo que a estas alturas me presenten a otros diciéndoles que vengo de México o que me pregunten mi nombre por quinta vez. Luego, los pequeños grupos los puedo manejar. Es decir, ya soy capaz de llegar a un cuarto donde no conozco a nadie, presentarme ante los demás y comenzar una conversación, habilidad ampliamente practicada pero lejos de ser perfeccionada recientemente en Taiwán. Pero cuando llegamos a otro apartamento para lo que era la fiesta en sí, había una horda de caras desconocidas y creo que para ese entonces ya había superado mi cuota de sociabilidad para esa noche. Además, el apartamento era de una brasileña y de una boliviana y no es por estereotipar, porque después de todo Bruno es muy tranquilo para ser brasileño, pero su compatriota estaba vestida de Pocahontas, bailaba sobre su propio sofá y terminó suspendida en el aire en una especie de crowd surfing improvisado. Creo que estoy compitiendo con las grandes ligas aquí. Con el pretexto de necesitar aire fresco salí con mis tres amigos a agarrar el último tram y di las gracias por que entre todos los conocidos superficiales que he hecho aquí por lo menos tengo a tres amigos verdaderos con quienes puedo ir a la playa hoy. Y que saben que vengo de Honduras.
Supposedly, socialization should have been like acne: it had to improve with adulthood. Contrary to everything I was told, I think I had my interpersonal peak when I was about three years old, when I spoke to everyone, including to imaginary friends (Billy). From there, everything has been downhill. Or maybe I’m exaggerating: it has been more like a sine wave, where the lowest point was when I had to go the Dale Carnegie course at thirteen years old because I refused to speak in public and I didn’t want any more friends than my best friend back then. How I ended up winning the acknowledgment as the “Class star” in my senior high school year remains a mystery to me. It turns out that in Psychology class we had to do a little experiment: in a piece of paper we had to write down the three people which whom we would feel more comfortable going to the movies with and with that data it would be determined who was the most popular person, the one more people had voted for, as well as the least popular person, and from there we would get a general idea of the social tendency in the class. When I was called I could have sworn it was for the least voted for, and surprise, it was the opposite. They even made a poster about the experiment and when I think about it I should have kept it, so that I had tangible proofs that I once was able to make friends easily.
All of this to tell that last night we went back to the party-circuit of the town’s Erasmus. Dino was telling me: “Ah, this new Erasmus, how lost and helpless they look! We both have a year of experience; we already know how this works”. And indeed, this time we have more wisdom and distance to appreciate things and that is why I don’t understand why everything is not easier for me. I must have improved a little bit though. For starters, when this ultra popular guy (he’s actually pretty nice, so his fame is well-deserved) invited me to an “apéro”, a kind of a pre-party, in his typical bachelor pad –in which the only thing missing is a zebra rug- in la Victoire, epicenter of the student decadence during the week-ends, well, when he invited me, I went. Last year I wouldn’t have gone, because the next I surely had to study and you go there just to drink, incapacitating me for any intellectual activity later, or because the guy is more a friend of Esther’s and her group and I wouldn’t have dared to go without her. But this time I went and took with me Bruno, Larry and his new flatmate, Max. For starters, after almost one year of bumping into each other occasionally I don’t expect everyone to know my astrological sign, but here your name is asked at the same time as your nationality so it’s a little offensive when at this stage they introduce me to other people as someone who comes from Mexico, or that they ask me what my name is for the fifth time. Then, the little groups, I can manage. I mean, I am able to come into a room where I don’t know anyone, introduce myself to others and start a conversation, an ability repeatedly practiced but far from perfected recently in Taiwan. But when we got to another apartment to the party itself, there was a horde of unknown faces and I think at that point I had reached my socialization quota for the night. Besides, the apartment was of a Brazilian and a Bolivian girl, and it’s not to reinforce stereotypes, after all Bruno is very calm for being Brazilian, but his fellow compatriot was dressed as Pocahontas, dancing on top of her couch and ended up participating in an improvised crowd surfing. I think I’m competing in the professional leagues here. With the excuse that I needed some fresh air I went out with my three friends to take the last tramway and I was thankful that amongst all the superficial acquaintances I have made here at least I have three real friends with whom I can go to the beach with. And that know I come from Honduras.
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