13 November 2011

El anfiteatro de Flavio

DSC06966Es algo bueno haber tomado muchas fotos durante las vacaciones de verano para tener algo qué mostrar en estas temporadas frías y de trabajo. Así que no se dejen engañar por las imágenes de días soleados, las pieles bronceadas y las ropas cortas: en estos momentos me muero del frío, ¡que alguien repare mi calefacción por el amor de Dios!

En fin, en julio pasé unos cuantos días en Italia, doblemente avergonzada de mi deficiente capacidad cerebral, tanto para poner en práctica un año y medio de cursos de italiano y por no poder recordar gran cosa de mis clases preferidas en la universidad, las de Historia de la Arquitectura por supuesto. No tuve otro remedio que abandonar mi etiqueta de arquitecta, y aún peor, la de estudiante en Historia del arte, para tomar la de turista común y corriente. Ahora, todo lo que sé, lo aprendí en una guía de diez euros comprada en la estación Termini de Milán. No esperen entonces un post erudito sobre este, el anfiteatro de Flavio, nombre original de esta construcción del 72 d.C., que recuerdo únicamente porque tengo un buen amigo que se llama así. Tampoco imaginen que les voy a describir cómo este edificio se llenaba de agua para los combates acuáticos porque la única vez que traté de ver “Gladiador” tuve una de las mejores siestas de mi vida (seguida únicamente por “Batman Begins”), y me imagino que sí la película fue tan famosa y convirtió a Russell Crowe en lo que es, es porque mínimo el Coliseo se llena de agua en alguna batalla naval, ¿verdad? (Actualización: me acaban de informar que no es el caso. ¿Cuál es el ruido por esa película entonces?) Lo único que queda para redimirme entonces, en la penosa eventualidad que mis maestros de la universidad visiten esta trágica página web, es que sí recordaba que las columnas del Coliseo tienen los tres órdenes greco-romanos: en la base las columnas son toscanas, en el segundo nivel son jónicas y en el tercer nivel son corintias.

Podría hablar de la experiencia trascendental que es estar ante este monumento impresionante, en escala y en historia y cómo no hay clases o libros capaces de transmitir la sensación de estar allí. Uno no puede evitar sentirse conmovido por saber que este tipo de cosas existen, pero sobre todo agradecido porque la vida ha dado las suficientes vueltas para tener la oportunidad de verlas con tus propios ojos. Podría explicar también lo curioso que es encontrarse ante estos edificios tan viejos y tan populares y hacerte las mismas preguntas que te haces con respecto a los hombres a los que amas y los que has amado en tu vida: ¿acaso se acuerda de todas las personas que lo vieron crecer, que lo han querido, que se han entregado a él, que se han sacrificado por él? ¿Será capaz de acordarse de mí cuando yo me haya ido? ¿Quedaré grabada en algún rincón de su memoria? ¿Cambiará porque me conoció?

Podría hacer todo eso, pero en realidad, después de dos horas de estar haciendo fila bajo el sol para finalmente pagar mucho dinero para entrar y de tener que circular golpeando a todo mundo porque no hay espacio suficiente para la manada de turistas que lo visitan, la experiencia trascendental se convierte en una especie de “Survivor: Rome”. Sálvese quien pueda, de la insolación y de las personas. Hay que empujar para pasar, para tomar fotos, para poder pararse cinco segundos en un balcón a admirar el paisaje. Al final se toman muchas, muchas fotos, esperando poder reconstituir la experiencia después, en tu casa, con un ventilador y con una piña colada bien fría. La vida de turista es cruel y despiadada y eso que no he contado cómo fue visitar el Foro Romano, algo que sólo puedo comparar a “Apocalypse now”. No es de extrañarse, Francis Ford Coppola tiene ascendencia italiana después de todo. Pero sí, el Coliseo es hermoso. DSC07014DSC06981DSC07017DSC06968DSC07013DSC06991DSC07016DSC06987DSC07018DSC07010DSC07024DSC07040DSC07027DSC07042DSC07030DSC07050DSC07032DSC06997DSC07034DSC06998DSC07035DSC07004DSC07036It’s a good thing to have taken lots of pictures during the summer vacations so as to have something to show during these cold and work-filled seasons. So don’t be fooled by the images of sunny days, tan skins and short clothes: right now I’m dying of cold, somebody fix my heater for God’s sakes!

Anyway, in July I spent a few days in Italy, twice ashamed of my deficient brain capacity, first to put into practice a year and a half of Italian courses and also for not being able to remember much from my favorite classes in college, Architectural history of course. I had no other choice but to leave behind my label as architect, and even worse, as an Art history student, in order to take the less coveted one of plain tourist. Everything I now know, I learned from a ten euro guide bought in the Termini station in Milan. Don’t expect then a scholarly post about this, the Flavian amphitheater, original name of this building of the 72 d.C, which I remember just because I have a good friend with that name. Don’t expect either an in-depth description of the way the structure used to get filled with water for naval battles because the only time I tried to watch “Gladiator” I had one of the best naps of my life (followed only by “Batman Begins”), and I guess that if the movie was so successful and turned Russell Crowe into what he is now, it’s because the Coliseum appears in it filled with water at least once, right? (Update: I’ve been told it’s not the case. Why is there such a fuss about that movie then?) The only thing left to redeem myself, in the shameful event that one of my teachers from college visits this tragic website, is that I did remember that the columns in the Coliseum have the three Greco-Roman orders: in the base they are Tuscan, in the second level they are Ionic and in the third they are Corinthian.

I could then speak about the transcendent experience it is to find yourself in front of this impressive monument, both in scale and in history, and how no courses or books can convey the feeling of actually being there. You cannot help but feel humbled for knowing these types of things exist, but above all grateful because life has taken sufficient turns to be able to have the chance of seeing them with your own eyes. I could explain how curious it is to be inside of these kinds of buildings, so old and so popular, and ask yourself the same questions you have about the men you love and have loved in your life: does he remember all of the people that saw him grow up, that have loved him, that have given everything to him, that have sacrificed themselves for him? Will he be able to remember me when I’m gone? Will I live on in any corner of his memory? Will he change because he met me?

I could do all of this, but actually, after two hours of waiting in line under the sun in order to finally pay a lot of money to get in and stagger while pushing everyone because there is not enough space for the horde of tourists that visit it, the transcendent experience becomes a sort of “Survivor: Rome”. Run for your life, from insolation and people. You have to push to walk, take pictures and be able to stand five seconds in a balcony to admire the view. In the end you take lots and lots of pictures so you can relive the experience later, at home, with a fan and a cold Piña colada. Life as a tourist is cruel and ruthless and I haven’t even told what it was like to visit the Roman Forum, something I can only compare to “Apocalypse now”. No wonder Francis Ford Coppola has Italian ancestry. But yes, the Coliseum is beautiful.

1 comment

  1. Me gusta la etiqueta. Esa experiencia es como cuando vas al mar y está lleno de gente y niños en flotadores.

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