El primer tomo de una serie de más de seis volúmenes de la autobiografía de Simone de Beauvoir es probablemente el libro que más he querido y que más me haya impactado en diez años, desde la primera vez que lo leí. La razón es sencilla: nunca antes me había sentido tan identificada con un personaje de libro. En cada párrafo, con cada experiencia que Simone relata sentía que hablaba de mí, que ella pudo decir lo que yo nunca me atreví o nunca fui capaz. Obviamente, no puedo comparar vivir en Tegucigalpa con vivir en París, ni siquiera París a principios del siglo XX (probablemente ni con París en la Edad Media), pero lo maravilloso de este libro es que la prioridad de Simone en este tomo es su vida interior, a falta de cualquier contacto real con el mundo externo. Su universo es reducido, están sus padres, su hermana menor, su mejor amiga, su colegio católico, en los primeros años la muchacha que trabaja en su casa. Por fuera su vida oscila entre el tedio de la vida académica y la represión de la vida familiar. Pero por dentro es infinita, está llena de historias gracias a todos los libros que lee, de teorías por las cosas que estudia y que piensa, por dentro Simone es libre de toda autoridad y convención.
Simone fue una niña obediente, como el título de su libro lo afirma. Fue una niña muy bien portada, muy alegre y despreocupada, que confiaba en el buen juicio de sus padres, profesores y de ese Dios cristiano que le enseñaron a venerar. No hay mucha necesidad de cuestionar el orden de las cosas cuando se está pequeño pero más que eso, al inicio uno se ve cegado por la admiración y el cariño hacia los mayores. La máxima felicidad es complacerlos y la imagen personal se distorsiona o se aclara a través del lente de los otros. Pero en la adolescencia todo cambia y esta es una transición que se siente de manera natural en el libro. Los pedestales en los que los adultos reposaban gracias a la ingenuidad infantil se van desmoronando uno a uno. El primero que cae es la divinidad, esa abstracción de ser superior, protector y castigador que desaparece por puro tecnicismo. La opresión de su casa la obliga a adoptar una vida clandestina de salidas, libros y pensamientos reprensibles por su medio. Es el único escape que encuentra, es lo que le permite tolerar el paso de los días. Pero si esa vida no le plantea ninguna culpa, si desobedecer a Dios no le causa remordimiento es que Dios entonces no ha de existir para ella.
El mundo de los adultos se revela como el de seres dominados por la monotonía, la mediocridad, la repetición viciada de actividades y opiniones. A eso Simone le opone una férrea creencia en su vocación, su deseo de crear una obra que justifique su vida, que la separe de los anónimos y de los inútiles. Su trascendencia no puede venir de la perpetuación de la especie: encuentra más mérito en escribir un libro, algo que requiere talento, esfuerzo y una voz única, que en tener un hijo, algo que cualquiera, hasta los que menos deberían tenerlo, son capaces de. Y es a esta obra que va a dedicar entonces su vida, es por ella que va a ser una excelente alumna, ya que su escapatoria, su boleto para la independencia son sus estudios.
Los siguientes en perder el aura de invencibilidad son los padres. Con el tiempo estos se muestran como lo que son, seres imperfectos, que como cualquier otro van caminando a ciegas en la incertidumbre teniendo como única arma su propio pasado y es por eso que apenas pueden ver lo que tienen enfrente. Simone los describe sus padres con una distancia impresionante, como si se tratase de un doctor analizando un paciente, con una frialdad que llega a parecer cruel. Se da cuenta que si no estuviera atada a ellos por la impotencia de la edad estos son seres con los que no tendría relación alguna por voluntad propia. Tiene una mejor amiga que se somete ciegamente a las exigencias absurdas de su madre; su amiga sufre de contrariarla, se culpa por juzgarla. Simone se da cuenta que no sólo juzga a sus propios padres de manera implacable, sino que tampoco se siente mal por ello. Su vida entera se construyó posteriormente de manera a no repetir la vida que ellos tuvieron, a no casarse sin amor para ser una ama de casa frustrada dependiente de un marido obligado a trabajar en algo que le disgusta sólo para aparentar estar en bonanza económica. Simone decidió rápidamente que ella trabajaría para no rendirle cuentas a nadie, sea una pareja o la sociedad misma. Decidió desde muy joven que nunca olvidaría esos primeros años cuando más adelante fuera una adulta.
Y es por eso que me resulta tan difícil leer este libro ahora, como lo fue hace diez años. Porque todavía soy como la Simone que todavía no se ha emancipado, porque tengo que vivir de mis proyectos, de mi deseo de crear una obra futura para soportar la estupidez de mi cotidiano. Porque sé que hay una salida, porque logré salir por un tiempo, pero fui muy cobarde para asumir la incertidumbre. Pero Simone logró salir y nunca más regresó y yo no he de cometer el mismo error dos veces.
The first tome in a series of more than six volumes of Simone de Beauvoir’s autobiography is probably my most beloved and most shocking book I’ve read in the last ten years, since the first time I read it. The reason is very simple: I’ve never felt so identified with a character in a book. In each paragraph, with each experience Simone narrates I felt she was talking about me, that she managed to say what I never dared or was never able to. Obviously, I can’t compare living in Tegucigalpa with living in Paris, not even Paris in the beginning of the XXth century (probably not even Paris in the Middle Ages), but the wonderful thing about this book is that Simone’s priority in this volume is her inner life, for lack of any real contact with the outside world. Her universe is reduced; there are her parents, her little sister, her catholic school, during the first years the young woman who works at her home. Outside her life oscillates between the tedium of academic life and the repression of family life. But on the inside it is boundless, it is filled with stories thanks to all of the books she reads, of theories thanks to the things she studies and thinks, on the inside Simone is free from all authority and convention.
Simone was an obedient little girl, like the title of the book declares. She was well-behaved, very happy and careless, trusting in the good judgment of her parents, teachers and that Christian God she was taught to worship. There is no much need to question the order of things when you’re little but more than that, at first you’re blinded by the admiration and the love for the elders. The greatest happiness is pleasing them and personal image is distorted or clarified through the lens of the others. But in adolescence everything changes and this is a transition which feels natural in the book. The pedestals in which adults used to lay thanks to childish ingenuity tumble down one by one. The first to fall is the divinity, that abstraction of a higher being, protector and punisher who fades away on a technicality. The oppression of her home forces her to adopt a clandestine life of books and thoughts reprehensible according to her surroundings. This is the only escape she finds; it is what enables her to tolerate the passing of the days. But if that life causes her no guilt, if disobeying God causes her no regret, God must not exist for her.
The adult world reveals itself to be full of beings dominated by monotony, mediocrity, by the vicious repetition of activities and opinions. To that Simone opposes a strong belief in her calling, her desire to create a work that will justify her life that will set her apart from the anonymous and the useless. Her transcendence cannot come from perpetuating the species: she finds more merit in writing a book, something that requires talent, effort and a unique voice, than in having a child, something that anyone, even those who shouldn’t, are able to have. And to this work she will then dedicate her life, it’s for this work that she will be an excellent student, since her way out, her ticket to independence are her studies.
The next ones to lose the invincibility aura are her parents. With time these show themselves as they are, imperfect beings that like anyone else wander blindly in the uncertainty having as sole weapon their own past which is why they barely can see what they have in front of them. Simone describes her parents with an impressive distance, like a doctor analyzing a patient, with a coldness which can seem cruel. She realizes that if she weren’t bound to them by the helplessness of age these are beings with which she wouldn’t have any relationship on her own will. She has a best friend who blindly submits to the ridiculous demands of her mother; her friend suffers for going against her mother’s wishes, she blames herself for judging her. Simone comes to realize that she not only judges her own parents in a merciless way but that she doesn’t feel bad for it. Her whole life was then built so as to not repeat the life they had, so that she didn’t have to marry without love in order to become a frustrated housewife dependent on a husband forced to work in something he dislikes just to appear to be in an economic bonanza. Simone quickly decided she would work so she didn’t have to answer to anyone, be it a partner or society itself. She decided early on that she would never forget these first years when she would later become an adult.
And this is why it’s so hard for me to read this book now, as it was ten years ago. Because I am still the non-emancipated Simone, because I have to live off of my projects, of my desire to create a future work to resist the stupidity of my daily life. Because I know there is a way out, because I managed to get out for a while but I was to coward to assume the uncertainty. But Simone managed to leave and she never came back and I won’t make the same mistake twice.
Ya tienes 26 años...
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