Viajar es de esas cosas que no sé si hago bien pero a las que no renunciaría por nada. Digo que no sé si hago bien porque a mí sí me gusta planificar, tal vez no obsesivamente, pero sí tener un itinerario en mente de lo que hay que ver y hacer en el lugar. Soy algo paranoica entonces nunca voy a terminar saliendo con un grupo de gente que conocí en el bus o en el albergue. Voy a probar la comida local, pero en algún momento voy a terminar comiendo hamburguesas o comida china. Siempre empaco mal, mucho o muy poco. Y el cansancio me transforma en una criatura intransigente, mil veces más de lo que soy en la vida normal. Pero me encanta viajar, me fascina descubrir nuevos lugares y muy pocas cosas me hacen más feliz que ver edificios y museos. Ir a Roma era algo con lo que soñaba desde que llevé la primera clase de Historia de la arquitectura, aún más estando en la maestría. Era surrealista caminar por esta ciudad mirando a cada esquina cosas que eran nuevas y conocidas al mismo tiempo. Ya he ido dos veces, la primera en el verano del 2011 y al año siguiente durante el viaje de mi madre pero espero tener la oportunidad de volver muchas veces más, ya que me quedé con miles de lugares por visitar.
La ciudad es impresionante: es enorme, cada esquina tiene un monumento, es ardiente en el verano y está repleta de turistas, vendedores ambulantes, negocios, restaurantes, museos, iglesias... Roma tiene de todo a la milésima potencia, razón por la cual puede resultar abrumadora. A pesar de lo mucho que me encantó ir sólo ver las enormes filas bajo el sol para entrar a los edificios antiguos puede desmotivar a cualquiera. Y no se puede absorber todo en poco tiempo, ya que llega un punto en que todo es tan histórico, sagrado e importante que sencillamente deja de serlo. Es muy cruel venir pocos días, lo ideal sería mudarse, aunque sea por un año y visitar tranquilamente.
Me dio mucha risa cuando en la Fontana de Trevi un señor mayor me pidió que lo fotografiara junto a su novia que parecía una joven rusa que consiguió por internet. También cuando mi mamá se rehusó a tirar una moneda en la fuente, como se dice que hay que hacer para desear regresar, porque después de haberse enamorado de París esta ciudad le parecía sucia y desordenada. En parte fue mi culpa: el día que llegamos resultó que el albergue que había reservado cerca de la estación Termini, estaba en el cuarto piso de un asqueroso edificio en una calle que no tenía mucho que envidiarle a los peores sectores de Comayagüela. A pesar de que en las fotos por internet se miraba acogedor y decía ser un negocio familiar, la cuartería estaba dirigida por una familia en efecto, una familia de chinos que parecían mafiosos y que apenas hablaban inglés. Salimos corriendo a buscar otro lugar donde quedarnos, un domingo a las seis de la tarde, y justo cuando nos metimos a un café a usar el internet, se fue la luz. Por suerte encontramos un cuarto en un edificio de apartamentos, pero lejos del centro. Ni siquiera era un albergue, ese y otros cuartos estaban administrados por los dueños de un restaurante, por lo que la persona que nos atendió era uno de los meseros. Pero el cuarto estaba recién renovado, tenía baño, aire acondicionado y televisión por cable. El desayuno estaba incluido, nos daban un café y un croissant en un bar donde las meseras eran las mal encaradas hijas de la dueña, pero yo era feliz comiendo un cornetto diferente cada día. Como mi madre también es una apasionada de la comida china y no le gustan ni las pastas y le teme a las pizzas como yo, nuestra tarea de cada día era buscar un restaurante de comida asiática, casi una misión imposible en esta ciudad. Pero con mucha paciencia y probando en cada callecita terminamos encontrando un excelente restaurante chino cerca de la Fontana de Trevi. Con Yanis vimos tantas iglesias que terminamos jugando a “Identifica el apóstol” en cada una de ellas. Todo lo que aprendió en su escuela católica le sirvió para explicarme cómo cada apóstol tiene un símbolo, algo que tengo que volverle a preguntar algún día.
Y bueno, viajar, como todo buen vicio, sólo te da ganas de continuar haciéndolo. Mi sueño ahora es ir a Grecia, Estambul, Rusia, Nueva York, Egipto, Marruecos, Córdoba, Sevilla, Japón…
Traveling is one of those things I don’t know if I’m good at but I wouldn’t give up for anything. I don’t know if I’m good at it because I like to plan ahead, maybe not obsessively, but at least I like having an itinerary of things to see and to do. I’m a little paranoid so I will never hang out with a bunch of people I just met at the bus or in the hostel. I will taste the local cuisine but at some point I’ll end up eating hamburgers or Chinese food. I’m really bad at packing; I pack too much or too little. And exhaustion transforms me into an intransigent creature, one a thousand times worse than what I am in daily life. But I love traveling, discovering new places and very few things in life make me happier than seeing buildings and museums. Going to Rome was something I dreamed of ever since my first Architectural history course in college and even more during the masters. It was surreal to walk through this town looking at things that were new to me and yet seemed familiar. I’ve been there twice already, the first time during summer 2011 and the year after that with my mother, but I hope I have the chance to go back again many times more because there were many places I didn’t get to visit.
The city is impressive: it’s huge, there’s a monument in every corner, it’s extremely hot during the summer and it gets packed with tourists, street vendors, shops, restaurants, museums, churches… Rome has everything times a million and that is why it can be overwhelming. In spite of how much I loved going there just looking at the long lines to enter the historical buildings can demoralize anyone. And you just can’t absorb so much in so little time; it gets to a point where everything is so historical, sacred and important that you end up taking it for granted. It’s so cruel to go just for a few days; the ideal thing would be to move there, at least for a year, and slowly visit as much as possible.
It was so funny when in the Fontana di Trevi a very old man asked me to take a picture of him with what seemed to be his Internet-ordered Russian bride. Also when my mom refused to throw a coin into the fountain in order to wish to come back to the city one day because, after falling in love with Paris, she thought Rome was dirty and messy. This was partly my fault: the day we arrived it turns out that the hostel I had booked near Termini station was located in the fourth story of a disgusting building in the middle of a street that was not so different from the dirtiest neighborhoods here in Tegucigalpa. In spite of the fact that it looked cozy on the internet pictures and it was described as a family business, this pigpen was run by a family indeed, by a Chinese family that looked like it belonged to the Mafia and who barely spoke English. We ran out of there to look for a place to crash, a Sunday at 6 in the evening and just when we sat down in a café to use the internet the power went out. Luckily we found a bedroom in an apartment building, but far from the center. It was not even an inn or a hostel, our room and many others were run by the owners of a restaurant, so the person we spoke to was one of the waiters. But the room was recently renovated; it had a bathroom, air conditioning and cable TV. Breakfast was included: we were given coffee and a croissant in a bar where the waiters where the owner’s grumpy daughters, but I was happy eating a different cornetto each day. Since my mother loves Chinese food and doesn’t like pasta and is afraid of pizza like I am, our daily assignment was to look for an Asian restaurant, almost an impossible mission here. But with a lot of patience and getting into every tiny street we managed to find an excellent Chinese restaurant near the Fontana di Trevi. And with Yanis we visited so many churches we ended up playing “Name that apostle” en every one of them. Everything he learned in his Catholic school was useful so that he could teach me each apostle’s main symbol, something I have to ask him to remind me one of these days.
And well, traveling, like any good vice, just keeps you wanting more. My dream now is to go to Greece, Istanbul, Russia, New York, Egypt, Morocco, Cordoba, Seville, Japan…
El Coliseo tuvo derecho a su propio post.
The Coliseum got his own post.
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