26 March 2013

Firenze

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Nuestra llegada a Firenze fue una de las cosas más divertidas de todo el viaje a Italia. Tomamos un bus desde Milán que supuestamente nos dejaría en una estación llamada “Uscita A1”, o algo así. Ese lugar extraño nunca apareció en Google maps, pero confiamos en que al ser una ciudad turística nada malo podía pasar. Pero cuál fue nuestra sorpresa que estábamos a la mitad de la carretera cuando el conductor anunció nuestra parada de bus! No pudiendo comunicar con él de manera satisfactoria, no tuvimos otro remedio que bajarnos y caminar a orillas de la carretera en lo que creíamos era la dirección de la ciudad. No estábamos solos por suerte, unas chavitas ucranianas aún más despistadas que nosotros nos acompañaron en el trayecto. No sé cómo diablos hicimos para encontrar una parada de bus, pero esperamos un buen rato bajo el sol de las dos de la tarde hasta que llegó un busito enclenque que nos transportó hasta el pueblo. Fue otra odisea tratar de encontrar nuestro albergue, ya que resulta que un edificio puede tener una posada u hotel por nivel y las señalizaciones son mínimas para no estorbar la vista.
 
Afortunadamente llegamos a un albergue limpio pero desgraciadamente muy ahorrativo, ya que apagaban el aire acondicionado a las diez de la noche. Pueden preguntarle a cualquier persona que me conozca: detesto el aire acondicionado, pero en Firenze eso era una cuestión de derechos humanos. Hacía muchísimo calor, a todas horas del día y de la noche y no había cantidad de agua, de duchas, de sombra, o de escasez de ropa que pudiera remediarlo. Y el centro de la ciudad es hermoso, pero está lejos de ser abundante en áreas verdes, así que tanta piedra sólo empeoraba las cosas. Pero por suerte el administrador del albergue nos recomendó una heladería a la que terminamos yendo una o dos veces al día, tanto por su nombre sugestivo Perché no?, como por lo exquisito de sus gelatos.
 
Por supuesto, hicimos la peregrinación obligada a la galería Uffizi, magnífica pero entorpecida por los grupos de visitantes con guía y nos resignamos a hacer la larguísima fila bajo el sol para entrar a la galería de la Academia y ver al David de Miguel Ángel. Me arrepiento de no haber traído mi camiseta de The Situation de Jersey Shore para haber posado para este post y recuerdo que tomé suficientes capuccinos para esta vida y las próximas por venir.
 
Our arrival to Firenze was one of the funniest things we experienced during our trip to Italy. We took a bus from Milan that was going to leave us in a station called “Uscita A1” or something like that. This strange place never appeared in Google maps but we were confident that this being a very touristic city nothing bad could happen. However, to our surprise we were in the middle of the highway when the bus driver announced that this was our stop! Not being able to communicate in a satisfying way with him, we had no choice but to leave and walk at the edge of the highway in the direction we believed would lead us to the city. Luckily we weren’t alone; some Ukrainian young girls looking even more lost than us kept us company. I don’t know how in the hell we managed to find a bus stop, but we waited for a long while under the 2pm sun until a squeaky little bus came and took us to the city. It was another odyssey trying to find our hostel, since it turns out that a building can have a different inn or hotel in each story and the signs are very small so they don’t clutter the view.
 
Fortunately our hostel was clean but unfortunately the people there were very cheap: they turned off the air conditioning after 10 in the evening. You can ask anyone that knows me: I hate air conditioning, but in Firenze this is a matter of human rights. It was so hot, at all times during the day and the night and there was no amount of water, of showers, of shadow or lack of clothing that could alleviate it. And the city’s center is lovely but it’s far from being abundant in green areas, so all that stone buildings just made it worse. At least our hostel manager recommended a gelato store which we visited once or twice each day, as much for its suggesting name Perché no?, as for its gelatos which were exquisite.
 
Of course, we did the mandatory pilgrimage to the Uffizi galleries, which were magnificent but were cluttered by numerous groups in guided tours. We were also resigned to wait in the very long line under the sun in order to enter the Academy gallery and see Michelangelo’s David. I regret not bringing my Jersey shore’s The Situation t-shirt for this post and I remember I had enough cappuccinos for this lifetime and many more to come.
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