Como medida preventiva a mi pérdida de memoria inevitable en la vejez, puesto que en la juventud está lejos de ser excepcional, he decidido retomar mis posts sobre los viajes que he tenido la oportunidad de hacer. Pensé que sería divertido celebrar la Semana Santa con una serie dedicada a Italia que visité por primera vez en julio del 2011.
Fueron diez días intensivos de caminar, andar en buses, trenes y metros para tratar de absorber la mayor cantidad de monumentos posibles. Nuestro itinerario comenzó por Milán, ciudad donde llegaba el vuelo barato. Estuvimos dos días, el tercero viajamos a Como a visitar a un viejo amigo del colegio, luego viajamos en bus hasta Florencia, tres días después bajamos hasta Roma en tren. Se nos fueron cuatro días en Roma y subimos hasta Milán de nuevo, pero esta vez en un viaje eterno en bus.
Milán me pareció una ciudad hermosa, dinámica y muy diversa. Siempre me pasaba que después de estar varios meses en Bordeaux, que tiene un centro bastante homogéneo con sus edificios de piedra caliza, que cualquier otro lugar me parecía una explosión de estilos, épocas y materiales. Semanas después conocí a Eleonora, mi compañera de apartamento que es originaria de Milán y encontré muy raro que no le gustaba su ciudad. Ella la encuentra sucia, aburrida y en general muy fea. Yo no lo podía creer ya que quería tomarle foto a todo en especial a los edificios antiguos que conviven sin complejos junto a los más recientes, había miles de museos y de iglesias que no tuve tiempo de visitar y se mira una ciudad joven con miles de cosas que hacer. Lo único que no me gustó fue el metro, del que ni siquiera tengo fotos, algo que es sorprendente en retrospectiva. Definitivamente lo he de haber encontrado asqueroso y en mal estado para no haber dejado ningún registro de él.
Corriendo el riesgo de sonar como la peor de las turistas, hubo muy pocas comidas en Italia que me gustaron más que McDonald’s. Las pizzas que probé en Milán no eran muy buenas, no soy una gran entusiasta de las pastas y todo nos parecía extremadamente caro, así que tengo muy buenos recuerdos del McDonald’s de la galería Vittorio Emmanuele, al punto que me dio pesar cuando leí que lo iban a cerrar. Al año siguiente pasaría por Milán para almorzar en casa de Eleonora antes de salir en rumbo a Nápoles, pero me adelanto a la historia. En todo caso, tengo que regresar porque no reservé con miles de años de anticipación para ir a ver “La última cena”.
As a preventive measure for my inevitable memory loss later in life, seeing that in my youth it is far from being exceptional, I’ve decided to resume my posts about the travels I’ve been lucky to experience. I thought it would be fun to celebrate Holy Week with a series entirely dedicated to Italy, where I went for the first time in July 2011.
Those went ten extremely intense days of walking, taking buses, trains and subways in order to try to absorb the most amount of monuments as possible. Our itinerary began in Milan, our low-cost flight destination. We stayed there for two days; the third day we traveled to Como to visit an old friend from high school, we then went by bus to Florence and three days later we took a train to Rome. We spent four days there and we went back up to Milan again, but this time in what seemed to be an endless journey by bus.
I found Milan to be a beautiful, dynamic and very diverse city. After spending several months in a row in Bordeaux, which has a pretty homogenous city center with its limestone buildings, any other place seemed to have an explosion of styles, time periods and materials. Some weeks later I met Eleonora, my flatmate who is from Milan and I found very strange that she didn’t like her city. She finds it dirty, boring and very ugly in general. I couldn’t believe it since I wanted to take pictures of everything, especially to the ancient buildings that lie without any complex next to the new ones. There were tons of museums and churches I didn’t have time to visit and it seems to be a very young city with thousands of things to do. The only thing I didn’t like was the subway, to the point where I don’t even have pictures of it, which looking back is pretty surprising. I must have found it disgusting and in very bad shape if I didn’t want any record of it.
At the risk of sounding like the worst tourist ever, there were very few meals in Italy I enjoyed more than McDonald’s. The pizzas I tried in Milan were not good, I’m not a big pasta enthusiast and everything else was extremely expensive, so I have many good memories from the Vittorio Emmanuele’s McDonald’s, to the point where I was sad to learn it was going to be shut down. A year later I would come back to Milan to have lunch at Eleonora’s before leaving for Naples, but I’m getting ahead in my story. In any case, I have to come back some day because I didn’t book many years in advance to see the “Last supper”.
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