Venirme a vivir a los Estados Unidos ha marcado una recaída casi total a mi antigua adicción a la cultura popular (c.f. mi reciente interés por Taylor Swift). Mi adicción solía ser tan fuerte que solo logré controlarla extrayéndome totalmente del ambiente donde prosperaba, a.k.a. Honduras, cuando me fui por primera vez en el 2010 y por segunda vez en el 2013. Sin acceso a un televisor durante los días de semana, poco a poco fui perdiendo la noción de quiénes eran los artistas o los programas de moda, con una notable excepción: la versión francesa de The Voice.


Mientras estuve viviendo en Suiza, la mayoría de los fines de semana me iba a ver a Jacques a Lyon y él sí tenía televisor. Por suerte, no tenía cable y por ende ningún acceso a E! Entertainment Television, por lo que pude soportar ver un reality show sin caer en mis viejas costumbres. Empezamos viendo The Voice de vez en cuando, las raras veces que regresábamos temprano de alguna salida o cuando no salíamos los sábados por la noche, pero sin darnos cuenta nos quedamos enganchados. Llegamos al punto que cuando no podíamos ver el episodio en vivo lo bajábamos para verlo en otro momento.


Creo que ese año me gustó el programa por ser la primera temporada de Mika quien, a pesar de que vivió sus primeros años en Francia, tiene referencias culturales y musicales muy diferentes a las de sus otros colegas jueces por haber estudiado en Inglaterra. Mika era el único juez que yo conocía, los demás eran cantantes franceses o canadienses desconocidos para mí. El participante de Mika ganó esa temporada, un cantante de origen gitano increíblemente talentoso, Kendji Girac, que ahora tiene una carrera de mucho éxito en Francia.


El segundo año me enganché porque la nueva juez era Zazie, una cantante-compositora que me cayó muy bien porque le gusta el rock y en su forma de cantar se nota que le gustan mis artistas favoritas, como Tori Amos. Vi la temporada siguiente, pero empecé a perder el interés y ni recuerdo quién ganó. El año siguiente, Jacques se fue a Turquía por nueve meses y nunca más volví a ver el programa.


Heme aquí en los Estados y le propuse a Jacques que empezáramos a ver la versión gringa, que nunca había visto. Desafortunadamente, ni Christina Aguilera, ni Gwen Stefani, ni Alicia Keys son jueces este año. Me tengo que conformar con Blake Shelton (who???), Nick Jonas (guácala), John Legend (emoji de persona levantando los hombros con indiferencia) y Kelly Clarkson, la única que me gusta. A pesar que empecé a ver American Idol después de que ganó, pasé todo el 2005 escuchando su disco “Breakaway” sin interrupciones, así que le tengo mucho cariño.


Obviamente, el formato del programa es el mismo en los dos países, pero la versión gringa y la francesa de The Voice tienen muy poco en común. Más bien, muestran las diferencias contundentes entre las dos culturas. Empecemos con el presentador. En Francia, es el periodista Nikos Aliagas, en los Estados, el antiguo presentador de Total Request Live de Mtv, Carson Daly. Yo no conocía a Nikos, pero le tengo mucho respeto porque es un buen moderador y entrevistador. Es serio, pero entretenido y muy inteligente. Después de la muerte de TRL, no volví a saber de Carson Daly pero, aunque lleva 10 años presentado The Voice, se ve todo golpeado por la vida y tiene cero protagonismo en el programa. Es todo estático, no tiene carisma y dice apenas lo estrictamente necesario para que la competencia siga su curso. Nadie va a notar el día que se vaya.


Es claro que la dinámica entre los jueces y los concursantes franceses y gringos tiene que ser diferente, pero nunca me imaginé a qué grado. En Francia, los jueces eran muy amables entre ellos, me los imaginaba casi amigos, yendo a cenar y a tomar tragos juntos. Me imagino que lo hacen en broma, pero los jueces gringos compiten entre ellos como que de eso dependiera su próximo cheque. Pasan peleando tan seguido que eso le quita todo el protagonismo al pobre diablo muerto de nervios que viene a cantar. La mayor parte del tiempo los jueces no dejan hablar a los concursantes, no les preguntan nada aparte del nombre y los tratan de convencer de ir a su equipo recalcando los defectos de los otros jueces, o argumentando cuántas veces han ganado el concurso.


Exacto, en la versión gringa los jueces se creen los ganadores, como si fueran ellos los que cantaran. Son tan egocéntricos que da vergüenza. Además, cada juez representa un género de música y es muy obvio quién se va a dar vuelta por el candidato dependiendo de la canción. Algunas veces un juez desobedece el patrón, pero es extremadamente raro que los cuatro jueces compitan por una misma persona. Esto es muy común en Francia y definitivamente no existe tanta diferenciación de juez por tipo de música. Y esos sketches dizque cómicos que hacen los jueces gringos solo muestra que no cualquiera es un buen actor.


Hay que decir que los cantantes gringos son mejores que los franceses. Suena duro, pero es verdad. Después de todo, el estándar de una voz poderosa es Mariah Carey o Whitney Houston, en cualquier país que sea. Y con tanto gringo religioso, cantan más seguido en las iglesias, lo que les da una ventaja significativa con respecto a los ateos franceses que solo cantan obligados en las clases de música. Pero porque los gringos son mejores me enoja más cuando eliminan a los virtuosos que no tienen potencial de estrellas pop, es decir que no son jóvenes, atractivos o con una historia patética detrás. Casi que parece requisito haber sufrido para cantar bien, si se cree en los perfiles de los candidatos de The Voice US. Cada uno está allí porque su mamá fue madre soltera, o ellos son padres solteros, porque los trataron mal sus compañeros de colegio, porque tienen una enfermedad incurable, un complejo sobre su cuerpo, o porque no pueden pagar su alquiler a menos que persigan sus sueños. Sus historias son tan tristes que ya me volví inmune a sus peroratas lastimeras.  


Así que puedo decir que genuinamente me gustaba la versión francesa de The Voice, con los jueces que yo conocí, porque cuando vi un episodio con los actuales no me cayeron bien, mientras que me gusta detestar The Voice US, que es una forma totalmente diferente de consumir un producto cultural. Y esto corresponde a mi opinión de los dos países, de hecho.




Moving to the USA has signified a complete relapse in my old addiction to popular culture (cf. my recent interest in Taylor Swift). My addiction used to be so strong that I was only able to control it by extracting myself from the environment where it prospered, a.k.a. Honduras, when I left for the first time in 2010 and for the second time in 2013. Without any access to a tv during the weekdays, I started losing the notion of who were the hip artists or shows, with a notable exception: the French version of The Voice.


While I was living in Switzerland, most weekends I traveled to Lyon to see Jacques and he did have a tv. Luckily, he did not have cable and therefore no access to E! Entertainment Television, which is why I could stand to watch a reality show without falling into old habits. We started watching The Voice occasionally, the few times that we came back early from any outing or when we did not go out on a Saturday evening, but we got hooked without realizing it. We even reached the point where, if we could not watch the episode live, we downloaded it to watch it later.


I think I enjoyed the show that year in particular because it was Mika’s first season as a judge. Mika spent his early childhood in France, but later studied in England and so he has different cultural and musical references from that of his fellow judges. He was the only judge I knew, whereas the others were French or Canadian singers I had never heard of. Mika’s contestant won that year, a very talented singer with Roma origins, Kendji Girac, who has a very successful career in France.


The second year I got hooked because the new judge was Zazie, a singer-songwriter whom I liked because she likes rock music and it is evident in her way of singing that she likes some of my favorite artists, like Tori Amos. I watched the next season, but I started losing interest and I do not even remember who won. The next year, Jacques left for Turkey and I never watched the show again.


So here I am in the US and I suggested to Jacques that we start watching the American version of the show, which I had never watched before. Unfortunately, neither Christina Aguilera, Gwen Stefani, nor Alicia Keys are judges this year. I had to settle for Blake Shelton (who????), Nick Jonas (yuck), John Legend (emoji of person raising his shoulders as a sign of indifference) and Kelly Clarkson, the only one I love. Even though I started watching American Idol after she won, I spent all 2005 listening to her album “Breakaway” non-stop, so I have a special place for her in my heart.


Obviously, the show’s format is the same in the two countries, but the American and the French versions of The Voice barely have anything in common. Instead, they demonstrate the overwhelming differences between the two cultures. Let us start with the host. In France, it is the journalist Nikos Aliagas; in the US it is the former Total Request Live host from Mtv, Carson Daly. I did not know Nikos before, but I have great respect for him because he is a good moderator and interviewer. He is serious, but entertaining and very intelligent. After TRL’s death, I did not know what became of Carson Daly, but he may be hosting The Voice for 10 years now, he looks beaten by life and has zero relevance in the show. He is completely static, has no charisma and says the bare minimum to keep the show going. No one will notice the day he does not show up.


It is clear that the dynamics between American and French judges and contestants must be different, but I never imagined to what extent. In France, the judges were very kind between one another, I pictured them as friends, often having dinner and drinks together. I guess they are joking, but the American judges compete against one another as if their next check depended on it. They fight so much that they take the spotlight away from the poor nervous soul who comes to sing. Most of the time the judges do not let contestants speak, they ask them no questions besides their name and try to convince them to join their team by highlighting the other judge’s flaws, or arguing how many times they have won the show.


Exactly, in the American version the judges think they are the winners, like they are the ones doing the singing. They are so self-centered it is embarrassing. Besides, each judge represents a genre of music and it is obvious who will turn for a candidate depending on the song. Sometimes a judge will go against the pattern, but it is extremely rare that all four judges compete for the same person. This is very common in France and there is definitely no clear differentiation of the judges according to the type of music. And the so-called funny sketches of the American judges only show that not everyone can be a good actor.


It must said that the American singers are better than the French ones. It sounds harsh, but it is true. After all, the standard for a powerful voice is Mariah Carey or Whitney Houston, no matter the country. And with so much religious Americans, they sing more frequently in their churches, which gives them a significant advantage to the French atheists who only sing when they are forced to in music classes in high school. But that the Americans are better only annoys me more when the really talented ones are eliminated because they have no pop star potential, meaning they are not young, good looking or with a pathetic history. It almost looks like a requisite to have suffered to sing well, if you believe in the profiles in The Voice US. Each one of them is there because their mother was a single parent, or they are single parents, or because they were bullied in high school, have an incurable disease, have body image issues, or because they are not able to pay their rent if they do not follow their dreams. Their stories are so sad that I became immune to those pitiful speeches.


So I can say that I genuinely loved the French version of The Voice, with the judges I knew, because I watched one episode with the current ones and did not like them, while I love to hate The Voice US, which is an entirely different way of consuming a cultural product. And this matches my opinion of the two countries, actually. 



 


En el 2017, leí un libro que me hizo dejar de leer, y con mucha razón, librosde autoayuda, uno de mis géneros más frecuentes hasta entonces. Después de casi cuatro años, tuve mi recaída con “Discover you Dharma, A Vedic Guide to Finding Your Purpose” de Sahara Rose. El dharma, según el hinduismo, es nuestra misión, nuestro propósito, la razón por la que decidimos encarnarnos en esta vida. Este es un tema que me ha obsesionado desde la primera vez que escuché la versión audio de “Las 7 leyes espirituales del éxito” de Deepak Chopra cuando era una niña, probablemente porque nunca supe, y todavía no sé, cuál es mi propósito.


Siempre me han gustado varias cosas y cuando algo me interesa me obsesiono, aprendo todo lo que puedo sobre eso y luego paso a otra cosa. Hay ciertos temas que se quedan allí, pero se vuelven secundarios a la novedad que ocupa mi mente en este momento. Nunca he tenido el camino claro, pero me encanta ver cómo otros sí. Mi madre nació para ser médico, mi padre para ser ingeniero. A ambos les apasionaba su trabajo, lo hacían bien – ahora están retirados – y su trabajo no solo les permitía ganarse la vida, era sobre todo útil para la sociedad. Me cuesta creer que el concepto de dharma no es cierto después de haberlo visto tan claramente. Pero yo soy más como mi abuelo paterno que fue carpintero, trabajó en las plantaciones de banano en el norte de Honduras, emigró un tiempo a los Estados Unidos, abrió una venta de materiales de zapatería, en fin, que probó varias cosas sin quedarse con una sola.


Como a los 17 años me tocaba decidir una carrera que estudiar, escogí arquitectura. A los 15 años me empezó a interesar el dibujo y la pintura y no quería hacer otra cosa, pero sabía muy bien que eso no era una carrera en Honduras. No me interesaba ser maestra de artes plásticas y las universidades privadas estaban descartadas porque eran muy mal vistas por mis padres, además que yo quería seguir con la tradición de ir a la universidad pública. Puesto que las matemáticas no me resultaban un freno y viendo que lo único más o menos artístico a disposición en la UNAH era arquitectura, la opción fue evidente.


Es muy difícil decir en retrospectiva si fue una buena elección, porque desde mis años de estudiante tuve señales que no era eso lo que quería hacer, pero simplemente nunca escuché. En efecto, me gustaron las matemáticas, la física y las estructuras, me enamoré por completo de la historia de la arquitectura, pero detestaba el diseño. Odiaba incluso las clases de representación gráfica, que debería haber disfrutado porque me gustaba dibujar. Tuvieron mucho que ver los profesores: desde el momento en que el profesor no me gustaba, no le prestaba interés a la clase y no hacía ningún esfuerzo. Es por eso que no sé nada de historia de la arquitectura latinoamericana, por ejemplo, porque en esa clase lo único que aprendí fue a dormir sin que el profesor no se diera cuenta. Pero nunca se me ocurrió cambiarme de carrera porque sacaba notas decentes, tenía buenos amigos, me sentía orgullosa de estar allí y todavía ahora le tengo mucho cariño a mi universidad. Ahora pienso que hubiera sido más compatible con la carrera de comunicaciones y publicidad en Unitec, o francamente mi vida hubiera sido más fácil si hubiera estudiado informática, pero no sería quién soy en este momento.


Y tengo el diploma, pero no soy una arquitecta en el sentido que nunca soñé con crear mis propias obras, nunca me interesó diseñar e incluso detesto el mundo de la construcción. Tuve la suerte de ganarme las becas que me permitieron estudiar una maestría y luego el doctorado en historia del arte, porque si no, no sé qué hubiera sido de mi vida. A pesar de todo, ya para entonces era muy tarde para cambiar radicalmente de camino. Con mi formación de arquitecta la opción más lógica era especializarme en historia de la arquitectura. Me quedé con la contemporánea porque me gustaba, pero también porque no tenía una buena base en ningún otro periodo histórico.


Durante esos años de estudio post-licenciatura mi objetivo fue trabajar como profesora universitaria, pero con el tiempo me di cuenta que eso no iba a ser posible. La competencia es ruda porque hay cada vez menos puestos en la universidad, así que las exigencias son muy altas en cuanto a número de publicaciones, de posdoctorados en el extranjero y de conexiones con las personas correctas. Cuando iba a las conferencias me sentía fuera de lugar, totalmente incapaz de hacer “networking”. Siempre me ponía ansiosa antes de dar clases, aunque me encantaran mis alumnos y aunque lo hiciera mejor con el tiempo. Mi tema de investigación no fue muy prometedor tampoco como para visualizar una carrera a largo plazo. Y estaba cansada de los contratos cortos y de tener que mudarme constantemente. Así que muy rápidamente me preparé a buscar trabajo.


Según mis registros, mandé por lo menos 41 aplicaciones entre octubre del 2018 a mayo del 2019, en el periodo entre que dos de mis amigos leían mi tesis, la mandé al jurado y esperaba la defensa. Apliqué a puestos de dibujante de arquitectura, a puestos administrativos en universidades y hasta a consultoras de educación superior que contratan personas con doctorado. Dos aplicaciones salieron bien: la primera a un puesto de investigación en una empresa que hace publicaciones sobre la historia de las empresas y la segunda a un puesto de comunicaciones en una agencia de arquitectura. En el primero recibí una respuesta negativa al principio, pero me llamaron un mes después para ofrecerme otro puesto. Como todavía no tenía mi permiso francés de estadía solo podía hacer una práctica, puesto que tenía el estatus de estudiante. Mi trabajo consistía en hacer las entrevistas y la investigación para un reporte de responsabilidad social corporativa. Nunca había escuchado hablar de eso, pero me encantó sumergirme en el tema y aprender de la empresa sobre la que estaba investigando. Mis colegas eran adorables y mi jefe fue probablemente el mejor que he tenido hasta ahora. Pero entretanto me llamaron de la agencia de arquitectura en París que buscaba una persona para hacer la comunicación, siete meses después de haber aplicado. No pude resistir la posibilidad de trabajar en esa agencia de quién admiraba tanto el trabajo y de vivir en París.


Ese trabajo también me gustó y creo que eso es lo que me gustaría seguir haciendo en el futuro. Pero ese trabajo no marcó el fin de los contratos cortos y en cuanto vi que otra agencia buscaba un perfil similar al mío apliqué. Todo sucedió de forma tan rápida que yo lo interpreté como el destino. Un martes vi el anuncio en línea, en la noche hice mi aplicación, la mandé al día siguiente, me contestaron el mismo día, tuve la entrevista el jueves y el viernes me hacían una oferta. Al martes siguiente estaba poniendo mi renuncia. Pero después de tres semanas en mi nuevo puesto, mi jefa terminó con el periodo de prueba alegando que teníamos visiones totalmente diferentes de la arquitectura.


Fue un golpe a mi ego como no lo tenía desde hace mucho, porque yo no sentía que las cosas estaban saliendo tan mal. Sí, mis jefes eran personas complicadas, pero todo el mundo en el medio de la arquitectura lo es. Y que alguien tomara esa decisión tan radical después de solo tres semanas, me pareció cruel e injusto, en especial porque yo tenía mi otro trabajo seguro, por lo menos por unos meses más. Ese nuevo puesto era permanente y yo me miraba al fin con más estabilidad. Pero al perderlo la opción más lógica era venirme a los Estados con Jacques mientras termina su posdoctorado. Me costó tanto digerir la forma en que se dieron las cosas que por un momento sentí que estaba cayendo en una depresión. Los primeros meses fueron muy difíciles, entre el frío del invierno, tener que esperar a ver si me daban mi permiso de trabajo, encontrarme en un pueblo perdido sin nada que hacer, en plena pandemia, y dolida por lo que había pasado. Y no puedo dejar de preguntarme, ¿por qué demonios pasó todo eso? ¿No se supone que ya había encontrado un trabajo perfecto que me gustaba y que encima necesitaba justo lo que sé hacer bien?


El libro de Sahara Rose no me dio ninguna respuesta. Ella se quiere presentar como una sucesora de Deepak Chopra para los “millennials”, escribiendo con hashtags y malas palabras y tratando de convencerme que la solución al dilema de la vocación es crear un canal de youtube de lo que más me interesa, o convertirme en “coach” de cualquier cosa. Estoy exagerando, pero apenas. No todo fue una pérdida, estoy leyendo su introducción al Ayurveda y eso sí lo considero una revelación, pero me sentí tan frustrada con su manera de tratar la cuestión del dharma y con el concepto en general. Se supone que el dharma es aquello que hacemos de forma única, recibimos apoyo externo para hacerlo y trae consigo abundancia en todas sus formas. Pero es una condición del dharma que sea compartido y que beneficie a otros, porque se supone que es una forma de servicio a la humanidad. ¿Cómo entonces me explican que existan personas que tienen éxito en su maldad? ¿Me van a decir que el dharma de Juan Orlando Hernández es ser un presidente narcotraficante que está empobreciendo a su pueblo? ¿Me van a decir que están alineados con su dharma todos los que trabajan o que se benefician de él en el gobierno, en la empresa privada y en el crimen organizado cuando son unos pocos haciéndole tanto daño a millones de personas? ¿Dónde está la justicia espiritual? Que hayan condenado a cadena perpetua al hermano del presidente no es compensación por la gente que se está muriendo de hambre, la que han asesinado, la que se ha ido en caravanas, la que no encuentra trabajo, a la que le están quitando sus tierras o privatizando sus fuentes de agua, o los niños en centros de detención en la frontera de los Estados Unidos.


Lo más seguro es que nunca podré entender las injusticias del mundo o las incoherencias de la espiritualidad. Lo único que me ha mantenido a flote en la incertidumbre, que es el único estado constante en mi vida, es decirme que allí donde estoy es donde debo estar y eso que estoy haciendo es lo que tengo que hacer. Estos últimos meses ha sido tocar guitarra, cocinar y mantener mi casa en orden. La semana pasada llegó mi permiso de trabajo y ahora la misión es buscar un trabajo. El día que lo encuentre, será un nuevo comienzo.    




In 2017, I read a book that made stop reading, and with good reason,self-help books, one of my most frequent genres until then. After almost four years, I had a relapse with Sahara Rose’s “Discover you Dharma, A Vedic Guide to Finding Your Purpose”. Dharma, according to Hinduism, is our mission, our calling, the reason why we chose to incarnate in this life. This is a topic that has obsessed me since the first time I listened to “The Seven Spiritual Laws of Success” by Deepak Chopra when I was a little girl, probably because I never knew, and still do not know, what my purpose is.


I have always liked many things and when something interests me I get obsessed, I learn everything I can about it and then move on to the next thing. There are some topics that remain, but they become secondary to the novelty that is occupying my mind in that moment. I had never had a clear path, but I love seeing others who do. My mother was born to be a doctor, my father to be an engineer. Both were passionate about their work, they did it well – they are both retired now – and their job allowed them not only to earn a living, but it was also useful to society. I find it hard to believe that the concept of dharma is not real after having seen it so clearly. But I am more like my paternal grandfather who was a carpenter, worked in the banana plantations in the north of Honduras, emigrated for a while to the United States, opened a shoe materials shop; who tried many things without sticking to one.


At 17, I had to decide on what to study and I chose architecture. At 15, I began to take an interest in painting and drawing and I did not want to do anything else, but I knew very well that that was not a career in Honduras. I was not interested in being a fine arts teacher and private universities were off the table, as my parents were against them. Besides, I wanted to continue the tradition of going to public university. Since math was not an issue for me and seeing that the only thing more or less artistic in my university was architecture, the option was clear.


It is very hard to say in retrospective whether that was a good choice, because even during my years as a student I had signals that this was not what I was meant to do, but I just never listened. Indeed, I enjoyed math, physics and the courses on structures, I fell completely in love with architectural history, but I detested designing. I hated even the classes on graphical representation, which I should have enjoyed since I liked drawing. It had much to do with the teachers: as soon as I did not like them, I lost all interest in the class and did no effort. This is why I know nothing on Latin American architecture, for instance, because the only thing I ever learned in this class was how to nap without getting caught. But it never occurred to me to change my studies because my grades were decent, I had good friends, I was proud to be there and still now, I have much affection for my university. I now think that I would have been more compatible with the communications bachelor available in a private university, or honestly that my life would have been much easier if I had chosen to study computer science, but I would not be who I am right now.


And I have the diploma, but I am not an architect in the sense that I never dreamt of creating my own works, I was never interested in designing and I loathe the construction world. I was lucky enough to win the scholarships that allowed be to study a Master’s degree and then a Ph.D. in art history, because otherwise I have no idea what I would have done with my life. Despite everything, it was already too late too change course radically. With my background in architecture the most logical option was to specialize in architectural history. I stayed with contemporary architecture because I liked it, but also because I did not have a good foundation on any other historical period.


During those years after my Bachelor’s, my objective was to become a university professor, but in time I realized that was not going be possible. The competition is hard because there are less and less positions at the university, so the standards are very high in terms of number of publications, postdocs abroad and connections with the right people. Whenever I attended conferences I felt out of place, incapable of networking. Whenever I had to teach I class I felt anxious, even though I loved my students and I was getting better with time. My research topic was not promising enough to visualize a long-term career. And I was tired of the short contracts and having to move constantly. So quickly, I started preparing myself to look for a job.


According to my registers, I sent at least 41 applications from October 2018 to May 2019, during the period when two of my friends were reading my dissertation, I sent it to the jury and was waiting for the defense. I applied to positions in architectural drafting, in university administration and even in consulting companies who hire Ph.Ds. Two applications had positive results: one as a researcher in a company that publishes on the history of companies and the second was a position of communications officer in an architecture firm. In the first, I received a negative answer at first, but they called me a month after to offer me another position. Since I did not have yet my French residence permit the only thing I could do was an internship, as I was still a student. My job was to conduct the interviews and research for a corporate social responsibility report. I had never heard about that, but I loved immersing myself in the topic and learning on the company I was researching. My colleagues were adorable and my boss was probably the best I have had until now. But in the meantime, I got a call from an architecture firm in Paris that was looking for someone in the communications department, seven months after I sent my application. I could not resist the possibility of working in this agency whose work I admired so much and of living in Paris.


I enjoyed this work too and I think that this is what I would like to keep doing in the future. But this job was not the end of the short contracts and when I saw that another firm was looking for a profile similar to mine I applied. Everything happened so quickly that I interpreted as destiny. On Tuesday I saw the ad online, in the evening I wrote my application, I sent it the next day, they replied to me a few hours later, I had the interview on Thursday and got an offer on Friday. The following Tuesday, I was putting my resignation. But after three weeks in my new position, my boss ended my trial period arguing that we had entirely different visions of architecture.


It was a blow to my ego like I had not had in a very long time, especially because I did not feel that things were going so bad. Yes, my bosses were complicated people, but just like everyone is in the field of architecture. And that someone took this radical decision after only three weeks seemed to me cruel and unfair, especially since my previous job was secure for a few months at least. This new position was a permanent one and I finally saw myself with more stability. When I lost it, the logical option was to come to the US with Jacques while he finishes his postdoc. I had such a hard time digesting the way things turned out and for a moment I felt like I was falling into a depression. The first months were so hard, between the cold in the winter, waiting to see if I got my employment authorization, finding myself in a town with nothing to do, in the midst of a pandemic, and hurt for everything that happened. And I cannot help but asking, why the hell did all of that happened? Was I not supposed to have found a perfect job that I enjoyed and that needed exactly what I am good at?


Sahara Rose’s book gave me no answer. She wants to portray herself as Deepak Chopra’s successor for “millennials”, writing with hashtags and curse words and trying to convince me that the solution to the dilemma of one’s calling is to create a youtube channel of what interests me or to become a “coach” of anything. I am exaggerating, but barely. Not everything was lost: I am reading her introduction to Ayurveda and that is a revelation to me, but I felt so frustrated with her approach to the question of dharma and with the overall concept in general. Dharma is supposed to be what we do in a unique way, we receive external support for it and it brings abundance in all its forms. But it is a condition for dharma to be shared and to benefit others, because it is supposed to be a form of service to humanity. How can you explain to me that there are people who succeed in their evil? Are you telling me that Juan Orlando Hernández’s dharma is to be a drug-trafficking president who is impoverishing his people? Are you telling me that those who work with him or benefit from him in the government, in the private sector or in organized crime are aligned with their dharma, when they are a little few harming millions? Where is the spiritual justice? That the Honduran president’s brother was recently sentenced to life in prison is a meager compensation for the people who are starving, who have been killed, who left the country in caravans, who cannot find a job, who are being dispossessed of their lands or who whose water sources are being privatized, or for the children in detainment camps in the American border.


I may never understand the world’s injustices or spirituality’s incoherencies. The only thing that has kept me afloat in the uncertainty, the only constant state in my life, is to tell myself that wherever I am is where I am supposed to be and whatever I am doing is what I should be doing. These past months, it was to play guitar, to cook and to keep my house in order. Last week, I received my employment authorization and now the mission is to find a job. The day I find it, it will be a new beginning.




Hoy vengo a hablarles de mi obsesión más reciente: Taylor Swift. Para cualquier otra persona que no ha vivido los últimos 10 años desconectado de la cultura popular, esto puede sonar tan revolucionario como descubrir el agua caliente, pero por una razón que desconozco, hasta ahora Taylor y yo habíamos vivido en mundos paralelos sin nunca cruzarnos realmente. Obviamente he escuchado sus canciones famosas y estaba al tanto del infame incidente en el que Kanye West le quitó el micrófono en los Video Music Awards de Mtv del 2009 cuando ganó mejor video femenino. Y no es que no me gustara su música, es que nunca antes hubiera pensado en escucharla de verdad, prestándole atención.


Todo cambió el año pasado cuando NPR agregó su disco “Folklore” a su lista semanal de los mejores discos más recientes para el podcast “All SongsConsidered”. Desde hace varios meses me he propuesto como meta escuchar todos los discos de la semana antes de escuchar el podcast, para tener mi propia opinión y para descubrir nuevos artistas, porque ya estaba aburrida de escuchar siempre la misma música. Para mi gran sorpresa, me gustó mucho el disco y lo terminé bajando.


Para esa misma época, mi amiga Paula me vino a visitar a París, y una noche después de andar caminando todo el día por la ciudad, nos encontramos en mi apartamento con ganas de ver algo ligero. Pusimos “Miss Americana” en netflix, el documental sobre Taylor. Yo no conocía nada de su historia y me pareció una persona con los pies bien en la tierra, a pesar de la fama increíble que tiene, pero todavía no sentía la curiosidad por escuchar sus discos anteriores.


Eso ocurrió cuando uno de mis profesores favoritos de guitarra, JustinSandercoe, publicó un tutorial para tocar “Shake it off”. Son solo tres acordes, pero Justin juega con los tipos de acordes y con el rasgueo para variar la dinámica en la canción. Escuché la canción original y me pareció muy divertida que me pregunté cómo era el resto de su música. No me imaginaba en qué me estaba metiendo, porque Taylor tiene 9 discos. Y como es tan famosa, le han sacado varios dvds en concierto, innumerables reseñas, artículos, reportajes, podcasts, hasta libros. He pasado las últimas semanas buscando y luego leyendo, escuchando y viendo todo ese material con la misma exhaustividad con la que investigaba para mi tesis. Es absolutamente fascinante.


Me gusta mucho y me alivia saber – lo tengo que decir – que Taylor toca la guitarra y el piano y escribe sus propias canciones. No es simplemente una chava bonita a la que ponen a cantar lo que los “compositores” de música prefabricada están sacando en cierta temporada o que ponen a bailar con poca ropa para esconder que no sabe hacer nada más. Aunque ha trabajado con esos productores que han homogeneizado/arruinado la música desde finales de los 90s, su fuente principal de inspiración es su propia vida, sus relaciones, lo que le está pasando en ese momento. Los colaboradores vienen después, para ayudarla a plasmar su visión.


Estoy muy impresionada con la manera en que compone sus canciones, accediendo como a una dimensión en la que esas canciones ya existen y es su trabajo traducirlas en este plano. Me recuerda lo que explica Elizabeth Gilbert sobre la creatividad en su libro “Big Magic” o en su charla de TED, así como lo que dice Tori Amos sobre que sus canciones son seres que llegan a visitarla y ella es únicamente el canal que usan para manifestarse. Taylor tiene un verdadero talento para las melodías, que son pegajosas sin ser empalagosas, y sus textos son eficaces, ingeniosos y muchas veces divertidos. También encuentro admirable que sus canciones son muy sencillas desde el punto de vista musical. Usan pocos acordes, muchas veces son los mismos, pero sin que las canciones suenen iguales, como lo muestra una chica que tiene su canal deyoutube dedicado a enseñar canciones de Taylor para guitarra. Eso tampoco significa que las canciones son fáciles de tocar, como lo estoy comprobando estos días.


Sin mucha sorpresa, no logro conectar con los primeros discos, los que sacó a finales de su adolescencia-inicios de su vida adulta. Voy a esperar que los vuelva a grabar para escucharlos de nuevo y ver si cambio de opinión. Pero con la excepción de algunas canciones, en especial en “Reputation”, me ha encantado descubrir los discos a partir de “1989”, sus presentaciones en ceremonias de premios y sus conciertos, en especial cuando toca las canciones en versión acústica. Su concierto de “Tiny Desk” para NPR, el concierto en París para promover “Lover” y el más reciente en el que toca por primera vez las canciones de “Folklore” son joyas absolutas.


Obviamente, mucho se ha escrito sobre su vida como celebridad, sus novios, exnovios, amigas, rivales etc. Para cualquier persona reticente a escuchar su música por todo ese ruido, sepan que eso no tiene ningún valor. Soy partidaria del enfoque de Rob Sheffield de la revista “Rolling Stone”, que sabe de todo eso, pero que prefiere concentrarse en Taylor la compositora y cantante, al punto de haberse convertido en una verdadera enciclopedia andante sobre la obra de Swift. De hecho, estar leyendo todos esos artículos de Sheffield me recordó a qué punto me gusta cómo escribe, y me hizo buscar su libro absolutamente genial “Love is a Mix Tape” y continuar con los siguientes.


Para terminar, en estos tiempos en los que se está viendo cada vez más claramente la discriminación, los abusos y la pura y simple misoginia que sufren las mujeres en todos los campos, pero en especial cuando se atreven a salir a la luz pública, no puedo evitar celebrar alguien como Swift. Muchos de los conflictos que ha tenido le han hecho ver de frente lo dañinos que son los comportamientos que se nos enseñan a las mujeres, como el gusto por complacer a otros, la dependencia a la validación externa, en su caso de premios, la prensa y colegas, o el no querer quedar mal con nadie. Su respuesta ha sido afirmarse como feminista, denunciar, defenderse y hasta llevar a juicio a un tipo que la acosó, y comprometerse políticamente después de muchos años de no hacerlo para no afectar su imagen pública. Y sí, creo que mucha de la cubertura mediática que ha tenido, en especial con respecto a sus relaciones, ha sido profundamente sexista y deja claro cómo se trata diferente a los artistas hombres de las mujeres. Y es por eso que, si tengo que elegir una canción para acompañar este post, sería la versión acústica de “The Man” del concierto en París.


Today, I come to talk to you about my latest obsession: Taylor Swift. For any other person who has not lived disconnected from popular culture during the latest 10 years, this may sound as revolutionary as discovering hot water but, for an unknown reason, up until now Taylor and I had been living in parallel worlds that never really crossed. Obviously, I had listened to her famous songs and I was aware of the infamous incident in which Kanye West took her microphone after she won best female video at the Mtv Video Music Awards in 2009. And it is not that I did not like her music, it is just that I had never considered really listening to it, to pay attention to it.


Everything changed last year when NPR included her album “Folklore” to its list of the best albums of the week for the podcast “All Songs Considered”. For many months now, I try to listen to all of the albums of the week before listening to the podcast, to form my own opinion and to discover new artists because I was bored of always listening to the same music. To my surprise, I really liked the album and ended up downloading it.


At the same time, my friend Paula came to visit me in Paris and one evening after spending all day walking around the city, we found ourselves in my apartment wanting to watch something light. We put “Miss Americana”, the documentary on Taylor, on netflix. I did not know anything on her story and I found her to be someone really grounded, despite how famous she is, but I was still not curious to listen to her previous records.


That happened when one of my favorite guitar teachers, Justin Sandercoe, posted a tutorial for “Shake it off”. It only has three chords, but Justin plays with the types of chords and with strumming to change the song’s dynamic. I listened to the original version and found it so fun that I wondered what the rest of her music was like. I had no idea of what I was getting into, because Taylor has nine albums already. And since she is so famous, there are many dvds of her concerts, countless reviews, articles, podcasts, even books on her. I have spent the last weeks searching and then reading, listening and watching all this material with the same exhaustivity I used to investigate for my Ph.D. It is absolutely fascinating.


I really like and I am relieved to know – I have to say it – that Taylor plays the guitar and the piano and writes her own songs. She is not simply a pretty girl who is put to sing whatever the prefabricated music “composers” are making at a certain time or who is put to dance with little clothing to hide the fact that she is incapable of doing anything else. Even though she was worked with these producers who have homogenized/ruined music since the late 90s, her main source of inspiration is her own life, her relationships, whatever she is going through at the moment. The collaborators come after, to help her execute her vision.


I am very impressed with the way she writes songs, accessing some sort of dimension in which her songs already exist and her work consists in translating them into this realm. It reminds me of everything Elizabeth Gilbert explains on creativity in her book “Big Magic” or in her TED talk, as well as what Tori Amos says about her songs being entities that come visit her and she is only the channel they use to manifest themselves. Taylor has a real talent for melodies, which are catchy without being corny, and her texts are effective, clever and many times fun. I also find it impressive that her songs are very simple from a musical point of view. She uses few chords, many times the same ones, but her songs do not sound alike, as demonstrated by a girl who has an entire youtube channel devoted to teaching Taylor’s songs on guitar. This does not mean that the songs are easy to play, as I am finding out these days.


Unsurprisingly, I am having a hard time connecting with her first albums, the ones she recorded at the end of her teenage years-beginning of her adult life. I will wait for her to re-record them to listen to them again and see if I change my mind. But, with the exception of some songs, especially on “Reputation”, I have enjoyed discovering the records from “1989” on, her award shows performances and her concerts, especially when she plays the songs in acoustic versions. Her “Tiny Desk” concert for NPR, the concert in Paris to promote “Lover” and the most recent in which she plays live for the first time the songs on “Folklore” are pure jewels.


Obviously, much has been written about her life as a celebrity, her boyfriends, ex-boyfriends, friends, rivals, etc. To anyone who is reticent to listen to her music because of all this noise know all that has no importance whatsoever. I am a partisan of Rob Sheffield’s approach, from Rolling Stone magazine, who knows all about that, but prefers to focus on Taylor the songwriter and singer, to the point of becoming a true walking encyclopedia on Swift’s oeuvre. Actually, reading all those Sheffield’s articles reminded of how much I love his writing and made me look for his absolutely brilliant book “Love is a Mix Tape” and continue with the following ones.


To conclude, in these times in which it is becoming increasingly clear the discrimination, the abuses and the pure and simple misogyny that women suffer in all fields, but especially when they dare going in the public light, I cannot help celebrating someone like Swift. Many of the issues she has faced have shown her how harmful the behaviors we are taught as women are, such as living to please others, depending on external validation, in her case awards, the press and peers, or not wanting to be in conflict with others. She has responded by affirming herself as a feminist, by denouncing, defending herself and even taking to court a guy who harassed her, and taking political stands, after many years of not doing so to not affect her public image. And yes, I do believe that much of the media coverage she has faced, especially when it comes to her relationships, is deeply sexist and shows explicitly who male and female artists are treated differently. That is why, if I have to choose only one song to include in this post it would be the acoustic version of “The Man”, for “Tiny Desk”.



Anthony Bourdain


Pensé mucho en Anthony Bourdain durante el primer confinamiento del año pasado, cuando mi única salida de la semana era para ir al supermercado y el resto del tiempo lo pasaba en mi apartamento de 25 m2. Muchas personas aprovecharon el encierro para experimentar en la cocina, hornear su propio pan o preparar platos más elaborados que de costumbre. A mí me pasó todo lo contrario, perdí todo el gusto por cocinar.


En tiempo normal, tengo un sistema bien estructurado con respecto a la comida. Cada semana hago un menú de lo que voy a comer en los días siguientes, siguiendo recetas de libros y de blogs de cocina que sigo regularmente, lo que me da la lista de ingredientes que me toca comprar en el supermercado. Generalmente los domingos cocino la mayoría de los platos de la semana, de manera a no hacer gran cosa de lunes a viernes después del trabajo. Así puedo llevar mi almuerzo a la oficina y me permito comer afuera los viernes, además del sábado por la noche. Continué con el sistema durante el confinamiento, pero perdí la motivación de andar buscando recetas. Los viernes y sábados terminaba cocinando cualquier cosa que no necesitara una gran preparación, porque por mucho que me encantaba mi barrio en París, no tenía buenos restaurantes a menos de un kilómetro, que era el radio permitido para salir. Así que trataba de motivarme viendo programas de comida/cocina en modo maratón que empezaba los viernes por la noche.


El primer programa que vi fue “Ugly Delicious” de David Chang. Cuando lo empecé, no tenía ni idea de quién era y el año anterior había intentado ver este programa, pero el tipo me pareció tan antipático que, a pesar de que era un episodio sobre tacos, desistí a la mitad. Que haya decidido darle una segunda oportunidad solo muestra lo desolado que está el panorama culinario de la televisión sin Bourdain. Tal vez es como en el amor, que supuestamente uno se enamora de la persona con la que se pasa más tiempo, porque episodio tras episodio, Chang terminó cayéndome bien. Hasta me dio lástima que solo hubiera dos temporadas. En vez de hacer episodios según un lugar específico, Chang los hace temáticos, según un tipo de plato o de técnica. Así fue como aprendí que los tacos al pastor descienden directamente de los kebabs libaneses. Es que las cosas más obvias se esconden a la luz del día.


Fue por David Chang que me acordé que Padma Lakshmi existía. No recuerdo cómo supe que tenía un programa en el que recorría los Estados Unidos para mostrar la comida traída por pueblos inmigrantes, pero yo tenía mis reservas sobre ella. Hasta entonces, yo creía que Lakshmi era simplemente la presentadora no muy amigable del Top Chef gringo y la ex esposa de Salman Rushdie. Afortunadamente, vi el programa y descubrí a esa mujer increíble. “Taste the Nation” es muy personal para Lakshmi, que empieza cada episodio recordando que ella llegó muy joven a los Estados Unidos proveniente de la India. Pero el programa tiene también implicaciones e intenciones muy políticas, denunciando el racismo del presidente americano de aquel entonces y subrayando en pleno año electoral que ese país no es nada sin las culturas ni la mano de obra del extranjero. De hecho, Lakshmi toma el toro por los cuernos desde el primer episodio yendo a la frontera entre México y los Estados Unidos. Pero son los otros episodios que fueron una revelación para mí porque mostraban comidas que todo mundo da por sentado como el chop suey, pero desde el punto de vista de comunidades que viven en los Estados adaptando sus raíces a ese nuevo entorno. Nunca me hubiera imaginado que en Milwaukee se honraba tanto la herencia alemana, o que en Paterson, New Jersey, habían tantos peruanos. Aunque mi episodio favorito fue definitivamente el de Nueva York, donde Lakshmi va a supermercados indios, presenta a su mamá y habla de su historia. Ahora pueden considerarme una fan incondicional de Padma.


Pasé un fin de semana viendo “Nadiya’s Time to Eat”, el programa en netflix de una de las ganadoras de la versión británica de “Great British Bake Off”, Nadiya Hussain. Recordaba muy bien la temporada en que ella participó y me pareció increíble ver cómo había cambiado desde entonces. Cuando era una participante en el concurso, Nadiya se vestía completamente de negro, no era muy amable, pero hacía recetas muy interesantes, usando siempre combinaciones atrevidas de especies. En este programa, Nadiya está siempre de buen humor en su cocina colorida en el campo inglés donde nunca llueve y hace platos que se ven fáciles y muy ricos. Sin embargo, no me convenció que en cada episodio visitara a una persona, que generalmente no tenía tiempo para cocinar porque trabajaba mucho, para enseñarle una receta, como si fuera posible cambiar las injusticias estructurales de la sociedad con un simple quiche. Tampoco me pareció muy relevante que fuera a visitar fábricas de productos transformados para mostrar de dónde viene la comida que deberíamos dejar de consumir. Pero el acabose fue que usara productos enlatados en sus recetas. Que alguien llame de urgencia a Jamie Oliver por favor. Aun así, le estoy dando una oportunidad a su nueva serie “Nadiya Bakes”, porque tengo la esperanza que sea mejor en su área de especialidad, la repostería, y por los tres episodios que he visto, parece que mi intuición es correcta. 


También hacía maratones de los videos de Claire Saffitz en el canal youtube de “Bon Appetit”, que ya he mencionado previamente. Tengo que decir que ningún otro de los presentadores logró cautivarme como ella, con la excepción de Ricky Martínez a quien le debo finalmente haber aprendido a hacer pupusas. Irónicamente, “Bon Appetit” se vio envuelto en un escándalo en el que su editor tuvo que renunciar cuando salieron a la luz fotos antiguas de él disfrazado de puertorriqueño y cuando se demostró que solo les pagaba a los presentadores blancos por hacer videos y no a los BIPOC. Unsuscribe directo.


No puedo hacer un post sobre programas de comida sin dar una mención honorífica a mi preferido desde hace varios años, “Très Très Bon”. Es un programa francés que pasan en un canal sobre la vida en París, así que se sitúa en la cúspide del esnobismo. Su concepto es que un crítico, que por muchos años no se mostraba frente a la cámara, visita mercaditos especializados y restaurantes de lujo junto con invitados para probar sus productos o platillos y darles una nota que va desde “no muy bueno” hasta “muy muy bueno”. En otros segmentos, son presentadoras que prueban restaurantes de “street food”, o lo más cercano a esa categoría que se puede encontrar en Francia, reposterías, y hasta restaurantes con tendencias ecológicas y hoteles de lujo. Obviamente, la mayoría de los lugares que visitan están en París, aunque a veces hacen excursiones en otras ciudades de Francia y hasta en otros países. Pero incluso antes de vivir en esa ciudad me encantaba ver su variedad de restaurantes, aprender sobre los diferentes criterios para juzgar una comida y ver cómo muchos de los restaurantes más caros resultan no ser tan buenos en realidad. Mi segmento favorito es, sin ninguna sorpresa, el de street food, presentado por Mina Soundiram, la chava que me parece la más cool y elegante de mi generación y no solo porque compartimos una pasión extrema por las hamburguesas.


Todo esto para decir que Anthony Bourdain me hace mucha falta. Trato desesperadamente de buscarlo en los nuevos presentadores y en todo tipo de programas, pero estoy consciente de que Bourdain era único e irremplazable. Aun así, se seguirán produciendo más programas de comida y los seguiré viendo. Después de todo, ¿acaso no somos la generación que tiene que seguir haciendo las cosas, aunque sepamos que todo está perdido de antemano?




I thought a lot about Anthony Bourdain during last year’s first lockdown, when my only outing of the week was to go to the supermarket and I spent the rest of the time in my 25 m2 apartment. A lot of people took advantage of sheltering to experiment in the kitchen, to bake their own bread or to prepare more elaborate meals than usual. For me it was the opposite, I lost all desire to cook.


In normal times, I have a very structured system when it comes to food. Each week I do a menu of what I will eat in the next days, based on books and cooking blogs I follow regularly, which gives me the list of ingredients I have to buy at the supermarket. It is generally on Sundays that I cook most of the meals of the week, so as to do as little as possible from Monday to Friday after work. This allows me to bring lunch to the office and I give myself permission to eat outside on Fridays and on Saturday evening. I continued with the system during lockdown, but I lost the motivation to look up recipes. On Fridays and Saturdays, I ended up cooking anything that did not necessitate considerable preparation because, even though I really liked my neighborhood in Paris, I did not have good restaurants in a 1 km radius, which was our permitted area. So, I tried to motivate myself by watching cooking/food shows in marathons that I started on Friday evening.  


The first show I watched was “Ugly Delicious” by David Chang. When I started, I had no idea who he was and the previous year I had attempted to watch this show, but I found the guy to be so unfriendly that, despite the fact that the episode discussed tacos, I left it halfway. That I decided to give it a second chance only demonstrates how desolate the TV culinary landscape is without Bourdain. Maybe it is just like love, in that you supposedly fall in love with the person you spend the most time with, because episode after episode, I ended up liking Chang. I was even sad that the show only had two seasons. Instead of doing episodes based on a specific place, Chang adopts a thematic approach, based on a specific type of dish or technique. That is how I learned that tacos al pastor are direct descendants from Lebanese kebabs. The most obvious things really do hide in plain sight.


It was thanks to David Chang that I remembered that Padma Lakshmi existed. I do not know how I learned that she had a show in which she traveled across the USA to show the food brought by immigrant populations, but I had some reservations on her. Up until then, I thought that Lakshmi was just the cold US Top Chef host and Salman Rushdie’s ex-wife. Luckily, I watched the show and discovered this amazing woman. “Taste the Nation” is very personal for Lakshmi, who starts each episode by reminding everyone that she came to the US from India when she was very young. But the show has also very political implications and intentions, by denouncing the racism of the American president at the time and highlighting, in the middle of an election year, that this country is nothing without the cultures or the workforce coming from abroad. In fact, Lakshmi grabs the bull by the horns right in the first episode by going to the US-Mexico border. But it is the other episodes that were a revelation to me because they showed meals that everyone takes for granted, like chop suey for example, but from the point of view of the communities that live in the US and adapt their roots in this new environment. I had no idea that Milwaukee honored so much the German culture, or that in Paterson, New Jersey, there were so many Peruvians. But my favorite episode was definitely the one in New York, in which Lakshmi goes to an Indian supermarket, introduces her mother and tells their story. You can now count me among Padma’s unconditional fans.


I spent a weekend watching “Nadiya’s Time to Eat”, the netflix show hosted by winner of “The Great British Bake Off”, Nadiya Hussain. I remembered very well the season she participated in and was really surprised by how much she had changed since then. When she was a contestant in the baking competition, Nadiya wore only black, she was not very nice, but her recipes were very interesting because she always used daring spice combinations. In this show, Nadiya is always in a good mood in her colorful kitchen on the English countryside where it never rains and prepares meals that look easy and tasty. However, I was not convinced by the segment in each episode in which she visited someone, who generally had no time to cook because they worked too much, to teach them a recipe, as if it is possible to change the structural injustices of the world with a simple quiche. I also did not find relevant the visits to factories of transformed products intended to show where the food we should stop eating comes from. But the worst of it all is that she uses canned foods. Someone needs to call Jamie Oliver ASAP. Yet, I am giving a chance to her new show “Nadiya Bakes”, hoping that she is better in her domain, baking, and based on the three episodes I have seen so far, it seems that my intuition was right.


I also watched marathons of Claire Saffitz’s videos in the “Bon Appetit” youtube channel, which I have mentioned before. I must say that no other host managed to captivate me like her, except Ricky Martínez whom I can thank for finally learning to make pupusas. Ironically, “Bon Appetit” was involved in a scandal in which its editor had to step down when old pictures of him dressed as a Porto Rican surfaced and when it was demonstrated that he only paid white hosts for their video appearances and not the BIPOC ones. Unsuscribe directly.


I cannot make a post on food shows without giving an honorary mention to my favorite for many years now, “Très Très Bon”. It is a French show broadcasted on a channel devoted to life in Paris, so it belongs to the cusp of snobbery. Its concept is that a critic, whom for many years did not appear in front of the camera, goes to specialty grocery shops and upscale restaurants with guests to taste their products or meals and rate them in a scale from “not very good” to “very very good”. On other segments, other hosts taste “street food” restaurants, or the closest you can find to this category in France, bakeries, and even restaurants with sustainable practices or luxury hotels. Obviously, most of the places they visit are in Paris, although they sometimes do excursions to other cities in France and even in other countries. But even before I lived in this city I loved watching its variety of restaurants, learning on the different criteria to judge a meal and seeing how many of the most expensive restaurants were not actually that very good. My favorite segment is, unsurprisingly, the street food one, hosted by Mina Soundiram, the girl I believe to be the coolest and most elegant of my generation and not only because we share an extreme passion for burgers.


All of this to say that I miss Anthony Bourdain very much. I try desperately to look for him in the new hosts and in all sorts of shows, but I am aware that Bourdain was unique and irreplaceable. Even still, there will always be new food shows and I will continue watching them. After all, are we not the generation that has to continue doing things, even though we know that everything is lost beforehand?







Bourdain picture: Martin Schoeller

 

Plants

No creo que mi amiga Paula se imaginaba el impacto que iba a tener cuando un día me mandó un mensajito sugiriéndome que fuera a una venta efímera de plantas que iba a tener lugar en Lyon en los días siguientes. Le hice caso, invité a una amiga, convencí a Jacques que viniera también y mi vida cambió por completo.


Llegamos temprano el sábado por la mañana porque Paula me había advertido que llegaba mucha gente a estos eventos. Pero no me esperaba la fila que rodeaba toda la cuadra, digna de una discoteca a la moda. Nos tocó esperar afuera más de una hora y efectivamente, el lugar estaba repleto. Rápidamente entendí por qué: había muchas especies de plantas y la mayoría muy baratas. Yo no sabía nada de plantas en aquella época, así que me traje las que me parecían más bonitas, unos cactus que creía iban a durar para toda la eternidad y una menta y una albahaca para poder cocinar.


Fue allí donde empezó mi obsesión. Para saber cómo las tenía que regar, comencé a investigar sobre los nombres de las plantas, sus orígenes y cuidados. Y poco a poco me di cuenta que estaba lejos de ser la única interesada en las plantas, esto es un verdadero fenómeno generacional. Alquilé libros en la biblioteca municipal: guías de horticultura, libros de decoración interior con plantas y relatos sobre su evolución, su inteligencia y hasta cómo comunican. El libro “Urban Jungle” me hizo descubrir la cuenta instagram “Urban Jungle Bloggers”, que me llevó a Summer Rayne Oakes y su espléndida cuenta de youtube. Summer Rayne tiene más o menos mi edad, se graduó de estudios ambientales en Cornell y tiene su casa en Brooklyn llena de más de mil plantas. Le han hecho varios artículos y reportajes en la prensa y desde hace unos años hace videos sobre cómo cuidar plantas en interiores según las diferentes especies y también hace visitas de jardines botánicos y de viveros. Es tanto metódica y científica, dando por ejemplo los nombres en latín de las plantas, como también carismática.


Summer Rayne promueve los “plant swaps”, eventos para intercambiar plantas, y buscándolos en Francia encontré páginas locales de facebook. Después dar mis primeros pininos en propagación pude intercambiar algunos esquejes. Los fines de semana iba a correr escuchando el podcast “On the Ledge” de Jane Perrone, que discute de una especie por episodio. Instalé cortinas en el apartamento, que abría o cerraba según las necesidades de las plantas a lo largo del día.


Empecé con unas cuantas plantas, pero seguí yendo a otras ventas efímeras, así como a tiendas especializadas de plantas más difíciles de conseguir. Empezaron ocupando un rincón en el salón y poco a poco fueron colonizando la cocina y el cuarto. Las observaba minuciosamente para ver si un espacio les resultaba mejor que otros. Obviamente intenté hacer germinar semillas de aguacate y milagrosamente lo logré, resultando en dos plantas grandes y muy bonitas que me recuerdan mi país. Al principio les ponía nombre a las plantas, pero después tenía demasiadas como para acordarme.


Una de mis primeras adquisiciones fue una Ficus elastica que empezó con tres hojitas. En Lyon creció un poco, pero cuando me mudé a París se convirtió en un verdadero árbol, seguramente porque le encantaba el sol directo de la mañana desde mi ventanal orientado al este y sin cortinas. De esa primera compra obtuve también la Maranta leuconera, una de mis favoritas no solo por sus colores, sino porque se abría y se cerraba con el pasar del día. No tenía ni idea que había plantas que hacían eso.


Me regalé de cumpleaños una preciosa Calathea orbifolia, que la pasó muy mal cuando la dividí porque estaba creciendo demasiado. Una de las divisiones no pudo sobrevivir después de meses de agonía. Tuve más suerte al dividir mi Pilea peperomioides, así que tenía la planta madre que crecía de forma muy extraña y que tenía que sostener con dos palitos chinos, pero sus hijas estaban creciendo bien.


Jacques me regaló una Peperomia piccolo banda, que logré reproducir y hasta intercambiar, aunque se me rebeló cuando le cambié macetera. Mejor la hubiera dejado donde estaba. Su mamá le había comprado una Spathiphyllum cuando se mudó a Lyon y era una planta verdaderamente resistente. Por años la regamos un poco al azar y no entiendo cómo sobrevivió cuando la dejamos por nueve meses con un amigo que fijo no le paró bola en todo ese tiempo. Cuando se volvió gigante la separé y las dos florecieron.


Tenía una hermosa Draceana marginata con unas hojas verdes brillantes. Me encantaba decirle a todo el mundo que mi Dieffenbachia maculata es extremadamente venenosa. Te puede dejar ciego si la savia te toca los ojos o mudo si te la llevás a la boca. Todavía me acuerdo de mi felicidad cuando al fin conseguí mi Monstera deliciosa gracias a un intercambio en mi cuadra. Corrí el mismo día a conseguirle un poste y crecía tan bien, dándome hojas con fenestraciones. Me encantaba levantarme en las mañanas para ver mi linda Oxalis triangularis recibir el sol con sus hojas abiertas, que se cerraban al llegar la noche. Y me daba mucha risa cuando me levantaba tarde, pero ella estaba abierta aunque el cuarto estuviera oscuro todavía, como si me dijera que el día no esperaba a nadie.


Tenía una Aloe vera que supuestamente no se tiene que regar en invierno y se me deshidrató, pero por suerte solo perdió unas cuantas ramitas. Cuando la dejé estaba creciéndole un retoño que me moría por ver crecer para separarlo en su propia macetera. Mi suegra me regaló unos esquejes de Tradescantia zebrina que a ella le crecían de forma frondosa y a mí se me estiraron de forma muy poco estética. Me compré una Tradescantia spathacea que se alargó demasiado y le corté la parte superior que volví a plantar, pero volvió a alargarse. La estrella de la casa era nuestra Dionea muscipula, nuestra planta carnívora que llamamos “Michonne” como el personaje de Walking Dead. Tuve que leer un libro para cuidarla y estaba preparada psicológicamente para que no sobreviviera, porque supuestamente son muy difíciles de cuidar en especial para principiantes. Pero le conseguimos su macetera de plástico, su turba de esfagno, le teníamos una reserva de agua desmineralizada y siempre estaba en el sol directo. No solo sobrevivió, sino que crecía muy bien. Me dolió tanto separarme de ella.


Tuve menos suerte con los cactus. Se me murieron varios, incluso un gordito peludo que me encantaba. Pero es que descubrí que mi amor puede ser sofocante y ellos no soportan el riego excesivo que eso conlleva. Mi albahaca y mi menta se infestaron de insectos y los boté por miedo a que me contaminaran las demás. Por suerte no volví a tener más accidentes de ese tipo. Nunca más de la vida me vuelvo a comprar suculentas. Tenía una Echeveria que no le gustaba el sol directo, pero se me estiró y se miraba horrible. Tenía hasta ganas de botarla al final.


Mis hermosas plantas, mis bebés como las llamaba. Me las traje a París desde Lyon, aunque ocuparon la mitad del camión. Me ayudaron a sobrellevar la búsqueda de empleo y los confinamientos. Me enseñaron mucho sobre sobrevivir a los cambios, sobre adaptarme a un entorno, pero también sobre reclamar mejores condiciones cuando es necesario. Me hicieron darme cuenta que necesitaba cuidar de algo vivo por mi propia salud mental. Las saludaba al llegar al apartamento y me alegraba estar en mi casa para estar con ellas. A veces me parecía una lata regarlas, pero otras veces era lo más cercano que tenía a la meditación. Cuando me vine a los Estados las tuve que llevar a la casa de mi suegro a Bretaña. Ahora no me atrevo a preguntar cómo están porque yo sé que nadie las conoce, ni las puede cuidar o querer como yo lo hice. Y aquí no puedo tener plantas porque tenemos alfombra y porque solo vamos a estar diez meses. Pinche país estéril.


Plants

Plants

Plants

Plants



I do not think that my friend Paula had imagined the impact that she was going to have on me when one day she sent me a text message suggesting that I go to a plant pop-up store that was going to open in Lyon in the following days. I listened to her, invited a friend, convinced Jacques to come too and my life changed completely.


We arrived early on Saturday morning, since Paula had warned me that a lot of people came to these events. But I certainly did not expect a queue around the entire block, worthy of a hip nightclub. We had to wait outside for more than an hour and, indeed, the place was packed. I quickly understood why: there were many species of plants and most of them very cheap. I did not know anything about plants at the time, so I brought the ones I found the cutest, some cacti I believed were going to last forever and a mint and a basil to cook.


That is how my obsession started. To know how I should water them, I started doing some research on the names of the plants, their origins and their care. And little by little I realized that by far I was not the only one interested in plants: this is a true generational phenomenon. I rented books in the municipal library: horticulture guides, books on interior decoration with plants, and books on their evolution, their intelligence and even on how they communicate. The book “Urban Jungle” made me discover the “Urban Jungle Bloggers” instagram account, which brought me to Summer Rayne Oakes and her splendid youtube account. Summer has more or less my age, graduated from environmental studies in Cornell and has her house in Brooklyn filled with more than a thousand plants. There are many press articles and news segments on her and for a few years now she has been making videos on how to take care of the different species of houseplants and on guided tours of botanical gardens and plant nurseries. She is as methodical and scientific, for instance by giving the plants’ names in Latin, as she is charismatic.


Summer Rayne promotes “plant swaps”, events to exchange plants, and looking for them in France I found local facebook pages. After making my first steps on propagation I exchanged some cuttings. On the weekends, I went running while listening to the podcast “On the Ledge” by Jane Perrone, who discusses a single specie per episode. I installed curtains in the apartment, which I opened or closed depending on the plants’ needs throughout the day.


I started with a few plants, but I kept going to other ephemeral sales, as well as to specialized stores that had plants that were more difficult to obtain. They started occupying a small corner in the living room and they soon started colonizing the kitchen and the bedroom. I observed them meticulously to see if one room suited them better than another. Obviously, I attempted to germinate avocado seeds and miraculously I succeeded, resulting in two big and very nice plants that remind me of my home country. At first, I named my plants, but then they became too numerous to remember their names.


One of my first acquisitions was a Ficus elastica that started with a mere three leaves. In Lyon it grew a little, but when I moved to Paris it became a veritable tree, surely because it loved the direct sunlight from the morning in my large window oriented to the east and with no curtains. From that same first sale I also got my Maranta leuconera, one of my favorites, not only because of its colors, but also because it opened and closed as the day went by. I had no idea that there were plants capable of that.


For my birthday, I gave myself a beautiful Calathea orbifolia, which had a hard time adjusting after I divided it because it was growing too much. One of the divisions did not survive after months of agony. I had better luck when dividing my Pilea peperomioides, so I had the mother plant, which grew in a very strange manner to the point that I had to hang it with chopsticks, but its daughters were growing up quite nicely.


Jacques gave me a Peperomia piccolo banda, which I managed to propagate and exchange, even though it became quite angry when I changed its pot. I should have left her in her nursery one. His mother had bought him a Spathyphyllum when he moved to Lyon and it was a very resistant plant. For years we watered it with no system whatsoever and I do not understand how it survived when we left it with a friend for nine months, whom we are sure did not paid any attention to it that entire time. When it became gigantic, I divided it and both divisions flowered.


I had a beautiful Draceana marginata with the lushest green leaves. I loved telling people that my Dieffenbachia maculata was extremely poisonous. It can leave you blind if the sap touches your eyes and mute if it touches your mouth. I still remember how happy I was when I got my Monstera deliciosa in an exchange in my neighborhood. The same day I ran to buy a pole for it and it was growing nicely, giving me fenestrated leaves. I loved waking up in the morning to see my beautiful Oxalis triangularis greet the sun with its open leaves, which closed at night. And it was so funny when I woke up late, but its leaves were open even though the room was still dark, as if it was telling me that the day waits for no one.


I had an Aloe vera that I was not supposed to water during the winter and got dehydrated, but luckily, it only lost a few branches. When I left it, it had a pup growing up, which I was dying to see grow up to put it in its own pot. My mother-in-law gave me cuttings of her Tradescantia zebrina, which grew so well for her, but they ended up elongated in a very un-aesthetic manner for me. I bought a Tradescantia spathacea that also elongated, so I cut its top and planted it again, but it elongated once more. The star of our house was our Dionea muscipula, our carnivorous plant we called “Michonne”, like the character in the Walking Dead. I had to read a book to learn how to take care of it and I was psychologically prepared for it not to survive, as they are supposedly very difficult to take care for beginners. But we bought it a plastic pot, sphagnum, we had a reserve of distilled water and it was always in direct sunlight. Not only did it survive, but it grew very well. I had such a hard time leaving her.


I was less lucky with cacti. Many of them died, even a small fat and hairy one that I loved very much. But I discovered that my love can be suffocating and they cannot stand the excessive watering it entails. My basil and mint were infested with bugs and I threw them out fearing they would contaminate the rest. Thankfully I had no more accidents of the sort. I will never buy succulents again in my life. I had an Echeveria that did not like direct sunlight, but it ended up etiolated and looked horrible. I was thinking of getting rid of it in the end.


My beautiful plants, my babies as I used to call them. I brought them to Paris from Lyon, even though they occupied half of the moving truck. They helped me overcome the job search and the lockdowns. They taught me a lot about surviving change, about adapting to a new environment, but also about reclaiming better conditions when it is necessary. They made me realize that I needed to take care of another living being for my mental health. I greeted them whenever I came home and I was glad to stay in to be with them. Sometimes it was a drag to water them, but other times it was the closest I was to meditating. When I came to the States I had to take them to my father-in-law in Brittany. Now I do not dare asking how they are doing, because I know that nobody knows them, nor can take care of them or love them as much as I did. And here I cannot have plants because we have a rug and because we will only stay ten months. Such a sterile country.


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