22 April 2012

Big loan from the girl zone

A pesar de lo fascinantes que pueden ser los hombres, estas últimas semanas he pasado tantos buenos momentos con mis amigas que me pregunto si no será masoquismo complicarse la vida con chicos. Hace dos semanas vino de visita Adriana, mi antigua compañera de apartamento, que interrumpió su master en Biología marina y mudanzas internacionales (cada semestre de su maestría es en un país distinto) para descansar un fin de semana en el que ella siempre llamó nuestro “ranchito de amor”. Tuve mi buena dosis de “girl-talk”, de la cual no sufro escasez porque afortunadamente vivo con dos otras chicas, pero teníamos que ponernos al tanto de nuestras vidas como sólo es posible en persona y no por correo, Facebook o Messenger. El sábado por la mañana nos levantamos tardísimo, desayunamos y nos fuimos junto con Pame a una sesión intensiva de retail therapy a Mériadeck. Para ser honesta, era más como window shopping porque el final inminente de la maestría y la llegada de las vacaciones, y por ende los viajes de verano, anuncia un período de sequía monetaria. Pero aquí es cuando doy gracias por las tiendas de bajo presupuesto, que aunque las ropas se evaporen a la segunda lavada, me hacen creer que hice una buena compra aunque sólo sea por un sábado en la tarde. Comimos en “Flunch” un almuerzo completo a menos de siete euros, que especulamos era todo de origen congelado y recalentado, pero no importa. Y pensar en todas esas tristes cajitas de pasta y hamburguesas espantosas que me comí por creer que no habían alternativas. Fuimos al supermercado a comprar todo lo necesario para una cena especial. Invitamos a nuestros amigos a un buffet de hamburguesas, en honor al plato que comíamos con Adriana cada vez que regresábamos de hacer las compras: las hamburguesas de la victoria. El domingo lo pasamos en pijama, viendo películas de Ryan Gosling apachurradas en el cuarto de Pame y comiendo sobras de la noche anterior.

El sábado pasado teníamos grandes planes con Deborah y Liza: haríamos un pic-nic a orillas del río en La Bastide, para disfrutar de una visita guiada por los tesoros desconocidos del barrio producto de mi extensiva investigación de este año. Veríamos “Titanic” en 3D en la primera estación de tren de Bordeaux que fue convertida en un Multiplex y vendríamos a la casa a cenar pastas sugestivas compradas por Pame en Nápoles. Pero el clima decidió frustrar nuestros planes. A causa de la intermitente lluvia que alternaba con el sol, nuestro pic-nic terminó siendo relocalizado al parque Peixotto, donde dimos un divertido espectáculo comiendo en la grama bajo la llovizna y con el viento frío. Había una boda en el parque y nos espera una suite en uno de los siete niveles del infierno porque los novios se estaban tomando fotos y no dejamos de criticar el vestido de la novia. Y empezó a llover así que el tour de La Bastide quedó para otra ocasión. Nos fuimos a refugiar al cuarto de Pame, a ver “Eyes wide shut”, una extraña elección para un día de chicas, lo confieso. Y comimos las pastas sugestivas en medio de una buena plática.


Este viernes por la noche teníamos planes con Pame. Nos dimos cita en algún lado de la calle Sainte-Catherine y por casualidad terminamos en la misma tienda a la misma hora, gracias a ese súper poder femenino que te permite olfatear descuentos a la distancia. Sólo pudimos disfrutar de las promociones por una hora, porque todo cierra temprano, así que nos fuimos a cenar. Comimos en un mini restaurante mexicano llamado “Árbol”, donde tenían música de mariachis a todo volumen. Vendían tres tacos y una bebida a siete euros, algo que se siente barato en comparación a los restaurantes estándar aquí, pero tuve la mala idea de hacer la conversión a lempiras: podría comer tacos por un año por lo que pagué tres mini tristes tortillitas. Lo peor es que estaba buena la comida, “sospechosamente buena” como le dije al chavo que los hizo cuando me preguntó cómo había estado. Por quince minutos me sentí en mi casa en Honduras, en las noches de tacos que hacía mi hermano con su novia. Luego, con Pame queríamos ir al Utopia a ver unos documentales de Alain Juppé, el actual alcalde de Bordeaux y ministro de Relaciones exteriores, y de Dominique Strauss-Kahn, que iban a estar seguidos de un debate. Pero como es el fin de semana de la primera ronda de elecciones la proyección ya estaba completa cuando llegamos. Nos fuimos a dos cines más a buscar qué ver, pero todas las películas ya habían comenzado o eran demasiado tarde. Terminamos regresando al Utopia donde vimos “Despair”, una película de 1978 del director Rainer Werner Fassbinder, que seguramente ha de ser una obra maestra que nosotras no entendimos. Pero no podía empañar lo que han sido tres perfectos fines de semana con mis amigas. Ahora espero con ansias que venga Esther para cerrar el ciclo.



In spite of how fascinating men can be, these last few weeks I’ve been spending some quality time with my girlfriends, to the point where I ask myself if it’s not masochism to complicate oneself with guys. Two weeks ago, Adriana, my former flat mate, came to visit, thus interrupting her master in Marine biology and international travelling (each semester of her master is in a different country) in order to rest for a weekend in what she always called our “little love ranch”. I had my good dose of girl-talk, of which I’m fortunately never in shortage of because I live with two other girls, but we had to catch up with each other in a way Facebook and Messenger do not allow us to. We got up really late on Saturday morning, had breakfast and went along with Pame to an intensive retail-therapy session at Mériadeck. To be honest, it was more window-shopping than anything else because the master’s imminent ending and the arrival of vacations and therefore summer travelling, announces a period of monetary crisis. But here is when I’m thankful for low-cost stores that even though the clothes you buy there will evaporate after two washes, they make me think I scored a huge deal, even if it’s just for a Saturday afternoon. We ate a complete meal at “Flunch” for less than seven euros, which made us speculate that everything was frozen and reheated, but it didn’t matter. And to think of all those sad little pasta boxes or awful hamburgers I ate because I thought there was no other choice. We stopped by the supermarket to buy everything we needed for a special dinner. We invited our friends to a hamburger buffet, in honor to the dish we ate with Adriana every time we bought groceries: victory hamburgers. And we spent the whole Sunday in our pajamas, watching Ryan Gosling’s movies squashed in Pame’s room and eating leftovers from the night before.


Last Saturday we had big plans with Deborah and Liza: we wanted to have a picnic by the river at La Bastide, so we could later enjoy a guided tour of the neighborhood’s hidden treasures, thanks to the extensive research I’ve been making this year. We would watch “Titanic” in 3D in Bordeaux’s first train station which was transformed into a multiplex and we would come home to eat suggestive pasta bought by Pame at Naples. But the weather decided otherwise. Because of the intermittent rain which alternated with the sun, our picnic got relocated to nearby park Peixotto, where it was a funny picture to see us eating on the grass, under the drizzle and with cold wind. There was a wedding in the park and a special suite is waiting for us in one of hell’s seven floors because the bride and groom were having their picture taken and we couldn’t stop criticizing the bride’s dress. And it started to rain so the tour of La Bastide got canceled. We took refuge in Pame’s room to watch “Eyes wide shut”, a strange choice for a girls’ day, I admit. And we had the suggestive pasta with good conversation.


This Friday night we had plans with Pame. Our meeting was somewhere in Sainte-Catherine Street and by chance we found each other in the same store at the same time, thanks to that female superpower of sensing discounts at the distance. We could enjoy the sales only for one hour, because everything closes early here, so we had some dinner. We ate at a tiny Mexican restaurant called “Árbol”, where they had mariachi music playing really loud. They gave you three tacos and a drink for seven euros, which feels cheap when you compare it to other restaurants here, but I had the bad idea of converting that amount to Lempiras: I could eat tacos for a year for what I paid here for three little sad tortillas. The worst part was that the food was actually good, “suspiciously good” like I said to the guy who prepared it. For fifteen minutes I felt at home in Honduras, in the taco-nights my brother did with his girlfriend. Then, with Pame we wanted to go to the Utopia to watch some documentaries about Alain Juppé, Bordeaux’s current mayor and Foreign affairs secretary, and about Dominique Strauss-Kahn, after which there was going to be a debate. But since this week-end are the first round elections, the screening was complete when we got there. We went to other two cinemas but either the movies had already started or there were too late. We came back to the Utopia where we watched “Despair”, a 1978 movie directed by Rainer Werner Fassbinder that I’m sure is a masterpiece we didn’t understand. But it couldn’t put a damp of what has been three perfect weekends with my girlfriends. I’m really looking forward to Esther’s visit to close the cycle.

1 comment

  1. Heeeeeeeeeeey jajajaja y somos fascinantes Marcela... otra cosa es que no dejes de llevar razón en que es una hipoteca de por vida

    Heeeeeeeeeeey hahahaha and we are fascinating Marcela... though you are right when saying that it would be like signing up to a mortgage

    Antonio

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