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Las personas involucradas en este sistema de producción no corren ccon mejor suerte. Los alimentos en los Estados Unidos son comercializados por unas pocas empresas que subcontratan a millones de granjeros, imponiendo los términos del intercambio de forma esclavista y amoral. Si un granjero quiere vender sus productos a una de esas grandes empresas debe tener cierto tipo de instalaciones para las cuales debe pedir cuantiosos préstamos con tal de adquirirlas. Con el tiempo se ven forzados a actualizarlas, con fuertes costos también, bajo amenaza de perder los contratos en caso de negarse. Las ya mencionadas compañías tienen la costumbre de contratar la mano de obra más barata que puedan conseguir. Son capaces de reclutar a mexicanos en su propio país, llevarlos a vivir a los Estados Unidos sin tramitar ningún tipo de documentos para ellos de manera que son presa fácil de la policía, una vez que ya viven al otro lado del río Grande. Trabajar en una planta de tratamiento de carne es una labor peligrosa e insalubre y es natural que quieran conseguir a personas que no puedan quejarse ni reclamar ningún tipo de derechos.
Todo esto sería tolerable si tan siquiera los productos finales fueran de buena calidad pero lo cierto es que los consumidores también salen afectados por la forma en que se hace la comida. Debido a que el Departamento de Agricultura y la Administración de Drogas y Alimentos de ese país está dirigida por los mismos dueños de las empresas que producen alimentos, las inspecciones no son tan rigurosas y se permiten no sólo las atrocidades ya mencionadas hacia los animales y los empleados sino también se dejan pasar graves fallas que resultan en brotes de salmonella, E.Coli y otras bacterias mortales. El monopolio de las empresas permite que el sector de la comida rápida sea increíblemente rentable, al punto que es mucho más caro comer frutas o verduras que una hamburguesa. De allí que mucha gente prefiera ahorrar tiempo y dinero consumiéndola, con los riesgos que conllevan de obesidad, diabetes y malnutrición. Pero lo impactante es que el proceso de la comida es riesgoso no sólo en el caso las cadenas de comida rápida sino de todos los alimentos en general, aún de aquellos que se compran crudos en el supermercado, así que no hay forma de escapar de esa barbarie.
El documental explica las consecuencias de comer bajo el lema de más grande, más rápido y más barato, pero la realidad es que eso se aplica a todos los demás aspectos de nuestra vida moderna. Yo paso horrorizada que un país tan joven como el nuestro, con todo el potencial para hacer las cosas bien ya que todo está por hacerse, se esté construyendo de una manera tan mediocre y perjudicial, con urbanizaciones inconcebibles, carísimas y de mala calidad, casas en serie copiadas de alguna revista extranjera, edificios mal ubicados sino es que mal diseñados además. Pero, ¿qué se escapa de ser así? Las escuelas y universidades ahora son fábricas de profesionales que se gradúan en cuatro años sin saber nada, pero con un cartón que les permite ingresar a una empresa donde van a laborar hasta diez horas diarias, por sueldos que no reflejan lo que en realidad hacen, por la sencilla razón de que si no están dispuestos a ceder es muy fácil encontrar a otro que sí lo haga. Es natural que nuestro entorno sea prefabricado y nuestra comida también.
¿Qué hemos hecho? ¿En qué nos hemos convertido? Es más que obvio que no nos estamos haciendo más saludables, felices o satisfechos, ¿por qué continuamos en el camino por el que vamos? Curiosamente, este fin de semana también vi “Whatever works”, de Woody Allen. La moraleja de la película es que en este mundo cruel, donde impera la ley del más fuerte y donde todo mundo parece haberse graduado con honores de un curso de incompetencia, uno debe aferrarse a cualquier atisbo de placer, aún mejor si es felicidad, sin importar lo que sea. Probablemente estoy en una etapa impresionable, donde me estoy dando cuenta de que todo aquello que yo temía, cuando todavía era una estudiante, sí es real y no hay nada que pueda hacer. Es tan triste haber crecido con tantas expectativas, con todos esos deseos de hacer cosas y de encontrar un nicho donde sentirme útil pero también creativa para luego darme cuenta que probablemente lo único que queda es buscar en qué parte del engranaje puedo caber.
Uno definitivamente deja de ver la comida como antes, después de haber visto este documental. Qué miedo la humanidad...
ReplyDeleteFijate que mi trabajo de investigación jurídica (fue con el que sustituyeron la tesis en Derecho) lo hice sobre el T.L.C y uno de los principales problemas en aquel entonces era justamente en cuanto a los productos agrícolas y ganaderos; pues, además de las fácilidades que apuntas, los productores allá reciben un subsidio del gobierno, lo que da al traste con cualquier libre comercio. Uno se da cuenta entonces de la hipocrecía de E.E.U.U., que ensalza las virtudes del libre mercado y son los primeras que se niegan a llevarlo a la práctica cuando no les conviene.
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ReplyDeleteFood Inc es brillante. Se le puede poner la pega de que no aplica para nuestros países al cien por ciento (yo vivo en México), pero sí funciona a la perfección para darnos una idea bien general de todos los alimentos que consumimos (principalmente los enlatados y ebotellados). Todos deberían ver ese documental.
ReplyDeleteWhatever Works no me gustó. Yo soy bien fans de Woody Allen, pero en esta ocasión me falló totalmente. Desde la moraleja hasta el argumento.
Bueh, Welcome to the machine de Pink Floyd es un buen tema para estas cuestiones ;)
Igual me agradó tu post de la apología de la cultura de masas.
Saludos! :)