Tradicionalmente se ha definido la supervisión como aquel ente que se encarga de verificar que la construcción se esté desarrollando de manera ordenada, segura para los empleados y los vecinos, que esté de acuerdo a los planos, dentro de los límites monetarios presupuestados y en el tiempo estipulado en el contrato. Pero yo ampliaría esa definición diciendo que es el fino arte de observar cómo otro hace el trabajo y buscar la manera de hacer creer que eso es un trabajo también. Tengo una amiga que pronto va a empezar su práctica de construcción y hace poco llegó una chava de parte de la constructora en el proyecto donde estoy (por 2 semanas nada más, es de una universidad privada), por lo que ha llegado el momento de compartir un poco de esa sabiduría duramente adquirida bajo el sol. Hablaré desde los límites de mi subjetividad, es decir sólo de la supervisión, pero creo que hay algunos principios universales aplicables para cualquier novato que va a trabajar por primera vez en una obra.


Lo primero es obviamente aprenderse los nombres de los ingenieros, maestros de obra, jefes carpinteros, jefes armadores, conserjes, aseadoras y dueñas de casetas y/o cafeterías cercanas. Mi amigo Isac tiene una grabadora digital que puede esconder en una bolsa de su camisa, pero el resto de los mortales tenemos que anotar los nombres de las personas, su puesto en el proyecto y una breve descripción -física o de su personalidad- en la agenda de cualquier colegio profesional que andaremos cargando de ahora en adelante sin falta, como si se tratara de la biblia en proceso de redacción. Las descripciones son algo así: “Beto, ayudante de maestro general. Ojos verdes, quiere parecer todo macho pero en el fondo ha de ser muy frágil por la forma en que da la mano”. Si hay serios problemas para recordar los nombres hay que utilizar las muletillas “Dale Carnegie”: “Beto: se esconde en el seto”. Lo importante es asociar rápidamente los nombres a las caras (y los primeros días hay muchos nombres), llamarlos correctamente desde el principio y llamarlos por su nombre siempre que se les salude para que sepan que uno los sabe identificar. Emily Post dice que cuando se nos ha olvidado el nombre de alguien que ya nos han presentado es de muy mala educación que se lo preguntemos, así que en caso de emergencia hay que pedírselo a otra persona. Siempre hay que tratar de presentarse con la gente nueva que uno vaya viendo porque sobran aquellos que faltaron a esa clase de buenos modales y no lo presentan a uno. Las descripciones mencionadas anteriormente tienen que escribirse en lápiz carbón en hojas inutilizables de la agenda porque en ocasiones esta se prestará para los informes diarios, si es que los hacen, y alguien se puede poner a revisar lo que uno ha escrito y no es recomendable que encuentre estas evidencias. En la agenda además se tiene que llevar un control diario y exhaustivo de las actividades que se están realizando en la obra, pero también de las visitas de otros ingenieros o autoridades del proyecto, los cargamentos de materiales recibidos, reuniones, documentos importantes que se recibieron en el día (pruebas de materiales, estimaciones firmadas, etc), actividades que uno ha realizado en el proyecto (desde leer documentos, revisar planos, ayudar con cantidades de obra, hasta presenciar cosas en las que uno no participa pero está aprendiendo cómo se hacen) y problemas encontrados en la obra, las sugerencias que se dieron y la forma en que se solucionaron. Esto ayuda más adelante para llevar continuidad de lo que se hace: cuánto se han tardado en cosas y en cuánto tiempo debieron hacerlo, asuntos por el estilo. Pero también va a ser útil para la elaboración del informe de la práctica, que es el comprobante de todo este tiempo invertido y la razón principal por la que tenemos que atravesar estas penurias. Hago hincapié en que la agenda debe ser de esas que distribuyen los colegios profesionales o las empresas a inicios del año porque el material de las carátulas es resistente contra el agua, el polvo y hasta el concreto, por lo que no va a haber problema en cargarla y ponerla sobre cualquier superficie.

El siguiente paso es conocer el proyecto. Hay una primera visita inicial, para conocer el punto en que uno agarró la construcción. Dependiendo de eso el guardarropa puede cambiar, pero en general si hay lodo y hay cemento es mejor ropa a la que uno no esté tan apegado y que se vea más o menos profesional. Recomiendo la ropa categoría 2: de más de seis meses de haberse comprado, de algodón, con mangas de cualquier tamaño. Nunca se deben andar los hombros descubiertos. Algunos albañiles encuentran esta parte del cuerpo ligeramente erótica y además la piel de los hombros se quema fácilmente. Las personas que vean su futuro en este ámbito del mundo del trabajo tienen que considerar seriamente invertir en unos burros, una alta y muy poco estética inversión pero desgraciadamente útil cuando hay presencia de clavos en el suelo. Supuestamente en las construcciones tienen que haber senderos para que circulen las carretas o muchachos con carga pesada: hay q aprender a identificarlos y a transitarlos. Los peores senderos son los de las losas de entrepiso, que conectan las vigas sin tener el resto de la losa construida por lo que uno está literalmente en el aire y expuesto a caídas. Es mejor hacer el ridículo agarrando la mano de alguien que caerse, recuerden que los practicantes no tenemos seguro médico. Como parte de la supervisión uno debería poder pedir que esos senderos sean seguros, pero la gente va a creer que uno es un novato y uno ya lo es, no se necesita proveerle más confirmación. Luego de la visita inicial se pasa a la lectura de documentos. En teoría una supervisión seria tiene todos los documentos importantes en la obra: contratos, especificaciones técnicas, plan de gestión de calidad, planos, fichas, etc. Uno debe leerlo TODO (menos las fichas, esas sólo en caso de consulta) varias veces. Las especificaciones técnicas especialmente. Según las actividades de turno se van subrayando o escribiendo aparte las indicaciones importantes para comprobar si se están cumpliendo. Y como todo buen juego, la supervisión tiene cheat codes: mi favorito es imprimir un plano en tamaño carta para andarlo en la agenda y llevar en él un control de las actividades. Por ejemplo, en mi caso yo estuve para la mayor parte de la cimentación del edificio, por lo que a cada elemento le escribía su fecha de fundición y según las especificaciones iba revisando si se desencofraban a tiempo o se curaban menos de lo debido. El supervisor siempre tiene que andar los juegos de planos grandes, pero el practicante debe andar los suyos también. En ellos se lleva un registro de la ubicación de pruebas de densidades de material compactado, para que al entregarse sus resultados uno sepa cuáles son las partes que hay que corregir. Uno gana el juego de la construcción si se anticipa a los errores propios del diseño; los planos muchas veces tienen equivocaciones o difieren unos de los otros, y es deber de la supervisión encontrarlos y prevenirlos. Es un deber y una buena distracción cuando no hay nada que hacer (que es muy seguido). Esta revisión puede hacerse con el método de la vieja escuela, viendo plano por plano, comparando constructivos con estructurales, con instalaciones, entre otros, pero yo tengo un mejor método: haciendo el dibujo en 3D del edificio. Es lento, pero uno realmente llega a familiarizarse con el proyecto y como es una construcción virtual se puede ir viendo con más claridad aquellas incoherencias casi inevitables del dibujo. Esto desde luego sólo es posible si la oficina de la supervisión cuenta con una computadora, aún más, con una buena computadora que soporte 3D. Si no van a tener que hacer como yo, que paso salvando en wireframe después de cada comando, que me he puesto a bajar el service pack 3, a pasar el Ccleaner a cada rato, no puedo tener otro programa ejecutándose y aún así me he tenido que acostumbrar a que los reinicios sean constantes.

La logística en la supervisión es de suma importancia: cómo resolver los asuntos de comida y posible (por no decir, inevitable) aburrimiento. Yo soy partidaria de las loncheras, pero esto me deja a expensas de los microondas, aunque honestamente, ya ni tengo inconvenientes en comer frío. Generalmente la gente cobra por el servicio de calentar, pero si cobran más de 5 lempiras es excesivo, yo pagaba 2. Hay que llevar galletas o dulces que sirven como postre, o para subir el azúcar cuando todavía no es hora de comer y uno muere del hambre. Para evitar dormir después de almuerzo hay que tomar café, mucho café, traído de casa para no seguir enriqueciendo a esos rateros de Espresso Americano. Si el café no es recomendado por asuntos de salud este es buen momento para empezar a tomar vitaminas. Tal vez se tiene la suerte de tener buenos restaurantes o cafeterías cercanas, pero si uno decide comer en las casetas frente a la construcción, puestos de hot dog, vendedoras ambulantes de jugo o cualquier lugar que no tenga una plancha de cemento en el piso y que esté directamente expuesto a la tierra hay que estar listo para desparasitarse inmediatamente se termine la práctica. Yo puedo decir que aquella horchata valió la pena por lo menos.

He aumentado mi lista de instrumentos que considero indispensables para la vida del trabajo: cepillo y pasta de dientes portátiles, gel antibacterial, brillo de labios, chapstick con protector solar, lentes de sol, reproductor de mp3 y dvds de series para el eventual almuerzo en solitario. No recomiendo libros porque generalmente la construcción es tan ruidosa que va a costar concentrarse y ningún libro merece recordarse con sonidos de sierras, mezcladoras o cargadoras. A pesar que sólo me quedan 4 días de las 350 horas hoy aprendí que debo escribir una lista de links que me gustaría visitar cuando todo mundo se haya ido a hacer mandados y lleven una semana en el mismo armado de la losa, dejándome en el más triste y provechoso de los aislamientos. El conocimiento nunca se detiene. Para despedirme, mi reflexión final es que uno siempre debe dar la impresión que ya ha visto todo para no parecer tan impresionable, joven e inexperimentado. Fingir hasta morir, o aprender.
Tengo semanas de querer hacer una reseña formal de los finales de temporada de The City y Nip/Tuck, pero es apropiado que me haya tardado tanto en darme ánimos para escribir sobre tan tediosos episodios que pulularon sin pena ni gloria y sin que nadie se haya inmutado siquiera ante su partida. Empecemos por Nip/Tuck: esos últimos 7 episodios de esta quinta temporada se sintieron como una larga disculpa por el sobre dramatismo de los primeros 15 debido a aquel horrible personaje que se hacía pasar por una agente y mataba tipos para rellenarlos como peluches de felpa. Creo que todo mundo respiró de alivio cuando Sean la acuchilló salvajemente, una catarsis necesaria para las nuevas historias un poquito más calmadas pero siempre inmorales. Sean se hace pasar por una persona con discapacidad para obtener la simpatía de su familia y de sus alumnas de la universidad, y en un giro que no puedo creer que no se me haya ocurrido antes, a Christian le da cáncer de seno. Suena absurdo, pero a medida que va progresando la temporada uno realmente empieza a temer que Ryan Murphy finalmente haya perdido la razón y pueda realmente matar a uno de sus personajes principales. Christian es diagnosticado en fase terminal y le quedan 6 meses de vida. Ya no tiene nada que perder: trata de dejar sus asuntos en orden y pasar el tiempo que le queda con una mujer que quiere pero no le atrae, sólo porque sabe que será una buena madre para el hijo que va a dejar huérfano. Se casa con ella y cuando uno cree que la temporada va a terminar en una nota optimista sobre el futuro, se nos recuerda que existe una gran diferencia entre vivir como si fuera el último día de nuestra existencia porque tenemos certeza que no queda mucho tiempo o entre vivir normalmente: el doctor se equivocó, Christian no va a morir. Pero eso significa que no puede quedarse casado con Lizzie porque conociéndolo no va a tolerar vivir amarrado y menos con una mujer que no podría aparecer en ninguna portada de revista, y si la vuelve a tratar mal probablemente muera de todas formas bajo los efectos de la ira de una mujer que ya ha maltratado lo suficiente. Es un cliffhanger poderoso, pero modesto, sin sangre, disparos o revelaciones de transexualidad. Nos estamos haciendo muy viejos para esto.
Por otro lado, Whitney dejó a Los Angeles para irse a trabajar para la legendaria Diane Von Furstenberg. Olviden la inocencia de The Hills, Natasha Bedingfield es reemplazada por las tenebrosas Pussycat Dolls y todos aquellos que creían que jamás extrañarían la mirada vacía y la lentitud de Audrina sencillamente no han conocido a las horrendas integrantes de The City. Whitney vive temporalmente con Erin, una chavita muy bonita que proclama que lo ideal es andar con 4 tipos al mismo tiempo para así poder tener todo lo necesario de los hombres, y que se pone a trabajar, no porque lo necesite, sino porque ve que todas sus amigas lo hacen y qué aburrido no tener nadie con quien salir durante el día. Su otra amiga es Allie, una modelo que uno jura que es anoréxica por su aspecto cercano al filo de la muerte, pero que no ha de serlo porque si lo fuera no se hubiera enojado tanto cuando Kelly Cutrone sí tuvo el coraje de decirle que parece una. Allie vive eternamente engañada por Adam, su novio que también parece modelo cabeza hueca (y que me recuerda físicamente a alguien que conozco) porque el tipo es ultra ofrecido y ella es toda dependiente. Y luego está Olivia, una chava con mucho dinero y poca empatía hacia sus semejantes, que por más que Whitney llegue al trabajo con la intención de compartir sus problemas para que los discutan en lugar de hacer algo productivo, ella la manda a volar diciéndole que es una inmadura y que deje de chismear como si estuviera en secundaria, aunque no tiene problemas en quedarse con el crédito por el trabajo que hace Whitney y conseguir, gracias a eso, un ascenso que la llevará a trabajar a Londres. Olivia irrespeta atrozmente las reglas tácitas pero inquebrantables de un buen reality: hablar sobre uno mismo y sobre los demás. Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo y seamos honestos, muchos lo hacemos de gratis. La única buena razón para ver programas tan malos es porque finalmente queda expuesta la tendencia de hablar una cosa de la gente y reaccionar de otra manera frente a ellas, o porque es un espacio donde no resulta mal visto diseccionar obsesivamente una mala relación con un peludo feo que se cree roquero. Cuando Olivia se rehúsa a discutir su vida personal o la de otros en televisión está irrespetando la institución más importante de la cultura occidental en los últimos diez años y nos hace extrañar desesperadamente a Lauren. La misma Diane juega bajo las reglas (ver el final de temporada), ¿quién se cree Olivia que es?
Y bueno, ahora que The Hills se va a convertir en The Heidi and Spencer show ya que Lauren ya se salió y Audrina va a hacer otro programa con el gurú Mark Burnett, probablemente sea hora de volver a leer por las noches. ¿Estaré madurando o será esta una mala etapa para la televisión? Sólo nos queda rogar porque mayo traiga buenos resultados para American Idol.




Tengo una pizarra sobre mi mesa de dibujo/escritorio/tabla-de-tortura donde escribo las actividades urgentes por realizar en los próximos días. Es un método que incorporé hace más de un año cuando llevaba Taller 3 y todos los días había que trabajar en un plano y arreglar ciertos detalles que generalmente se me escapaban. Desde entonces escribo lo que hay que hacer hasta cuando tengo vacaciones. Enfermiza, obsesiva… quisiera defenderme, pero ya sé que es cierto. Pues en enero cuando empecé la práctica escribí tres cosas, de las que hasta la fecha no he realizado ninguna. Medio comencé mi informe de la práctica el domingo pasado, continuando una hora el lunes, pero hasta allí. Mi compromiso de trabajar a diario por lo menos durante una hora se esfumó rápidamente leyendo blogs.

Las tres líneas me observan de manera hostil todo el tiempo que estoy en mi cuarto, particularmente desde mi cama donde tengo excelente vista hacia ellas. Me fruncen el ceño, como todas las personas que me hostigan con sus recordatorios de trabajar en el informe, buscar una práctica de diseño o llamar a embajadas. Lo hacen por mi bien y lo dicen con buena intención pero no entienden que finalmente estoy absorbiendo eso de vivir en el presente, esa tediosa filosofía new age de la que tengo cierta persona a quien culpar por ponerla en práctica. Al principio me parecía absurdo, ¿qué razones tengo para hacer algo ahorita si no es porque quiero algo para después? Algo concreto, algo específico, con fecha y todo. Metas que puedan tacharse de una lista, objetivos que me hagan avanzar y que me lleven a otro lugar. Sí, hay mucha neurosis y ansiedad relacionadas a ese estilo de vida, pero para eso decidí ir al gimnasio, para ponerme en forma gracias a mis angustias. Pero algo me ha hecho cambiar estos últimos meses. El hecho de ya no ir a la universidad, no tener compromisos a diario y finalmente poder dormir los sábados y domingos me han dado un respiro, una extraña sensación de juventud y libertad. Estoy consciente que eso es temporal y prefiero no pensar en lo que vaya a pasar después, especialmente si me guío por opiniones o experiencias ajenas. Cuando pienso en la práctica de diseño me acuerdo de mis amigos que estuvieron varias semanas buscando dónde estar y quisiera graduarme en las ceremonias de junio pero tengo el tiempo algo apretado en caso de que algo salga mal. Por suerte no tengo muchas horas que cumplir, pero aún así es preocupante. Después de las prácticas empiezan los tediosos e incomprensibles procesos de informes con los temperamentales del comité de práctica profesional, auténticas, constancias, boletas y pagos de miles de lempiras. ¿Y cuando tenga el cartón en mis manos qué? ¿Quién me asegura que voy a encontrar el trabajo que me gusta o trabajo en lo absoluto? Conozco a varias personas que han tenido que irse a trabajar con los arquitectos más horrendos de esta ciudad, tanto en calidad como en carácter, o que se han visto obligados a conformarse con trabajos de reglamentación municipal porque no pudieron encontrar nada mejor en este clima de desempleo y alza a los precios. Y yo ya sé lo que quiero, cualquier otra cosa me va a parecer pérdida de tiempo; cuando tenga el título en mis manos voy a sentir que cumplí con los requisitos y que finalmente voy a poder hacer lo que me gusta y sólo lo que me gusta. Yo no tengo problemas en hacerlo de gratis pero mientras no me pueda mantener voy a seguir sometida a autoridades que probablemente no vean con buenos ojos que no sea productiva monetariamente. Entonces a buscar becas, pero quién da becas de historia del arte o museología en épocas de crisis financiera, porqué no me metí a clases de italiano muchos años antes, porqué no me fui de aquí cuando tuve la oportunidad. ¿Y si no me puedo ir qué voy a hacer aquí? ¿Y si me termino amarrando a este lugar por la costumbre, la inercia y la cobardía?

Mejor me pongo a hacer otra cosa, algo que no me haga pensar en todo eso. Así que el informe, la limpieza del armario y la otra cuestión van a tener que esperar otros días más.

p.d. Me costó y me tardé en escribir esto.
"Palabra esotérica en el mundo de las artes visuales que, al usarse, genera inmediatamente la impresión de que el proyecto es de gran complejidad. Se considera por lo general mucho más elegante que un artista se remita en su obra a la historia de la arquitectura y no a la de la pintura, por ejemplo."
-Pablo Helguera, "Manual de estilo del arte contemporáneo"
Es comparable al sentimiento de los dos hermanos que se detestan y que viven insultándose, pero que no toleran que nadie más hable mal de ellos: me cae tan mal que extranjeros que vivan en mi país tengan el descaro, la ingratitud y la mala educación de hablar mal de él, aún peor: hablar mal de él frente a mí. Vivir en Honduras es como ser el hijo de una mujer que está enamorada de un hombre que la maltrata constantemente: no se puede evitar quererla porque es tu madre, pero la lógica y el sentido común te hacen detestar su masoquismo. De allí el deseo de huir de su lado lo más pronto posible. Pero nadie más tiene el derecho de expresarse así de ella; yo nací con él y me lo he ganado viviendo 23 años aquí, siendo testigo de todo lo que pasa, siendo afectada directa o indirectamente por las decisiones de la gente dañina y sinvergüenza que ha dirigido y dirige actualmente este lugar. Que vengan personas de otro lugar con delirios de grandeza y superioridad porque vienen de cualquier lado que ellos juran que es mejor que este y que por ello se sientan con la potestad de pasar por encima de nuestras leyes porque les parecen absurdas: me consumen las ganas de decirles que se regresen al agujero del cual salieron y que vivan en su eterna ignorancia y estupidez. Yo estudié en un colegio donde la mayoría de los maestros eran extranjeros, donde todo el enfoque de la educación era para salir de aquí y para glorificar Europa, y nunca en esos 14 años escuché a ninguno de esos profesores hablar mal de Honduras, ya sea por educación o porque realmente se sentían bien. Muchos de ellos se casaron con hondureñas, se quedaron viviendo aquí o tenían mucho pesar de irse cuando sus obligaciones laborales así lo exigían. La verdad es que no entiendo de qué podría quejarse un extranjero en este país si nuestra autoestima es tan baja que todo lo que no sea nacional lo consideramos automáticamente mejor y ellos nos parecen tan exóticos que nos enamoramos sin problemas de cualquier ojo azul, piel ligeramente más clara o acento incomprensible. Aquí nadie va a sufrir de ese enfermizo racismo, discriminación o repudio a los inmigrantes que yo nunca he podido concebir realmente porque he estado tan acostumbrada a que se tiene tanto que aprender del que viene de afuera.

Que tenga bien claro todo aquel que se atreva a quejarse de mi país cuando disfruta de los beneficios que él le da, o que está viviendo gracias al trabajo que aquí se le provee, que su ignorancia es realmente lastimera, y que dependiendo de la región de la que venga lo más seguro es que tenga deudas históricas con Honduras porque su país le robó algo al nuestro o se mantiene en su lugar gracias a nuestro servilismo. Si encima de eso es además un centroamericano que sepa que hay numerosas empresas de transporte terrestre que podrían terminar con su tortura y que con mucho gusto lo veríamos partir para nunca regresar, y que nos despediríamos de la mejor manera que sabemos hacerlo: con baches en la carretera.
“Una leyenda cuenta que, cuando Buda convocó a los animales, la Rata viajó sobre el lomo del Buey, que llegó puntualmente a la cita antes que cualquier otro animal. Sin embargo, justo en ese instante la Rata saltó del lomo del Buey y reclamó para sí el primer lugar, a lo cual el Buey, gentilmente, no se opuso.”

Soy una completa gallina. Soy tan gallina que las mismas gallinas me harían huir despavorida. Para el taller teníamos que leer en público nuestra tarea, la disección curatorial de “Mirando al Sur”, un trabajo por el que me quedé 2 horas en la exposición, gran parte del tiempo cuando mis otros compañeros ya se habían ido, y me acosté a las 11 y media de la madrugada redactando mis impresiones. Pero hoy en el curso no pude decir ni pío sobre todo lo que había escrito. Sólo una persona más había hecho la tarea, podría decir que por casualidad pero es más bien por naturaleza adquirida: era también una arquitecta y ella habló extensamente; otros que sólo habían improvisado en sus cabezas comentaron durante todo el día, y yo que sí había sido responsable y cumplidora sentía unas palpitaciones peligrosas y empezaba a sudar de los nervios en cuanto vislumbraba la posibilidad de hablar frente a todos y decir cosas que corrían el riesgo de andar completamente fuera del caso. Fue terrible. Recordaba mis experiencias como alumna en Teoría Superior en la que estaba tan intimidada por mis compañeros veteranos y la arquitecta impresionante que no me creía digna de dirigirle la palabra, aunque yo tuviera cosas que decir. Y apuntaba obsesivamente, investigaba, leía y escribía y el único momento en que me di a conocer fue cuando entregaron los exámenes y mi esfuerzo rindió frutos. Pero me imagino que tuvo que ser frustrante porque yo no participaba en clase pero mis compañeros tampoco y estar frente a 20 personas que no quieren hablar provoca una mezcla de cólera e impotencia como muy pocas cosas pueden producir, como comprobé cuando fui asistente de la maestra para la misma clase y pude estar del otro lado. Y no es una tendencia nueva, la brillantez en el anonimato: la escuela y el colegio se disolvieron en constantes luchas por acaparar la atención de los maestros, por pelear con mis otros compañeros por la posibilidad de expresar mi opinión, por ser la líder y cabecilla de grupos, actividades o reuniones. Han sido estos últimos años que han masacrado mi confianza y autoestima, porque no me reconozco en la escualidez y cobardía en la que me disfrazo para pasar desapercibida y que nadie tenga razones para retarme o cuestionarme. He perdido mi jovialidad, mi espontaneidad para hablar con la gente sin esperar que me traten mal. Puedo hacer lo que me pidan y hasta más de lo necesario, pero mientras no tenga que involucrar a otros y no sea necesario discutir para hacer las cosas a mi manera. Esto es peligroso y llega en el peor de los momentos, cuando apenas voy empezando a labrarme los inicios en una carrera profesional que es justo cuando debería andar haciendo contactos y creando oportunidades a través de las relaciones.

Sin embargo, a pesar de todo lo negativo que estos años han marcado en mí, puedo decir que estoy empezando a disfrutar de la sabiduría adquirida a golpes. Todas esas cosas que me han costado y que he sudado tanto por alcanzar o por sobrevivir me han entrenado y endurecido al punto de que no le tengo miedo a lo que se venga porque todo es ganancia a partir de ahora. La vida en Honduras es como una lección en resistencia y perseverancia porque aquí no hay nada y todo es feo. Caminar por la calle es atroz, andar en bus es terrible, se vive con violencia, corrupción y el futuro se ve nefasto desde cualquier perspectiva. Me he acostumbrado a vivir sin poder encontrar libros, sin poder ver buenas películas, con opciones limitadas de comidas, exposiciones o lugares para salir. Francamente no importa adónde vaya a terminar, siempre sería una evolución. En varios momentos de mi carrera me ha tocado matricularme junto a una manada de estudiantes presos de histeria colectiva, he llegado a sentarme en el piso para recibir clases, estoy acostumbrada a las protestas de los poderosos e irritantes sindicatos que controlan el sistema educativo público; estudié arquitectura, maldición: ¿qué otras pruebas ocupo para demostrar que el suplicio no me inmuta? Las horas bajo el sol en la construcción hacen que me ría de las señoras del taller que se quejan de no estar en la sombra los ratitos que nos toca esperar para el inicio de las clases; los ruidos que entorpecen la vida diaria no se comparan a la retroexcavadora y comer frío tantos días me hace apreciar enormemente los días que un español amable se ofrece a calentar mi almuerzo. Pucha, hasta mi celular de mala calidad que requiere sacar la batería cada vez que la quiero cargar en el aparato aparte que tuve que comprar me hace sentir que cualquier teléfono sería una bendición caída del cielo.

Tal vez sí sea un animal de esfuerzo y paciencia, cómodo en el anonimato, pero me regocijo en mi garantía de siempre conseguir lo que quiero.
(Esta es una de las tareas del taller: justificar o explicar desde el punto de vista de la curadora la exposición "Mirando al Sur" que está actualmente en el Instituto de Cultura Hispanoamericana. La gente que pueda ir a verla es preferible que lo haga antes de leer esto porque sería como contarles el final e influenciarlos con mi punto de vista. Para ustedes que ya la tuvieron en sus países y no fueron: shame on you. :P)
La exposición “Mirando al Sur”, curada por Rosina Cazali, reúne a 13 artistas de distintos países en torno a un mismo tema: la migración y sus efectos tanto a nivel individual como colectivo. Tomando como base que el objetivo principal del ejercicio curatorial es transmitir conocimientos, narrar una historia a través de las obras que se muestran y plantear preguntas en los espectadores, se tratará de entrar en la mente de la curadora: explicar la elección de las obras, el orden en el que están colocadas y los posibles efectos que eso podría provocar.


La exposición consta de 5 “salas”, divididas por elementos arquitectónicos que se asumen como permanentes, pero que necesariamente implican decisiones a la hora de separar las obras entre ellas: el primer salón de introducción con 3 obras; 2 espacios intermedios, el primero con 3 piezas y el segundo con una sola al que se accede por una gradería; la sala al final de la parte interna del centro con 5 trabajos y la última ubicada en la terraza, tiene 2 piezas, la primera que puede verse al inicio de la exposición y la segunda al final. Analizando las obras se puede especular que el recorrido del visitante es simbólico del recorrido de un inmigrante. La primera etapa, la situación en el país de origen y la partida hacia lo desconocido están representadas con las obras de Ronald Morán, Ángel Poyón y el grupo La Torana. Se comienza teniendo aspiraciones hacia las estrellas (“Mapa astral”), sin saber que esas ambiciones muchas veces desembocan en destinos peligrosos. Los deseos de escapismo se amparan en la falta de dirección que se siente en los países del sur. “Estudios del fracaso medidos en tiempo y espacio” muestra relojes sin agujas, relojes que en circunstancias normales servirían para orientación y guía. La orientación es conciencia y al estar conscientes nos sentimos seguros, seguridad que no se tiene cuando no sabes qué va a pasar después. La angustia que provocan los trazos en las pantallas de los relojes es representativa de un estado del que no se sale una vez que uno decide salir del país pero que nunca había dejado de atormentarlo antes. Se toma el primer paso y se cruzan las fronteras, fronteras que son casi invisibles, o que sólo están en nuestra mente y sin embargo se pone tanto en riesgo por querer atravesarlas. Uno puede cruzar el laberinto de “De cómo los efectos son las causas” pero lo hace con miedo de desbaratarlo por cualquier paso en falso.

El segundo paso es el inicio a la adaptación, que en la segunda sala puede verse desde tres perspectivas distintas. “Retrato hablado” que narra la vida de Carlos Portillo, un salvadoreño que entró de infiltrado a la Fuerza Armada y huyendo de su país se fue a los Estados Unidos donde lo arrestaron y encarcelaron por homicidio, muestra el punto de vista más extremo de los tres que comparten un diálogo. “Coexistencia” podría representar los trabajos arduos, numerosos y anónimos que realizan los inmigrantes en los países del primer mundo si los identificamos con las hormigas del video, hormigas que cargan símbolos de amor y paz y las banderas de los países pertenecientes a las Naciones Unidas como una forma de protesta, de reclamar responsabilidad al mundo entero por la situación que enfrentan. Sin embargo, “Un cuento de miedo para la sociedad del consumo” hace alusión a símbolos de clase media, en principio reconocibles a simple vista. Las botellas de diversos productos -casi esenciales para la vida norteamericana- están cubiertas de tortilla descompuesta, mostrando que se puede vivir como un estadounidense más, pero que nuestra esencia no cambia porque proyectemos otra cosa. La maqueta de madera balsa sin título de Miguel Ángel Madrigal Pilón indica el hacinamiento y las interacciones en las grandes ciudades. Las construcciones en altura son símbolos de poder y prestigio, pero en el fondo son frágiles y efímeras, como el sistema que enaltecen y que está en crisis actualmente.

La cuarta sala trata el tema de la vida diaria y la explotación. “America’s family prison” consta de dos fotografías y un video que filmó la artista Regina Galindo sobre las 24 horas que pasó junto a su esposo y a su bebé en un cubículo carcelario de una empresa de cárceles privadas que autoriza el Estado donde pueden ingresar familias completas y son detenidos los inmigrantes hasta que se determine si están ilegales o no. El tema se puede ver de manera explícita, pero también es indicativo del estilo de vida que tienen las personas que llegan a esos países. Junto a esa obra, otro video, llamado “Ellos no son pobres” es un contraste impactante con respecto al anterior porque después de ver confinamiento y un espacio minúsculo funcionalmente inaceptable, la obra muestra a varios niños bañándose en un río, en un bosque. Surge la hipótesis de si el propósito es exaltar la riqueza natural de los países de los que provienen los inmigrantes, o replantear el concepto de pobreza de sus habitantes. Las obras de Adán Vallecillo –el único hondureño en esta muestra-, están hechas a base de niveles, los instrumentos topográficos. Una de ellas trata de emular el símbolo de Western Union para hacernos reflexionar sobre el importante papel que representan las remesas para las economías de estas regiones, pero los niveles hacen pensar en equilibrio. La migración esa la forma de equilibrar la balanza: los países poderosos subyugan a los débiles por varios mecanismos económicos y culturales; los países tercermundistas se vengan o reclaman lo suyo por medio de la migración/invasión. “Pop corn (maíz explotado en inglés)” es una obra que es impactante visualmente pero debido a sus materiales (palomitas de maíz de verdad) cobra una dimensión táctil y hasta olfativa. La nueva bandera de los países grandes está conformada por hombres de maíz explotados.

Y la última etapa sería la resignación. Ya instalados en ese nuevo ambiente es necesario volver a construir a partir de lo que conocemos, los artículos cotidianos, justamente la materia prima que conforma la instalación de Patricia Belli.

El camino es uno de confusión, angustia, miedo y cruel aceptación de la realidad. Pero los espectadores lo viven en una o dos horas para regresar de nuevo al mundo cotidiano, cuando para otros esta es una situación de todos los días, de toda la vida y a veces de varias generaciones. Esta es justamente la reflexión que la curadora pudo haber querido provocar: sentir en carne propia lo que sienten varios compatriotas, aunque sea en un ambiente controlado y en un tiempo limitado.
Tengo el privilegio de interrumpir el automatismo de la práctica por un taller de Curaduría de arte que va a durar toda esta semana. Es un placer en tantos niveles que no he podido dejar de hablar y pensar al respecto; todo lo que estoy leyendo suena en mi cabeza con la voz de la instructora, una cubana con un acento absolutamente exquisito. Enumero los disfrutes en orden creciente de intelectualidad: el taller es a las 9 de la mañana, lo que en teoría debería permitir que me levantara más tarde, pero prefiero ir en bus y caminar tranquila pensando que tengo mucho tiempo para llegar. Recorro una buena parte de la ciudad en ropa que no es holgada (estoy empezando a recordar que sí hay una cintura y unas caderas debajo de las camisas) ni tampoco está llena de lodo o cemento. Es una sensación tan increíble ir a un lugar que esté bien diseñado, en el que uno añora permanecer todo el día (así es cómo debería sentirse la arquitectura! Definitivamente no entiendo a la gente que se conforma con menos que eso). El curso es gratuito y a pesar de ello nos dan dos coffee-breaks, que resultan excelentes para estirar los músculos y platicar un ratito con los participantes, que es un grupo tan divertido. Hay literalmente de todo, desde artistas emergentes (gente joven con pelo largo), antiguos dueños de galerías, profesores de la carrera de Letras que quieren que vaya a dar una charla a cierta universidad privada (¿conferencista, yo?), profesores de Bellas Artes que me invitan a un café sin conocerme (siempre cargo un spray de pimienta, no hay de qué preocuparse), profesores de universidades privadas (que me hacen sentir alegre de haber estudiado en la pública), artistas consumados –algunos con los que sí me gustaría platicar pero me siento muy apenada de hacerlo-, y una terapeuta familiar española embarazada que me hace desear que yo me vea tan bien como ella cuando espere mi primera hija. Yo soy la menor de todos ellos, y me entretengo bastante con sus expresiones cuando les digo que tengo 23 años y ya terminé arquitectura (si supieran que no soy ni siquiera la más joven en haber sobrevivido a eso, aunque es rico sentir por una vez que sí tengo la vida por delante, especialmente en comparación). La maestra es una curadora y crítica de arte de origen cubano pero radicada en Costa Rica, muy entretenida y extremadamente interesante. Pierdo la noción del tiempo, el contenido de las charlas es tan fascinante.

El taller tiene como propósito esclarecer la definición y los roles de los curadores en el mundo del arte contemporáneo, pero nuestra profesora hace mucho hincapié en cómo estos se desarrollan en el contexto latinoamericano, donde la institución del arte está muy atrasada y no recibe el mismo apoyo o prioridad que en otros países. Todos los alumnos deberíamos pensar en un proyecto de curaduría que nos gustaría desarrollar, pero según todo lo que hemos estado aprendiendo este conlleva un proceso de investigación y una planeación muy importante. La idea fundamental es que el curador trata de desarrollar un tema y transmitir conocimientos al respecto, haciendo uso de ciertas obras que organiza de manera que conformen una narrativa coherente en el contexto en el que se inserta. Para ello debe haber leído la mayor cantidad de libros sobre el tema que pueda encontrar, debe conocer a profundidad a los artistas y a las obras, y debe tener una justificación sociológicamente relevante para convencer a las instituciones o a aquellos individuos que puedan interesarse en financiar, contribuir o asistir a la exposición. Es un ejercicio extremadamente creativo, tanto que no puedo evitar añorar ser la creadora en cuestión y no aquella que organiza a los creadores, porque esta es un arma de doble filo también: en algunos lugares el artista pasa a segundo plano, a merced de la legitimación de un curador.

El taller me ha servido para consolarme de no haber hecho nunca una muestra de mis obras pictóricas de juventud. Creo que me estaría muriendo de la vergüenza en retrospectiva si hubiera mostrado aquellos pobres cuadros a diestra y siniestra. Aunque tal vez todo hubiera salido bien y realmente la ignorancia nos haga ser más libres y temerarios (no lo creo). Pero sobretodo estos días han abierto mis ojos en muchos sentidos, en especial al mundo increíble en el que se mueve el arte (el arte en sí es otra cosa). Tengo tanto que leer, que estudiar y que aprender. Se siente un fuego, una emoción, ojalá pudiera experimentar eso todo el tiempo.
¿Qué hacen los ingenieros para divertirse? Porque honestamente, su trabajo es todo menos una fuente de disfrute y entretenimiento. Estar bajo el sol, mi nuevo enemigo, por 8 horas; comer en cafeterías que ahora se rehúsan a calentar mi almuerzo traído de casa y me han obligado a llevar una mini estufa que me hace ser el tema de muchos chistes sobre fondas y restaurantes callejeros; estar en reuniones con jefes y dueños de proyectos para discutir las cosas que se han estado viendo por una semana, no decir nada nuevo y no resolver ninguna duda que existía antes, encerrados en una mini oficina donde el aire acondicionado sin entrada de aire fresco aturde la mente al punto de cabecear del sueño frente a todo mundo.

Me levanto por las mañanas, aturdida por la mala música de Mtv, combinada con anuncios de la compañía de cable más mediocre de todo el mundo, y trato de darme ánimos para empezar el día. Son las 6 y 40, o sea que tengo 5 minutos más para levantarme de la cama. Generalmente me despierto antes; estos últimos meses me despierto varias veces a lo largo de la noche, lo que no tiene sentido porque mis niveles de angustia han bajado desde que entré al gimnasio. A las 6 y 45 me baño en una carrera conmigo misma para hacerlo rápido y poder regresar a la cama a calentarme bajo las cobijas por unos instantes antes de las 7, mi hora designada para empezar a cambiarme. Los días que me lavo el pelo ni me gasto en ver el reloj: prefiero jalar una de las 5 colchas con las que duermo para envolverme mientras me pongo la crema humectante, el bloqueador 30, una de las múltiples cremas con olor o la que no tiene si es que decido usar perfume y finalizo con el bloqueador 50. Se gastó mi corrector de ojos de buena calidad, uno de los dos implementos que considero esenciales en el mundo del maquillaje y mientras logro ahorrar para comprarme otro tengo que usar uno que se desgasta en unas cuantas horas, pero que tiene bloqueador 50 también y me hace creer que me veo menos ojerosa por las mañanas. El otro artículo sin el que no podría vivir es el delineador, que también estoy usando uno de bajo presupuesto. No es mi culpa: la práctica no es pagada, me he gastado mis ahorros en libros, y lo que me dan de mesada lo uso para salir a comer los fines de semana. Tengo gustos finos, soy una snob y estoy condenada a la miseria, ya lo sé. Mi madre me regaló un juego de sombras con 5 colores, así que ahora los primeros cuatro para los días de semana y el más oscuro lo usaré algún día que vuelva a salir a bailar de noche, que no creo que sea pronto. Finalizo el ritual con algún brillo de labios que va a disolverse con el desayuno, pero no importa porque nunca hay suficiente humectación para los labios. Escoger la ropa es lo mejor y lo peor del día. Estoy en una construcción, así que todas las camisas bonitas y los jeans pegados que me compré para imaginar que estoy en un episodio de “The Hills” en alguna oficina están agarrando polilla por la falta de uso. Todos los jeans que sobrevivieron a la gran limpieza de diciembre por pura nostalgia de tiempos pasados, del estilo acampanado, con roturas y desteñidos celebran de felicidad. Pero yo no: supuestamente estoy ensayando ser una profesional y especialmente en estas épocas de transición en que no lo soy por lo menos debería aparentarlo y mis pantalones universitarios no transmiten seguridad. Los tennis tampoco, pero no tengo muchos zapatos de verdad, así que por ahora ese es un punto positivo. Hoy que había reunión decidí ponerme una camisa bonita pero algo vieja, para dar una buena impresión ante todos los señores. En la tarde estaban desgastando un repello y había cemento volando por todo el aire y yo sólo pensaba en mi camisa, mi pobre camisa que se estaba ensuciando.

Supuestamente a las 7 y 15 de mi reloj, adelantado 5 minutos con respecto a la hora oficial, debería de empezar a prepararme el desayuno/empacar almuerzo. Pero estos días comienzo más tarde, con serias repercusiones para el resto de la jornada. El semestre pasado había perfeccionado el arte del desayuno y merienda en menos de 15 minutos, al punto que iba a hacer un recetario online al respecto, pero este año he perdido la práctica y la nueva dificultad con el almuerzo limita mis opciones. Mis desayunos son entonces la cena de la noche anterior recalentada, un sándwich, o una baleada. Mi innovación ahora es que como un banano, fuente natural de energía. Empaco el almuerzo, que es lo que sobró del almuerzo del día anterior en la casa, y 2 botes con agua: uno para el trabajo, otro para el gym. Antes llevaba galletas, para comer algo después del trabajo pero me terminaron aburriendo y estoy acostumbrando mi cuerpo a hacer más y comer menos, sobretodo porque no quiero cargar tanto más que por querer adelgazar. Si mi hermano no ha salido de la casa abro el portón, recojo el periódico y tengo menos de 10 minutos para leerlo y desayunar. Suena el teléfono y es hora de irme. De 8 a 5 y media, a veces hasta 6 de la tarde, es sol, sucio y ruido.

A las 6 o 7, una hora de ejercicio. Al parecer voy al gimnasio más popular de la ciudad: ex compañeros de facultad, secretarias de antiguos trabajos, lectores de este blog, antiguas amigas de amigas mías, antiguas amigas mías, ex compañeros del colegio, todo mundo va a ese lugar, a pesar de sus máquinas a punto de deshacerse y sus pesas de épocas prehistóricas. Los maestros son buenos, eso sí. Hay un gordito que da buenas clases de step pero ya no me hace sudar y lo he cambiado por spinning, que los lunes lo da un chavo con aún más pereza que el gordito, y los otros días un tipo que parece español y parece que está enojado, pero es más difícil. Pero los otros días no puedo ir: el martes hay clases de baile, a las 6 con un chavo que es bastante decente, y a las 7 con un colombiano que atrae mujeres como si ellas fueran moscas y él se perfumara con miel. Antes los miércoles también había clases de baile, con un tipo increíble, pero se salió y hoy que probé su reemplazo puedo decir que está muy cerca de su predecesor. Los jueves es kickboxing, relevos, o cualquier otra forma de esfuerzo cercano a la muerte con una chava pequeñita y delgadita que podría agarrar a golpes y dejar inconsciente a cualquier mercenario obeso que se le ponga enfrente. Los viernes es libre, por lo menos para mí.

Regreso a la casa a bañarme, dejar lista la ropa para el día siguiente, encender el calentador de agua para el día siguiente, cenar y tratar de ver tele mientras reviso blogs y correos: todo un reto. Supuestamente a las 10 debería de leer, pero siempre hago trampa, sobre todo los días como hoy que quiero escribir algo, por muy insustancial que sea, pero eso me pasa por no presupuestar la escritura en la rutina diaria.
Esa fue mi respuesta cuando un ingeniero el otro día estaba hablando de su homofobia crónica. ¡No pude aguantarme!! Ya había gastado mi cuota diaria de simpatía, degradada en diplomacia, pasando por tolerancia y no quedaban más recursos para fingir. A pesar de que esta experiencia laboral ha sido muy positiva –sobre todo en comparación- no puedo evitar pensar que tengo algún tipo de maldición, de esos males de ojo que sólo un buen psiquiatra podría curar: tengo tendencia a repetir el mismo patrón del lugar en el que vengo al lugar al que voy. En clases eso era particularmente beneficioso porque ciertos maestros de clases difíciles provenían de la misma camada de profesionales de gente muy cercana a mí. Una camada que tiene el mismo modo de vestir, de pensar y de opinar omnisapientemente sobre todos los asuntos relativos a la existencia humana. Así que estar en esas clases era como estar en casa, literalmente. Ya sabía cómo lidiar con ellos y lo necesario para impresionarlos o por lo menos no repelerlos: viví para contarlo. Y salí a la calle –también literalmente- a buscar adónde hacer la práctica maravillada ante las infinitas posibilidades que se abrían ante mí, ese gran pozo de potencialidad pura donde cualquier cosa podría suceder y resulta que vuelvo a estar en mi casa, aumentado a la quinta potencia porque son cinco versiones de una misma persona!! ¿Por qué me hago esto? ¿Qué necesito para aprender la lección de una buena vez y avanzar a otro nivel de conciencia? Porque hay serios peligros con pasar todo el tiempo con el mismo espécimen de personas: sus chistes, su música, sus comentarios machistas, su intolerancia ante la vida sexual supuestamente incompatible con la de ellos, todo eso se pega, se adhiere lentamente, y especialmente si uno aborrece con todas las fuerzas todos esos rasgos. No quiero ser así, espero no ser así ahora, ¿y si resultara un proceso irreversible?

Necesito ver mujeres, de manera urgente. Estoy empezando a detestar la ineludible tosquedad, la fuerza bruta, la mosca en el cerebro, la objetificación. Necesito convivir con personas que no sean ingenieros, que no tengan nada que ver con técnica, que no crean que la simetría es el único patrón de diseño válido en la Tierra.

Necesito ver mujeres y mi estúpida compañía de cable me quitó Showtime justo antes del episodio final de The L Word, mi única oportunidad de ver pornografía lésbica políticamente correcta.
El crítico de teatro del New York Times y futuro colega -(se vale soñar)- Charles Isherwood hizo una breve aparición en Gossip Girl y escribió un brillante y divertido recuento de su experiencia.
Estoy aburrida y pensé en intentarlo. Algunas respuestas están muy divertidas y algunas hasta acertadas.

Rules:
1. Put your music library on shuffle.
2. For each question, press the next button to get your answer.
3. You must write that song title as the answer to the question, no matter how silly it sounds! Most of the time they seem to work though, strangely enough.
4. Ok, go!

1) If someone says "is this ok?" you say?
Angel

2) What would best describe your personality?
Hate it here

3) What do you like in a guy/girl?
Grand finale (Postludium) ( :O Esto se puede interpretar tan mal...)

4) How do you feel today?
Levater

5) What is your life's purpose?
Real men

6) What is your motto?
Dirty little secret

7) What do your friends think of you?
Idaho

8) What do you think of your parents?
Winter

9) What do you think about very often?
Into the fire

10) What is 2+2?
Sunshowers

10) What do you think of your best friend?
Time

11) What do you think of the person you like?
The wild hunt

12) What is your life story?
Time to pretend

13) What do you want to be when you grow up?
Mary

14) What do you think when you see the person you like?
I wish I was in New Orleans

15) What do your parents think of you?
Oh! Sweet nuthin’

16) What will you dance to at your wedding?
Head held high

17) What will they play at your funeral?
Paper planes

18) What is your hobby/interest?
Little earthquakes

19) What is your biggest secret?
Possession

20) What do you think of your friends?
Prologue/Babushka

21) How will you die?
Weekend wars

22) What is the one thing you regret?
Hold on

23) What makes you laugh?
As the end draws near

24) What makes you cry?
Ice

25) Will you ever get married?
Cornflake girl

26) What scares you the most?
Falling down

27) Does anyone like you?
The toy master

28) If you could go back in time, what would you change?
Circle

29) Are you a girl or a boy?
Adia

30) describe yourself
Yo George

31) What do people say about you?
Almost Rosey

32) How would you describe your latest relationship?
Meadowlarks

33) Describe your actual relationship
Automatic (Nuh - uh!)

34) Where would you like to be right now?
The angel and the one-non musical silence

35) How are you towards love?
I’ve got the world

36) What do you need?
Vox

37) What do you like to do?
He doesn’t know why

38) Write down a deep quote
Future reflections

39) What is your nickname?
Crucify

40) What is your favorite childhood memory?
New age

41) What hurts right now?
Everything

42) What will you post this as?
Ginnungagap

La única mujer que veo en el proyecto es doña María, la señora que limpia las oficinas. Como generalmente soy la primera del clan en llegar (siempre soy la primera en llegar a todas partes), ella me recibe y se queda platicando un ratito mientras trato de levantarme con café. A estas alturas ya he reportado mi presencia ante los segundos al mando, a los que ya puedo identificar correctamente pero por si acaso continúo repitiendo sus nombres mentalmente mientras platicamos, para no confundirlos. Es extraño, pero todos se parecen (algunos son familia). Sin embargo no conozco al resto de los muchachos, a la gran manada de machos responsables de que se estén levantando todas esas paredes, pero a algunos he aprendido a distinguirlos por razones muy particulares. Uno de los primeros días en que yo había empezado la práctica regresaba de almorzar por mi cuenta, y de repente un tipo frente al proyecto empezó a decirme tonteras. No le dije nada y continué caminando, pero por lo menos lo vi para saber quién era, cuando se dio cuenta de su error: “Si es la arquitecta que acaba de empezar a trabajar!” y todavía quería que yo reconociera su presencia diciendo: “pero es que no habla la arquitecta”. Días después me di cuenta que su nombre es Jaime y es el conserje de la constructora (otro Jaime en moto, qué original). Es el único fichado en mi lista, los demás son más tranquilos. Por ejemplo, frente a las oficinas está el centro de operaciones de los armadores y uno de ellos es el único que me saluda por iniciativa propia. Lo hace como si estuviera ofendido porque no lo había visto hasta entonces, lo que me da mucha risa porque apenas he aprendido a moverme entre tanta gente; muchos de ellos nuevos con respecto al tiempo en el que empecé. En ese centro de operaciones que menciono se forman montañas gigantescas de anillos, un escondite ideal para fumar marihuana. Generalmente yo sentía el olor dentro del proyecto, pero un día creí que me estaba volviendo paranoica sintiéndolo afuera también, cuando entre todos los anillos veo salir humo y al rato a dos tipos que saltaron sospechosamente rápido de allí. Uno de ellos –con aspecto peligroso- está armando las vigas de la primera losa y pasa subido a 4 metros de altura de la superficie plana más cercana. Creo que esto es lo único que me asusta de estar allí, que la gente consuma drogas. Lo digo porque ellos están haciendo un trabajo extenuante, es cierto, pero riesgoso en el sentido que se pueden caer, tropezar, golpear con martillos o bloques o clavarse objetos en cualquier parte del cuerpo. No estoy segura de qué tanto afecte su desempeño y comprensión de la realidad estar bajo la influencia, además de que no sé qué tanto controlen su comportamiento en esos casos; yo no quiero pensar mal de la gente pero no quiero confiarme tampoco.

Tengo tendencia a relacionar a los muchachos según la maquinaria que manejan: hay uno que se encarga de la mezcladora de concreto. Hasta hace poco que bajaron el ritmo a las fundiciones pude ver cómo era su cara porque generalmente siempre está cubierto de cemento como todo un mimo. Otro es el que dirige las fundiciones, llamado Saúl, mejor conocido como “Mozote”. Hace dos días se rasuró y me tardé un buen rato en reconocerlo, se miraba tan joven. Un chavo conduce la retroexcavadora, al que le estábamos platicando el otro día y supimos que después de 10 años de haberse alejado de la iglesia se está reincorporando a los cultos otra vez. (Supuestamente otro de los albañiles es seguidor del puertorriqueño que se hace llamar el Mesías, pero todavía no he sabido quién es, qué miedo.) Otro maneja la mini cargadora, y anda siempre con audífonos; me pregunto qué es lo que escucha entre tanto escándalo. Uno sabe que el topógrafo está trabajando cuando entre todo el ruido de la mezcladora, la retro, la cargadora y los martilleos se escucha a alguien gritando que más a la derecha, más a la izquierda, arriba o abajo. El topógrafo le está hablando a su cadenero, Memo, que recorre todo el proyecto todos los días sosteniendo una cuerdecita con el plomo, marcando puntos. Todavía no tengo muy claro qué es lo que hace Roy: a veces anda con los carpinteros, a veces con los armadores, pero siempre que se necesita corregir algo se le puede pedir a él que se asegure que lo hagan.

Doña María una vez me dijo que estuvo hablando con un muchacho que le dijo que él era periodista. Cuando mencionó que es nicaragüense supe de quién hablaba porque había visto a alguien con una camiseta de Nicaragua y me pareció curioso. Se ve tan buena gente, y tan humilde. Doña María no le creía que fuera periodista, ¿qué está haciendo allí entonces? Lo mejor que pude responder es que tal vez está trabajando encubierto para un reportaje. Hay un “Chele” pero es que realmente lo es: es tan blanquito que todo el sol le deja la cara roja como un tomate, o como si siempre estuviera enojado. Anda serio la mayoría del tiempo, lo que no ayuda, y yo creía que no tenía amigos porque siempre lo miraba solo, pero ayer estaba platicando con varias personas a la hora del café. Así como siempre hay un chele, siempre hay un chino, y aquí es un niño que se ve tan chistoso e hiperactivo. Otro muchacho, probablemente menor que yo, también se ve todo serio todo el tiempo, pero un día que se estaban haciendo pruebas de cilindro al concreto se me acercó a preguntarme para qué servían. Fue la primera vez que uno de ellos me habló. He visto a dos muchachos más, muy jovencitos y muy parecidos pero que no son hermanos porque no se van juntos: uno tiene los ojos claros, muy bonitos; se ve tan inocente, y el otro se ve un poco mayor y escucha música todo el tiempo.

Algunas veces se nos han acercado muchachos a la oficina: el primero fue para que le cargáramos el celular, un joven que sólo usa una camisa del Motagua y se ve tan frágil, como si estuviera asustado todo el tiempo. Otro llegó a ofrecernos unas pinturas y muebles que vende su papá. Las pinturas estaban tan buenas; me dio pesar no poder ayudarle porque la práctica no es pagada en mi caso.

Supuestamente a partir de esta semana van a dejar ir a un montón de gente porque por un tiempo sólo va a haber trabajo para los armadores y los carpinteros en el armado de la losa. No sé qué va a pasar con todos ellos en esos días en que no lleguen a trabajar, me da mucha tristeza. Ojalá tengan algo que hacer y con qué sobrevivir esos días.