“(…) cada vez que proyecto, advierto la tragedia de las condiciones en que me hallo, sin poder escapar a ellas; pero, no obstante, proyecto precisamente porque a dicha tragedia opongo la posibilidad de un algo positivo, que consiste en la mutación de aquello que es, y que yo acciono en el proyectarme hacia el futuro. Proyecto, libertad y condiciones se articulan entre sí, mientras yo advierto esta conexión de estructuras de mi actuar según una dimensión de responsabilidad.”

Ayer me di cuenta que en cualquier momento podría sufrir de amnesia psicogénica. Perder por completo la noción de quién soy, dónde vivo, a quién conozco y qué he hecho de mi vida, sin ningún factor físico causante, sino por causas psicológicas, que una vez que haya olvidado todo, no voy a ser capaz de descifrar. El tipo del documental que usaron para ejemplificar este fenómeno, trabajó muchos años como corredor de bolsa, y luego se dedicó a ser fotógrafo, antes de perder su memoria. Me dormí antes de que contaran qué pasó con él, si pudo reestablecer relaciones con su familia, o si había alguna causa para lo sucedido, así que estoy sola con mis paranoias. Corredor de bolsa. Estudiante de arquitectura. Tienen más cosas en común de lo que desearía.

Me alarmé, por que si se pudiera borrar el pasado como en la película de Michel Gondry, yo sí sería una voluntaria, pero nunca me imaginé que fuera algo que yo podría provocar inconscientemente, o que me puede suceder, en cualquier lugar o cualquier momento. Pensé en posibles soluciones: llevar permanentemente en mi billetera una tarjeta con mi nombre, dirección y teléfono en el cuello, con específicas instrucciones de dónde encontrar mi diario, en el que va a estar escrita “La historia de mi vida hasta ahora y lo que hay que saber sobre la gente que conozco, en caso de pérdida de la memoria”. Allí encontraría fotos de mi infancia, ilustrando únicamente lo que quiero recordar de ella, y descripciones lacónicas de mi familia y de mis amigos, para dejar espacio a nuevas opiniones sobre ellos. No puedo olvidar una sección de “gente a evitar a toda costa”. Estaba pensando incluir una lista de “libros ya leídos”, para no repetir.

Es que el verdadero enemigo de la realización plena es la memoria episódica. Si tan solo pudiera lograr que las lecciones aprendidas fueran almacenadas, pero no la forma en que se obtuvieron. La “tragedia de las condiciones en que me hallo”, son todas esas ataduras del pasado que no se logran aflojar. He aprendido a que hay que aceptar los aspectos luminosos y los oscuros de uno mismo, para que en algún momento dejes de identificarte con ambos y te liberes, y llegues a la iluminación, blah, blah, blah. Me frustra que no hay forma práctica de que eso pase. No puedo confiar en ninguna teoría, en ningún maestro, en ninguna práctica. Sólo puedo seguir haciendo lo que hago todos los días, rogando por que en algún momento yo sea diferente, y vea las cosas diferentes, pero si no he hecho nada por lograrlo más que observarme a mí misma, no entiendo cómo se supone que voy a cambiar. Claro, todas esas son palabrerías muy inteligentes, pero que no muchos van a corroborar mientras estén vivos. He caído en la trampa de la espiritualidad: si sigues el camino hasta el final, sólo hay un agujero negro esperándote. Pero la vida considerada pragmáticamente, sin creer en nada, es un vacío las 24 horas del día.

También estoy harta de leer que el amor es lo que te hace trascender. El amor de pareja, el amor de los padres, el amor a la humanidad. Después hay que empezar a desentrañar el origen del amor: el amor hacia uno mismo. ¿El amor hacia uno mismo basándose en qué? “En nada, en sólo el hecho de ser”. ¡Eso no es suficiente! Y trato de hacer cosas, y de decir cosas, de ser cosas sólo para que creer que eso va a significar algo, pero resulta que no.

“Hay una antinomia propia al presente: por una parte se le define por el ser: es presente lo que es por oposición al futuro, que no es todavía y al pasado que ya no es. Pero, por otra parte, un análisis riguroso que pretendería despojar al presente de todo lo que no es, es decir del pasado y del futuro inmediato, encontraría nada más un instante infinitesimal, es decir (…) el término ideal de una división llevada al infinito: un vacío.”

Este momento preciso no es nada, el momento siguiente cuando sea el presente va a seguir siendo nada, y este momento, cuando esté en el momento siguiente va a ser un recuerdo de la nada. Sí, si pudiera mandar todo mi pasado al carajo lo haría. Y el futuro. Y el presente.
Estaba desglosando en mi diario la anatomía de la nada, el aburrimiento y la falta de inspiración. Decidí recurrir a mi vicio de empezar libros nuevos, aún cuando tengo otros pendientes, sólo por gusto, y casualmente encontré esto:

“¿Por qué quieren ustedes que se los inspire? ¿No es por que en sí mismos se sienten vacíos, solitarios, faltos de creatividad? Quieren llenar esta soledad, este vacío doloroso; deben haber intentado diferentes modos de llenarlo, y también esperan escapar de este vacío viniendo aquí. A este proceso de encubrir la árida soledad se le llama inspiración. La inspiración se convierte, entonces, en mero estímulo y, como ocurre con todo estímulo, pronto trae su propio aburrimiento y su insensibilidad.

(…) El viaje dentro de uno mismo debe ser emprendido no en procura de un resultado, no con el fin de resolver el conflicto y el dolor; por que la búsqueda en sí es devoción, inspiración. El viajar mismo es, entonces, un proceso revelador, una experiencia constantemente liberadora y creativa. ¿No ha notado usted que la inspiración llega cuando no la está buscando? Llega cuando ha cesado toda expectativa, cuando la mente y el corazón están en silencio. Lo que se trata de adquirir es auto creado y, por lo tanto, no es real.”
Estoy empezando a tener ideas extrañas...

http://www.gawker.com/assets/resources/2006/06/rivers.doc
Estas son algunas de las fotos del viaje cortesía de Yanis (por eso es que él no aparece en ninguna. Listo el muchacho)

Aquí observamos a Mafer y a Deysi en lancha, por el canal.


La cabaña en la que nos quedamos:




El grupo posando frente al lago:

Y desde luego, el lago.
Para la versión sin censura, esta es la dirección.
http://marcelaagm.spaces.msn.com/
Murphy es el santo de los mochileros. O por lo menos esa fue la impresión que recibimos cuando nos fuimos seis aventureros a un pueblo remoto, a la caza de cerveza de sabores hechas en casa. Un amigo nuestro ya había ido y nos impresionó tanto su relato de las hamburguesas gigantes, el hotel bonito y la gente amigable, que partimos con sus indicaciones anotadas en un papel, pero sabiendo que íbamos a tener que improvisar.

Todos nos levantamos a las 4 de la mañana el sábado. Todos, menos Moisés que tenía encargado pasar por el resto de nosotros. Su despertador decidió darse el día libre, o tal vez quería hacer que Bertha, Mafer y Deysi esperaran bajo la lluvia en el punto de reunión. El primer trayecto en bus no tuvo novedad. O tal vez sí, pero a mí me mencionan la palabra “carretera”, veo el primer rótulo que marca los kilómetros y ya me he dormido hace rato. Bajamos en un pueblo que se llama La Guama, y tomamos otro bus para ir a Peña Blanca. Allí empezó todo: nuestro objetivo estaba en un pueblo cercano, Los Naranjos, y cuando caminábamos buscando un desvío vimos un letrero: “al parque arqueológico Los Naranjos”. Creíamos que era lo mismo, o por lo menos cerca. Nada que ver. Al kilómetro y fracción preguntamos por el gringo que hace cerveza y nos dijeron que estábamos lejos. Regresábamos exactamente por donde llegamos para encontrar el camino correcto, o tomábamos un atajo que culminaba en un cruce por lancha de un canal.

El atajo estaba lodoso, y parecía interminable, pero lo encantador fue que al final, estaba el canal y estaban las lanchas, pero al lado opuesto al nuestro y sin nadie que nos pudiera llevar en ellas. Por un buen rato gritamos para que alguien se acercara, y justo cuando pensaban tirar a mi peluche con un mensaje de auxilio, aparecieron unos militares que nos ignoraron, pero llamaron a un tipo que sí nos atendió. Estuvo divertido, digamos que ahora sabemos cuánto pesa cada uno de nosotros.

El hotel estaba cerca. Se miraba bonito, lleno de perros, gatos, una piscina, árboles, el dueño es un gringo sin camisa que nunca contestó su celular, por lo que no pudimos reservar, no encontramos habitaciones, las hamburguesas son horrendas, no había cerveza de frambuesa, me tuve que conformar con una de mango y las meseras son tan malgeniadas que no nos dio lástima no volver. Me encanta viajar.

Ahora con comida en nuestro sistema, debíamos encontrar un lugar donde dormir. La carretera de regreso era larga, muy larga. Yo les había advertido a todos que no aceptáramos jalón a menos que quisieran terminar degollados en alguna zanja, pero fui la primera en darle gracias a los espíritus del bosque cuando después de mil horas de camino, se detuvo un pick-up. Eran unos tipos que almorzaron en el mismo lugar que nosotros. Justo antes de que cruzáramos la calle, venía un camión a toda velocidad, pasó sobre un charco y dejó a Moisés marcado por el resto del día.



Después de nuestra experiencia, Peña Blanca ya era como nuestro segundo hogar. Es un lugar tan divertido, con negocios multi-task: una ferretería que también es veterinaria, una zapatería y al mismo tiempo venta de ropa, un hotel/farmacia/venta de útiles y papelería, entre otros. Unas cuantas llamadas para reservar una cabaña y no tuvimos problemas en encontrar un bus que nos llevara al hotel. Teníamos vista al lago, como para quedarse viviendo eternamente. Como buenos turistas, nos quisimos mezclar con los nativos, y fuimos a cazar cervezas, que trajimos de vuelta a la ciudad por que nadie tenía fuerzas para beber.

En la noche, luego de la cena, disfrutamos de la lluvia y de los zancudos, desde la terraza. En la dormida, la pobre Mafer sufrió de los cambios constantes de posición de Deysi, y Yanis se levantó por culpa de unos horrorosos pájaros que no sabían que era domingo y que la gente duerme hasta tarde. Shame on you birds. Nos levantámos y él no estaba. Se había saltado por la terraza, para no hacer ruido, y exploró los alrededores. Fuimos por desayuno a una pulpería cercana y comimos a la orilla del lago. (Algún día hay que ir con un novio allí, es demasiado bonito.)

Más buses, y pescado frito, en un merendero entre “Power fish” y “Tentaciones (Atenciones, pero uds. perdonarán la vista de Yanis) Xiomara”. No podíamos irnos del Lago sin un pescado con mercurio.

Murphy hizo su última aparición cuando nos hizo subirnos en un bus lleno en Siguatepeque. Deysi y yo encontramos asiento la última hora de viaje, pero fueron las dos horas y media más largas de la experiencia. Bueno, yo me dormí.
Esas cosas de las que tanto huyes son las que estas condenado a vivir. Una fobia absurda que tengo, pero experimentada con la mayor de las intensidades es el miedo a meditar. Meditar en el sentido oriental de la palabra, en el que silencias tu mente, te desligas del tiempo y no hay nada malo, ni nada bueno: no hay nada en absoluto. Paso leyendo tanto sobre los beneficios de practicar meditación, que siempre intento retomar el hábito, pero mi indisciplina y mi sueño (es preferible hacerlo al despertar y antes de dormir) me ganan y lo abandono rápidamente. Hace unos días dejé de hacerlo otra vez, pero en esta ocasión he provocado algo terrible: el vacío se extendió a la vida fuera de la meditación.

No puedo imaginar un futuro, y siento como que no he tenido experiencias previas. (El tiempo ha dejado de existir.)

Todo se siente distante, ajeno. Están los eventos y las personas pero no provocan respuestas sensoriales. (He trascendido mi cuerpo.)

Pero todo es falso e ilusorio, por que no hay paz. No existen conflictos, pero eso no es lo mismo que sentirse conforme, dichoso o agradecido por haber aceptado la existencia tal cómo es.

Estoy durmiendo, estoy flotando y no veo algo que pueda hacer al respecto más que verme desde afuera y esperar a que mi cuerpo deje de vagabundear descaradamente sin mi consentimiento.
Cancer (the Crab) is the fourth sign of the zodiac and governs all forms of home, family, and property matters. It is ruled by the Moon, and its element is water, demonstrated through the Cancer’s emotional and sensitive nature. Its quality is cardinal, which signifies those who initiate actions; in the yearly cycle, it indicates the start of a season. When the Sun enters Cancer, it is the summer solstice and the beginning of summer. As the Sun moves through Cancer the following energies predominate, affecting the way people relate to one another:

Notable positive qualities associated with Cancer:
Loving, protective, compassionate
Family oriented
Caregiving, nurturing
Shrewd
Highly perceptive, intuitive

Notable not so positive qualities associated with Cancer:
Easily wounded or hurt
Moody, crabby
Manipulative, contriving, plays roles
Rarely forgets a slight or insult
Overreacts
El 21 será un número impar, pero hoy es mi favorito.

Dejando de lado las cosas obvias que significa y que mucha gente me ha recordado en estos días (que ya me puedo casar, que ya me pueden correr de la casa, que puedo ir a la cárcel, que al fin puedo salir del país sin permiso paterno), quiero concentrarme en que hay un 1 en mi edad y por ende tiene que traer comienzos. Hoy es el primer cumpleaños en 11 años que voy a tener reunión en mi casa. La primera vez, invité a mis amigas a bailar en la terraza y llamamos a los chavos de la clase para que llegaran. Nos sentíamos tan adultas, wow. (Y la ropa era desastroza, excelente material vergonzoso para mi biografía en A&E.)

Hoy también es el primer día que voy a ir a la universidad en esta fecha. Siempre me salvaba, pero como esta vez cambiaron el periodo vacacional a la mitad del año, no hay remedio. Mientras no haya un montón de post-its con mensajes cursis a lo largo de la escalera que llega a la facultad, con un gran póster meloso en la entrada –basado en una historia de la vida real-, no hay problema.

Qué lástima que sea martes. No es muy representativo de la mayoría de edad que la mejor celebración posible en la ciudad sea una entrada a mitad de precio en el cine. Pero aunque no pase nada interesante este día, es imposible que no lo disfrute.
Si bien el individualismo/egoísmo de Ayn Rand puede ser malinterpretado (como lo hacen sus mismos seguidores, los idiotas del instituto que propaga sus teorías, que son nacionalistas hasta la muerte, sin la más mínima conciencia histórica o consideración por otros países que no sea el suyo), considero que su verdadero aporte es a la filosofía del hombre que pretende ser libre, feliz y sin tener que disculparse, o rendir cuentas a nadie al respecto.

No se trata de vivir aislado, se trata de interactuar con los demás en una base de igualdad, en el que cada uno responde por su propio bienestar, y donde no esperas que alguien llegue a rescatarte. Esto significa eliminar los sentimentalismos superfluos que muchos libros o películas han exaltado como el ideal de vida que deberíamos perseguir. Nada de esas madres que juran que viven por sus hijos, o esos hombres que morirían por su pareja. Rand quiere que busquemos nuestra propia justificación para existir, independientemente de quién nos rodee o de dónde decidamos depositar nuestros afectos. Pero sobretodo en que nuestra contribución al mundo se manifieste en la fidelidad a nuestras convicciones y la honestidad de nuestros actos.
Nunca he querido pensar en qué voy a hacer el resto de la vida. En mi infancia cambiaba de vocaciones tan seguido, que imaginé todo tipo de posibilidades. Pero nunca me visualicé trabajando, teniendo una familia, siendo una ciudadana más de algún país. Creía que iba a vivir eternamente en el colegio, o por lo menos estudiando. Esta semana me di cuenta que no es así.

El miércoles empezó mi clase de Sociología aplicada a la arquitectura, con una profesora visiblemente apasionada por lo que enseña. El primer día nos explicó que estábamos entrando a la parte de planificación y urbanismo de la carrera, y que para ello es necesario que entendamos la sociedad en la que vivimos, sus “reglas del juego”. Se ha acabado el tiempo glorioso e ingenuo en el que huía de la economía y de la política (por que en mi opinión, no buscan la armonía de la colectividad, ni contribuyen a la felicidad de cada individuo): de ahora en adelante tengo que estudiarlas, no por una calificación, sino por que de eso dependerá la calidad de mi vida en el futuro. Una verdad amarga que no he querido aceptar por 20 años.

¿Cómo lidiar con la impotencia que resulta de saber que todo está tan mal y que hay muy poco que yo pueda hacer?

La profesora nos hablaba de la globalización, de nuestra situación como país “en vías de desarrollo”, del tipo de trabajo con el que soñamos y de las ínfimas posibilidades reales que tenemos de conseguirlo, de la necesidad de que nos informemos sobre el acontecer nacional, y que salgamos de la burbuja en que hemos querido vivir hasta entonces. Si antes creía que soñar con ser exitosa, desearlo con todas mis fuerzas, estudiar y trabajar para ello era suficiente para vivir bien, a la fuerza he tenido que darme cuenta que es necesario más que talento para lograrlo. Nunca antes me impresionó esa gente carismática que se hacen amigos de todos y logran salirse con la suya a puras conexiones sociales, pero ¿será que tendré que doblegarme ante semejantes exigencias?

Huí por mucho tiempo con el arte, con la espiritualidad, pero se acabó. Ahora me toca ver a ese gran monstruo a la cara y tratar de no morirme del asco mientras tanto.
Soy hija de doctora, pero los únicos rastros genéticos de mi herencia son la extraña y morbosa afición por las series ficticias que traten sobre médicos y hospitales. He visto casi todo, y hasta he logrado clasificarlos, por pura diversión, basándome en las categorías que Umberto Eco describe.

No tengo idea de cuál habrá sido la primera serie médica en la televisión, pero actualmente la más anciana tiene que ser sin duda “E.R.”. Cuando empecé a verla hace un año más o menos, y me di cuenta que ya estaba en su 11va temporada, me alarmé y me puse como meta tratar de ponerme al día como fuera. Por suerte, el camaleónico y frustrante Cablecolor pirateaba (seguramente) TNT gringo y ahí pasan las primeras temporadas. Con la excepción del piloto, he logrado ver casi toda la serie, y me encanta ver los primeros episodios de cada personaje. Me parece tan genial la idea que el protagonista principal no sea ninguno de los doctores o enfermeras -que se ha demostrado son desechables, o por lo menos no indispensables para la coherencia de las historias- sino el hospital mismo. Aún así, confieso haber dejado de seguir la serie cuando mi enamoramiento platónico y el único que duró las 11 primeras temporadas (Dr. Carter) finalmente se largó. El programa combina inteligentemente las historias de los doctores, las de los pacientes, y la jerga médica, logrando ser accesible, conmovedora pero sin pasarse de empalagosa. Es lo suficientemente inteligente para que la etiquete como cultura de vanguardia, en sus primeras temporadas, y actualmente como cultura media. La vanguardia se dio en su originalidad, en sus chocantes, crueles, y casi creíbles tramas, además por que seamos sinceros: no habría ningún otro programa médico si esta serie no hubiese impuesto las pautas a seguir. (Por cierto que fue creada por el escritor de varios libros, entre ellos Jurassic Park, Michael Crichton. ¿Quién lo iba a creer?) Me parece sorprendente que a estas alturas, vayan por su 13va temporada y tengan público, pero a veces se siente un poco forzada, y como hay mejores cosas que ver, se ha convertido en cultura media.

No puedo hablar demasiado de “Nip/Tuck”. La superficialidad hecha serie. Sus personajes son cirujanos plásticos lidiando con los dilemas morales de su profesión (y estos son muchos). La primera y segunda temporada son geniales. Exponen los estándares de belleza que rigen la sociedad (no sólo la de ricos y famosos, también la de nosotros mortales corrientes), y la soledad y desesperación que se esconde detrás de esas exigencias. Vanguardia sin lugar a dudas. Pero, por haber sido tan fatales de hacer que el Carver resultara ser quién todo mundo creyó que era, después de martirizarnos por dos años con el misterio (todavía no puedo creer que perdí la apuesta), declaro solemnemente, a la tercera temporada, de consumo. Dejó de intentar lograr un cambio en nuestra visión sobre nuestros valores, o de por lo menos mostrar una profundidad en la historia. Se trataba ahora de impactarnos, darnos asco, provocar un efecto temporal y olvidable, para que después siguiéramos adelante habiendo digerido el producto pero sin algo que nos hiciera recordarlo. A mí me gustó, por que la vida sin el Dr. Troy es demasiado vacía, pero sé perfectamente que no estuvo a la altura que había alcanzado previamente.

De “Scrubs” sólo voy a decir que es el estandarte de las series de consumo, que son famosas hoy, y que ninguno de mis nietos va a desear haber visto. Lo siento, podrá ser moderadamente chistosa, e intentar crear una ligereza en el mundo normalmente pesado de los hospitales, pero no puedo estar de acuerdo con ese concepto. No hay nada divertido al respecto, y sí, odio a Zach Braff y qué.

La línea fina que separa el kitsch (esas obras que tratan de disfrazarse de innovadoras, pero que en realidad pretenden ser populares, entre otras características) y la cultura de masas está representada dignamente por “Grey’s Anatomy”. También, confieso seria adicción, pero cuando soy capaz de verla objetivamente me doy cuenta que soy una cursi reprimida. Es la menos médica de todas las series, enfocándose casi en su totalidad en las andanzas novelescas entre cada uno de los integrantes. Todos son demasiado bonitos: eso ya traiciona las oscuras intenciones de los creadores. Utiliza demasiados recursos antes vistos, como si ellos los hubieran inventado, y es transparente en sus efectos provocativos: quieren que estés tan inmerso en las historias tristes, o alegres, o de suspenso, como para que no te des cuenta de que no hay muchas propuestas nuevas, excepto en el personaje principal, que es una anti-heroína perfecta.

El trofeo de oro a la mejor serie y a la representante pura de la vanguardia televisiva es para “House”. No puedo creer que no la haya visto antes, que haya dejado pasar dos años, por negligencia y pereza, perdiendo mi tiempo con babosadas. Estoy completamente enamorada del cinismo, la miseria, la amargura y la inteligencia desbordante de ese personaje increíble. Sus diálogos son tan geniales (si la creadora de Gilmore Girls hubiera hecho una serie de médicos sería ésta), y me fascina como rompe con los clichés de sus predecesores. Los pacientes son los desechables aquí: sus tristes historias son irrelevantes, no vienen cargadas del patetismo que otros quieren explotar. Cuando una paciente le cuenta su pasado depresivo a House y él le responde con un majestuoso “boo-hoo”, sentí que le daban una bofetada a todos los otros melosos escritores de televisión. Hasta tratan el tema de la situación en África pero desde un punto de vista objetivo, con compasión hacia las víctimas, pero sin piedad hacia las farmacéuticas que se aprovechan de ellas. Ya no se ven los hospitales repletos de gente, ni la situación decadente del sistema de salud: el enfoque es en un paciente y un problema por episodio. Tengo que mencionar las similitudes con Sherlock Holmes, pero creo que eso agrega una dimensión interesante al programa, además que es intencional.

Lo sé, mi falta de oficio supera la capacidad humana de imaginarla. Pero por lo menos me mantengo entretenida.
Fue asquerosamente sincero, aún para él, y definitivamente no esperaba escuchar eso de su boca. Pero era el fin, y ya era hora de que yo lo aceptara. Ya no había más pérdida por la cual sufrir. Lo miraba: era otra persona, radicalmente opuesta a la imagen que quiero conservar. Me decía una y otra vez, cómo todo marcha bien en su vida. Lo dijo tantas veces que todavía me pregunto si estaba actuando. Ahora no lo he de saber, y por fin, ya no me incumbe.

Sólo recordaba un pasaje del primer libro de “Dune”, que copié en un diario de hace tiempo, pero que no logré encontrar. Todo el libro me pareció intrascendente, pero esa frase me impactó. Decía algo así como “En este planeta, es necesaria la actitud de la navaja, que corta las cosas de raíz, y que dice hasta aquí”. Y esta vez se dio un corte, pero no se sangró. Se siguen sumando a la lista las personas que no tienen cabida en mi vida, y quise llorar, pero no pude. No quise.

Hoy me levanté soñando con una mala canción de Bohemia Suburbana. Es mala por que la metáfora es pobre, pero era una señal: yo vivo anhelando y nunca hago nada. La hora ha llegado de salir a probar suerte.
Tengo una fascinación anormal con los comienzos. No puedo evitarlo: me aburro rápido y necesito intentar algo nuevo. Cuando algo me gusta me empapo de esa cuestión hasta la saciedad, hasta exprimir su última gota de vida, para seguir con otra cosa después. Puedo encontrar múltiples conocidos que confirmen mi testimonio.

Quisiera decir que me molesta, que me hace incómoda la vida, pero no es así.

Con las personas es un poquito diferente: únicamente por que guardo mucha distancia. Hay tantas estupideces que no cometo por que cuando te involucras con una persona, hay una serie de conexiones con son imposibles de ignorar. Mi prima me aconsejaba tener muchas relaciones mientras esté joven, por que después se ve mal estar mayor y tratar de recuperar el tiempo perdido. Pero yo soy incapaz de tomarme las cosas tan a la ligera: ella salta de un tipo a otro, y sus experiencias se convierten en anécdotas divertidas que contar en reuniones familiares. A veces deseo ser así, que todos esos tipos que alguna vez quise no fueran esa carga que no logro sacudir, ese horrendo estándar con el que juzgo a los demás. Sufro de miopía emocional, y sí, le doy importancia a cosas que otros consideran insignificantes, pero tengo derecho a que nadie me cuestione al respecto.

¿Será que alguna vez dejaré de sentir dudas? He aprendido a vivir con ellas, a no sentir que son señales, por que las cosas generalmente salen bien a pesar de su existencia, pero me paralizan en ciertos aspectos en los que estoy convencida en que no va a valer la pena mover un dedo hasta que aparezca una razón que trascienda todas las objeciones que yo pueda hacer. Supongo que algún día también me voy a aburrir de pensar así, y voy a lanzarme a la primera posibilidad que se ofrezca, sin pensar, y con posibles resultados desastrosos, pero con mucho aprendizaje. (Oh, maldición, ya he hecho eso también.)
Por que he de resignarme: hasta mis amigos están contaminados. Repito que lo único digno de ser rescatado de este evento es el peluchito de Goleo que tiene Yanis en su carro. Salgo a las tiendas y todos los estantes están repletos de camisas de equipos o con banderas de los países. La gente se apiña en las vitrinas que tengan un televisor transmitiendo un partido. Ahora hay hasta un periódico dedicado exclusivamente a torturarme. ¡La pinche National Geographic del mes está dedicada al fútbol! Me parece que he muerto y he caído en el infierno.

Tal vez pueda usar la técnica de Mariafernanda: buscar futbolistas guapos. Pero cuando están jugando se ven todos minúsculos y casi nunca enfocan su cara. Qué pérdida de tiempo.

¿Si no puedes vencerlos… ve con ellos y tómate un trago mientras transcurren las dos horas (o cuanto sea que dure un partido)? ¿A las 9 de la mañana? Ehh… no.

Refúgiate en otras actividades: mañana empieza el período corto. Llevo dos clases con dos horas libres entre ellas. Y ese tiempo sin actividad en un horario particularmente infestado por la fiebre deportivo/consumista.

Formar un grupo de apoyo: esta es mi opción favorita. Los interesados favor dejar sus nombres. En el peor de los casos va a resultar una de esas organizaciones, como la que teníamos con mi hermano en nuestra infancia: “los domadores de hormigas”. Hasta tenía cartel y todo, pero cuando llegaban visitas lo quitábamos por que nos daba pena. (Éramos muy buenos en realidad.)

Debería de estar rogando por que este mes transcurra rápido, por que al parecer no se puede pelear en contra de este gran monstruo.
Es innegable el disfrute esnob que algunos de nosotros obtenemos de poder tener acceso a (junto con la capacidad de entenderlas) ciertas obras artísticas, refinadas, que pocos comprenden o pueden siquiera conocer.

Umberto Eco da explicaciones exquisitas sobre este fenómeno: que es vestigio de un pensar aristocrático que anhela la época en la que la cultura era asequible para unos pocos; que es una visión limitada del mundo moderno que no toma en cuenta las nuevas condiciones políticas y económicas de la sociedad, sino que se quedó estancada en el ideal del hombre Renacentista; simple rechazo sin siquiera estudiar los puntos válidos de la alternativa; o mi favorito: “la manifestación mal disimulada de una pasión frustrada, de un amor traicionado”. (ouch)

Siempre he sabido que lo ideal es el punto medio, el equilibrio entre las dos corrientes, pero no logro quitarme ese radicalismo de “todo o nada”, el vagar incesantemente de un polo a otro, sin que presente para mí ningún dilema moral. Pero veo que no es lo mismo para todos. Pareciera que es una guerra donde es necesario tomar partido cuanto antes, para ser rápidamente etiquetado y que los demás sepan dónde colocarte y cómo tratarte.

Hasta que se me abrieron los ojos. Ser apocalíptico (es decir, renegar rotundamente de los productos de la cultura de masas) o integrado (disfrutar y/o producir estos mismos) no son bandos opuestos, ni siquiera distintos. Ser un crítico de la cultura de masas es SER un producto de ella, e incluso, cuando se cree estar disfrutando de sus frutos más finos, estos han sido adulterados para un consumo general y no pretenden provocar más reacciones, juicios o críticas que cualquier otro.

Si no nos podemos desligar de la cultura de masas (y damos por sentado 1) que es inevitable y 2) que no tiene nada de malo), ¿qué se puede hacer para mejorarla? Más aún: ¿qué deberíamos de ser?

Mi propuesta: un integrado crítico. Definitivamente al poner en una balanza las ventajas y desventajas de la producción y consumo en masa de los bienes culturales, hay muy poco que me haga pensar que son positivos o que esto es deseable. Pero reitero: eso no puede cambiar. Aún así, la amargura apocalíptica me parece una salida fácil: si no hay propuestas difícilmente van a haber reformas.

Me encanta la idea de convertirme en una infiltrada en ese “sub-mundo de perdición”. Jugar bajo sus reglas, pero introducir elementos que les hagan trascender la apatía, la homogeneidad y el entretenimiento sin valor. No es tanto creerme “culta” y poder disfrutar de cosas “inferiores”; es cambiar mi óptica, y ser fiel a lo que considero bueno, venga en el empaque que venga.

Puede que los apocalípticos tengan razón (al verlos en profundidad, no es así), pero entre elegir disfrutar del mundo y entre creer tener la razón y vivir aislada en mis limitaciones, creo que no hay mucho que considerar.
He vuelto.
a.k.a. La Tierra de Nunca Jamás
a.k.a. Mosquito Land
Nada ha cambiado. Entré a un túnel en el tiempo. Es riquísimo.
Lo más emocionante de mi primer día en el pueblo (dormí sin parar los primeros dos días) ha sido que no me dejaba pasar la puerta del banco. Es una vida excitante y llena de aventuras.
Sé lo que eso significa, sé lo que me espera y sé que tengo que cambiar. Pero hay un punto en el que me sofoca la duda y la infinidad de caminos y necesito un empujón, una señal, una persona que crea un ápice más que yo para que esté dispuesta a dar el siguiente paso. Por mucho tiempo fue la fe ajena que me hacía avanzar, y cuando ésta se acabó, se terminó todo lo que sostenía. (Como si nunca hubiese tenido la mía propia, y hubiese querido apropiarme de la de otra persona.)

A veces creo que estoy muerta por dentro, que en lugar de corazón hay una máquina programada que permite el bombeo de sangre y nada más, pero que nunca van a haber sentimientos para mí en el resto que me queda de vida. Y es mucho. Es demasiado.

Iniciativa. Esa palabra misteriosa me carcome el alma. Me debato entre contemplarla a lo lejos, pedirle a otro que la tenga o esperar que algún día se despierte en mí. Hasta ahora las interrupciones de su sueño han sido contraproducentes, y no quiero más errores. Pero es un poco pronto para esperar que la vida sea perfecta.
Siempre que digo que va a ser diferente, él logra hacer que explote una vez más. A veces detesto lo increíblemente predecible que me vuelvo alrededor de mi padre. Me parecen asquerosas sus opiniones, pero aún más su manera implacable, grosera y con aires de superioridad con que las expresa. Soporto eso muy bien de cualquier otro, pero de él no. Siento vergüenza por que es así, por que soy su hija, pero sobretodo por que me molestan tanto sus reacciones y por ende, yo he de tenerlas dentro de mí y mi rechazo es indicio de que no las acepto.

La sangre me hierve, me tengo que morder la lengua, debo controlar mis deseos de tirarle a la cabeza un vaso cuando estamos almorzando y sus palabras me cortan el apetito. Recuerdo todas las tonteras que hacía/hago a escondidas, que si él supiera le daría un paro cardíaco. No es venganza si a él no le afectan, pero eso me permite dormir mejor en la noche, saber que no me quedo haciendo nada, que mis protestas se canalizan de alguna forma.

Lo más patético es ver a mi hermano convertirse en un mini-clon. Qué pésimo. Y me angustio al pensar en todos los tipos que andan por ahí como ellos, y en si estoy salada y condenada a vivir rodeada de seres tan desagradables toda mi vida.
Me quiero ir a casa de mi abuela, la próxima semana, técnicamente la última de vacaciones, antes del período corto. Estoy tan harta de este lugar que, por no tener mejores opciones, tengo que irme a uno potencialmente peor, para ver si así esto recobra nueva vida.

Ayer fui a mi primera noche de miércoles en Bamboo, donde los tragos cuestan sólo un peso, y estaba repleto de gente. Una vez saciada mi hambre de baile, volteé a ver a la multitud de gente: los que estaban en pareja andaban felices ignorando a todo mundo, y los que andaban solos lucían desesperados por estar en pareja o trataban de lanzarle un lempira al bartender para que los atendiera. No había tomado tanto como para escapar del dilema de la colectividad en las ciudades.

Aparte de eso mis días “libres” se han esfumado en el vacío, en trabajar en un mural para unos compañeros de mi hermano, y en esa deplorable película de moda que a nadie le gustó. Morirme del calor, tener menos canales de cable, ser devorada por mosquitos y poder leer por horas y horas en silencio, me parece el paraíso.

Mi escape es contrastante hasta en las relaciones involucradas. Aclaro algo para empezar: adoro a mi abuela. Es un ser tierno, amable, etéreo, una típica abuela angelical. Mis conflictos con ella son una clara indicación de los monzones que existen en mi cabeza únicamente. Desde pequeña creí que la clave de mi situación, la explicación de por qué mis papás son como son, y por ende, por que yo soy como soy, estaba en mis abuelos. Y me dediqué por muchos años a investigarlos, a cuestionarlos, a indagar en sus oscuros pasados, para ver adónde se había ido todo al carajo. Hubo incluso un tiempo en el que ese pueblo a dos horas y media de aquí, me parecía tan increíble que me daba mucho pesar regresar cuando empezaban las clases. Tenía vecinas con quien jugar (yo conocí, por primera vez, a un vecino de mi colonia a los catorce años. Vivo aquí desde los tres.), miraba televisión que no era nacional (eso es para otra historia), iba a misa los domingos a las 6 de la mañana y leía “Selecciones” de los años 70, coleccionadas minuciosamente por mi abuelo. Pero cuando él se murió todo se vino abajo. Mi abuela se negó a dejar su casa, y vive sola, debatiéndose entre ser dueña y señora de su reino, y entre no tener a nadie con quien compartirlo. Todos sus hijos viven en la ciudad, y ahora que sus nietos están alienados con la universidad, es muy difícil visitarla. En mi caso, dejé de encontrarle gusto cuando mi investigación me reveló datos que me hicieron culpar a mis abuelos por los errores de mis papás. Nunca se lo he dicho a mi abuela, nunca nos hemos peleado siquiera, pero cuando la veía me preguntaba qué tipo de madre habrá sido para tener hijos así. Hoy le asigno a cada uno la responsabilidad por su comportamiento, y me voy con ella para cambiar las hostilidades expuestas a la luz, por unas más discretas y educadas, con el fin de tratar de enmendarlas. Además extraño tener perro, y allá está la hermana de Laika, que no he dejado de extrañar ni por un segundo, desde hace más de un año que se murió.

Espero estar allá y describir los desérticos paisajes de la ciudad natal de nuestro atroz presidente. ¿Cuándo vamos a hacer esas camisetas de “yo no voté por Mel, esto es tu culpa? Hubieran sido el perfecto atuendo para mi estadía. (Claro, al día siguiente habrían visto mi cadáver, “misteriosamente” achicharrado por alguna vaca que se le cayó de un cerro a un campesino liberal. Qué coincidencia.)
Lo siento, pero a veces la decadencia es justa y necesaria.
Confieso que es más divertido cuando se está acompañado, pero a veces la decadencia es justa y necesaria.