(Fotos cortesía de el-Yanis)
Este es el comienzo del viaje: el camino lodoso para llegar al parqueNuestra cabaña
Aquí, Yanis y Moisés nos preparaban la comida. Vivan los niños que cocinan.
El mapa de los senderosEsto mirabas al caminar: plantas y bichos por todos lados.Vistas del Lago de Yojoa, desde las montañas

La cascada que nos salvó la vida

El poncho que nos sirvió de mantel para el pic-nic

Los cuatro viajeros, posando frente a la segunda cascada


(Moi es muy fotogénico)


Pulhapanzak: acceso

La catarata más impresionante de HondurasCasa de las tías de Moisés
Sí, este mes de viajes me ha dejado con una sensación extraña que se aproxima al patriotismo. He visto tantos lugares bonitos que puedo afirmar que mi país es precioso, y que estoy muy orgullosa de haber nacido aquí. No voy a meterme al rollo de la política, la falta de oportunidades o de cultura, y de alguna forma me gustaría decir que sólo es la cáscara del país, o sea sólo sus pueblos y ciudades lo que me han impactado, pero sería injusta con toda la gente amable que me han recibido en sus casas y que me han mostrado otras formas de ser hondureña, diferente del cinismo capitalino, que me contagia a mí también, desde luego.

Como ahora todos son adultos responsables, los viajeros somos cada vez menos. A pesar de la planeación cuidadosa, al final sólo pudimos ir Deysi, Moisés, Yanis y yo. Ninguno conocía el lugar, sólo nos guiaban las recomendaciones de otros amigos que ya habían ido. El primer paso fue comprar comida, por que el centro de visitantes no tiene un restaurante permanente, pero sí prestan la cocina para que uno prepare lo que quiera. Empacamos para dos días: comidas enlatadas, todo lo necesario para sándwiches de jamón o atún, frijoles Natura’s y tortillas.

Todos los caminos llevan a La Guama. O por lo menos son su punto de partida. Desde allí, a 7 km, se encuentra el parque nacional Cerro Azul Meámbar, que está en medio de un bosque en una montaña, cerca del Lago. Un tramo de esos 7 km lo hicimos en bus, pero al final quisimos caminar. Las niñas llevábamos sólo una mochila, pero los chavos andaban maletas grandes (para llevar lo que no cupo en las mochilas de las niñas, o mejor dicho en la mía), y fue muy divertido vernos caminar en la calle lodosa, sobrecargados, rodeados de montañas. Ya cerca del centro, llegó en carro la administradora del lugar y se llevó nuestro equipaje para que pudiéramos seguir caminando en paz. Ella nos explicó que desde hace 14 años pueden llegar turistas, pero es en los últimos meses que el lugar ha tenido una renovación intensa. Hay cabañas especiales para grandes grupos, como para los evangélicos que iban a un retiro justo ese fin de semana (o sea que estuvimos en una montaña ambientada con coritos y reguetón a todo volumen, por que llegaron otros tipos a acampar en sonido estéreo), y otras para pequeñas familias, un poco apartadas, como en las que nos quedamos nosotros.

El sábado nos dedicamos a caminar. Hay varios senderos cortos, o se puede optar por el largo de cuatro horas. Nosotros, jóvenes sedentarios veinteañeros, recorrimos el largo en siete horas. Llevamos comida para almorzar frente a una de las cascadas, que es la que suple de agua al centro y a la aldea junto a él. Los senderos son serpenteantes, muy inclinados, interrumpidos por miradores que tenían un mapa que indicaban en dónde estabas y en donde mirabas el lago y las montañas con vistas impresionantes. Fueron esos paisajes los que justificaron el hambre y el cansancio, además que hicimos el ejercicio suficiente para el resto del año.

Gracias a la creación de un fondo comunal, teníamos dinero para seguir vagando, por lo que Moisés nos invitó al pueblo natal de su madre, San Buenaventura, donde ella andaba de visita también. Todos los habitantes de ese pueblo a la orilla de la carretera, son familiares de Moisés, y todas las propiedades están conectadas por que empezaron siendo una sola y se fueron repartiendo entre los hijos con el tiempo. Caminas cinco minutos desde la casa de las tías de Moi y estás en las cataratas de Pulhapanzak. Otra cosa que te deja sin aliento, y completamente empapado cuando bajas a verla de frente. Me sorprendió cómo estos lugares han mejorado para atender visitantes.

El lunes lo dedicamos a San Pedro. San Pedro, entiéndase el City Mall. Pero estábamos sucios, cansados y desvelados de tanto levantarnos temprano. Por lo que el tiempo pasó lento, muy lento. Pero regresamos en un buen bus que iba a paso de tortuga por la neblina de la tarde, y llegamos a Tegucigalpa como a las 9 de la noche.

Con eso empieza la última semana de vacaciones. El otro lunes empiezo con el yugo de la universidad, así que en los próximos días he de salir, ver películas y dormir como si no hubiera mañana.

Debido a alguna extraña alineación planetaria, en los últimos días me ha tocado escuchar una infinidad de estupideces, proveniente de varios individuos. El patrón siempre es el mismo:

- Discusión de algún tema

- Persona se exalta, y emite sus opiniones autoritarias, la mayoría de las veces ignorantes e infundadas, otras sencillamente maleducadas

- Silencio de mi parte

- Cinco minutos después me llega a la cabeza la respuesta que debí haber dado para que la persona en cuestión se callara la boca, se arrepintiera de sus palabras y tuviera más cuidado en el futuro de hacerme escuchar sus irracionalidades

El silencio de mi parte se explica por dos razones. La primera es que sencillamente soy de acción retardada. Y la segunda es que, es muy raro, pero soy explosiva aunque no me gustan las confrontaciones. En una pelea fuerte tiendo a perder el control y termino llorando de la cólera, provocando un efecto compasivo en mi oponente, lo contrario de lo que busco en esos momentos. Entonces yo sí pienso las cosas antes de decirlas, y siempre anticipo lo que el otro me va a responder. Cuando encuentro algo en mi repertorio de lo que yo desconozco la reacción, o es una que yo deseo, entonces eso es lo correcto para decirle. Pero cuando he encontrado esa mágica bofetada verbal, ya he empezado a justificar al individuo. Tuvo un mal día en el trabajo en el que se siente frustrado; su madre le pegaba constantemente a él y a sus cinco hermanos; se siente amenazado si no es capaz de defender una posición que le demuestran que es incorrecta; y/o en última instancia, no importa lo que yo diga, es un caso perdido, nunca va a cambiar y no vale la pena gastar mi saliva. Y me quedo con la espina de no decir nada.

Siempre he creído que es mi decisión cómo reacciono ante las provocaciones de los demás, entonces no sólo me quedo con la cólera de no haber callado a el o la insolente, si no que además me siento responsable por sentirme impotente y no poder controlar mi enojo. Según este razonamiento, la otra persona tiene todo el derecho a ser idiota, y soy yo la que decido si dejarme influenciar por su mala vibra. Después de haber aprendido que eso no significa que tenga que soportarlos, y que más bien debería de hacerles saber hasta dónde pueden llegar, el no hacerlo altera aún más mi frustración. Ahora se agrega el componente de culpa por no haberme defendido, por dejarlos decir lo que quieran, por permitir que sigan propagando su negatividad.

Eventualmente la acumulación arruina amistades, realza las líneas de expresión faciales y provoca una inevitable e incontrolable explosión.

Tic, toc, tic, toc, tic…

Ok. Lo reconozco. He dicho hasta la saciedad que los hombres y las mujeres son iguales y que las diferencias que se les atribuyen son puramente clichés sociales que uno elige deliberadamente usar. Por recomendación de un muy buen amigo, estoy leyendo “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”. Y no quería que fuera así, me duele admitirlo. Pero los hombres son realmente machos cavernícolas y las mujeres son princesas mimadas. El primer enunciado del autor es que no va a explorar el origen o las razones de esas diferencias entre los sexos (por lo menos no en este libro, pero escribió otro al respecto, qué casualidad) y su moraleja es que ambos sexos no quieren lo mismo, nunca van a decir abiertamente lo que quieren (¡Dios no lo permita!) y sin embargo están destinados a estar juntos.

“La leyenda de Atlántida” es una novela que escribió Taylor Caldwell a la edad de 12 años, en un trance hipnótico en el que supuestamente accedió a recuerdos de una vida pasada en la que ella fue Salustra, emperatriz de la ya decadente Atlántida. Salustra era una mujer fuerte, independiente, intolerante ante las sensiblerías y que consideraba el amor como una debilidad del espíritu. Sin embargo, para salvar su imperio debe casarse con el líder del reino enemigo, aunque sabe que es inferior a ella y que está enamorada de otro hombre.

Probablemente el mérito de John Gray sea la forma práctica en que encara las relaciones interpersonales. “Si una mujer dice esto, en realidad quiere decir aquello, mientras que el hombre entiende otra cosa” y viceversa. No hay mucho misterio, y la mayoría de sus postulados son cosas sencillas que cualquiera es demasiado orgulloso de admitir y decide recurrir a juegos mentales para disfrazar su necesidad. Este libro vendría a ser las reglas implícitas de esos juegos.

Jean Anouilh reescribió en 1942 la obra clásica de Sófocles “Antígona”. Ella es la hija desgarbada y poco femenina del rey Edipo, que al suicidarse dejó a Tebas sin sucesor, provocando una riña entre sus hijos varones, que se matan mutuamente en batalla. La ciudad de Tebas entierra a uno de ellos con todos los honores reales, pero califica de traidor al otro y como castigo dejan sin enterrar su cadáver, para que sea devorado por los perros y para que su alma deambule sin descanso por la eternidad. Antígona renuncia a su vida de princesa acomodada y sin importarle la condena a muerte emitida sobre el trasgresor del castigo a su hermano, decide enterrarlo. El rey quiere ignorar lo sucedido, por que su hijo es el prometido de la condenada y está profundamente enamorado de ella, pero ella quiere cumplir su condena voluntariamente, como un suicidio. Antígona decide morir usando la paz espiritual de su hermano como pretexto, por que descubre que este mundo es demasiado imperfecto, y que hay valores aún más importantes que el amor y que éste no es lo suficientemente importante como para vivir sin respetarlos.

El verdadero dilema sería si es posible establecer una conexión profunda con alguien sin necesidad de interpretar un papel con tal de que la relación funcione. Tal vez estoy exagerando, y el señor Gray sólo haya escrito un manual básico de etiqueta a la hora de cortejar a alguien. Voy a ser sincera: muchas relaciones tortuosas se dan por que las partes no entienden muchos de los principios del libro. Eso sí, no hay más romanticismo, ni idealización. Es muy desalentador ver cómo hasta los seres más brillantes sucumben a estas “verdades” generalizadas y muchas veces condescendientes. Pero tal vez la idealización sea algo que debe pertenecer únicamente en los libros.

“Love is reverence, and worship, and glory, and the upward glance. Not a bandage for dirty sores. But they don’t know it. Those who speak of love most promiscuously are the ones who’ve never felt it. They make some sort of feeble stew out of sympathy, compassion, contempt and general indifference, and they call it love. Once you’ve felt what it means to love as you and I know it –the total passion for the total height- you’re incapable of anything less.”

Ayn Rand, “The fountainhead”

Por favor, que alguien le regale un trípode a Lars Von Trier.

Mi primera experiencia con una película suya fue naturalmente con “Dancer in the dark”. Digo naturalmente, por que en ella actúa Bjork, el único elemento necesario para que me gustara. Unos años después la volví a ver, desde una perspectiva más crítica y menos de fanática, y me sorprendió lo innecesariamente cruel de la historia, esa sensación de angustia y de impotencia ante el destino que transmite.

Esperaba algo similar en “Dogville”. Von Trier ha de hacerle algo a sus actrices, ha de maltratarlas psicológicamente para que sin importar quiénes sean o qué tan talentosas sean, siempre tengan esa expresión de recién haber salido de una cámara de tortura medieval. Las semejanzas entre el personaje de Bjork, Selma, y el de Nicole Kidman, Grace, son demasiado obvias, aunque pertenecen a situaciones distintas. Ambas son mujeres puras de corazón al principio del drama, que poco a poco descubren los secretos tenebrosos de la naturaleza humana y deben pagar un precio por su inocencia.

Pero allí donde Selma vio truncada su redención al ser ahorcada, Grace castiga a sus malhechores en uno de los tiroteos e incendios más catárticos que he presenciado.

Grace es una fugitiva que llega al escondido pueblo de “Dogville”, huyendo de unos gángsters. Para congraciarse con los 15 habitantes del lugar y que le permitan quedarse allí sin ser delatada, ella accede a trabajar en casa de todos ellos, todos los días. Después de limar asperezas iniciales, se termina adaptando bastante bien. Pero no pasa mucho tiempo antes de que cada habitante muestre sus defectos. Grace trata de escapar, pero es traicionada, la regresan al pueblo, la acusan de robo y para castigarla la encadenan a una pesada rueda metálica desde un collar. Como si fuera poco, todos los hombres la usan impunemente para su disfrute personal. Uno de los pueblerinos, que supuestamente estaba enamorado de Grace, contacta a los gángsters de los que ella huía en primer lugar, según él para que se deshaga de ella. No sabe que su jefe es el padre de Grace, que desea que su hija regrese y sea parte del negocio familiar. Por un instante, ella tiene intenciones de perdonar a Dogville, por que entiende que cada quien actúa lo mejor que puede, bajo las circunstancias en las que se encuentra. Pero su padre le abre los ojos: “¿Y lo mejor que pueden es suficiente?”

En este caso, no.

Los seres humanos pueden ser vistos tal como los presenta esta metáfora, como perros que sólo responden a su naturaleza. Eso nos permitiría pensar que cuando son malignos, mezquinos y abusivos si están en una posición de poder respecto a la tuya, no es su “culpa”, es su instinto. Así los dejamos salirse con la suya, ponemos la otra mejilla. Pero hasta obedecer a los instintos es una elección, no somos completamente animales, y en ningún momento tenemos que ser víctimas de las malas decisiones de los demás. Hay venganzas que son justas y necesarias, por el bien de la humanidad. En todo caso, “Dogville” aniquiló cualquier idealización o delirio de mudarme a un pequeño pueblo que haya alimentado en las últimas semanas.

Hay pequeñas brechas en el tiempo en las que estoy exenta de responsabilidades, y en las se crea la ilusión de que todos avanzan a toda velocidad mientras que yo pululo felizmente a la orilla de la carretera. En mi grupo de amistades y conocidos, ahora somos la minoría los que seguimos estudiando; todos trabajan, hacen sus prácticas, buscan su maestría… sólo me falta conocer a alguien que ya haya decidido casarse y empezar una familia. Y sólo tenemos de 20 a 23 años. Quisiera decir que eso me inspira para querer que el tiempo se adelante dos años y yo me encuentre en esa situación, pero no es así. Cuando estaba en el colegio vivía deseando graduarme para al fin estudiar lo que yo eligiera: ese era mi estándar de libertad, y cuando lo alcanzara iba a ser feliz. Feliz en el sentido de que estallas de dicha por lo que haces, tu aura se expande y el universo es demasiado pequeño para contenerte. Pero estoy en la universidad y no me siento así. Creía que cuando finalmente me graduara y fuera dueña y señora de mi vida iba a merecerme ese estado. Pero tampoco parece el caso. Cierto que nadie aprende en pellejo ajeno, pero por lo menos que el ejemplo de mis conocidos me sirva para agradecer por este momento. Tanta prisa por llegar a una etapa que va a estar allí esperándome. No tiene sentido. Tal vez por eso sea preferible pensar que las cosas sí están destinadas a pasar, y que lo que te pertenece nadie puede quitártelo: no hay motivos para que me sienta en desventaja o para desear el lugar de otro. Entonces yo me dedicaré todo el tiempo que pueda a viajar, a dormir, a comer, a ver tele y a dar tutorías de matemáticas mientras el mundo adulto puede despedazarse sin mi participación. “Cause it’s just what you must do, nobody does it anymore.

Tengo el honor de haber sido la primera invitada, en una serie de entrevistas para su blog, de mi amigo Lucas. La entrevista estuvo muy divertida, fue mi primera experiencia en ese ámbito (al fin puse en práctica todo lo que vengo ensayando, desde hace años, frente al espejo con un micrófono/cepillo para pelo).

Espero que la disfruten, este es el
link.

(Para fotos tendré que esperar a que el hada de las computadoras repare mágicamente este espécimen en estado de convalecencia.)

La zona occidental de Honduras es un paisaje infinito de montañas verdes con olor a pulpa de café. Para llegar debes recorrer miles de kilómetros en bus, que son soportables gracias a las habilidades especiales para dormir dentro de artefactos en movimiento. Deysi, su madre y yo, llegamos el primer día a la casa de sus familiares, en el pueblo de San Juan Planes, al que puedes acceder desde la carretera por un desvío de tierra de un kilómetro. No llegaba la señal de mi compañía de celular, así que estuve desconectada del mundo.

Al día siguiente, fuimos a las Delicias, a una finca de café (heaven… i’m in heaven...). Mi guía turística fue una niña de seis años que me anduvo presentando a medio pueblo. La gente es tan amable, quedé sorprendida. Una señora, dueña de una pulpería, a la que le fuimos a preguntar por alguien, me hizo pasar a su casa, conversamos un buen rato y hasta me regaló dulces.

Nos dedicamos un día entero a las ruinas de Copán. Desde Planes es media hora hasta la ciudad de La Entrada, y de allí tres horas hasta las ruinas, por lo que el viaje es más largo que la visita, pero vale la pena. Almorzamos en el pueblo y recorrimos el parque y el museo. Era mi tercera visita y aún así es mágico y diferente. Me di cuenta que ahora que soy mayor de 12 años, como cuando conocí, y si no voy con la clase de Historia de Honduras deteniéndome a cada piedra por media hora, las ruinas son menos de lo que las recordaba. Pero son impresionantes, y ese es definitivamente uno de mis lugares favoritos en el planeta.

El sábado, Kenia, la prima de Deysi, y su amiga Isis, nos llevaron a Santa Rosa, donde nos esperaba Cristian, el novio de Kenia, para llevarnos a casa de Héctor, el novio de Isis, a Santa Fe en Ocotepeque. En medio del trayecto el carro se sobrecalentó, y nos quedamos varados un buen rato, esperando que el carro enfriara y tratando de conseguir agua. Por suerte, había una casita incrustada en un barranco, y no había gente y los perros estaban amarrados. Como era día de reyes, en la noche había fiesta en casa de alguien a quien le robaron el niño Jesús de su nacimiento, en el pueblo continuo de San Cayetano. Comenzó con coritos religiosos, pero a los cinco minutos: reguetón, cumbia, quebradita, otros ritmos innombrables… A Deysi la saca a bailar un tipo horrendo, entonces Héctor me consigue uno a mí. El único “rockero” del occidente, pero era buena gente. No había pasado ni una canción cuando de repente unos tipos se agarran a golpes. Los hombres estaban tomados y muchos de ellos estaban armados, fue todo un escándalo y llamaron a la policía. Como ratones, Deysi y yo nos fuimos a esconder al patio. Más tarde me explicaron que eso pasa seguido, además, todos son familia en ese pueblo, y si quieren conseguir novia deben viajar a los alrededores. Cuando todo regresó a la calma, el horrendo que bailó con Deysi me sacó a mí. Yo tengo esa mala costumbre de siempre aceptar invitaciones a bailar, aunque sean chavos fatales, por que me dan lástima ellos y sus traumas psicológicos. Pero esto era demasiado: parecía un pato con un ataque de epilepsia, una perfecta oportunidad para mejorar mi baile de huída. Al rato me harté y me fui a sentar. Regresó el rockero, pero sus deberes de dj no le permitían dedicarme toda la atención que yo necesitaba. Y terminé bailando con su sobrino de 12 años, y no voy a mentir: fue el más agradable de toda la noche.

En la mañana, partido de fútbol de equipo de Héctor, en Nueva Ocotepeque. A mí se me escapan las sutilezas de ese deporte, entonces no entendía ni papa, pero capté perfectamente cuando el árbitro le sacó una tarjeta roja a un jugador, este le respondió y el árbitro se le abalanzó a golpes. También ha de ser costumbre por que la policía irrumpió en la escena inmediatamente, fue tan divertido.

Ocotepeque queda cerca de la frontera con Guatemala, y como la ciudad de Esquipulas está a nada más que 20 minutos de allí, nos dimos una pasada. El mayor atractivo en ese lugar es el Cristo negro de la iglesia. Supuestamente hace milagros, entonces pasa repleto de gente y hacen peregrinaciones para ir a verlo. Todavía me falta por averiguar cómo descubrieron que hace milagros, y si eso es cierto. Frente a la iglesia hay un mercado que es el paraíso de la piratería, y el resto de la ciudad está repleto de hoteles, cafés y restaurantes para los turistas.

Regresamos a Santa Rosa, y esta vez sí dimos el tour de la ciudad. Es demasiado bonita, todas las casas son coloniales, y a nadie le dejan construir edificios modernos. En el parque hay una cabina de información donde te venden un mapa con las casas más importantes, y cuando vas a verlas todas tienen una placa donde está escrito por qué son relevantes. Desayuné arroz con leche en el mercado, visitamos a la virgen que llora en la universidad católica, e hicimos el recorrido completo de los lugares famosos.

Hasta entonces el clima había estado sospechosamente caluroso, pero desde ese día empezaron las lluvias y el frío. El resto de nuestra estadía la pasamos resguardadas en la casa, durmiendo, viendo tele y comiendo como si no hubiera mañana. Si le quitamos el regreso, en el que nos dejó el bus, tuvimos que a San Pedro en otro lleno de gente, y de allí en otro aún peor en el que la gente no usaba desodorante y no paraba de vomitar, esa semana fue increíble. El occidente es lo mejor.

Feliz año a todos!

Me retiro por unos días a Copán. Regresaré con fotos y nuevas aventuras que postear.
Por mientras, me enorgullece presentar el blog oficial de los a*l*e*r*o*s:
http://aleroshn.blogspot.com/

Un abrazo.