Sí, este mes de viajes me ha dejado con una sensación extraña que se aproxima al patriotismo. He visto tantos lugares bonitos que puedo afirmar que mi país es precioso, y que estoy muy orgullosa de haber nacido aquí. No voy a meterme al rollo de la política, la falta de oportunidades o de cultura, y de alguna forma me gustaría decir que sólo es la cáscara del país, o sea sólo sus pueblos y ciudades lo que me han impactado, pero sería injusta con toda la gente amable que me han recibido en sus casas y que me han mostrado otras formas de ser hondureña, diferente del cinismo capitalino, que me contagia a mí también, desde luego.
Como ahora todos son adultos responsables, los viajeros somos cada vez menos. A pesar de la planeación cuidadosa, al final sólo pudimos ir Deysi, Moisés, Yanis y yo. Ninguno conocía el lugar, sólo nos guiaban las recomendaciones de otros amigos que ya habían ido. El primer paso fue comprar comida, por que el centro de visitantes no tiene un restaurante permanente, pero sí prestan la cocina para que uno prepare lo que quiera. Empacamos para dos días: comidas enlatadas, todo lo necesario para sándwiches de jamón o atún, frijoles Natura’s y tortillas.
Todos los caminos llevan a La Guama. O por lo menos son su punto de partida. Desde allí, a 7 km, se encuentra el parque nacional Cerro Azul Meámbar, que está en medio de un bosque en una montaña, cerca del Lago. Un tramo de esos 7 km lo hicimos en bus, pero al final quisimos caminar. Las niñas llevábamos sólo una mochila, pero los chavos andaban maletas grandes (para llevar lo que no cupo en las mochilas de las niñas, o mejor dicho en la mía), y fue muy divertido vernos caminar en la calle lodosa, sobrecargados, rodeados de montañas. Ya cerca del centro, llegó en carro la administradora del lugar y se llevó nuestro equipaje para que pudiéramos seguir caminando en paz. Ella nos explicó que desde hace 14 años pueden llegar turistas, pero es en los últimos meses que el lugar ha tenido una renovación intensa. Hay cabañas especiales para grandes grupos, como para los evangélicos que iban a un retiro justo ese fin de semana (o sea que estuvimos en una montaña ambientada con coritos y reguetón a todo volumen, por que llegaron otros tipos a acampar en sonido estéreo), y otras para pequeñas familias, un poco apartadas, como en las que nos quedamos nosotros.
El sábado nos dedicamos a caminar. Hay varios senderos cortos, o se puede optar por el largo de cuatro horas. Nosotros, jóvenes sedentarios veinteañeros, recorrimos el largo en siete horas. Llevamos comida para almorzar frente a una de las cascadas, que es la que suple de agua al centro y a la aldea junto a él. Los senderos son serpenteantes, muy inclinados, interrumpidos por miradores que tenían un mapa que indicaban en dónde estabas y en donde mirabas el lago y las montañas con vistas impresionantes. Fueron esos paisajes los que justificaron el hambre y el cansancio, además que hicimos el ejercicio suficiente para el resto del año.
Gracias a la creación de un fondo comunal, teníamos dinero para seguir vagando, por lo que Moisés nos invitó al pueblo natal de su madre, San Buenaventura, donde ella andaba de visita también. Todos los habitantes de ese pueblo a la orilla de la carretera, son familiares de Moisés, y todas las propiedades están conectadas por que empezaron siendo una sola y se fueron repartiendo entre los hijos con el tiempo. Caminas cinco minutos desde la casa de las tías de Moi y estás en las cataratas de Pulhapanzak. Otra cosa que te deja sin aliento, y completamente empapado cuando bajas a verla de frente. Me sorprendió cómo estos lugares han mejorado para atender visitantes.
El lunes lo dedicamos a San Pedro. San Pedro, entiéndase el City Mall. Pero estábamos sucios, cansados y desvelados de tanto levantarnos temprano. Por lo que el tiempo pasó lento, muy lento. Pero regresamos en un buen bus que iba a paso de tortuga por la neblina de la tarde, y llegamos a Tegucigalpa como a las 9 de la noche.
Con eso empieza la última semana de vacaciones. El otro lunes empiezo con el yugo de la universidad, así que en los próximos días he de salir, ver películas y dormir como si no hubiera mañana.
Como ahora todos son adultos responsables, los viajeros somos cada vez menos. A pesar de la planeación cuidadosa, al final sólo pudimos ir Deysi, Moisés, Yanis y yo. Ninguno conocía el lugar, sólo nos guiaban las recomendaciones de otros amigos que ya habían ido. El primer paso fue comprar comida, por que el centro de visitantes no tiene un restaurante permanente, pero sí prestan la cocina para que uno prepare lo que quiera. Empacamos para dos días: comidas enlatadas, todo lo necesario para sándwiches de jamón o atún, frijoles Natura’s y tortillas.
Todos los caminos llevan a La Guama. O por lo menos son su punto de partida. Desde allí, a 7 km, se encuentra el parque nacional Cerro Azul Meámbar, que está en medio de un bosque en una montaña, cerca del Lago. Un tramo de esos 7 km lo hicimos en bus, pero al final quisimos caminar. Las niñas llevábamos sólo una mochila, pero los chavos andaban maletas grandes (para llevar lo que no cupo en las mochilas de las niñas, o mejor dicho en la mía), y fue muy divertido vernos caminar en la calle lodosa, sobrecargados, rodeados de montañas. Ya cerca del centro, llegó en carro la administradora del lugar y se llevó nuestro equipaje para que pudiéramos seguir caminando en paz. Ella nos explicó que desde hace 14 años pueden llegar turistas, pero es en los últimos meses que el lugar ha tenido una renovación intensa. Hay cabañas especiales para grandes grupos, como para los evangélicos que iban a un retiro justo ese fin de semana (o sea que estuvimos en una montaña ambientada con coritos y reguetón a todo volumen, por que llegaron otros tipos a acampar en sonido estéreo), y otras para pequeñas familias, un poco apartadas, como en las que nos quedamos nosotros.
El sábado nos dedicamos a caminar. Hay varios senderos cortos, o se puede optar por el largo de cuatro horas. Nosotros, jóvenes sedentarios veinteañeros, recorrimos el largo en siete horas. Llevamos comida para almorzar frente a una de las cascadas, que es la que suple de agua al centro y a la aldea junto a él. Los senderos son serpenteantes, muy inclinados, interrumpidos por miradores que tenían un mapa que indicaban en dónde estabas y en donde mirabas el lago y las montañas con vistas impresionantes. Fueron esos paisajes los que justificaron el hambre y el cansancio, además que hicimos el ejercicio suficiente para el resto del año.
Gracias a la creación de un fondo comunal, teníamos dinero para seguir vagando, por lo que Moisés nos invitó al pueblo natal de su madre, San Buenaventura, donde ella andaba de visita también. Todos los habitantes de ese pueblo a la orilla de la carretera, son familiares de Moisés, y todas las propiedades están conectadas por que empezaron siendo una sola y se fueron repartiendo entre los hijos con el tiempo. Caminas cinco minutos desde la casa de las tías de Moi y estás en las cataratas de Pulhapanzak. Otra cosa que te deja sin aliento, y completamente empapado cuando bajas a verla de frente. Me sorprendió cómo estos lugares han mejorado para atender visitantes.
El lunes lo dedicamos a San Pedro. San Pedro, entiéndase el City Mall. Pero estábamos sucios, cansados y desvelados de tanto levantarnos temprano. Por lo que el tiempo pasó lento, muy lento. Pero regresamos en un buen bus que iba a paso de tortuga por la neblina de la tarde, y llegamos a Tegucigalpa como a las 9 de la noche.
Con eso empieza la última semana de vacaciones. El otro lunes empiezo con el yugo de la universidad, así que en los próximos días he de salir, ver películas y dormir como si no hubiera mañana.
q rico viajar. supongo que siempre quise hacer ese recorrido de los parques. aun recuerdo pulhapanzak como si fuera ayer...bueno...queremos fotos!
ReplyDeleteClaro que debemos estar orgullosos y felices de vivir en un país que nos ofrece tanta belleza.
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