Venirme a vivir a los Estados Unidos ha marcado una recaída casi total a mi antigua adicción a la cultura popular (c.f. mi reciente interés por Taylor Swift). Mi adicción solía ser tan fuerte que solo logré controlarla extrayéndome totalmente del ambiente donde prosperaba, a.k.a. Honduras, cuando me fui por primera vez en el 2010 y por segunda vez en el 2013. Sin acceso a un televisor durante los días de semana, poco a poco fui perdiendo la noción de quiénes eran los artistas o los programas de moda, con una notable excepción: la versión francesa de The Voice.


Mientras estuve viviendo en Suiza, la mayoría de los fines de semana me iba a ver a Jacques a Lyon y él sí tenía televisor. Por suerte, no tenía cable y por ende ningún acceso a E! Entertainment Television, por lo que pude soportar ver un reality show sin caer en mis viejas costumbres. Empezamos viendo The Voice de vez en cuando, las raras veces que regresábamos temprano de alguna salida o cuando no salíamos los sábados por la noche, pero sin darnos cuenta nos quedamos enganchados. Llegamos al punto que cuando no podíamos ver el episodio en vivo lo bajábamos para verlo en otro momento.


Creo que ese año me gustó el programa por ser la primera temporada de Mika quien, a pesar de que vivió sus primeros años en Francia, tiene referencias culturales y musicales muy diferentes a las de sus otros colegas jueces por haber estudiado en Inglaterra. Mika era el único juez que yo conocía, los demás eran cantantes franceses o canadienses desconocidos para mí. El participante de Mika ganó esa temporada, un cantante de origen gitano increíblemente talentoso, Kendji Girac, que ahora tiene una carrera de mucho éxito en Francia.


El segundo año me enganché porque la nueva juez era Zazie, una cantante-compositora que me cayó muy bien porque le gusta el rock y en su forma de cantar se nota que le gustan mis artistas favoritas, como Tori Amos. Vi la temporada siguiente, pero empecé a perder el interés y ni recuerdo quién ganó. El año siguiente, Jacques se fue a Turquía por nueve meses y nunca más volví a ver el programa.


Heme aquí en los Estados y le propuse a Jacques que empezáramos a ver la versión gringa, que nunca había visto. Desafortunadamente, ni Christina Aguilera, ni Gwen Stefani, ni Alicia Keys son jueces este año. Me tengo que conformar con Blake Shelton (who???), Nick Jonas (guácala), John Legend (emoji de persona levantando los hombros con indiferencia) y Kelly Clarkson, la única que me gusta. A pesar que empecé a ver American Idol después de que ganó, pasé todo el 2005 escuchando su disco “Breakaway” sin interrupciones, así que le tengo mucho cariño.


Obviamente, el formato del programa es el mismo en los dos países, pero la versión gringa y la francesa de The Voice tienen muy poco en común. Más bien, muestran las diferencias contundentes entre las dos culturas. Empecemos con el presentador. En Francia, es el periodista Nikos Aliagas, en los Estados, el antiguo presentador de Total Request Live de Mtv, Carson Daly. Yo no conocía a Nikos, pero le tengo mucho respeto porque es un buen moderador y entrevistador. Es serio, pero entretenido y muy inteligente. Después de la muerte de TRL, no volví a saber de Carson Daly pero, aunque lleva 10 años presentado The Voice, se ve todo golpeado por la vida y tiene cero protagonismo en el programa. Es todo estático, no tiene carisma y dice apenas lo estrictamente necesario para que la competencia siga su curso. Nadie va a notar el día que se vaya.


Es claro que la dinámica entre los jueces y los concursantes franceses y gringos tiene que ser diferente, pero nunca me imaginé a qué grado. En Francia, los jueces eran muy amables entre ellos, me los imaginaba casi amigos, yendo a cenar y a tomar tragos juntos. Me imagino que lo hacen en broma, pero los jueces gringos compiten entre ellos como que de eso dependiera su próximo cheque. Pasan peleando tan seguido que eso le quita todo el protagonismo al pobre diablo muerto de nervios que viene a cantar. La mayor parte del tiempo los jueces no dejan hablar a los concursantes, no les preguntan nada aparte del nombre y los tratan de convencer de ir a su equipo recalcando los defectos de los otros jueces, o argumentando cuántas veces han ganado el concurso.


Exacto, en la versión gringa los jueces se creen los ganadores, como si fueran ellos los que cantaran. Son tan egocéntricos que da vergüenza. Además, cada juez representa un género de música y es muy obvio quién se va a dar vuelta por el candidato dependiendo de la canción. Algunas veces un juez desobedece el patrón, pero es extremadamente raro que los cuatro jueces compitan por una misma persona. Esto es muy común en Francia y definitivamente no existe tanta diferenciación de juez por tipo de música. Y esos sketches dizque cómicos que hacen los jueces gringos solo muestra que no cualquiera es un buen actor.


Hay que decir que los cantantes gringos son mejores que los franceses. Suena duro, pero es verdad. Después de todo, el estándar de una voz poderosa es Mariah Carey o Whitney Houston, en cualquier país que sea. Y con tanto gringo religioso, cantan más seguido en las iglesias, lo que les da una ventaja significativa con respecto a los ateos franceses que solo cantan obligados en las clases de música. Pero porque los gringos son mejores me enoja más cuando eliminan a los virtuosos que no tienen potencial de estrellas pop, es decir que no son jóvenes, atractivos o con una historia patética detrás. Casi que parece requisito haber sufrido para cantar bien, si se cree en los perfiles de los candidatos de The Voice US. Cada uno está allí porque su mamá fue madre soltera, o ellos son padres solteros, porque los trataron mal sus compañeros de colegio, porque tienen una enfermedad incurable, un complejo sobre su cuerpo, o porque no pueden pagar su alquiler a menos que persigan sus sueños. Sus historias son tan tristes que ya me volví inmune a sus peroratas lastimeras.  


Así que puedo decir que genuinamente me gustaba la versión francesa de The Voice, con los jueces que yo conocí, porque cuando vi un episodio con los actuales no me cayeron bien, mientras que me gusta detestar The Voice US, que es una forma totalmente diferente de consumir un producto cultural. Y esto corresponde a mi opinión de los dos países, de hecho.




Moving to the USA has signified a complete relapse in my old addiction to popular culture (cf. my recent interest in Taylor Swift). My addiction used to be so strong that I was only able to control it by extracting myself from the environment where it prospered, a.k.a. Honduras, when I left for the first time in 2010 and for the second time in 2013. Without any access to a tv during the weekdays, I started losing the notion of who were the hip artists or shows, with a notable exception: the French version of The Voice.


While I was living in Switzerland, most weekends I traveled to Lyon to see Jacques and he did have a tv. Luckily, he did not have cable and therefore no access to E! Entertainment Television, which is why I could stand to watch a reality show without falling into old habits. We started watching The Voice occasionally, the few times that we came back early from any outing or when we did not go out on a Saturday evening, but we got hooked without realizing it. We even reached the point where, if we could not watch the episode live, we downloaded it to watch it later.


I think I enjoyed the show that year in particular because it was Mika’s first season as a judge. Mika spent his early childhood in France, but later studied in England and so he has different cultural and musical references from that of his fellow judges. He was the only judge I knew, whereas the others were French or Canadian singers I had never heard of. Mika’s contestant won that year, a very talented singer with Roma origins, Kendji Girac, who has a very successful career in France.


The second year I got hooked because the new judge was Zazie, a singer-songwriter whom I liked because she likes rock music and it is evident in her way of singing that she likes some of my favorite artists, like Tori Amos. I watched the next season, but I started losing interest and I do not even remember who won. The next year, Jacques left for Turkey and I never watched the show again.


So here I am in the US and I suggested to Jacques that we start watching the American version of the show, which I had never watched before. Unfortunately, neither Christina Aguilera, Gwen Stefani, nor Alicia Keys are judges this year. I had to settle for Blake Shelton (who????), Nick Jonas (yuck), John Legend (emoji of person raising his shoulders as a sign of indifference) and Kelly Clarkson, the only one I love. Even though I started watching American Idol after she won, I spent all 2005 listening to her album “Breakaway” non-stop, so I have a special place for her in my heart.


Obviously, the show’s format is the same in the two countries, but the American and the French versions of The Voice barely have anything in common. Instead, they demonstrate the overwhelming differences between the two cultures. Let us start with the host. In France, it is the journalist Nikos Aliagas; in the US it is the former Total Request Live host from Mtv, Carson Daly. I did not know Nikos before, but I have great respect for him because he is a good moderator and interviewer. He is serious, but entertaining and very intelligent. After TRL’s death, I did not know what became of Carson Daly, but he may be hosting The Voice for 10 years now, he looks beaten by life and has zero relevance in the show. He is completely static, has no charisma and says the bare minimum to keep the show going. No one will notice the day he does not show up.


It is clear that the dynamics between American and French judges and contestants must be different, but I never imagined to what extent. In France, the judges were very kind between one another, I pictured them as friends, often having dinner and drinks together. I guess they are joking, but the American judges compete against one another as if their next check depended on it. They fight so much that they take the spotlight away from the poor nervous soul who comes to sing. Most of the time the judges do not let contestants speak, they ask them no questions besides their name and try to convince them to join their team by highlighting the other judge’s flaws, or arguing how many times they have won the show.


Exactly, in the American version the judges think they are the winners, like they are the ones doing the singing. They are so self-centered it is embarrassing. Besides, each judge represents a genre of music and it is obvious who will turn for a candidate depending on the song. Sometimes a judge will go against the pattern, but it is extremely rare that all four judges compete for the same person. This is very common in France and there is definitely no clear differentiation of the judges according to the type of music. And the so-called funny sketches of the American judges only show that not everyone can be a good actor.


It must said that the American singers are better than the French ones. It sounds harsh, but it is true. After all, the standard for a powerful voice is Mariah Carey or Whitney Houston, no matter the country. And with so much religious Americans, they sing more frequently in their churches, which gives them a significant advantage to the French atheists who only sing when they are forced to in music classes in high school. But that the Americans are better only annoys me more when the really talented ones are eliminated because they have no pop star potential, meaning they are not young, good looking or with a pathetic history. It almost looks like a requisite to have suffered to sing well, if you believe in the profiles in The Voice US. Each one of them is there because their mother was a single parent, or they are single parents, or because they were bullied in high school, have an incurable disease, have body image issues, or because they are not able to pay their rent if they do not follow their dreams. Their stories are so sad that I became immune to those pitiful speeches.


So I can say that I genuinely loved the French version of The Voice, with the judges I knew, because I watched one episode with the current ones and did not like them, while I love to hate The Voice US, which is an entirely different way of consuming a cultural product. And this matches my opinion of the two countries, actually. 



 


En el 2017, leí un libro que me hizo dejar de leer, y con mucha razón, librosde autoayuda, uno de mis géneros más frecuentes hasta entonces. Después de casi cuatro años, tuve mi recaída con “Discover you Dharma, A Vedic Guide to Finding Your Purpose” de Sahara Rose. El dharma, según el hinduismo, es nuestra misión, nuestro propósito, la razón por la que decidimos encarnarnos en esta vida. Este es un tema que me ha obsesionado desde la primera vez que escuché la versión audio de “Las 7 leyes espirituales del éxito” de Deepak Chopra cuando era una niña, probablemente porque nunca supe, y todavía no sé, cuál es mi propósito.


Siempre me han gustado varias cosas y cuando algo me interesa me obsesiono, aprendo todo lo que puedo sobre eso y luego paso a otra cosa. Hay ciertos temas que se quedan allí, pero se vuelven secundarios a la novedad que ocupa mi mente en este momento. Nunca he tenido el camino claro, pero me encanta ver cómo otros sí. Mi madre nació para ser médico, mi padre para ser ingeniero. A ambos les apasionaba su trabajo, lo hacían bien – ahora están retirados – y su trabajo no solo les permitía ganarse la vida, era sobre todo útil para la sociedad. Me cuesta creer que el concepto de dharma no es cierto después de haberlo visto tan claramente. Pero yo soy más como mi abuelo paterno que fue carpintero, trabajó en las plantaciones de banano en el norte de Honduras, emigró un tiempo a los Estados Unidos, abrió una venta de materiales de zapatería, en fin, que probó varias cosas sin quedarse con una sola.


Como a los 17 años me tocaba decidir una carrera que estudiar, escogí arquitectura. A los 15 años me empezó a interesar el dibujo y la pintura y no quería hacer otra cosa, pero sabía muy bien que eso no era una carrera en Honduras. No me interesaba ser maestra de artes plásticas y las universidades privadas estaban descartadas porque eran muy mal vistas por mis padres, además que yo quería seguir con la tradición de ir a la universidad pública. Puesto que las matemáticas no me resultaban un freno y viendo que lo único más o menos artístico a disposición en la UNAH era arquitectura, la opción fue evidente.


Es muy difícil decir en retrospectiva si fue una buena elección, porque desde mis años de estudiante tuve señales que no era eso lo que quería hacer, pero simplemente nunca escuché. En efecto, me gustaron las matemáticas, la física y las estructuras, me enamoré por completo de la historia de la arquitectura, pero detestaba el diseño. Odiaba incluso las clases de representación gráfica, que debería haber disfrutado porque me gustaba dibujar. Tuvieron mucho que ver los profesores: desde el momento en que el profesor no me gustaba, no le prestaba interés a la clase y no hacía ningún esfuerzo. Es por eso que no sé nada de historia de la arquitectura latinoamericana, por ejemplo, porque en esa clase lo único que aprendí fue a dormir sin que el profesor no se diera cuenta. Pero nunca se me ocurrió cambiarme de carrera porque sacaba notas decentes, tenía buenos amigos, me sentía orgullosa de estar allí y todavía ahora le tengo mucho cariño a mi universidad. Ahora pienso que hubiera sido más compatible con la carrera de comunicaciones y publicidad en Unitec, o francamente mi vida hubiera sido más fácil si hubiera estudiado informática, pero no sería quién soy en este momento.


Y tengo el diploma, pero no soy una arquitecta en el sentido que nunca soñé con crear mis propias obras, nunca me interesó diseñar e incluso detesto el mundo de la construcción. Tuve la suerte de ganarme las becas que me permitieron estudiar una maestría y luego el doctorado en historia del arte, porque si no, no sé qué hubiera sido de mi vida. A pesar de todo, ya para entonces era muy tarde para cambiar radicalmente de camino. Con mi formación de arquitecta la opción más lógica era especializarme en historia de la arquitectura. Me quedé con la contemporánea porque me gustaba, pero también porque no tenía una buena base en ningún otro periodo histórico.


Durante esos años de estudio post-licenciatura mi objetivo fue trabajar como profesora universitaria, pero con el tiempo me di cuenta que eso no iba a ser posible. La competencia es ruda porque hay cada vez menos puestos en la universidad, así que las exigencias son muy altas en cuanto a número de publicaciones, de posdoctorados en el extranjero y de conexiones con las personas correctas. Cuando iba a las conferencias me sentía fuera de lugar, totalmente incapaz de hacer “networking”. Siempre me ponía ansiosa antes de dar clases, aunque me encantaran mis alumnos y aunque lo hiciera mejor con el tiempo. Mi tema de investigación no fue muy prometedor tampoco como para visualizar una carrera a largo plazo. Y estaba cansada de los contratos cortos y de tener que mudarme constantemente. Así que muy rápidamente me preparé a buscar trabajo.


Según mis registros, mandé por lo menos 41 aplicaciones entre octubre del 2018 a mayo del 2019, en el periodo entre que dos de mis amigos leían mi tesis, la mandé al jurado y esperaba la defensa. Apliqué a puestos de dibujante de arquitectura, a puestos administrativos en universidades y hasta a consultoras de educación superior que contratan personas con doctorado. Dos aplicaciones salieron bien: la primera a un puesto de investigación en una empresa que hace publicaciones sobre la historia de las empresas y la segunda a un puesto de comunicaciones en una agencia de arquitectura. En el primero recibí una respuesta negativa al principio, pero me llamaron un mes después para ofrecerme otro puesto. Como todavía no tenía mi permiso francés de estadía solo podía hacer una práctica, puesto que tenía el estatus de estudiante. Mi trabajo consistía en hacer las entrevistas y la investigación para un reporte de responsabilidad social corporativa. Nunca había escuchado hablar de eso, pero me encantó sumergirme en el tema y aprender de la empresa sobre la que estaba investigando. Mis colegas eran adorables y mi jefe fue probablemente el mejor que he tenido hasta ahora. Pero entretanto me llamaron de la agencia de arquitectura en París que buscaba una persona para hacer la comunicación, siete meses después de haber aplicado. No pude resistir la posibilidad de trabajar en esa agencia de quién admiraba tanto el trabajo y de vivir en París.


Ese trabajo también me gustó y creo que eso es lo que me gustaría seguir haciendo en el futuro. Pero ese trabajo no marcó el fin de los contratos cortos y en cuanto vi que otra agencia buscaba un perfil similar al mío apliqué. Todo sucedió de forma tan rápida que yo lo interpreté como el destino. Un martes vi el anuncio en línea, en la noche hice mi aplicación, la mandé al día siguiente, me contestaron el mismo día, tuve la entrevista el jueves y el viernes me hacían una oferta. Al martes siguiente estaba poniendo mi renuncia. Pero después de tres semanas en mi nuevo puesto, mi jefa terminó con el periodo de prueba alegando que teníamos visiones totalmente diferentes de la arquitectura.


Fue un golpe a mi ego como no lo tenía desde hace mucho, porque yo no sentía que las cosas estaban saliendo tan mal. Sí, mis jefes eran personas complicadas, pero todo el mundo en el medio de la arquitectura lo es. Y que alguien tomara esa decisión tan radical después de solo tres semanas, me pareció cruel e injusto, en especial porque yo tenía mi otro trabajo seguro, por lo menos por unos meses más. Ese nuevo puesto era permanente y yo me miraba al fin con más estabilidad. Pero al perderlo la opción más lógica era venirme a los Estados con Jacques mientras termina su posdoctorado. Me costó tanto digerir la forma en que se dieron las cosas que por un momento sentí que estaba cayendo en una depresión. Los primeros meses fueron muy difíciles, entre el frío del invierno, tener que esperar a ver si me daban mi permiso de trabajo, encontrarme en un pueblo perdido sin nada que hacer, en plena pandemia, y dolida por lo que había pasado. Y no puedo dejar de preguntarme, ¿por qué demonios pasó todo eso? ¿No se supone que ya había encontrado un trabajo perfecto que me gustaba y que encima necesitaba justo lo que sé hacer bien?


El libro de Sahara Rose no me dio ninguna respuesta. Ella se quiere presentar como una sucesora de Deepak Chopra para los “millennials”, escribiendo con hashtags y malas palabras y tratando de convencerme que la solución al dilema de la vocación es crear un canal de youtube de lo que más me interesa, o convertirme en “coach” de cualquier cosa. Estoy exagerando, pero apenas. No todo fue una pérdida, estoy leyendo su introducción al Ayurveda y eso sí lo considero una revelación, pero me sentí tan frustrada con su manera de tratar la cuestión del dharma y con el concepto en general. Se supone que el dharma es aquello que hacemos de forma única, recibimos apoyo externo para hacerlo y trae consigo abundancia en todas sus formas. Pero es una condición del dharma que sea compartido y que beneficie a otros, porque se supone que es una forma de servicio a la humanidad. ¿Cómo entonces me explican que existan personas que tienen éxito en su maldad? ¿Me van a decir que el dharma de Juan Orlando Hernández es ser un presidente narcotraficante que está empobreciendo a su pueblo? ¿Me van a decir que están alineados con su dharma todos los que trabajan o que se benefician de él en el gobierno, en la empresa privada y en el crimen organizado cuando son unos pocos haciéndole tanto daño a millones de personas? ¿Dónde está la justicia espiritual? Que hayan condenado a cadena perpetua al hermano del presidente no es compensación por la gente que se está muriendo de hambre, la que han asesinado, la que se ha ido en caravanas, la que no encuentra trabajo, a la que le están quitando sus tierras o privatizando sus fuentes de agua, o los niños en centros de detención en la frontera de los Estados Unidos.


Lo más seguro es que nunca podré entender las injusticias del mundo o las incoherencias de la espiritualidad. Lo único que me ha mantenido a flote en la incertidumbre, que es el único estado constante en mi vida, es decirme que allí donde estoy es donde debo estar y eso que estoy haciendo es lo que tengo que hacer. Estos últimos meses ha sido tocar guitarra, cocinar y mantener mi casa en orden. La semana pasada llegó mi permiso de trabajo y ahora la misión es buscar un trabajo. El día que lo encuentre, será un nuevo comienzo.    




In 2017, I read a book that made stop reading, and with good reason,self-help books, one of my most frequent genres until then. After almost four years, I had a relapse with Sahara Rose’s “Discover you Dharma, A Vedic Guide to Finding Your Purpose”. Dharma, according to Hinduism, is our mission, our calling, the reason why we chose to incarnate in this life. This is a topic that has obsessed me since the first time I listened to “The Seven Spiritual Laws of Success” by Deepak Chopra when I was a little girl, probably because I never knew, and still do not know, what my purpose is.


I have always liked many things and when something interests me I get obsessed, I learn everything I can about it and then move on to the next thing. There are some topics that remain, but they become secondary to the novelty that is occupying my mind in that moment. I had never had a clear path, but I love seeing others who do. My mother was born to be a doctor, my father to be an engineer. Both were passionate about their work, they did it well – they are both retired now – and their job allowed them not only to earn a living, but it was also useful to society. I find it hard to believe that the concept of dharma is not real after having seen it so clearly. But I am more like my paternal grandfather who was a carpenter, worked in the banana plantations in the north of Honduras, emigrated for a while to the United States, opened a shoe materials shop; who tried many things without sticking to one.


At 17, I had to decide on what to study and I chose architecture. At 15, I began to take an interest in painting and drawing and I did not want to do anything else, but I knew very well that that was not a career in Honduras. I was not interested in being a fine arts teacher and private universities were off the table, as my parents were against them. Besides, I wanted to continue the tradition of going to public university. Since math was not an issue for me and seeing that the only thing more or less artistic in my university was architecture, the option was clear.


It is very hard to say in retrospective whether that was a good choice, because even during my years as a student I had signals that this was not what I was meant to do, but I just never listened. Indeed, I enjoyed math, physics and the courses on structures, I fell completely in love with architectural history, but I detested designing. I hated even the classes on graphical representation, which I should have enjoyed since I liked drawing. It had much to do with the teachers: as soon as I did not like them, I lost all interest in the class and did no effort. This is why I know nothing on Latin American architecture, for instance, because the only thing I ever learned in this class was how to nap without getting caught. But it never occurred to me to change my studies because my grades were decent, I had good friends, I was proud to be there and still now, I have much affection for my university. I now think that I would have been more compatible with the communications bachelor available in a private university, or honestly that my life would have been much easier if I had chosen to study computer science, but I would not be who I am right now.


And I have the diploma, but I am not an architect in the sense that I never dreamt of creating my own works, I was never interested in designing and I loathe the construction world. I was lucky enough to win the scholarships that allowed be to study a Master’s degree and then a Ph.D. in art history, because otherwise I have no idea what I would have done with my life. Despite everything, it was already too late too change course radically. With my background in architecture the most logical option was to specialize in architectural history. I stayed with contemporary architecture because I liked it, but also because I did not have a good foundation on any other historical period.


During those years after my Bachelor’s, my objective was to become a university professor, but in time I realized that was not going be possible. The competition is hard because there are less and less positions at the university, so the standards are very high in terms of number of publications, postdocs abroad and connections with the right people. Whenever I attended conferences I felt out of place, incapable of networking. Whenever I had to teach I class I felt anxious, even though I loved my students and I was getting better with time. My research topic was not promising enough to visualize a long-term career. And I was tired of the short contracts and having to move constantly. So quickly, I started preparing myself to look for a job.


According to my registers, I sent at least 41 applications from October 2018 to May 2019, during the period when two of my friends were reading my dissertation, I sent it to the jury and was waiting for the defense. I applied to positions in architectural drafting, in university administration and even in consulting companies who hire Ph.Ds. Two applications had positive results: one as a researcher in a company that publishes on the history of companies and the second was a position of communications officer in an architecture firm. In the first, I received a negative answer at first, but they called me a month after to offer me another position. Since I did not have yet my French residence permit the only thing I could do was an internship, as I was still a student. My job was to conduct the interviews and research for a corporate social responsibility report. I had never heard about that, but I loved immersing myself in the topic and learning on the company I was researching. My colleagues were adorable and my boss was probably the best I have had until now. But in the meantime, I got a call from an architecture firm in Paris that was looking for someone in the communications department, seven months after I sent my application. I could not resist the possibility of working in this agency whose work I admired so much and of living in Paris.


I enjoyed this work too and I think that this is what I would like to keep doing in the future. But this job was not the end of the short contracts and when I saw that another firm was looking for a profile similar to mine I applied. Everything happened so quickly that I interpreted as destiny. On Tuesday I saw the ad online, in the evening I wrote my application, I sent it the next day, they replied to me a few hours later, I had the interview on Thursday and got an offer on Friday. The following Tuesday, I was putting my resignation. But after three weeks in my new position, my boss ended my trial period arguing that we had entirely different visions of architecture.


It was a blow to my ego like I had not had in a very long time, especially because I did not feel that things were going so bad. Yes, my bosses were complicated people, but just like everyone is in the field of architecture. And that someone took this radical decision after only three weeks seemed to me cruel and unfair, especially since my previous job was secure for a few months at least. This new position was a permanent one and I finally saw myself with more stability. When I lost it, the logical option was to come to the US with Jacques while he finishes his postdoc. I had such a hard time digesting the way things turned out and for a moment I felt like I was falling into a depression. The first months were so hard, between the cold in the winter, waiting to see if I got my employment authorization, finding myself in a town with nothing to do, in the midst of a pandemic, and hurt for everything that happened. And I cannot help but asking, why the hell did all of that happened? Was I not supposed to have found a perfect job that I enjoyed and that needed exactly what I am good at?


Sahara Rose’s book gave me no answer. She wants to portray herself as Deepak Chopra’s successor for “millennials”, writing with hashtags and curse words and trying to convince me that the solution to the dilemma of one’s calling is to create a youtube channel of what interests me or to become a “coach” of anything. I am exaggerating, but barely. Not everything was lost: I am reading her introduction to Ayurveda and that is a revelation to me, but I felt so frustrated with her approach to the question of dharma and with the overall concept in general. Dharma is supposed to be what we do in a unique way, we receive external support for it and it brings abundance in all its forms. But it is a condition for dharma to be shared and to benefit others, because it is supposed to be a form of service to humanity. How can you explain to me that there are people who succeed in their evil? Are you telling me that Juan Orlando Hernández’s dharma is to be a drug-trafficking president who is impoverishing his people? Are you telling me that those who work with him or benefit from him in the government, in the private sector or in organized crime are aligned with their dharma, when they are a little few harming millions? Where is the spiritual justice? That the Honduran president’s brother was recently sentenced to life in prison is a meager compensation for the people who are starving, who have been killed, who left the country in caravans, who cannot find a job, who are being dispossessed of their lands or who whose water sources are being privatized, or for the children in detainment camps in the American border.


I may never understand the world’s injustices or spirituality’s incoherencies. The only thing that has kept me afloat in the uncertainty, the only constant state in my life, is to tell myself that wherever I am is where I am supposed to be and whatever I am doing is what I should be doing. These past months, it was to play guitar, to cook and to keep my house in order. Last week, I received my employment authorization and now the mission is to find a job. The day I find it, it will be a new beginning.