Murphy es el santo de los mochileros. O por lo menos esa fue la impresión que recibimos cuando nos fuimos seis aventureros a un pueblo remoto, a la caza de cerveza de sabores hechas en casa. Un amigo nuestro ya había ido y nos impresionó tanto su relato de las hamburguesas gigantes, el hotel bonito y la gente amigable, que partimos con sus indicaciones anotadas en un papel, pero sabiendo que íbamos a tener que improvisar.
Todos nos levantamos a las 4 de la mañana el sábado. Todos, menos Moisés que tenía encargado pasar por el resto de nosotros. Su despertador decidió darse el día libre, o tal vez quería hacer que Bertha, Mafer y Deysi esperaran bajo la lluvia en el punto de reunión. El primer trayecto en bus no tuvo novedad. O tal vez sí, pero a mí me mencionan la palabra “carretera”, veo el primer rótulo que marca los kilómetros y ya me he dormido hace rato. Bajamos en un pueblo que se llama La Guama, y tomamos otro bus para ir a Peña Blanca. Allí empezó todo: nuestro objetivo estaba en un pueblo cercano, Los Naranjos, y cuando caminábamos buscando un desvío vimos un letrero: “al parque arqueológico Los Naranjos”. Creíamos que era lo mismo, o por lo menos cerca. Nada que ver. Al kilómetro y fracción preguntamos por el gringo que hace cerveza y nos dijeron que estábamos lejos. Regresábamos exactamente por donde llegamos para encontrar el camino correcto, o tomábamos un atajo que culminaba en un cruce por lancha de un canal.
El atajo estaba lodoso, y parecía interminable, pero lo encantador fue que al final, estaba el canal y estaban las lanchas, pero al lado opuesto al nuestro y sin nadie que nos pudiera llevar en ellas. Por un buen rato gritamos para que alguien se acercara, y justo cuando pensaban tirar a mi peluche con un mensaje de auxilio, aparecieron unos militares que nos ignoraron, pero llamaron a un tipo que sí nos atendió. Estuvo divertido, digamos que ahora sabemos cuánto pesa cada uno de nosotros.
El hotel estaba cerca. Se miraba bonito, lleno de perros, gatos, una piscina, árboles, el dueño es un gringo sin camisa que nunca contestó su celular, por lo que no pudimos reservar, no encontramos habitaciones, las hamburguesas son horrendas, no había cerveza de frambuesa, me tuve que conformar con una de mango y las meseras son tan malgeniadas que no nos dio lástima no volver. Me encanta viajar.
Ahora con comida en nuestro sistema, debíamos encontrar un lugar donde dormir. La carretera de regreso era larga, muy larga. Yo les había advertido a todos que no aceptáramos jalón a menos que quisieran terminar degollados en alguna zanja, pero fui la primera en darle gracias a los espíritus del bosque cuando después de mil horas de camino, se detuvo un pick-up. Eran unos tipos que almorzaron en el mismo lugar que nosotros. Justo antes de que cruzáramos la calle, venía un camión a toda velocidad, pasó sobre un charco y dejó a Moisés marcado por el resto del día.
Después de nuestra experiencia, Peña Blanca ya era como nuestro segundo hogar. Es un lugar tan divertido, con negocios multi-task: una ferretería que también es veterinaria, una zapatería y al mismo tiempo venta de ropa, un hotel/farmacia/venta de útiles y papelería, entre otros. Unas cuantas llamadas para reservar una cabaña y no tuvimos problemas en encontrar un bus que nos llevara al hotel. Teníamos vista al lago, como para quedarse viviendo eternamente. Como buenos turistas, nos quisimos mezclar con los nativos, y fuimos a cazar cervezas, que trajimos de vuelta a la ciudad por que nadie tenía fuerzas para beber.
En la noche, luego de la cena, disfrutamos de la lluvia y de los zancudos, desde la terraza. En la dormida, la pobre Mafer sufrió de los cambios constantes de posición de Deysi, y Yanis se levantó por culpa de unos horrorosos pájaros que no sabían que era domingo y que la gente duerme hasta tarde. Shame on you birds. Nos levantámos y él no estaba. Se había saltado por la terraza, para no hacer ruido, y exploró los alrededores. Fuimos por desayuno a una pulpería cercana y comimos a la orilla del lago. (Algún día hay que ir con un novio allí, es demasiado bonito.)
Más buses, y pescado frito, en un merendero entre “Power fish” y “Tentaciones (Atenciones, pero uds. perdonarán la vista de Yanis) Xiomara”. No podíamos irnos del Lago sin un pescado con mercurio.
Murphy hizo su última aparición cuando nos hizo subirnos en un bus lleno en Siguatepeque. Deysi y yo encontramos asiento la última hora de viaje, pero fueron las dos horas y media más largas de la experiencia. Bueno, yo me dormí.
Todos nos levantamos a las 4 de la mañana el sábado. Todos, menos Moisés que tenía encargado pasar por el resto de nosotros. Su despertador decidió darse el día libre, o tal vez quería hacer que Bertha, Mafer y Deysi esperaran bajo la lluvia en el punto de reunión. El primer trayecto en bus no tuvo novedad. O tal vez sí, pero a mí me mencionan la palabra “carretera”, veo el primer rótulo que marca los kilómetros y ya me he dormido hace rato. Bajamos en un pueblo que se llama La Guama, y tomamos otro bus para ir a Peña Blanca. Allí empezó todo: nuestro objetivo estaba en un pueblo cercano, Los Naranjos, y cuando caminábamos buscando un desvío vimos un letrero: “al parque arqueológico Los Naranjos”. Creíamos que era lo mismo, o por lo menos cerca. Nada que ver. Al kilómetro y fracción preguntamos por el gringo que hace cerveza y nos dijeron que estábamos lejos. Regresábamos exactamente por donde llegamos para encontrar el camino correcto, o tomábamos un atajo que culminaba en un cruce por lancha de un canal.
El atajo estaba lodoso, y parecía interminable, pero lo encantador fue que al final, estaba el canal y estaban las lanchas, pero al lado opuesto al nuestro y sin nadie que nos pudiera llevar en ellas. Por un buen rato gritamos para que alguien se acercara, y justo cuando pensaban tirar a mi peluche con un mensaje de auxilio, aparecieron unos militares que nos ignoraron, pero llamaron a un tipo que sí nos atendió. Estuvo divertido, digamos que ahora sabemos cuánto pesa cada uno de nosotros.
El hotel estaba cerca. Se miraba bonito, lleno de perros, gatos, una piscina, árboles, el dueño es un gringo sin camisa que nunca contestó su celular, por lo que no pudimos reservar, no encontramos habitaciones, las hamburguesas son horrendas, no había cerveza de frambuesa, me tuve que conformar con una de mango y las meseras son tan malgeniadas que no nos dio lástima no volver. Me encanta viajar.
Ahora con comida en nuestro sistema, debíamos encontrar un lugar donde dormir. La carretera de regreso era larga, muy larga. Yo les había advertido a todos que no aceptáramos jalón a menos que quisieran terminar degollados en alguna zanja, pero fui la primera en darle gracias a los espíritus del bosque cuando después de mil horas de camino, se detuvo un pick-up. Eran unos tipos que almorzaron en el mismo lugar que nosotros. Justo antes de que cruzáramos la calle, venía un camión a toda velocidad, pasó sobre un charco y dejó a Moisés marcado por el resto del día.
Después de nuestra experiencia, Peña Blanca ya era como nuestro segundo hogar. Es un lugar tan divertido, con negocios multi-task: una ferretería que también es veterinaria, una zapatería y al mismo tiempo venta de ropa, un hotel/farmacia/venta de útiles y papelería, entre otros. Unas cuantas llamadas para reservar una cabaña y no tuvimos problemas en encontrar un bus que nos llevara al hotel. Teníamos vista al lago, como para quedarse viviendo eternamente. Como buenos turistas, nos quisimos mezclar con los nativos, y fuimos a cazar cervezas, que trajimos de vuelta a la ciudad por que nadie tenía fuerzas para beber.
En la noche, luego de la cena, disfrutamos de la lluvia y de los zancudos, desde la terraza. En la dormida, la pobre Mafer sufrió de los cambios constantes de posición de Deysi, y Yanis se levantó por culpa de unos horrorosos pájaros que no sabían que era domingo y que la gente duerme hasta tarde. Shame on you birds. Nos levantámos y él no estaba. Se había saltado por la terraza, para no hacer ruido, y exploró los alrededores. Fuimos por desayuno a una pulpería cercana y comimos a la orilla del lago. (Algún día hay que ir con un novio allí, es demasiado bonito.)
Más buses, y pescado frito, en un merendero entre “Power fish” y “Tentaciones (Atenciones, pero uds. perdonarán la vista de Yanis) Xiomara”. No podíamos irnos del Lago sin un pescado con mercurio.
Murphy hizo su última aparición cuando nos hizo subirnos en un bus lleno en Siguatepeque. Deysi y yo encontramos asiento la última hora de viaje, pero fueron las dos horas y media más largas de la experiencia. Bueno, yo me dormí.
La delicia de poder dormir. Realmente, estuvo muy bueno. Algo inigualable y que debería de repetirse, sin duda alguna. ¿Lo comenzamos a planear desde ya?
ReplyDeleteLe diré a Briceño que sagradamente lea tu blog, por lo que yo he leído, aunque mi opinión para el genio es descartable, es bastante interesante, al menos lo de este viajecito.
ReplyDeletesaludos
"degollados en alguna zanja"
ReplyDeleteLOL.
That is sooooo me.
Yo siempre salgo con cosas así, pero es que es cierto, a la gente le vale morirse. Los extraños son malos! Por algo nos asustaban de chiquitos. Con ese dicho de "don't take candy from strangers", xenofóbicos es que terminamos!
Iba a poner énfasis en la misma frase que puso énfasis José, lo de salir degollados ¿no será mucho?
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