21 February 2010

I'll light the fire, while you place the flowers in the vase that you bought today

Estoy de regreso, pero apenas. Por un instante casi me perdí, casi tiro por la borda todos mis valores, los principios que he nutrido tan pacientemente a lo largo de estos años y todo por un cuarto con walking-closet y una tina en el baño. Estuve a punto de dejarme seducir por el espejismo de unos acabados preciosos, un porcelanato de 60x60, una piedra del Zamorano en la pared y unos tops de granito que quedarían tan bien en mis posts de cocina. El enganche ocurre cuando se ve la casa una vez que ha sido transformada por un decorador de interiores: las cortinas de telas lujosas y los muebles suavecitos provocan ideas extrañas, como qué sería vivir aquí, en dónde pondría los libreros, este patio me dejaría tener un perro mediano…

Lo peor es que yo no podría tener una excusa válida: después de todas mis despotricadas en contra de las casas en serie y del concepto de crear una caja cliché que no aporta ninguna riqueza artística a la experiencia de vivir en un espacio, sería el colmo que terminara viviendo en una.

Entré a la comunidad enrejada y me sentí como en Coto de Caza, esperando encontrarme a una Real Housewive en su carro último modelo. Lo que no muestran en el programa es que estos complejos habitacionales tienen su propia área social, con gimnasio, piscina y centro de convenciones. No hay muros entre las casas y si no fuera porque todas son iguales uno se sentiría en el verdadero Orange County. Todo es tan idílico: unas pocas cuadras donde todas las esposas cocinarían para sus maridos que regresan del trabajo, mientras los niños juegan en la calle de enfrente con los vecinos. De hecho, la primera familia se estaba mudando y tuve que resistir la tentación de pedir permiso para ver cómo estaban decorando su nuevo hogar.

Por unos momentos había olvidado por completo “El insectario”, la exposición de Arzú que vi hace unos días en el Centro Cultural de España, donde el artista comienza el recorrido con un ensayo sobre el estilo de vida hondureño recluido detrás de los muros, paranoico hacia los extraños, con un falso delirio de seguridad en el aislamiento. Esta cárcel estaba demasiado bonita para no desear permanecer en ella.

Pero después viene la pregunta obligada, ¿a qué tipo de gente están dirigidas estas construcciones? ¿Hay suficientes personas adineradas para habitarlas y hacer todo esto rentable? La cuestión es que si yo tuviera tanto dinero probablemente no querría tener tantos vecinos y también podría costear algo que fuera diseñado exclusivamente para mí, con todos los cuartos convertidos en bibliotecas temáticas según la función del espacio a la que pertenecen. Así que esta vida sería la ideal para alguien que está empezando a vivir, recién casado, lleno de esperanzas para el futuro… Hasta que supe el precio y recuperé la cordura.

Y heme de vuelta, en la tierra idealista de la clase media que sueña con un hogar que tenga integridad artística, a un buen precio.

1 comment

  1. Hahahah bien dicho: por un lado, cómo podría vivir en un lugar que tanto ha atacado :P. Pero doy todo el crédito a que se ven realmente bellas las casas esas. Pero también estoy de acuerdo con la molestia de vecinos y otras plagas que podrían aparecer a pesar de haber pagado tanto. Eso sí, me parece tan cómico el agente de cambio para volver a la realidad.

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