El domingo por la noche tampoco pude dormir bien. Me levanté a la una de la mañana con un terror espantoso de pensar que en la mañana siguiente las cosas podrían no mejorar. Me conecté a internet para platicar y que me consolaran y de alguna forma logré conciliar el sueño. Me desperté tempranísimo y traté de comer algo pero seguía sin poder procesar comida. Llamé por teléfono a la residencia donde dijeron que me llegara con todo y maletas… a pesar que no encontraban mi expediente de alojamiento.
Llegué a la recepción de la residencia donde había un grupo de estudiantes haciendo fila. Me miraba algo ridícula con mis tres maletas gigantescas pero me aliviaba el sólo hecho de estar allí finalmente. La cantidad de personas que habían llegado antes que yo no me preocupaban. Ninguno de ellos ha hecho fila para matricularse en la UNAH: ellos no saben con quién se han metido.
Por un toque de suerte una de las recepcionistas preguntó a la multitud que quién venía por un cuarto tradicional, un grupo al cual sólo otra muchacha y yo pertenecíamos. Pasamos al frente y nos atendieron bien rápido. Me asignaron mi cuarto y vine a conocer lo que sería mi casa por los próximos nueve meses. Fue muy cruel porque para llegar a mi edificio hay que pasar frente a dos residencias evidentemente nuevas y lujosas, pero al acercarse a la mía empieza a llegar un olor que sólo puedo comparar a los baños del 4A y 4B de la Autónoma. Subo unas gradas y llego a un pasillo sin ventanas y por ende oscuro y con mejor capacidad para retener el olor a axila que lo satura. Abro la puerta y entro a un espacio minúsculo con el catre más flaco y triste que alguna vez ha existido, un armario que parece armado de retazos de aglomerados, un lavabo y una especie de escritorio donde yace una mini cucaracha muerta que no me he atrevido a quitar. No tiene ni siquiera un foco principal, hay una mini lámpara sobre el escritorio, la lámpara de pared para el lavabo y otra sobre la cama. La ventana, calurosamente orientada hacia el oeste, da exactamente a uno de los edificios lujosos que mencioné previamente. Para colmo de males, comparto dos inodoros y dos duchas con veinte personas –hombres y mujeres-, que nunca he visto pero no que no dejan de entrar y de salir de sus cuartos a horas cercanas a la medianoche y de las cuales siento los pasos como si me los estuvieran dando en la espalda porque la losa transmite vibraciones que es un gusto.
Dejé mis cosas sin atreverme a desempacar, más por depresión que por esperar alguna mejora. Decidí que debía ir a reportarme a la Dirección de Asuntos Internacionales de la universidad, sin saber cómo llegar. En los correos previos a nuestra llegada nos habían dado dos mapas, uno de la línea del tranvía (llamado tram por estos rumbos) y otro de la universidad Bordeaux I que es la organizadora del programa. Pero yo voy a estudiar en la Bordeaux III y se me ocurrió llegar allí. Saliendo de mi cuarto pido direcciones a otro desafortunado residente del edificio que me envía en un sentido. A los quince minutos de caminar le pregunto a otra persona que o no vive aquí o me dio esa excusa para no ayudarme. Decido entonces ver mis mapas y me doy cuenta que estoy caminando en sentido contrario, que debería reportarme en Bordeaux I.
Es una maravilla que soy arquitecta y los mapas y planos son mi especialidad, encuentro la dirección sin ningún problema. Me anuncio con una muchacha y después de unos minutos conozco al fin a la cara detrás de todos aquellos correos. Mi coordinadora es muy joven y muy amable. Lo primero que me pregunta es si me gusta mi cuarto a lo que le respondo que está horrible, por lo que va a hacer los trámites para cambiarlo. Me explica los miles de procedimientos que tengo que hacer para abrir la cuenta de banco, matricularme en la universidad, pedir mi tarjeta de residencia, me da mapas de la ciudad y todo es demasiada información para tan poco tiempo. En resumen, tengo que volver al día siguiente para preguntar si ya me cambiaron el alojamiento, una vez que se haga efectivo ese cambio voy a tener una dirección fija para solicitar la tarjeta de residencia, el trámite del banco lo vamos a hacer en conjunto varios estudiantes este viernes y ella me va a pactar la cita con una colega para matricularme en la universidad. Tengo toda la tarde libre para hacer lo que yo quiera.
Mi súper cuarto no tiene internet, lo que en parte es positivo porque conociéndome hubiera pasado conectada platicando el resto de otro día solitario. Pero estar completamente aislada me obliga a ir a conocer la ciudad. Tengo mapas pero para no perderme decido seguir la línea del tram al cual no me atrevo a subirme todavía porque no entiendo cómo se debe pagar. No me asustan las distancias: una vez recorrimos a pie el bulevar Morazán entero con Moisés. Tampoco los ladrones, he ido al centro de Tegucigalpa lo suficiente para saber cómo comportarme en la calle. Las casas y los edificios que voy viendo son muy bonitos, están los antiguos que se conservan muy bien y los contemporáneos que son de muy buen gusto. Estoy impresionada. Pero cuando llego al centro de Bordeaux quedo boquiabierta en la Plaza de la Victoria: tiene un frontón gigantesco, los edificios son altos, antiguos e impresionantes. Está lleno de gente, es una cosa preciosa. Resulta que el centro de Bordeaux es considerado patrimonio de la Humanidad por la UNESCO por sus construcciones históricas. Sigo caminando, por la calle St. Catherine que eventualmente me llevará a la Fnac, una tienda/librería súper famosa que he escuchado mencionar desde que estaba en la escuela. No salgo de mi asombro, ¿cómo es posible vivir entre tanta hermosura? Realmente no puedo creer que yo esté aquí.
Llego a la Fnac y el primer piso es como de útiles escolares, el segundo es de artículos electrónicos y el tercero es de libros y música. Tampoco puedo describir eso. Tantos libros, tantas secciones, tanto que comprar. Quise comprarme una guía turística de Bordeaux pero creo que esperaré a que nos hagan el primer depósito en la cuenta ya que están un poco caros. Voy a la sección de novelas francófonas y encuentro varios libros de Simone de Beauvoir… y pensar en todo lo que sufrí para conseguir los pocos que tengo. Sin embargo me había hecho la promesa de que el primer libro que compraría cuando algún día fuera a Francia eran las “Confesiones” de Jean-Jacques Rousseau. Y lo encontré a 3 euros. Ahora, hay que tomar en cuenta que tengo dos días de pagar hoteles a 50 euros, taxis a 30, desayunos a 7 y almuerzos a 8; encontrar un libro por la ínfima suma de 3 me parece absolutamente ridículo. Trato de no tentarme mucho y sólo recorro brevemente los estantes, estoy segura que si me quedo más tiempo me gastaré mi dinero y sobrecargaré mis maletas aún más.
Luego me dedico a encontrar un cibercafé para comunicar que he sobrevivido y que las cosas se ven mejores. A todo esto, son las 5 de la tarde y no he digerido nada sólido en todo el día, pero lo que es aún más preocupante es que no me hace falta. No siento hambre y atribuyo el mareo al sueño rezagado que todavía tengo, pero el hecho que no me desmaye es consecuencia de la emoción. Sin embargo luego del cibercafé me obligo a comprar algo. Otro sándwich de pan baguette, un pan con chocolate y una coca cola para subir el azúcar. Pero decido cenar hasta que esté encerrada en mi cuarto. Desafortunadamente el regreso es muy largo a pie y cuando llego estoy tan cansada que sólo soy capaz de comer la mitad del sándwich, dejo el pan para el desayuno y me duermo en mi cama desordenada en la que acabo de ver asomarse a otra mini cucaracha, pero en esta ocasión viva. También me despierto a mitad de la noche pero ahora no tengo manera de comunicarme con nadie. Arreglo maletas y me acuesto.
Me levanto a las diez de la mañana en lo que interpreto como un buen signo ya que a esa hora me despertaba en mi casa en tiempo de vacaciones. Voy a bañarme previamente cambiada porque no me atrevo a que nadie de esa gente extraña me vea en pijama. Y al regreso se me parte la llave en dos, dejándome por fuera. Voy a reportar el incidente a la recepción, donde me espera mi maleta dejada en Madrid, una noticia espléndida porque extrañamente todo lo que me era indispensable para vivir estaba en ella. Me envían a un conserje para que arregle lo de la llave y me llego a ver a mi contacto de la universidad para preguntar por el cambio de cuarto. No está listo pero puedo ir al banco con una expedición de estudiantes en cuarenta y cinco minutos.
Llego al lugar y está repleto de estudiantes y cuando me acerco a dar mi nombre me saluda en español una muchacha. Es una boliviana llamada Marian que me presenta a otra paisana, Pamela y a un argentino, Flavio. Nos ponemos a platicar y me muestran cómo comprar una tarjeta de tram para cinco viajes, pero en el proceso nos deja el resto del grupo atrás. Los alcanzamos y llegamos hasta la agencia del banco, por lo que tuvimos que atravesar lugares aún más bonitos que los que había visto ayer. Abrimos nuestras cuentas pero todavía no nos depositan el dinero y se une a nuestro grupo dos mexicanos, Karla y Daniel y dos argentinas, Verena y Johanna. Para variar no he comido nada y regresamos a la universidad a buscar algo en el restaurante de las residencias, que por la hora está cerrado. Pero Marian me invita a su apartamento donde me prepara una sopa, perfecta para mi estómago indispuesto. Todos los becarios están en unas residencias de lujo donde cada uno tiene su cuarto y baño propio, pero comparten con otros 4 estudiantes la cocina y el comedor. ¿Qué carajos hago yo en el cuchitril asqueroso que me ha tocado? Espero que me cambien pronto.
Resulta que todos mis compañeros han tenido bienvenidas comparables a las mías ya que también encontraron todo cerrado y no tenían adónde ir. Las argentinas tuvieron el sentido común de preguntar en una oficina de turismo sobre el hotel más barato y las enviaron a un albergue juvenil. Los mexicanos habían conocido en el avión a una venezolana que les ofreció su casa cuando supo que no podían ir a la residencia y Marian, igual que yo, pagó dos días de hotel. Muchos de ellos ya no tenían dinero porque al no haberte inscrito en la universidad no gozas de los descuentos de estudiante. Siempre me había reído de todos mis amigos del colegio que se iban al extranjero a conocer a más latinos pero ahora no me importa; después de tres días por mi cuenta estaba a un paso de entablar una amistad con una pelota de volleyball si me la hubieran dado. Estoy súper contenta de haber encontrado gente amable con quien estar.
Luego de comer nos subimos al bus, que utiliza las mismas tarjetas del tram, para ir a un supermercado. Para variar, yo no soporto el frío en las noches y traté de encender el radiador del cuarto pero el conserje me anunció que sólo funciona a partir de noviembre. Necesito comprar una colcha. Es cierto que son los últimos días del verano y no hay una tan sola nube en el cielo en estos días, pero el viento es frío y por las mañanas y las noches tengo que contenerme las ganas de sacar mis bufandas. Compramos cosas para preparar la cena y vamos al apartamento a comer tortellinis y a ver una película. Marian comparte apartamento con Flavio, con una alemana que está de vacaciones y con una filipina muy simpática que llegó a mitad de la cena. El gran evento de estos días es que se ha dejado tanta comida en el refrigerador por mucho tiempo, al grado que se ha congelado por completo y alberga algún artículo misterioso que riega un olor a queso fuerte por todo el apartamento y el pasillo del nivel.
Todos ellos son trotamundos: Marian es enóloga, estudió su maestría también en Francia pero tuvo que recorrer California y varios países de Europa para estudiar diferentes viñedos. Ahora va a preparar su doctorado en Bordeaux, una región famosa por los vinos. Pamela estudió Negocios internacionales en México, vino de intercambio a Lyon por varios meses y ahora va a estudiar su maestría también. Jessica, la filipina, está sacando su doctorado y apenas habla francés, pero no lo necesita para sus estudios que son en inglés. Antes de venir aquí tenía la impresión que los franceses jamás permitirían venir a alguien que no manejara a la perfección su idioma pero las argentinas no lo hablan, al parecer otros becarios tampoco y muchos hablan con acento. De todas formas tenemos que hacer un test de francés este jueves y luego nos darán unos cursos, que por lo menos me mantendrán ocupada.
Estoy mejor, más tranquila ahora que tengo con quién compartir. Definitivamente, como dijo Mario, en gavilla todo es mejor.
Marce, lo que describís en tu post es sin duda una chambre del CROUS!!!! ¡Qué horrible todo eso, vos!
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