Cuando las tengo, trato de disfrutar al máximo las rachas felices, porque sé lo raras y renuentes a volver que son. Después vuelve la normalidad y finalmente la lenta desintegración de todo lo que conozco.
La gran revelación de estos días de trabajo, literalmente ininterrumpido, ha sido que puedo ser estoica, ascética y eficiente a niveles que no hubiera creído posibles, pero con un precio. Al más mínimo atisbo (ilusorio) de paz, se filtra el dolor. Un dolor tan horriblemente intenso que estaba enrollada en mi cama, llorando como cuando (…). Es una prensa metálica, que aprieta una zona de mi cuerpo a la que nunca antes le había prestado atención. Yo, la niña que no tolera nada que no pueda ser comprendido racionalmente, doblegada ante mi cuerpo, el despreciable mundo de lo físico. Horas, días después, sigo en estado letárgico, tratando de no moverme, ni de ver cosas tristes en la tele para no dejar libre esta sobre-emocionalidad que probablemente me termine desconectando de la poca humanidad que me tolera actualmente.
Hay muchas cosas definitivas a las que no temo. Las busco en la medida de lo posible. Pero sí temo al dolor, a la extensión asquerosa en la que soy capaz de experimentar el abandono y la angustia.
Se que solo se trata de un dolor físico, pero como bien confesás en el último párrafo, aquí se trata de más cosas de por medio, y emocionalmente también nos lacera.
ReplyDeleteLo que no ví en tu post es si has buscado ayuda médica. No tiene que ser tu mamá si te incomoda que sea ella. Pero... es posible que te atiendas?
Se que no sobredimensionás el dolor. Me preocupa.
qué me vas a dejar marcela ?
ReplyDeleteSí, me terminé resignando a pedirle ayuda a mi mamá y hoy me confirmaron que físicamente no tengo nada. Maldición, o sea que no hay pastillas para lo que sea que tengo.
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