03 January 2017

2016

Este año no quiero esperar hasta abril para hacer mi resumen del año pasado. Así que voy a aprovechar el hecho de viajar en bus durante 12 horas para hablar un poco de cómo viví el 2016.

This year I don’t want to wait until April to make my review of last year. So I will take advantage of travelling by bus during 12 hours to write a little bit about how I lived 2016.

El año empezó con un gran cambio: empecé a dar clases remplazando a una colega asistente en el departamento de Historia de arte de mi universidad. El contrato es por tres semestres, del que ya han transcurrido dos. Durante el primero, fui responsable de dos seminarios, uno de introducción a la metodología en arte contemporáneo, junto con otro colega con quien alternamos las sesiones, y otro que llamamos temático, con un tema que yo escogí – las exposiciones de arquitectura – y que enseñé por mi cuenta.

Dar clases ha sido una experiencia muy interesante. No era la primera vez, porque ya había sido asistente en dos clases en Honduras, pero sí era la primera vez que me enfrentaba a los alumnos directamente, sin la protección de un profesor avanzado a mi lado. Las primeras veces estaba muy nerviosa: a pesar que había redactado el texto completo de cada una de mis clases, antes de cada sesión me sentía muy ansiosa. Pero a diferencia de mis experiencias en Honduras, donde siento que nunca pude realmente superar ese estado, aquí se me quitaba después de los primeros 10-15 minutos de clase. Además, hubo un gran cambio entre el primer y el segundo semestre. El primer semestre lo dediqué únicamente a las clases, mientras que para el segundo las clases pasaron a segundo plano y retomé mi tesis. Así que, si el primer semestre me sentía muy insegura con respecto a mi desempeño y a las opiniones de los alumnos, el segundo tenía demasiadas cosas que hacer para preocuparme por eso. Traté de mejorar la clase de metodología dándole mi toque personal, poniendo ejemplos de exposiciones que había visitado o hablando de artistas hondureños. Pero cuando los alumnos no se tomaron el tiempo de leer un texto que les había asignado, me puse furiosa, cuando antes me hubiera entristecido y preocupado.

Tuve 3 estudiantes en el seminario temático, una cifra muy baja porque hay pocos estudiantes en mi carrera y porque la mayoría se matricularon a otro seminario que resultó más popular. Los seminarios temáticos están diseñados para que los estudiantes hagan exposiciones, pero con apenas 3 estudiantes tuve que improvisar. Di 2 o 3 clases magistrales y para las siguientes encontré la fórmula ideal: a cada una de las estudiantes les daba un artículo diferente sobre el tema de la semana siguiente, que comentábamos juntas en clase. La idea era que cada una leyera algo diferente y lo explicara a sus colegas. Y generalmente yo completaba con otra parte del tema.

Y ahora tengo que empezar a preparar el nuevo tema de mi próximo seminario temático que va a ser sobre la crítica de arquitectura y un poco de arte contemporáneo. Para poder imaginar por un rato que todos somos críticos del New York Times.

Pasé todo el mes de enero preparando mis dos seminarios y decidí que durante el primer semestre iba a dejar de lado mi tesis. Eso implicó un retraso en mi investigación, pero también tomar distancia con respecto a ella y poder verla bajo una nueva perspectiva. Primero, porque tuve que aprender y repasar muchas cosas totalmente alejadas de mi tema que siento que lo han enriquecido. Segundo, porque pude reflexionar sobre por qué estoy haciendo un doctorado en primer lugar. Al final del primer semestre y de regreso de Honduras, me sentía con nuevas energías para trabajar en mi tesis. Pero también siento que algo cambió porque ya no quiero seguir persiguiendo el sueño académico.

Cuando empecé el doctorado fue con la firme convicción que quería ser profesora universitaria, para dar clases y escribir. Pero con el tiempo he aprendido cosas sobre el medio académico que me han decepcionado mucho. Para empezar, que las posibilidades de conseguir un puesto en una universidad son muy remotas, ya que hay miles de doctores y muy pocos puestos. Ahora no es suficiente tener un doctorado, después empieza el ciclo de los post-doctorados, en los que uno anda persiguiendo financiamientos de meses o por suerte años, en los que se anda cambiando de universidad, hasta encontrar una que te contrate de manera permanente. En mi oficina, estoy rodeada de personas más avanzadas que yo, con carreras absolutamente brillantes, que todavía no han encontrado un puesto, y me preocupa encontrarme en esa situación. Mi beca es por tres años y tuve suerte que ha sido interrumpida y la voy a retomar cuando termine mi puesto de asistente, pero estoy consciente que para terminar la tesis voy a necesitar un último financiamiento. Pero si acepto esa incertidumbre y hasta precariedad – porque en Ginebra vivir como estudiante es particularmente complicado - durante el doctorado, no puedo imaginar que se prolongue por años y años. Me aterra imaginarme a los 40 años sin saber de qué voy a vivir el próximo año, adónde voy a vivir, si voy a lograr que me den mi permiso de residencia si no encuentro nada, pidiendo cartas de recomendación, y viviendo como una perpetua estudiante. Todo eso agravado por el hecho que soy extranjera y que jamás voy a ser una candidata prioritaria en ninguna parte. No me muero de entusiasmo de regresar a la arquitectura. Me acuerdo de los trabajos que he tenido y he llegado al punto de preguntarme por qué demonios estudié eso. No siento ningún deseo de regresar a pasar sentada por 10 horas cada día dibujando en Autocad y jamás, pero jamás quiero volver a trabajar en construcción o en supervisión. Pero no quiero seguir sacrificando mi vida personal, ni mi salud mental por perseguir una ambición que parece totalmente absurda.

No sé muy bien entonces lo que voy a hacer después. Me siento casi como cuando tenía 17 años, preguntándome qué voy a hacer del resto de mi vida. Pero la diferencia es que ahora me preocupo menos por tener una “carrera” brillante. Sólo quiero encontrar un trabajo que me guste, en el que pueda ser útil, que me permita ser independiente y poder disfrutar de todas las cosas fuera del trabajo. No me arrepiento de estar haciendo mi tesis. Estoy aprendiendo tanto sobre arquitectura, sobre arte, y sobre la vida en general. Aunque siempre me habían gustado los libros de autoayuda, gracias a mi tesis le encontré un gusto bárbaro a las ciencias sociales, y he leído libros súper interesantes de psicología y sociología. Empecé también a interesarme a lo que está pasando en el mundo y disfruto muchísimo de escuchar y de ver las noticias y de ver programas donde se debate lo más reciente de la política. Me doy cuenta de lo importante que es estar informado, pero aún más, de implicarse en lo que está pasando en el mundo. Jamás hubiera descubierto esas cosas si me hubiera quedado en Honduras dibujando para que me pagaran por plano impreso. En especial porque allá vivía demasiado influenciada por la cultura entumecedora de los Estados Unidos, vivía en mi burbuja, totalmente despreocupada y ausente del debate nacional. Además, tal vez sea la edad, tal vez sencillamente he madurado, pero por primera vez me puedo imaginar seriamente teniendo una vida de familia. Tener una vida normal, de ser humano que contribuya a la sociedad desde la banalidad de su existencia. Antes pensaba que tenía que hacer dedicar mi vida a la búsqueda de cosas extraordinarias, de realizaciones impresionantes. Resulta que soy una persona totalmente común y eso me basta. Ahora me encanta cocinar, casi tanto como me gusta comer. Empecé clases de condición física y de boxeo y este último particularmente me fascina. Mi profesor es súper estricto, nos pone rap durante toda la clase y cada jueves por la noche siento que voy a la escuela militar. Adoro no tener que pensar y concentrarme únicamente en superar los límites de mi cuerpo. Y, en lo que hubiera sido el colmo para la Marcela adolescente que fui, ya van dos años que he empezado a tejer. Y nada me llena de más orgullo que terminar algo que he hecho con mis propias manos.

En fin, 2016 fue un año lleno de muchos cambios y de nuevas experiencias, pero como siempre, lo más importante fue lo que pasó a nivel interior. Si tengo que tener resoluciones este año es seguir avanzando en mi tesis y disfrutando el proceso. Lo demás se va a poner en su lugar por su propia cuenta.


Last year began with a major change: I started teaching, by replacing a colleague, an assistant in the Art history department in my university. The contract is for three semesters; of which I have already completed two. During the first one, I was responsible for two seminars, an introduction to methodology in contemporary art, along with another colleague with whom we alternate sessions, and another we call a thematic one, with a subject I chose – architecture exhibitions – and that I taught by myself.

Teaching has been a very interesting experience. I wasn’t my first time, because I’ve already been an assistant during two courses in Honduras, but it was the first time I faced the students by myself, without the protection of a much advanced professor beside me. The first times I was really nervous: although I had written down the entire text for each and every one of my classes, at the beginning I felt anxious. But what was different from my experiences in Honduras, where I feel that I never got past that stage, in here I was over it after the first 10-15 minutes. Besides, there was a very big change between the first and the second semester. I devoted the entire first semester solely to my classes, whereas during the second one the classes got relegated to the background and I resumed my thesis. So, if during the first semester I felt insecure concerning my performance and the opinions of the students, during the second one I had too many things to do to worry about that. I tried to improve the methodology class by giving it my personal touch, discussing examples from exhibitions I had visited or talking about Honduran artists. But when the students did not take the time to read a text I had assigned, I got furious, whereas before I would have been sad and worried.

I had 3 students during my thematic seminar, a very low number because there are not that many students in my field, and because most of them enrolled in another seminar that turned out to be more popular. Thematic seminars are designed for students to make presentations, but with barely 3 of them, I had to improvise. I taught 2 or 3 classes by myself, and then I found the ideal formula: I assigned each of the students a different paper on the next week’s subject, and we discussed them in class. The idea was for each one of them to read something different and explain it to their colleagues. And generally, I would complete the session with another part of the subject.

Now I have to prepare the new subject for my upcoming thematic seminar which will deal with criticism in architecture and in contemporary art. So that we can imagine for a while that we are all critics from the New York Times.

I spent the entire month of January last year preparing my two seminars and I decided that I would put aside my thesis during the entire semester. This meant slowing down in my research, but this also allowed me to take some distance from it and seeing it under a new perspective. First, because I had to learn and review many things totally unrelated to my topic which I feel have enriched it. And second, because I got to reflect on why I am doing a Ph.D. in the first place. At the end of the first semester and back from Honduras, I felt energized to work on my thesis again. But I also feel that something changed because I no longer want to chase the academic dream.

When I started my doctorate it was with the firm conviction that I wanted to be a university professor, to teach and to write. But with time, I’ve learned some things about academia that have really disappointed me. For starters, that the possibilities of getting a job in a university are extremely remote, since there are thousands of Ph.D.s, but not that many jobs for them. Nowadays, it is not enough to have a Ph.D., afterwards you start the cycle of post-docs, in which you chase funding for months, or years if you’re lucky, and in which you constantly change universities until one of them hires you permanently. In my office, I’m surrounded by people much more advanced than I am, with absolutely brilliant careers, that have yet to find a permanent position, and I worry that I will find myself in the same situation. My scholarship is for three years, and I was very lucky that it was interrupted and I will resume it after I finish with my replacement, but I am aware that I will need additional funding to complete my thesis. But if I accept this uncertainty and this precariousness – because living in Geneva as a student is particularly complicated – during my doctorate, I cannot imagine living like this for years and years. It really scares me to picture myself at 40 without knowing from what I will live next year, where I will live, if my residence permit will be renewed if I don’t find anything, having to ask for letters of recommendation, and living like a perpetual student. All of this aggravated by the fact that I’m a foreigner and I will never be a priority candidate anywhere.

It doesn’t really excite me to go back to architecture. I think about the jobs I’ve had and sometimes I wonder why the hell I studied that. I don’t feel any desire to go back to sit for 10 hours drawing in Autocad and never in a million years will I go back to work in a construction site. But I don’t want to sacrifice my personal life, nor my mental health chasing an ambition that seems totally absurd.

I have no idea what I will do after my thesis. I almost feel like when I was 17 years old, wondering what I will do with the rest of my life. But the difference is that I now worry less about having a brilliant “career”. I just want to find a job I like, in which I can be useful, that allows me to be independent and able to enjoy all of the things outside of work.

I don’t regret doing my thesis. I’m learning a lot about architecture, about art, and about life in general. Although I’ve always enjoyed self-help books, thanks to my thesis I developed an insane pleasure for social sciences, and I’ve read very interesting books on psychology and sociology. I also started to interest myself in what is happening around the world and I really enjoy listening and watching the news, as well as TV shows which debate the most recent events in politics. I now realize how important it is to be informed, but even more, to become involved in what is happening in the world. I never would have discovered those things had I stayed in Honduras drawing as a mindless drone and getting paid by the blueprint. Especially because over there I was too influenced by the numbing American culture. I lived in my bubble, totally unaware and disconnected of the national debate. Besides, maybe it’s my age, maybe I’ve just simply grown, but for the first time I can seriously imagine having a family life. Having a normal life, of a human being that contributes to society from the banality of my existence. I used to think that I had to devote my life to the pursuit of really extraordinary things, of impressive achievements. Turns out I’m just a totally common person and that is enough for me. I now love to cook, almost as much as I love to eat. I started fitness and boxing classes and I really enjoy boxing. My instructor is super strict, he plays rap during the entire class, and each Thursday night I feel I’m going to military school. I love not having to think and concentrating on overcoming my body’s limits. And, something unthinkable for the adolescent I used to be, it’s been two years since I started knitting.

Anyways, 2016 was a year full of changes and new experiences, but as always, the most important thing was what happened internally. If I have any new resolutions is to continue with my thesis and enjoy the process. Everything else will fall into place on its own.

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