29 January 2021

Viaje a Virginia

Virginia


La semana pasada Jacques y yo nos fuimos de viaje con dos amigos al estado de Virginia y sus alrededores. Originalmente teníamos pensado asistir a la inauguración de Joe Biden, pero obviamente después de los disturbios del 6 de enero eso quedó descartado. Encima de eso, el contexto actual no es el ideal para este tipo de aventuras, pero tratamos de ser lo más cuidadosos posible. Para empezar, los cuatro trabajamos o pasamos prácticamente todo el tiempo en casa, sin ninguna interacción con otras personas. Nos fuimos en el carro de nuestros amigos y alquilamos una casa solo para nosotros en un complejo llamado “Blue Ridge Center”, que cuenta con una granja pedagógica y un bosque adyacente al “Appalachian Trail”, un sendero de casi 3,500 km entre Georgia y Maine. En todo el viaje fuimos solo a dos restaurantes en los que casi no había gente porque llegamos temprano y en los cuales tenían las mesas muy alejadas entre ellas. El resto del tiempo comimos en el exterior. Y obviamente usamos mascarillas todo el tiempo, como la mayoría de la gente que cruzamos.


Tuvimos la doble ventaja que uno de nuestros amigos vivió por cinco años en Washington D.C., por lo que conocía muy bien la región. Encima de eso es arqueólogo y trabaja para el servicio de protección del patrimonio, así que nuestro viaje fue muy educativo. Nos llevó a sus lugares favoritos, entre ellos una iglesia de inicios del siglo XX remodelada en restaurante ultra hípster y un restaurante de mariscos extraordinario, donde hasta yo – conocida mundialmente por detestar los mariscos – los disfruté. Fuimos también a lugares turísticos, como el parque nacional Great Falls o Mt. Vernon, que es la mansión de George Washington, y a otros mucho menos conocidos, como el pintoresco pueblo de Waterfront y las residencias situadas justo detrás del Capitolio en D.C.


El viaje fue un completo festín visual. A pesar de que cuando se trata de propiedades privadas la conservación del patrimonio no es una obligación legal en los Estados y depende de la voluntad de los dueños, los pueblos que visitamos están muy bien conservados. Vimos hermosas casas del periodo colonial y del siglo 19, muy variadas entre ellas y aún así conservando una cierta unidad en los conjuntos. Desde siempre me ha gustado ver casas e imaginar en cuál me gustaría más vivir, así que por primera vez me presté al ejercicio de visualizarme viviendo en un bonito pueblito de los Estados Unidos. Y pude observar la línea muy tenue que existe entre preservar la integridad de un pueblo, como Waterfront que protege hasta los antiguos terrenos agrícolas para evitar nuevas construcciones, y entre caricaturizarla con fines turísticos à la Disneyland, como en Leesburg, Virginia, donde todo se ve tan limpio y tan nuevo que se siente falso.


Como podría esperarse, se necesita un carro para moverse entre ciudades y pueblos, y a veces hasta para visitar zonas naturales protegidas, lo que me parece totalmente incoherente. Por ejemplo, fuimos al refugio de Blackwater en Maryland, una región pantanosa donde viven muchas especies animales, entre ellas el famoso águila de cabeza blanca. Pues el principal sendero de visita es en carro y los senderos peatonales que tienen solo son de uno o dos kilómetros. De por sí que el acceso a la naturaleza ahora está súper controlado en los parques donde uno puede caminar, pero si encima ni siquiera se puede salir del carro, no creo que tenga gran interés.


Tengo que decir que aprendí mucho de la historia de los Estados Unidos en este viaje. De hecho, me di cuenta de lo poco que sabía de este país, a pesar de haber siempre vivido constantemente bombardeada por su cultura. Su guerra de independencia, su guerra civil, todo eso me parecía tan abstracto, hasta que visitamos la casa de Washington, o el museo en Harpers Ferry, West Virginia dedicado a John Brown, defensor de la abolición de la esclavitud. Muchas de esas heridas están lejos de haberse sanado, como lo muestran la cantidad enorme de casas que tenían rótulos en sus jardines de “Black Lives Matter”, anunciando explícitamente que son defensores de los derechos LGBTQ o de los inmigrantes, o simplemente pro-Trump o pro-Biden. Este es realmente un país lleno de contrastes y en esos lugares tan bonitos que visitamos uno se siente totalmente desconectado de las injusticias que se viven en otras zonas o uno olvida fácilmente cómo toda esa prosperidad está basada en la explotación de las minorías y de los países tercermundistas. Solo para no olvidar eso, lo primero que hice al regresar a casa fue empezar el libro “The Undocumented Americans”, de Karla Cornejo Villacencio.


Virginia

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 Virginia

Virginia

Last week, Jacques and I travelled with two friends to Virginia and its neighboring states. Originally, we planned on going to Biden’s inauguration, but obviously after the riots at the Capitol on January 6th, this was not possible anymore. Besides, the current context is not the ideal for this type of adventures, but we tried to be as cautious as possible. First, all four of us work or spend practically all time at home, with no interaction with other people. We also travelled on our friends’ car and we rented a house solely for us in a complex called the “Blue Ridge Center”, which has a farm and is surrounded by a forest adjacent to the “Appalachian Trail”, which spans close to 3,500 km from Georgia to Maine. During the entire trip, we only went to two restaurants where there were not many people because we arrived early and where they also had the tables far away from each other. The rest of the time we ate outside. And obviously we used face coverings all of the time, as most of the people we saw. 

 

We had the double advantage that one of our friends lived in Washington D.C. for five years, so he knew very well the region. He is also an archaeologist and works for the heritage protection service, so our trip was very educational. He took us to his favorite places, among them a former church from the early 20th century refurbished into an ultra-hipster restaurant, and an extraordinary seafood restaurant, where even I – famous worldwide for my aversion to seafood – enjoyed them. We visited very touristic places too, such as the Great Falls National Park, or Mt. Vernon, which was George Washington’s plantation, and other less known, as the picturesque town of Waterfront and the houses located right behind the Capitol in D.C.


The trip was a complete visual feast. When it comes to private properties, heritage preservation is not a legal obligation in the US and it depends on the will of the owners, and yet the towns we visited are extremely well preserved. We saw beautiful houses from the colonial period, others from the 19th century, all very different between them and yet achieving a certain unity in the ensembles. I have always enjoyed looking at houses and picturing living in my favorites, so for the first time I imagined what it would be like to live in a charming town in the US. And I could observe the thin line that exists between preserving the integrity of a village, like Waterfront that protects even its former agricultural land to prevent new constructions, and turning it into a caricature for touristic purposes à la Disneyland, like in Leesburg, Virginia, where everything looks so clean and new that it feels fake.


As expected, you need a car to go from one town to another, and sometimes even to visit protected natural zones, which I think is totally incoherent. For example, we went to the Blackwater Refuge in Maryland, a swamp region with many animal species, including the famous American bald eagle. Its main trail can only be visited by car and the pedestrian trails are only one or two kilometers long. Nowadays, the access to nature is very controlled in parks where you can walk, so I do not see the point in not being able to leave the car.


I must say that in this trip I learned a lot on the history of the US. In fact, I realized how little I really knew of this country, despite having lived constantly bombarded by its culture. Its independence and civil wars always seemed abstract, until we visited Washington’s house, or the museum in Harpers Ferry, West Virginia, dedicated to John Brown, abolitionist leader. Many of those wounds are still far from healed, as proven by the innumerable houses with “Black Lives Matter” signs in their front lawns, or explicitly announcing that they are in favor of LGBTQ or migrant rights, or simply pro-Trump or pro-Biden. This is really a country full of contrasts and in these beautiful places we visited one feels utterly disconnected from the injustices in other zones or one easily forgets that all this prosperity is based on the exploitation of minorities and of third world countries. Just so I did not forget that, the first thing I did back home was to start reading “The Undocumented Americans”, by Karla Cornejo Villacencio.


Virginia

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