Lo del diseño a mano ha sido bastante liberador. El proyecto incluye un centro de acopio de residuos reciclables y quiero que tenga el aspecto de una nave alienígena que se estrelló en el terreno. Por supuesto, en la entrega voy a explicar que estoy mezclando elementos de arquitectura High Tech con futurismo y ciencia ficción, pero en mi corazón, es un ovni. El cambio de maestro también ha sido agradable. No puedo expresar el alivio que siento al revisar con una arquitecta racional, lógica, amable, que no explota en gritos y humillaciones y que tiene un deseo genuino de que aprendamos.
Las clases de danza árabe fueron idea de mi madre. Su maestra del gimnasio ahora tiene una academia cerca de mi casa y ella insiste en que haga ejercicio, más para relajarme que para otra cosa. Además, como se compró un surtido completo de caderines (la prenda con colgantes que se usa en la cintura) y sólo son tres horas a la semana, no tengo excusa para no ir. Yo he estado en clases de baile antes, pero esto es completamente diferente: tengo que menear partes del cuerpo que ni sabía que se podían mover.
La política de no-quejas no ha estado resultando mucho. Por muchos días las cosas han sido llevaderas, agradables y me atrevo a decir, casi mágicas, pero poco a poco la rutina y el exceso de trabajo han ahogado todo en una repetición incesante de los mismos temas de conversación, situaciones y personas. Ya sé que tengo que ser paciente, comprensiva, tolerante, que esto es pasajero, no indica nada serio y probablemente mi descontento sea puramente hormonal, pero no me importa. Necesito un refugio lejos de las clases, de la presión de tener que cumplir tareas, de sentir que de ellas depende mi futuro y la calidad de vida que me espera. Yo también quiero el mundo, y también lo quiero ahora, pero por el momento, como buena niña, me tengo que sentar a trabajar rogando que el tiempo pase rápidamente.
Sólo me queda escribir y escuchar buena música.
Gray tiene una técnica que se puede utilizar en caso de peleas entre parejas, pero que en realidad funciona para cualquier relación humana: las cartas de amor. Cuando te enojas horriblemente con alguien, no sucumbes ante la tentación de gritarle sus cuatro verdades. Te callas, te retiras y le diriges un texto. El propósito es desahogarse en cinco niveles, que son más o menos las cinco etapas que deberías de atravesar cuando tienes un conflicto.
“Querido fulano, te odio por esto, no me gusta que, me siento frustrado por, estoy enojado por que…” Todo lo que tenga que ver con ira.
Luego pasas a la tristeza: “Estoy triste; me siento herido; me siento decepcionado, etc.”
Temor: “Tengo miedo (con la vocecita del patito de 31 minutos), me siento asustado, estoy preocupado por…”
Pesar: “Lamento que, no quise, me siento incómodo, me siento avergonzado.”
A estas alturas, ya deberías de recordar por qué es que quieres a esa persona, y entras a la sección de Amor. Comienzas tus frases con Quiero, Comprendo, Perdono, Agradezco, y palabras parecidas.
La mejor parte es el final. En la post data escribes lo que te gustaría que te respondiera la otra persona. Lo que sería su reacción si este fuera un mundo ideal y perfecto concebido por ti. La idea es que sepas más o menos lo que esperas de la otra persona, y estar receptivo a recibir lo que buscas. Si necesitas profundizar en ello, pues escribes toda una carta adoptando la identidad de tu malhechor.
No tengo palabras para describir lo ridículo que parece este ejercicio y mucho más lo ingenua que me siento al hacerlo. Me pongo a pensar en mis nietas encontrando en mis diarios todas esas cartas acomplejadas, viscerales y llorosas y me da vergüenza empezar a redactar. Pero funcionan. Lo comprobé hace unos días que me enojé con mi madre, rompí mi voto de silencio y le respondí bien feo. En la carta, comencé reclamándole de todo, hasta por cosas que pasaron en mi infancia, y terminé toda arrepentida y pidiendo disculpas en persona. Hoy tuve que recurrir a ellas otra vez.
Tengo que aprender a pedir lo que quiero, en vez de hacer rabietas por que no lo consigo (a pesar de que los demás todavía no han aprendido a leerme la mente) y a no desquitarme con gente que no tiene nada de culpa.
De alguna forma, somos divorciados veintiañeros. Aquellos que en nuestros primeros años como adultos tuvimos un primer noviazgo tan intenso como tormentoso, con un final prolongado, ambiguo y doloroso. Y que pasamos por el tradicional periodo de depuración en el que no queremos nada serio, o nada en absoluto. Escribimos posts subliminalmente (o ni tanto) vengativos, escuchamos por semanas enteras el mismo disco de Ryan Adams o de Fiona Apple, y nos mantenemos alejados de lugares, películas y personas que se relacionen con la vida ya extinta. Pasado la época del duelo auto impuesto, eventualmente alguien aparece, y no podemos creer nuestra buena suerte. Todo se siente como nuevo: santo, casto y puro. Pero ya hemos pasado antes por esto, y nuestra recién adquirida sabiduría trae nuevos elementos a la ecuación.
Uno es más humilde. Y más agradecido.
Prudente. Paciente.
Ahora entiendes lo difícil que es encontrar algo que merezca tu tiempo, tu compromiso y tu vulnerabilidad.
Regresamos al tema de la inocencia. Por que el verdadero reto es el de seguir siendo optimista a pesar de todo lo malo que uno tuvo que vivir. Conservarse impecable en el aislamiento es demasiado fácil.
No soy obsesiva-compulsiva, pero toda mi vida he tenido un ritual para el día antes de entrar a clases. Limpio mi cuarto meticulosamente para liberarlo de las energías de las vacaciones (lo limpio también el último día de clases para cortar con la influencia del semestre) y prepararlo para recibir una nueva rutina. Mueble por mueble, lo vacío, le sacudo el polvo y le paso aceite, antes de volverlo a llenar. Reorganizo libros en orden alfabético, o temático, u orden de lectura (todavía tengo que estudiar bien el sistema decimal Dewey para usarlo la próxima vez). Como ya han pasado las compras de final o mitad de año, ya tengo ordenada la ropa nueva y me he deshecho de lo que no volveré a usar. Limpio los chinógrafos, en una extraña danza que incluye quitarles la tinta en el chorro de agua, y después dejarlos remojando varios días hasta que están impecables. Compro cuadernos nuevos -preferiblemente sin repetir temas anteriores-, consigo tres lápices rojos, tres lápices azules, un borrador de migajón, un borrador flaquito de lápiz, minas, un portaminas si el anterior está demasiado mordido y un corrector líquido. No es una posibilidad usar materiales de semestres anteriores, aunque estén nuevos. Rotulo mis cuadernos, arreglo mi mochila, guardo mi horario para llevarlo en la mañana, y escribo antes de acostarme mis metas para ese semestre. Me doy vuelta en la cama por horas, por que nunca he podido dormir la noche antes del primer día de clases. Pero no soy obsesiva-compulsiva.
Llegué tarde a mi clase de las 9 (ya ni siquiera me tengo que levantar temprano), con un único lápiz azul completamente deshecho y con un cuaderno viejo que después de haber sufrido la tortura de Estudios de
Antes de ver “Walk the line” Johnny Cash era para mí el viejito vestido de negro que logró hacer que “Hurt” de Nine Inch Nails fuera aún más desgarradora y dolorosa de escuchar. Conocía otras canciones suyas, sobretodo covers y sabía de su vida lo básico que cualquier aficionado de los programas de cultura pop podía manejar.
Su voz ronca, su vestimenta funeraria y su expresión sombría me hacían pensar que era un típico macho sureño gringo, que con su temperamento y arrogancia se habían granjeado una carrera que desearon desde el inicio de los tiempos. La película sobre su vida puede que no sea tan buena, pero su historia sí lo es, y ahora que estoy desengañada tengo más conocimiento y un profundo respeto por el camino que ese hombre tuvo que recorrer.
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