Hace poco escuché en una película que el colegio nunca se termina y me quedé pensando en cómo el tiempo sigue avanzando en la vida real aunque mentalmente uno sigue estancado en esa época gloriosa, o no tan gloriosa pero sí emocionante. Personalmente no tengo que irme muy lejos para recordar cómo era mi vida a los 17 años, vivo en el mismo lugar, con las mismas personas, en condiciones que no han cambiado mucho, con casi los mismos amigos y hasta los mismos horarios para llegar tarde, pero siempre me parece curioso imaginar qué es tener unos cuantos años menos otra vez.

No logro distinguir entre lo que pertenece a un cliché mediático elaborado por los canales de cable para homogenizar la experiencia de crecer y lo que realmente es parte integral del desarrollo de una persona, pero por más insignificante que uno sea antes de los 20 años, uno se siente el protagonista de una historia maravillosa que todo el mundo debería conocer. Como buen protagonista se necesitan de personajes de fondo en base a los cuales uno va a resaltar: las amigas-cacatúas. Uno es medio despistado y no se siente particularmente atractivo, pero al compararse con las amigas todo se vuelve peor ya que ellas elevan los estándares de belleza y de cuidado personal. Son esas compañeras las que te enseñan que hay que vestirse bien, oler decentemente y aprender de una buena vez por todas a delinearse los ojos para simular que uno está bien despierto y no atontado por las hormonas. Uno camina en grupos, como pandillas callejeras femeninas y para acercarse a una los tipos deben aprender a manipular a la manada. Esas amistades no terminan siendo significativas o provechosas a largo plazo: las amigas en la adolescencia son los distractores que ayudan a botar el tiempo hasta que finalmente alguien se fija en uno.

Por supuesto que es la edad de tener una relación disfuncional con los padres. Por disfuncional no necesariamente me refiero a representaciones dramáticas, con gritos y golpes de puertas, también se incluye la extrañeza de no tener nada de qué platicar con ellos, la necesidad de llevar una doble vida (la que parece exteriormente y lo que sucede realmente), y el hecho de que uno puede pasar encerrado en casa por días sin necesariamente verse la cara.

Pero lo más característico de ser una adolescente es que uno quiere validarse a través de una relación con un chico maravilloso que finalmente posa su mirada en el pobre espécimen de mujer que uno se siente a esa edad. La tendencia a idealizar es inevitable, es aberrante incluso, uno termina creyendo que cualquier situación, por muy conflictiva que sea, es mejor que estar solo. Y se sucumbe al encanto del muchacho de turno, que a veces resulta ser genuinamente especial, otras termina siendo un patán, o peor, un vampiro.

Así que, ¿por qué leer Twilight? Bueno, no hay posibilidades de volver al pasado y enmendar todos esos errores que la inexperiencia y la ingenuidad nos hizo cometer, pero tal vez, sólo tal vez es posible mejorar lo que se piensa de la adolescencia leyendo sobre personas que han sufrido más en ella.

En la página de Pop Candy hay una sección que es redactada por los lectores: un conteo de 5 cosas que tengan alguna relación con la cultura pop. Pues envié mi listado que trata sobre mis trabajos ideales y hasta ahora no ha sido publicado, no sé si lo será, pero para eso tengo mi propio blog. \m/
1) Blizzard Entertainment story developer… or novelist
My boyfriend introduced me to World or Warcraft a few years ago, and I’ve become addicted to the game, but also to the universe surrounding it: the clothing shown in sites like Jinx.com, web series like The Guild, gadgets sold on ThinkGeek.com, among others, but a particular aspect of the trend has always intrigued me: the history of the characters. Warcraft began as a regular PC game based on a mythology, and throughout its evolution into a MMORPG it has always tried to remain true to the fiction surrounding the main characters and at the same time continually expanding it along with the game. Many novels have been written about that whole mythology, and I think I would be quite challenging to put on paper the next chapters of the story, but at the same time it would be fun since there aren’t a lot of jobs with that level of creativity required. Besides, I can only imagine what would life on the Blizzard headquarters must be like; it’s probably a surreal experience to be surrounded by all those things you only consider imagined.
2) Rolling Stone magazine reporter
When I was a teenager I went through a horrible boy-band phase, but when I overcame it I became obsessed with learning as much as I could about good music. I became an avid Rolling Stone reader, and even though most of the times I couldn’t afford it, I always ended up reading them -clandestinely- in my hometown’s bookstores. I used to dream about becoming a music journalist, and therefore I was fascinated by Cameron Crowe’s “Almost famous”. He was my idol at 15. When I saw Mtv’s reality show “I’m from Rolling Stone” I couldn’t even believe it was possible to land that sort of internship in your early 20’s, and to also have a chance to work for the magazine. I was so sad I live so far away from those kinds of opportunities; I think I would die from pure joy if I landed a gig like that.

3) Mtv host

Growing up my parents didn’t want my brother and I to spend valuable studying time watching tv, so we didn’t have cable (ironically I had a tv in my room). A national network used to broadcast Mtv2 after midnight so I stayed up late watching it or I recorded “120 minutes” on my VCR to watch it on the weekends. That’s why I’m so loyal to Mtv even though I acknowledge it’s become quite different from the original concept it began with; it was a great part of my musical education and through it I discovered many of my current favorite artists. In Mtv Latin America we had great hosts during the 90’s: I deeply admired Ruth Infarinato and was fascinated by her eclectic hair, and of course, I was in love with rocker Gonzalo Morales. It was inevitable wanting to become part of that select group. I know hosts nowadays are more preppy and mainstream, but I wouldn’t hesitate to audition in order to become one. I wonder how that would go considering I hate having my picture taken.

4) Architecture columnist for the New York Times
It’s very funny, but when I think about working in something related to my field, architecture, I mostly dream about writing about it. The New York Times has an excellent column about architecture and it’s only natural: its headquarters were designed by Renzo Piano and the offices are just gorgeous. I got a copy of Ada Louise Huxtable’s “On architecture”, a collection of her columns for that newspaper from the time she worked as the first architecture critic they ever had, and I’m greatly inspired by her passion for buildings, her wit and her great sense of humor while trying to teach people from all sort of fields –not just architects- the importance and the right we have to demand high standards in our constructions.
5) Full time blogger

I’ve been writing journals ever since I was 10 years old, and writing has always been a part of my life. But since a good friend of mine introduced me to blogging I forgot what a journal looks like, I only write for online purposes only. This is my 4th year as a blogger, and it’s been a very interesting journey: I’ve met some interesting and peculiar people from many countries, one of my teachers in college read a post I made about him (I was quite scared at the time!!), and I even got the opportunity to work for one of my readers. I can safely assure that if I could do it all day I’d be glad too, but how could I get paid for it? Anyways, in the meantime I’ll keep looking for jobs in other fields but maybe one day an opportunity of this sort will arise, I’m sure.


¿Qué será que la gente que más tiene que esconder es la que más desea exhibirse y/o mostrarse de cierta manera?

El jueves pasado todas las cadenas noticiosas mostraban imágenes insólitas de un platillo volador casero deambulando por los aires a toda velocidad, conteniendo, supuestamente, a un niño de seis años en su interior. Fueron dos horas enteras de asombro y angustia culminando en el descenso del globo que resultó estar vacío. Todo empeoró: ¿se había caído el niño? ¿Cómo es posible que no estuviera allí? El universo mediático estaba revuelto, la historia del globo abarcaba tres de los 10 tópicos más populares en Twitter, el facebook estaba inundado, ni hablar de las páginas de inicio de los buscadores o de los periódicos. El mundo esperaba suspendido de un hilo, a un niño que nunca salió del ático de su casa.

La familia Heene seguramente quiso subirse a la ola de programas de realidad que han estado girando alrededor de las familias en los últimos meses. Los Duggars y sus 18 hijos –de una misma madre!-, los destrozados y horrorosos padres Gosselins y los 8 retoños; todo indica que tener una familia está de moda, pero a los Heenes les faltaba el componente “Big Love” y sus intentos de volverse notorios apareciendo en “Wife swap” el año pasado y la propuesta que hicieron al canal TLC de contratarlos para su propia emisión televisiva no resultaron. Sin embargo, era cuestión de tiempo para que todo mundo supiera sus nombres y sus vidas, como siempre lo habían deseado, pero despertaron al monstruo de la fama y lo hicieron enojar; ahora todo se está volviendo en su contra y ya están siendo oficialmente procesados por delitos.

Es intrigante ver cómo los padres crean mundos alternos en sus familias, mundos que ellos llegan a considerar como absolutos, incuestionables e irreprochables. Desde que una pareja se une y empieza a procrearse decide que sus hijos han de ser iguales que ellos; que su nivel de perfección como humanos los hace óptimos para poblar la Tierra de criaturas que se asemejen a ellos. Muchos padres llegan a creerse el arquetipo en base al cual las generaciones siguientes deben moldearse y empiezan a construir una burbuja de obsesión y paranoia: todos me persiguen y buscan mis defectos, todos están pendientes de cada una de mis acciones, todos deben pensar bien de mí. Le siguen los esfuerzos sobrehumanos para proyectar una imagen de moralidad, rectitud, unión familiar, buenas costumbres, cualquier cosa que les haga sentir que la pudrición que los consume no es cierta si nadie más puede conocerla. Es aterrador pensar en cómo han de ser en realidad esas personas si están tan preocupados en parecer algo irreal, en las pestes que han de pensar de los demás para ofuscarse en que no se hable así de ellos, en el asqueroso pasado que han de esconder para tener tantos deseos de controlar el presente.

Pero alguien debió advertirle al señor Heene, que aquello a lo que más te aferras es lo primero que se derrumba. Hay que imaginárselo entrenando a sus hijos en lo habrían de decir el día del lanzamiento del globo, repasando diálogos, excusas y actuaciones, para tener alguna idea de lo que sintió el día de la fatídica entrevista con CNN. Por mucho intento de manipulación que se trate los hijos han de revelar la verdadera cara de sus padres: “You said we did this for a show”.

Y la farsa se vino abajo.
Voy a ser honesta admitiendo que no pensaba quedarme al recital de Juana Pavón de esta noche. Pero fuimos invitados muy amablemente y pues ya que estábamos en el centro se tenía que aprovechar la ocasión. Juana Pavón o Juana “la loca” como la llama todo el mundo, es lo más cercano a una leyenda urbana viviente que tenemos en esta ciudad. Es una poetisa, bohemia como creo que muy poca gente se atrevería a serlo hoy en día, llevando sus extravagancias a niveles que no estamos acostumbrados a ver muy seguido. Todo mundo la conoce, la ha escuchado declamar o por lo menos sabe quién es. Yo tenía referencias no muy halagadoras al respecto; me decían que se desnudaba en público, que no tenía miedo de enfrentarse a nadie, que era gritona, respondona y que hacía hasta performances con finales escatológicos… Recuerdo que cuando estaba en la escuela miraba a una pareja de mendigos caminando por la acera y me decían “Allí va Juana la loca”. “Qué extraña vida de los poetas”, pensaba.

Así que hoy me preparé para lo peor. Cuando entramos a esperar la vi a lo lejos: se miraba como una señora muy relajada, en una camiseta y pantalón de tela blancos y una bufanda verde en el cuello. ¿Es la misma persona de la que todo mundo me había hablado? Me costaba creerlo. El escenario era un podio con una mesa sobre la que había un florero con una rosa, unos libros y una cerveza. La sala se llenó a tal punto que había gente de pie; los boletos se agotaron y hasta estaban rechazando gente. No me imaginaba el numeroso público que iba a asistir, además de que no conocía a nadie. Yo no soy muy popular, ni mucho menos, pero resulta que uno puede identificar al grupo de personas que asiste a los eventos culturales en esta ciudad, generalmente son los mismos. Allí habían personas que parecían no pertenecer a este país, por una razón u otra.
El evento en sí estuvo muy agradable, con una mezcla de poesías propias, otras ajenas, chistes y varios tributos a Mercedes Sosa, que incluyeron la participación de una persona en el público que cantó una canción. Juana le da vida y emoción a poemas que sólo en papel no tendrían el mismo impacto, estoy segura que no los disfrutaría al leerlos nada más. Recitó mucho sobre qué significa vivir en Honduras y sobre cómo es ser mujer.
Me pareció una persona muy peculiar, chistosa y temeraria, que vive bajo sus propias reglas en un mundo de su propia creación. Creo que no todos nos atrevemos a ser así y por eso no tenemos otro remedio más que ir a verla presentarse y a decir que ha perdido la razón.

Últimamente paso muy aburrida y a pesar de que tengo cientos de blogs que podría estar revisando en vez de deambular constantemente por la red sólo reviso los esenciales; no me consume el entusiasmo por leer los demás. Pues hoy estaba perdiendo el tiempo mientras esperaba el almuerzo buscando lo más parecido a un grupo de apoyo para desocupados cuando encontré curiosos artículos sobre los síndromes de mi generación, la generación Y, “generación del Milenio” o los “Trophy kids”, como les parezca mejor.

A todos aquellos que hemos nacido entre 1982 y el 2001 nos han bautizado como la Millenial Generation, un grupo de jóvenes que estamos saliendo al mundo laboral con altas expectativas y muy poco que aportar, según las mentes brillantes que se dan el lujo de estereotiparnos cuando ellos han sido los responsables de nuestra crianza y del mundo destrozado que nos han heredado. Somos una multitud de haraganes: en 1989 el 49% de los adolescentes conseguían trabajos veraniegos en los Estados Unidos, esa cifra disminuyó a un alarmante 37% para el año 2006. Muchos atribuyen esa tendencia a nuestros delirios de grandeza, de sentir que merecemos más de lo que realmente contribuimos. Se dice que esperamos buenas pagas y buenas posiciones de entrada, que no estamos conformes con las 40 horas laborables en la semana porque buscamos tener una vida fuera del trabajo y que debido a nuestra ineptitud para salir al mundo a granjearnos nuestro camino estamos retrasando todos aquellos ritos de iniciación como irnos de la casa y tener nuestra propia carrera y familia, hasta pasados los 30 años.

Sin embargo otras personas opinan que el hecho de tener menos jóvenes trabajando es porque hay menos oportunidades, así que no es pereza, es que no se encuentra. Se dice que nuestro sentido de urgencia, de querer las cosas lo más rápido posible es un reflejo de nuestra exposición a la tecnología, al chat, al Messenger, al Twitter y a los mensajitos por teléfono. Nuestro deseo de balancear carrera y existencia responde al hecho de haber visto a nuestros progenitores partirse el lomo y no ser necesariamente exitosos o felices.

No están tan alejados de la realidad en el sentido de que hay una profunda desilusión por todo aquello que nuestros abuelos y padres soñaron y lo que resultó al final. Se me vienen a la mente muy pocas familias unidas o equilibradas con padres de más de 40 años como para decir que existen las suficientes para inspirarme en tener una, y eso que no estoy poniendo como estándar de fracaso el divorcio: hay interacciones de pareja que cuestionan seriamente el deseo de cualquier ser humano en casarse. El trabajo no se les puede envidiar tampoco. Estoy consciente que hablo desde los confines de mi medio socio económico en esto, pero no veo la utilidad de tantos años de estudio, todos los años de trabajo y los horarios exigentes: pasan tan ahogados como cualquier otra persona que no haya hecho los sacrificios o no haya tenido la oportunidad de acceder a una educación superior. (Y aunque no estén enterrados en problemas económicos: justifica ser célebre en el trabajo el no tener vida personal? Hace poco mirábamos con Yanis una entrevista con el arquitecto Kengo Kuma, brillante, famoso, con edificios espléndidos. El presentador le preguntó por su vida personal y le respondió que no tenía; se nos acabó el deseo de emularlo.) La magnitud del fracaso de los mayores se extiende a las esferas nacionales y hasta mundiales: han sido completamente inútiles en manejar este país, no sólo inútiles sino además apáticos que es lo peor; esas versiones caricaturizadas de patriotas que he visto en los últimos meses sólo son un pobre intento de compensar por todo lo que no se preocuparon en el pasado. Somos los herederos de un país dividido y saqueado, pero además de un planeta que, como bromea Jon Stewart, está conspirando para nuestra destrucción. Todas las generaciones sienten que la sociedad decae a pasos alarmantes y que el fin del mundo está cerca, pero con la sobre explotación de los recursos naturales y la segura escasez de todo lo necesario para vivir que se avecina según los documentales, no queda otro remedio que preguntarnos si realmente nosotros seremos los últimos y si deberíamos de considerar seriamente detener la perpetuación de la especie.

A nivel personal puedo decir que ya cumplí con mi parte, ¿y ahora qué? Después de todos estos años de estudio, de responsabilidad al grado de compulsión, de restringirme en placeres, decadencias, salidas y caminos alternativos juzgados inferiores por los que tenía a mi cargo, no estoy viendo muchos frutos que puedan justificar los sacrificios y el desempeño, que puedo asegurar fue el mejor que pude dar. Me reclaman que siento que me merezco las cosas, ¿acaso no es cierto? Caminé por tanto tiempo hacia metas que traerían consigo lluvias de oportunidades, bonanza e independencia; no puedo creer que todavía tengo que pedir dinero con la vergüenza adicional de que podría estármelo ganando. Ya crucé la línea del objetivo, ¡ahora ustedes cumplan con su parte! ¿Es mi culpa que sean tan mediocres y egoístas que no quieran dar espacio para que mis contemporáneos y yo salgamos adelante? Lo van a pagar caro cuando sea el momento de que se jubilen y nosotros seamos responsables por sus cuidados en la senilidad: marquen mis palabras.

Con tanta recomendación que escuché de sumergirme en lo desconocido ahora que estoy allí puedo testificar: es sólo un cuarto oscuro, nada más. Se dice que el sufrimiento tiene como propósito barrer con el ego; los otros han logrado salirse con la suya, ¿por qué es a nosotros que nos tienen que dar una lección de humildad? La lluvia de posibilidades que en estos momentos considero plausibles son todas aquellas de desperdiciar mi vida que relegué a un segundo plano cuando todavía la consideraba valiosa. Me considero una candidata elegible para el próximo Real World (y juro que si tuviera acceso a las audiciones lo haría); podría irme de mochilera, irme de inmigrante ilegal incluso, no veo objeciones para sumergirme en las drogas o el alcohol o convertirme en una de esas escritoras decadentes que no saben ni qué día de la semana es, ni cuándo fue la última vez que estuvieron en estado de sobriedad. Podría escudarme en un temperamento artístico para explicar en lo que me he convertido. Los maldigo baby boomers.
Las celebraciones para el cumpleaños de Yanis han oficialmente iniciado con una cena esta noche. Empezamos en la tarde dándole su primer regalo, que por razones de logística no podíamos esperar hasta el martes -día oficial de la festividad- para entregarle, por las razones que vamos a ver a continuación.
Se le entregó una bolsa, de apariencia inocente.
Que contenía unas semillas.
Sin que él lo supiera, Ana se acercaba con el verdadero regalo;
que fue la sensación de todos los presentes:
un pequeñito hámster bautizado como Sheldon!!!
Es precioso, hiperactivo e irónicamente, muy sociable.
Le encanta posar para las cámaras.
Su segundo regalo fue una figura coleccionable de WoW. Qué cruel es recibir juguetes que no se pueden sacar del empaque. Realmente estamos adultos para aceptar semejante masoquismo.
La cena consistió en sushi y pollo oriental, llevado a cabo gracias a la colaboración/cooperacha de todos los amigos presentes. Isac fue el encargado de hacer el arroz (porque era de los pocos que podían usar una arrocera!).
Se integró un equipo para cortar en tiras finas los ingredientes del relleno: pepino, barras de imitación de cangrejo y salmón crudo (!!).
Yanis dio la primera demostración, aprendida gracias a numerosos tutoriales en internet. Al arroz, una vez cocido, se le agrega una mezcla de 5 cucharadas de vinagre de arroz, 3 cucharadas de sal y 3 cucharadas de azúcar. Para lograr que se enfríe con mayor rapidez se extiende sobre una amplia superficie, como una tabla. Una vez helado se coloca una capa de arroz sobre el nori, dejando una parte de una pulgada en el extremo final del rollo.
Luego se colocan los ingredientes al gusto. Nosotros mezclábamos salmón con cangrejo, pepino, semillas de ajonjolí y queso crema. Tratamos de hacer unos de platano maduro con queso crema, pero no salieron exitosos.
Cuando ya vimos que era demasiada carne para la cantidad exorbitante de rollos que iban a salir se tomaron medidas extremas, como rellenarlos de salmón a lo salvaje!
Ya con los ingredientes se pasa a enrollar, con la ayuda de un mantel de palitos de bambú.
Al principio los rollos salen todos trágicos, pero con algo de práctica es posible hasta dejar el arroz por fuera \m/
Las nenas trabajamos muy duro esta vez! Bueno en realidad todos colaboramos.
Por turnos, Ana, Herminio y Moisés ayudaron a cortar los rollos.
Por otro lado, Juank y Carla nos deleitaron con un delicioso pollo al estilo oriental, parecido al pollo con marañón de restaurante, pero con salsas distintas.
Fue un perfecto complemento:
Con la comida preparada nos dispusimos a ver el partido:
Pero nadie esperaba que la primera tanda de comida para el partido era sólo una parte de la cantidad exagerada de comida que hicimos:
Terminó el partido y seguíamos cocinando!! Aunque ya todos estábamos llenos, los demás fueron rollos para llevar y regalar.
Lo mejor de todo es que nos llenamos, gastamos mucho menos que yendo a un restaurante de sushi y nos divertimos mucho más. ;)

Neil Young canta “It’s better to burn out than to fade away”, aplicable para rockeros en peligro de extinción como para reality shows. La partida de Lauren en la primera mitad de la quinta temporada nos obligó a cuestionar nuestras verdaderas razones para ver The Hills. De alguna forma superficial pero no por eso menos emocional, todos crecimos con ella, viéndola sufrir en sus tiempos de secundaria y luego mudándose a la gran ciudad a empezar una nueva etapa de su vida. Pero un nuevo escenario trajo consigo nuevas reglas del juego y a medida que pasaba el tiempo la audiencia descubría, junto con ella, que la fama transforma a la gente, literalmente -ver las múltiples cirugías plásticas de Heidi-, y de forma metafórica, véase el caso de la que comenzó siendo una archivillana, Stephanie, que terminó domesticándose con tal de ser una de las buenas y así garantizar sus apariciones constantes. La decepción pronto se apoderó de nuestra heroína que decidió cortar con su vida expuesta a las cámaras. Esos últimos episodios era casi doloroso verla, sólo sentada en el trabajo, sin querer salir, sin querer relacionarse con los descerebrados de sus compañeros de televisión que de una u otra forma la habían atacado y/o decepcionado. Su partida era natural, pero somos nosotros los televidentes somos los que quedamos abandonados a nuestra suerte.
Ahora que Lauren se fue y Kristin Cavallari se sirve de sus sobras -otra vez-, es como si el lado oscuro hubiera triunfado en el mundo ya que no queda absolutamente ningún protagonista que no haya ensuciado sus manos en acusaciones o en acciones reprochables. Comencemos desmenuzando el hecho que Kristin fue contratada con el único propósito de mantener una franquicia demasiado rentable como para dejarla morir así nomás. Da declaraciones a la prensa de que ella sólo está allí para hacer drama porque ese es su trabajo, que no tiene problemas con ser considerada la malvada de la historia y que la serie es absolutamente falsa porque no la filman en lo que pasa haciendo realmente, que es tratar de conseguir trabajos como actriz. Todos sabemos que la serie es falsa; la sola premisa de los reality shows es simulada: se graban únicamente algunas horas en ciertos días de la semana y los productores influyen de manera indirecta en los desenlaces de los eventos al impulsar a los participantes a que hagan ciertas cosas. Es una gran mentira, pero en la vida diaria coexistimos con engaños aún peores que defendemos a capa y espada como ciertos; esta falacia no hace daño a nadie. La actitud de Cavallari de querer desacreditar el programa y su clara intención de causar daño sólo para tener algo interesante que transmitir en el primer episodio de esa segunda parte de la temporada hacen que la magia se pierda y los ratings también. La muerte se aproxima para esta serie y se ve como una extinción lenta y dolorosa para todos. Comenzando con que no quisieron hacer un nuevo diseño para la página del programa, ni para la secuencia de inicio, que se traduce como falta de interés por parte de la cadena; pero también sus personajes ya no saben qué hacer para mantener viva la llama de la controversia: los dramas de bebés y alquiler de casa de Heidi y Spencer me hacen pensar en cómo debieron haber sido Jon y Kate antes de los 8 hijos; es aburrido y deprimente. Ya no es posible terminar esto con elegancia y dignidad, que termine lo antes posible. Es como ver un animal herido mortalmente aferrándose a la vida: la eutanasia muchas veces es un acto de caridad.
El fénix que revive de las cenizas es Whitney, que a falta de Lauren se convierte en nuestro nuevo símbolo de paz, justicia, buen gusto y ropa envidiable. Se hicieron misteriosos y drásticos cambios en los protagonistas de the City: no más Erin y sus tres novios, no más Allie llorando por Adam, y aún mejor, no más sucio e ininteligible Jay. Olivia está en otro trabajo, que la aleja lo suficiente de Whitney como para ya no querer ahorcarla, pero la mantiene a la vista como para disfrutar sus desventuras. Y llega Roxy, una ex compañera del colegio de Whitney, una adición forzada pero con potencial para convertirse en la inconsciente malvada de la historia. Las dos trabajan para Kelly Cutrone, una magnate en el mundo de las relaciones públicas del mundo de la moda que, por alguna razón que escapa a mi entendimiento, nunca se peina (yo nunca me peino, pero no soy transmitida en 166 países para 385.4 millones de hogares; en ese caso sí me haría el alisado permanente).
Quieren promocionar estos episodios como centrados únicamente en el trabajo, una decisión muy inteligente a mi parecer, ya que en tiempos de crisis económica lo que más se le puede envidiar a alguien es una ocupación, especialmente una que permita un estilo de vida tan glamoroso como el que ellas dicen tener. Whitney peleó por tener un ápice de autenticidad al exigir ser grabada mientras diseñaba su línea de ropa, algo que nunca sucedió en The Hills, y es un intento por legitimar el programa que contrasta con el anterior en el que se está tratando de hundirlo más bien.
Si el trono de los realities pertenece indiscutiblemente a las nenas, los machos son los ganadores en lo que concierne a la ficción. Las series con guión vuelven revitalizadas, proclamando el triunfo de los geeks en un medio acostumbrado a los mortales comunes y corrientes.
Dexter regresa, ahora como un padre de familia, para tratar de acabar con los asesinos en series de Miami con los problemas derivados de la falta de sueño por tener un bebé en casa. A pesar de que el programa juega con un mismo patrón que gira alrededor de un solo criminal en todas las temporadas, la fórmula no se siente tan gastada aún porque la continuidad de la historia es muy natural y fluida. Era inevitable que nuestro protagonista tuviera que contraer matrimonio en esa gran obra teatral que representa para fingir encajar con el resto de la humanidad, pero de igual manera los otros personajes siguen evolucionando y encontrando sus propias historias secundarias que no permiten que uno se aburra. Debra se encuentra en un triángulo amoroso imaginario ahora que su ex novio Lundy vuelve y ella continúa saliendo con Anton; Sánchez ahora anda con María, a escondidas de todo el departamento de policía, en una relación que no puedo creer que no se me ocurriera que iba a suceder. Sin embargo, tengo una teoría: que los días están contados para Quinn. Se está volviendo tan antagónico a Dexter que la última vez que alguien se comportó así terminó quemado en una cabaña. Y no es por nada, pero John Lithgow me da miedo…

Hay muchas razones para ver “Mad Men”, para empezar los fabulosos escenarios, la moda y el conjunto de hábitos de los años 60’s están muy bien representados. La serie es una delicia visual y ha elevado los estándares de calidad de la producción de un programa a niveles que serán muy difíciles de superar para sus competidores. Las tramas son muy buenas; es interesante comparar los roles de las mujeres en esa época a aquello en que nos hemos convertido hoy y las interacciones entre los personajes en un ambiente de trabajo son fascinantes.

Pero la verdadera razón para ver esta serie tan bien hecha se reduce a un solo hombre: Jon Hamm… quiero decir, Don Draper. El atormentado, carismático, creativo y ultra atractivo Don Draper. No importa que sea un macho sin remedio, infiel y cavernícola, es suficiente con que siga siendo el arquetipo de perfección masculina para merecer verlo en la pantalla.

A pesar de todo lo que pueda babear por Don Draper, en esta nueva temporada, a aquellos que espero con más ansias son a los adorables nerds de “Big Bang Theory”. Por primera vez en mucho tiempo se ensalza en la televisión los inteligentes, a los estudiosos, a aquellas personas maduras que ya han terminado sus carreras, en lugar de a tontos adolescentes que fingen ser mayores de lo que son. “Big Bang” es como “Gilmore girls” con hombres, en cuanto a la abundancia de referencias a la alta cultura pop: en cada episodio se puede encontrar una imagen de WoW, un poster de Lineage, una cortina de baño de ThinkGeek, o cualquier objeto o mención medio rebuscada que en circunstancias normales sería motivo de burla. Me mata de la risa lo obsesivo compulsivo que es Sheldon y cómo es tan inteligente para lo académico y tan inútil para lo social. Todavía me falta ver varios episodios, pero estoy rogando porque Penny alguna vez se fije en el pobre Leonard. Raj es simpático, pero yo creo que de todos ellos le daría una oportunidad a Howard para ver qué hay más allá de todos esos chistes desesperados.

En fin, esta es una victoria para los chicos, pero todo es temporal, que no se emocionen, faltan más series y más episodios nuevos que ver para poder dar un dictamen final.