17 March 2010

El plotter, mi amigo y otras historias de impresoras

La relación entre un plotter y un arquitecto es tan íntima como la de un chef y su cuchillo, un peluquero y su tijera, una Real housewife y su tarjeta de crédito. Uno puede tener extraordinarias habilidades para el dibujo en computadora, pero es la impresora la que tiene la última palabra sobre si tu talento puede ser apreciado por el ciudadano común, que sólo puede entender las cosas en un papel.

Mi presupuesto y falta de espacio limitan mis posibilidades de poseer uno propio, pero la verdad es que me he acostumbrado a imprimir por medios alternos. Durante los años de estudio una de las mejores formas de sobrevivir una entrega es conocer a algún compañero que ofrezca servicios de impresión desde su casa. Uno llega a visitarlo en pleno domingo, conoce a sus papás, a su gato y se interna por cuatro horas a tratar de descifrar la impresión con plot styles, porque a mediados del 2004, no muchos manejaban ese arte. Para la clase de Taller 3 tuve la suerte de que una chava que vive muy cerca de mi casa consiguió un plotter. Como ella tenía que prepararse para ir a la maestría se levantaba muy temprano, así que yo tenía hasta las 5 de la mañana para enviarle por correo mi plano y pasar a las 6 y media por su casa recogiéndolo. Era el paraíso, ya que generalmente cuando uno va a imprimir todo sale mal y no hay nada mejor que no enterarse de todo eso.

Cuando la chava dejó de estar disponible nos tocó salir a buscar un reemplazo, que debo decir, fue terrible. Lo lógico fue intentar una empresa transnacional, supuestamente especializada en enseres de oficina. Para empezar, había que agarrar un ticket como si uno estuviera en la fila de carnes del supermercado. Sin importar a la hora que uno llegue siempre está lleno de gente esperando y las dependientas parecen haberse graduado de algún diplomado en paciencia y lentitud. Cuando te atienden, mil horas después, con todo el estrés del tiempo corriendo y la anticipación del gasto por venir, resulta que las muelas esas no saben utilizar la ventana de impresión del Autocad. O mejor dicho, saben hacerlo como aquellas personas que no recibieron un curso formal y tienen que ingeniárselas como sea. Lo peor es que cuando uno les explica cómo deben hacerlo- porque uno sí trae su plano configurado sólo para darle preview y print-, las tipas te discuten y se ponen malcriadas! Para colmo de males, prestarles una memoria usb es sinónimo de virus y eventual formateada. Lo único bueno de ese lugar es que el papel es bonito, ligeramente satinado, pero no es ni siquiera más barato que imprimir con un profesional.

Huyendo de las transnacionales decidimos probar un pequeño negocio que tiene una arquitecta que se viste súper guapa todo el tiempo. Allí hasta se tenía la posibilidad de seguir trabajando en los últimos planos mientras iban saliendo los primeros. La pobre señora tuvo que pasar su tarde y noche de un domingo aguantando a tres niñas estresadas que preparaban informes, discos y planos al mismo tiempo.

Pero ninguna impresora de negocio se compara con aquellas de los trabajos. Cuando yo me esperaba aquel aparato que casi podría picar piedras, resulta que la oficina gubernamental donde hice mi práctica tenía el plotter más lujoso que yo alguna vez haya visto. Tenía hasta una canastita para recibir los planos y evitar que cayeran al piso cuando se cortaban al terminar de imprimirse. Y luego está el plotter de mi actual oficina, una completa diva. Es grandote e intimidante, tiene un zumbido permanente y el chillido más irritante cuando algo sale mal, que es muy seguido. Usa papel en rollos para los planos en tamaño 60x90 pulgadas, que debe zafarse si es que uno quiere imprimir en formatos más pequeños porque si no uno termina sacando un dibujo pequeñito en una hoja gigantesca, como me sucedió muy seguido durante los primeros días. Tiene sus trucos: a veces, cuando se rehúsa por completo a trabajar hay que tratarlo con cariño, meneando sus cables, revisando sus conexiones y en casos extremos, desconectándolo por completo. A pesar de todo es muy educado, si se queda sin tinta en medio de una hoja te deja cambiarle uno de sus cartuchos individuales y luego continúa con ella como si nada. Ya aprendí el truco para imprimir en hojas grandes que ya han sido usadas previamente, para no desperdiciar tanto papel en las revisiones. En fin, él y yo nos llevamos bien.

Sin embargo, para los trabajos en tamaño carta que pueden salir en baja calidad en un departamento contiguo tienen una impresora/fotocopiadora un poco menos especializada. Esa la usa todo mundo y generalmente es muy cotizada. En cualquier momento se escuchan los gritos de “dejen de imprimir por favor!”. Es súper rápida: entre el momento en que uno da print hasta que llega a ella la página está lista, y es lo único realmente democrático que he conocido en el mundo ya que imprime en el verdadero orden de llegada, no conoce nada de privilegios. Pero hoy llegaron a configurarla de manera que cada persona tenga su usuario, y que cada vez que quieras imprimir desde tu máquina tienes que levantarte a poner tu clave y allí elegir en la touch screen (!) aquellos archivos en tu lista de espera. Ver al muchacho que tenía que entrenarnos a todos era digno de ser filmado; el pobre tuvo que conocer en un día todo aquello a lo que yo he podido acostumbrarme en estas semanas: a la arquitecta que nunca está disponible y que cuando está presente no deja de hablar por celular, a mi compañera y su computadora a la cual no le sirve el cd-rom, a mi compañero sin computadora de la oficina y que tiene que usar la propia… En fin, el cambio es supuestamente para rastrear los gastos de tinta y papel de manera individual, y se escucha bien en teoría, hasta que yo tenía que imprimir 35 hojas lo más rápido posible y había como 4 personas esperando usar el pinche aparato, antes que yo. Eso se miraba fatal, especialmente porque yo creía que se tenían que elegir los archivos de manera individual, y hasta la impresora más rápida se pone temperamental con 35 archivos pendientes. Estaba en pleno baile con aquellos que también tenían cosas que imprimir, hasta que una muchacha muy amable me explicó como mandar todas las páginas de un solo. Y pude respirar en paz. No hay nada como domesticar a la tecnología.

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