25 February 2011

Hispania!

Estoy exhausta después de una noche entera de viaje, en mi cuarto con las maletas a medio desempacar, en un profundo estado de negación pero con la adrenalina todavía corriendo por mis venas; es la emoción de haber estado en Barcelona. Es una ciudad impresionante, increíble, con el atractivo adicional que es el paraíso de los arquitectos. Es la ciudad para nosotros: no sólo somos los herederos del creador de las principales atracciones turísticas, sino que podemos ceder a nuestros impulsos geeks para ver todo tipo de edificios, puentes y obras y no seremos rechazados como raros; por una vez somos cool, somos los amos y señores de esa ciudad, sólo hay que saber que Gaudí está enterrado en la cripta de la Sagrada Familia, cuando normalmente son las reliquias de los santos que se entierran en los templos. Cada esquina es un festín visual, es un jeopardy arquitectónico ininterrumpido tratar de distinguir el art-deco del modernista, del contemporáneo, del más antiguo, y todavía no salgo de mi asombro de haber encontrado un “graffiti” del modulor de Le Corbusier en una pared!

Nuestra comitiva compuesta por Pamela, Esther y dos amigas del máster de Pamela salió el sábado por la mañana en dirección a Toulouse, pero TBC (el sistema de transporte público de Bordeaux) nos dio una buena despedida, haciéndonos llegar literalmente dos minutos antes de la salida del tren debido al incumplimiento de sus horarios de bus. En Toulouse estuvimos unas cuantas horas antes de tomar el bus de Eurolines para Barcelona, ahorrándonos unos cuantos pesos con respecto a si nos hubiéramos ido directamente de Bordeaux. Dinero que nos fue muy útil ya que Deysi que había visitado previamente la ciudad me lo había advertido: todo es extremadamente caro. Las entradas a los edificios importantes son de unos precios que ni en París había visto y a diferencia de Francia no hay pases gratuitos para menores de 25 años, residentes de la Unión Europea o estudiantes. También Herminio estaría aliviado de saber que no es algo hondureño la mala atención al cliente, es una herencia ibérica. En la mayoría de los lugares a los que fuimos a comer la atención fue más que deficiente, pero es que en realidad ese es un sitio para el disfrute visual más que gastronómico. Nos quedamos en el Hostal Studio, al final de la línea 6 del metro, un albergue para jóvenes que reivindicó el concepto después de su mala reputación adquirida en París. Nos quedamos con Esther en un cuarto para tres personas con nuestro propio baño, donde las primeras dos noches se hospedó junto con nosotras un piloto madrileño que estaba en la ciudad para hacer un examen que le permitiría trabajar en una aerolínea de vuelos baratos. El hecho hubiera pasado desapercibido si no fuera porque el tipo creyó que Esther y yo habíamos dormido juntas realizando algún tipo de fantasía suya porque aparentemente yo me muevo demasiado mientras duermo. Pero el resto de la semana estuvimos solas y tranquilas. El albergue nos daba el desayuno, teníamos acceso gratuito a computadoras con internet y en el comedor teníamos la tele con cable donde podíamos ver series americanas con acento español en esas noches en la que nuestros cuerpos eran incapaces de seguir caminando.

Por supuesto, vimos obras de Gaudí hasta la saciedad pero desgraciadamente no las pudimos ver todas. Estuvimos en el Parque Güell, en la Pedrera, la casa Batló y por supuesto en la Sagrada Familia para la cual tuvimos que desistir más de una vez porque la fila daba la vuelta a la cuadra. La mañana siguiente aprendimos la lección y llegamos unos minutos antes del horario de apertura del templo; la fila era menos larga, pero se movía rápido. Nos subimos por el elevador de una de las torres, una experiencia no tan impresionante después de haber visto la ciudad desde arriba desde diferentes puntos. Nos arrepentimos de no haber invertido el dinero en la guía auditiva. Pero el edificio habla por sí mismo: es abrumador y es hermoso. Lo complementan una muestra de dibujos, planos y hasta un video sobre la historia de la obra. No hay forma de irse de Barcelona sin saber quién era Gaudí, cuál fue su importancia para la ciudad y haber aprendido algo de su vida, principales trabajos y características arquitectónicas. La arquitectura deja de ser para iniciados, eruditos y snobs y se convierte en accesible e interesante para todo el mundo, es algo genial. Despierta el interés por otras cosas y es por eso que no me costó mucho convencer a mis amigas a que fuéramos a ver el puente Bach de Roda y la Torre de telecomunicaciones de Calatrava. Qué diferente fue verlos después de años de acostumbrarme a las imágenes de los libros donde aparecen aislados de la gente, de otros edificios y de la vida en general. Además, la Torre sirvió como el último empujón para conocer Montjuic ya que la visitamos el último día, cuando sólo un verdadero amor por el arte y masoquismo corporal nos hicieron resistir la turisteada. Porque quiero creer que es el turismo el agotador y no mi deplorable condición física luego de 6 meses de no hacer ejercicio, o aún peor, mi edad.

Los museos que vimos estuvieron muy interesantes también. Aparte de la muestra de maquetas de Gaudí en la Pedrera fuimos al Museo Picasso donde, a causa de cambio de exposición, sólo eran accesibles las obras de su período azul, su período rosa, algunas cerámicas y sus reinterpretaciones de las Meninas de Velásquez, estas últimas me fascinaron. El Museo del Chocolate fue todo un éxito también y es una potencialmente exportable: una muestra corta, bien hecha, entretenida, universalmente interesante y con un ticket que es una barra de chocolate realmente no hay forma de arruinar este concepto.

Las caminatas espontáneas produjeron interesantes resultados, dos de ellos mercados, el de San José y el de Santa Caterina. De por sí son constructivamente estimulantes pero además verme rodeada por tanta charcutería española como antes sólo había visto en bolsitas delgadas en Supermercados La Colonia o en Price Smart me hizo sentir un poco como si hubiera muerto después de haberme portado bien en vida. Pasamos por la Plaza de Toros y por alguna razón parecía que la Torre Agbar de Jean Nouvel nos seguía por todas partes. Siento mucho aprecio por Nouvel, siendo de Gironde y todo, pero la forma de ese edificio no deja de perturbarme. Y después de darnos una pasada por una sex shop en las Ramblas creo que me parece aún peor.

No dejaba de sorprenderme la cantidad de jardines, parques y plazas que hay en Barcelona, que con la ventaja adicional del buen clima que estaba haciendo hacían muy agradables las caminatas. Pero dejar de caminar también tenía sus puntos positivos: el metro de la ciudad es mucho más nuevo, limpio y manejable que el de París.

Por supuesto, teníamos que ir de tiendas, aunque sea a ver lo que había quedado de los descuentos que todavía tienen unos días más en España. Parece increíble pero vimos nuestro primer Zara hasta al tercer o cuarto día de estar allá, yo creía que iban a ser tan frecuentes como los negocios de comida rápida. Y a pesar de que sí, es el “Charly de España”, como le dijo Estéfano, no podíamos evitar ir a gastar aunque sea 6 euros en un suéter estilo aviador. Y que alguien me felicite porque reprimí mis ganas de seguir comprando abrigos: encontré uno en Mango a 100 euros, evidentemente fuera de mi presupuesto, pero tampoco compré uno ligeramente más accesible y muy parecido a 40 euros. ¿Por qué este tipo de buenos comportamientos no son recompensados adecuadamente??? ¿Dónde está el karma inverso? Supongo que mi recompensa es haber venido a hacer cuentas y darme cuenta que puedo resistir lo que queda del mes sin tener que dejar de ir al supermercado, pero a duras penas.

Hablando de Estéfano, fue nuestro guía en una jornada de escapada a Tarragona, una excelente oportunidad para recordar mis cursos sobre el arte de la España visigoda. Salir de las multitudes de la ciudad y estar tan cerca de la playa realmente se sintió como vacaciones. Además, allá el sol sí calienta de verdad, no como en Bordeaux que todavía se siente puramente decorativo. Además, dicen que estuvo lloviendo toda la semana por lo que no me da lástima haberme ido.

En fin, España estuvo increíble y me muero por regresar. La Alhambra, el Guggenheim… todavía hay llamadas en espera de respuesta. Y sí, me veo aprendiendo catalán, sería como la cúspide de esos cursos de italiano, mezclados con francés y castellano. Algún día, algún día… Por mientras, no estoy lista para terminar de desempacar y hacer como si nada ha pasado. Dejaré que el desorden me recuerde un poco más que estuve por allá.

1 comment

  1. Marce, queremos fotos! queremos fotos! :D Yo voy en abril, al fin! Dame tips en cuanto podas! jajaja

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