Anthony Bourdain


Pensé mucho en Anthony Bourdain durante el primer confinamiento del año pasado, cuando mi única salida de la semana era para ir al supermercado y el resto del tiempo lo pasaba en mi apartamento de 25 m2. Muchas personas aprovecharon el encierro para experimentar en la cocina, hornear su propio pan o preparar platos más elaborados que de costumbre. A mí me pasó todo lo contrario, perdí todo el gusto por cocinar.


En tiempo normal, tengo un sistema bien estructurado con respecto a la comida. Cada semana hago un menú de lo que voy a comer en los días siguientes, siguiendo recetas de libros y de blogs de cocina que sigo regularmente, lo que me da la lista de ingredientes que me toca comprar en el supermercado. Generalmente los domingos cocino la mayoría de los platos de la semana, de manera a no hacer gran cosa de lunes a viernes después del trabajo. Así puedo llevar mi almuerzo a la oficina y me permito comer afuera los viernes, además del sábado por la noche. Continué con el sistema durante el confinamiento, pero perdí la motivación de andar buscando recetas. Los viernes y sábados terminaba cocinando cualquier cosa que no necesitara una gran preparación, porque por mucho que me encantaba mi barrio en París, no tenía buenos restaurantes a menos de un kilómetro, que era el radio permitido para salir. Así que trataba de motivarme viendo programas de comida/cocina en modo maratón que empezaba los viernes por la noche.


El primer programa que vi fue “Ugly Delicious” de David Chang. Cuando lo empecé, no tenía ni idea de quién era y el año anterior había intentado ver este programa, pero el tipo me pareció tan antipático que, a pesar de que era un episodio sobre tacos, desistí a la mitad. Que haya decidido darle una segunda oportunidad solo muestra lo desolado que está el panorama culinario de la televisión sin Bourdain. Tal vez es como en el amor, que supuestamente uno se enamora de la persona con la que se pasa más tiempo, porque episodio tras episodio, Chang terminó cayéndome bien. Hasta me dio lástima que solo hubiera dos temporadas. En vez de hacer episodios según un lugar específico, Chang los hace temáticos, según un tipo de plato o de técnica. Así fue como aprendí que los tacos al pastor descienden directamente de los kebabs libaneses. Es que las cosas más obvias se esconden a la luz del día.


Fue por David Chang que me acordé que Padma Lakshmi existía. No recuerdo cómo supe que tenía un programa en el que recorría los Estados Unidos para mostrar la comida traída por pueblos inmigrantes, pero yo tenía mis reservas sobre ella. Hasta entonces, yo creía que Lakshmi era simplemente la presentadora no muy amigable del Top Chef gringo y la ex esposa de Salman Rushdie. Afortunadamente, vi el programa y descubrí a esa mujer increíble. “Taste the Nation” es muy personal para Lakshmi, que empieza cada episodio recordando que ella llegó muy joven a los Estados Unidos proveniente de la India. Pero el programa tiene también implicaciones e intenciones muy políticas, denunciando el racismo del presidente americano de aquel entonces y subrayando en pleno año electoral que ese país no es nada sin las culturas ni la mano de obra del extranjero. De hecho, Lakshmi toma el toro por los cuernos desde el primer episodio yendo a la frontera entre México y los Estados Unidos. Pero son los otros episodios que fueron una revelación para mí porque mostraban comidas que todo mundo da por sentado como el chop suey, pero desde el punto de vista de comunidades que viven en los Estados adaptando sus raíces a ese nuevo entorno. Nunca me hubiera imaginado que en Milwaukee se honraba tanto la herencia alemana, o que en Paterson, New Jersey, habían tantos peruanos. Aunque mi episodio favorito fue definitivamente el de Nueva York, donde Lakshmi va a supermercados indios, presenta a su mamá y habla de su historia. Ahora pueden considerarme una fan incondicional de Padma.


Pasé un fin de semana viendo “Nadiya’s Time to Eat”, el programa en netflix de una de las ganadoras de la versión británica de “Great British Bake Off”, Nadiya Hussain. Recordaba muy bien la temporada en que ella participó y me pareció increíble ver cómo había cambiado desde entonces. Cuando era una participante en el concurso, Nadiya se vestía completamente de negro, no era muy amable, pero hacía recetas muy interesantes, usando siempre combinaciones atrevidas de especies. En este programa, Nadiya está siempre de buen humor en su cocina colorida en el campo inglés donde nunca llueve y hace platos que se ven fáciles y muy ricos. Sin embargo, no me convenció que en cada episodio visitara a una persona, que generalmente no tenía tiempo para cocinar porque trabajaba mucho, para enseñarle una receta, como si fuera posible cambiar las injusticias estructurales de la sociedad con un simple quiche. Tampoco me pareció muy relevante que fuera a visitar fábricas de productos transformados para mostrar de dónde viene la comida que deberíamos dejar de consumir. Pero el acabose fue que usara productos enlatados en sus recetas. Que alguien llame de urgencia a Jamie Oliver por favor. Aun así, le estoy dando una oportunidad a su nueva serie “Nadiya Bakes”, porque tengo la esperanza que sea mejor en su área de especialidad, la repostería, y por los tres episodios que he visto, parece que mi intuición es correcta. 


También hacía maratones de los videos de Claire Saffitz en el canal youtube de “Bon Appetit”, que ya he mencionado previamente. Tengo que decir que ningún otro de los presentadores logró cautivarme como ella, con la excepción de Ricky Martínez a quien le debo finalmente haber aprendido a hacer pupusas. Irónicamente, “Bon Appetit” se vio envuelto en un escándalo en el que su editor tuvo que renunciar cuando salieron a la luz fotos antiguas de él disfrazado de puertorriqueño y cuando se demostró que solo les pagaba a los presentadores blancos por hacer videos y no a los BIPOC. Unsuscribe directo.


No puedo hacer un post sobre programas de comida sin dar una mención honorífica a mi preferido desde hace varios años, “Très Très Bon”. Es un programa francés que pasan en un canal sobre la vida en París, así que se sitúa en la cúspide del esnobismo. Su concepto es que un crítico, que por muchos años no se mostraba frente a la cámara, visita mercaditos especializados y restaurantes de lujo junto con invitados para probar sus productos o platillos y darles una nota que va desde “no muy bueno” hasta “muy muy bueno”. En otros segmentos, son presentadoras que prueban restaurantes de “street food”, o lo más cercano a esa categoría que se puede encontrar en Francia, reposterías, y hasta restaurantes con tendencias ecológicas y hoteles de lujo. Obviamente, la mayoría de los lugares que visitan están en París, aunque a veces hacen excursiones en otras ciudades de Francia y hasta en otros países. Pero incluso antes de vivir en esa ciudad me encantaba ver su variedad de restaurantes, aprender sobre los diferentes criterios para juzgar una comida y ver cómo muchos de los restaurantes más caros resultan no ser tan buenos en realidad. Mi segmento favorito es, sin ninguna sorpresa, el de street food, presentado por Mina Soundiram, la chava que me parece la más cool y elegante de mi generación y no solo porque compartimos una pasión extrema por las hamburguesas.


Todo esto para decir que Anthony Bourdain me hace mucha falta. Trato desesperadamente de buscarlo en los nuevos presentadores y en todo tipo de programas, pero estoy consciente de que Bourdain era único e irremplazable. Aun así, se seguirán produciendo más programas de comida y los seguiré viendo. Después de todo, ¿acaso no somos la generación que tiene que seguir haciendo las cosas, aunque sepamos que todo está perdido de antemano?




I thought a lot about Anthony Bourdain during last year’s first lockdown, when my only outing of the week was to go to the supermarket and I spent the rest of the time in my 25 m2 apartment. A lot of people took advantage of sheltering to experiment in the kitchen, to bake their own bread or to prepare more elaborate meals than usual. For me it was the opposite, I lost all desire to cook.


In normal times, I have a very structured system when it comes to food. Each week I do a menu of what I will eat in the next days, based on books and cooking blogs I follow regularly, which gives me the list of ingredients I have to buy at the supermarket. It is generally on Sundays that I cook most of the meals of the week, so as to do as little as possible from Monday to Friday after work. This allows me to bring lunch to the office and I give myself permission to eat outside on Fridays and on Saturday evening. I continued with the system during lockdown, but I lost the motivation to look up recipes. On Fridays and Saturdays, I ended up cooking anything that did not necessitate considerable preparation because, even though I really liked my neighborhood in Paris, I did not have good restaurants in a 1 km radius, which was our permitted area. So, I tried to motivate myself by watching cooking/food shows in marathons that I started on Friday evening.  


The first show I watched was “Ugly Delicious” by David Chang. When I started, I had no idea who he was and the previous year I had attempted to watch this show, but I found the guy to be so unfriendly that, despite the fact that the episode discussed tacos, I left it halfway. That I decided to give it a second chance only demonstrates how desolate the TV culinary landscape is without Bourdain. Maybe it is just like love, in that you supposedly fall in love with the person you spend the most time with, because episode after episode, I ended up liking Chang. I was even sad that the show only had two seasons. Instead of doing episodes based on a specific place, Chang adopts a thematic approach, based on a specific type of dish or technique. That is how I learned that tacos al pastor are direct descendants from Lebanese kebabs. The most obvious things really do hide in plain sight.


It was thanks to David Chang that I remembered that Padma Lakshmi existed. I do not know how I learned that she had a show in which she traveled across the USA to show the food brought by immigrant populations, but I had some reservations on her. Up until then, I thought that Lakshmi was just the cold US Top Chef host and Salman Rushdie’s ex-wife. Luckily, I watched the show and discovered this amazing woman. “Taste the Nation” is very personal for Lakshmi, who starts each episode by reminding everyone that she came to the US from India when she was very young. But the show has also very political implications and intentions, by denouncing the racism of the American president at the time and highlighting, in the middle of an election year, that this country is nothing without the cultures or the workforce coming from abroad. In fact, Lakshmi grabs the bull by the horns right in the first episode by going to the US-Mexico border. But it is the other episodes that were a revelation to me because they showed meals that everyone takes for granted, like chop suey for example, but from the point of view of the communities that live in the US and adapt their roots in this new environment. I had no idea that Milwaukee honored so much the German culture, or that in Paterson, New Jersey, there were so many Peruvians. But my favorite episode was definitely the one in New York, in which Lakshmi goes to an Indian supermarket, introduces her mother and tells their story. You can now count me among Padma’s unconditional fans.


I spent a weekend watching “Nadiya’s Time to Eat”, the netflix show hosted by winner of “The Great British Bake Off”, Nadiya Hussain. I remembered very well the season she participated in and was really surprised by how much she had changed since then. When she was a contestant in the baking competition, Nadiya wore only black, she was not very nice, but her recipes were very interesting because she always used daring spice combinations. In this show, Nadiya is always in a good mood in her colorful kitchen on the English countryside where it never rains and prepares meals that look easy and tasty. However, I was not convinced by the segment in each episode in which she visited someone, who generally had no time to cook because they worked too much, to teach them a recipe, as if it is possible to change the structural injustices of the world with a simple quiche. I also did not find relevant the visits to factories of transformed products intended to show where the food we should stop eating comes from. But the worst of it all is that she uses canned foods. Someone needs to call Jamie Oliver ASAP. Yet, I am giving a chance to her new show “Nadiya Bakes”, hoping that she is better in her domain, baking, and based on the three episodes I have seen so far, it seems that my intuition was right.


I also watched marathons of Claire Saffitz’s videos in the “Bon Appetit” youtube channel, which I have mentioned before. I must say that no other host managed to captivate me like her, except Ricky Martínez whom I can thank for finally learning to make pupusas. Ironically, “Bon Appetit” was involved in a scandal in which its editor had to step down when old pictures of him dressed as a Porto Rican surfaced and when it was demonstrated that he only paid white hosts for their video appearances and not the BIPOC ones. Unsuscribe directly.


I cannot make a post on food shows without giving an honorary mention to my favorite for many years now, “Très Très Bon”. It is a French show broadcasted on a channel devoted to life in Paris, so it belongs to the cusp of snobbery. Its concept is that a critic, whom for many years did not appear in front of the camera, goes to specialty grocery shops and upscale restaurants with guests to taste their products or meals and rate them in a scale from “not very good” to “very very good”. On other segments, other hosts taste “street food” restaurants, or the closest you can find to this category in France, bakeries, and even restaurants with sustainable practices or luxury hotels. Obviously, most of the places they visit are in Paris, although they sometimes do excursions to other cities in France and even in other countries. But even before I lived in this city I loved watching its variety of restaurants, learning on the different criteria to judge a meal and seeing how many of the most expensive restaurants were not actually that very good. My favorite segment is, unsurprisingly, the street food one, hosted by Mina Soundiram, the girl I believe to be the coolest and most elegant of my generation and not only because we share an extreme passion for burgers.


All of this to say that I miss Anthony Bourdain very much. I try desperately to look for him in the new hosts and in all sorts of shows, but I am aware that Bourdain was unique and irreplaceable. Even still, there will always be new food shows and I will continue watching them. After all, are we not the generation that has to continue doing things, even though we know that everything is lost beforehand?







Bourdain picture: Martin Schoeller

 

Plants

No creo que mi amiga Paula se imaginaba el impacto que iba a tener cuando un día me mandó un mensajito sugiriéndome que fuera a una venta efímera de plantas que iba a tener lugar en Lyon en los días siguientes. Le hice caso, invité a una amiga, convencí a Jacques que viniera también y mi vida cambió por completo.


Llegamos temprano el sábado por la mañana porque Paula me había advertido que llegaba mucha gente a estos eventos. Pero no me esperaba la fila que rodeaba toda la cuadra, digna de una discoteca a la moda. Nos tocó esperar afuera más de una hora y efectivamente, el lugar estaba repleto. Rápidamente entendí por qué: había muchas especies de plantas y la mayoría muy baratas. Yo no sabía nada de plantas en aquella época, así que me traje las que me parecían más bonitas, unos cactus que creía iban a durar para toda la eternidad y una menta y una albahaca para poder cocinar.


Fue allí donde empezó mi obsesión. Para saber cómo las tenía que regar, comencé a investigar sobre los nombres de las plantas, sus orígenes y cuidados. Y poco a poco me di cuenta que estaba lejos de ser la única interesada en las plantas, esto es un verdadero fenómeno generacional. Alquilé libros en la biblioteca municipal: guías de horticultura, libros de decoración interior con plantas y relatos sobre su evolución, su inteligencia y hasta cómo comunican. El libro “Urban Jungle” me hizo descubrir la cuenta instagram “Urban Jungle Bloggers”, que me llevó a Summer Rayne Oakes y su espléndida cuenta de youtube. Summer Rayne tiene más o menos mi edad, se graduó de estudios ambientales en Cornell y tiene su casa en Brooklyn llena de más de mil plantas. Le han hecho varios artículos y reportajes en la prensa y desde hace unos años hace videos sobre cómo cuidar plantas en interiores según las diferentes especies y también hace visitas de jardines botánicos y de viveros. Es tanto metódica y científica, dando por ejemplo los nombres en latín de las plantas, como también carismática.


Summer Rayne promueve los “plant swaps”, eventos para intercambiar plantas, y buscándolos en Francia encontré páginas locales de facebook. Después dar mis primeros pininos en propagación pude intercambiar algunos esquejes. Los fines de semana iba a correr escuchando el podcast “On the Ledge” de Jane Perrone, que discute de una especie por episodio. Instalé cortinas en el apartamento, que abría o cerraba según las necesidades de las plantas a lo largo del día.


Empecé con unas cuantas plantas, pero seguí yendo a otras ventas efímeras, así como a tiendas especializadas de plantas más difíciles de conseguir. Empezaron ocupando un rincón en el salón y poco a poco fueron colonizando la cocina y el cuarto. Las observaba minuciosamente para ver si un espacio les resultaba mejor que otros. Obviamente intenté hacer germinar semillas de aguacate y milagrosamente lo logré, resultando en dos plantas grandes y muy bonitas que me recuerdan mi país. Al principio les ponía nombre a las plantas, pero después tenía demasiadas como para acordarme.


Una de mis primeras adquisiciones fue una Ficus elastica que empezó con tres hojitas. En Lyon creció un poco, pero cuando me mudé a París se convirtió en un verdadero árbol, seguramente porque le encantaba el sol directo de la mañana desde mi ventanal orientado al este y sin cortinas. De esa primera compra obtuve también la Maranta leuconera, una de mis favoritas no solo por sus colores, sino porque se abría y se cerraba con el pasar del día. No tenía ni idea que había plantas que hacían eso.


Me regalé de cumpleaños una preciosa Calathea orbifolia, que la pasó muy mal cuando la dividí porque estaba creciendo demasiado. Una de las divisiones no pudo sobrevivir después de meses de agonía. Tuve más suerte al dividir mi Pilea peperomioides, así que tenía la planta madre que crecía de forma muy extraña y que tenía que sostener con dos palitos chinos, pero sus hijas estaban creciendo bien.


Jacques me regaló una Peperomia piccolo banda, que logré reproducir y hasta intercambiar, aunque se me rebeló cuando le cambié macetera. Mejor la hubiera dejado donde estaba. Su mamá le había comprado una Spathiphyllum cuando se mudó a Lyon y era una planta verdaderamente resistente. Por años la regamos un poco al azar y no entiendo cómo sobrevivió cuando la dejamos por nueve meses con un amigo que fijo no le paró bola en todo ese tiempo. Cuando se volvió gigante la separé y las dos florecieron.


Tenía una hermosa Draceana marginata con unas hojas verdes brillantes. Me encantaba decirle a todo el mundo que mi Dieffenbachia maculata es extremadamente venenosa. Te puede dejar ciego si la savia te toca los ojos o mudo si te la llevás a la boca. Todavía me acuerdo de mi felicidad cuando al fin conseguí mi Monstera deliciosa gracias a un intercambio en mi cuadra. Corrí el mismo día a conseguirle un poste y crecía tan bien, dándome hojas con fenestraciones. Me encantaba levantarme en las mañanas para ver mi linda Oxalis triangularis recibir el sol con sus hojas abiertas, que se cerraban al llegar la noche. Y me daba mucha risa cuando me levantaba tarde, pero ella estaba abierta aunque el cuarto estuviera oscuro todavía, como si me dijera que el día no esperaba a nadie.


Tenía una Aloe vera que supuestamente no se tiene que regar en invierno y se me deshidrató, pero por suerte solo perdió unas cuantas ramitas. Cuando la dejé estaba creciéndole un retoño que me moría por ver crecer para separarlo en su propia macetera. Mi suegra me regaló unos esquejes de Tradescantia zebrina que a ella le crecían de forma frondosa y a mí se me estiraron de forma muy poco estética. Me compré una Tradescantia spathacea que se alargó demasiado y le corté la parte superior que volví a plantar, pero volvió a alargarse. La estrella de la casa era nuestra Dionea muscipula, nuestra planta carnívora que llamamos “Michonne” como el personaje de Walking Dead. Tuve que leer un libro para cuidarla y estaba preparada psicológicamente para que no sobreviviera, porque supuestamente son muy difíciles de cuidar en especial para principiantes. Pero le conseguimos su macetera de plástico, su turba de esfagno, le teníamos una reserva de agua desmineralizada y siempre estaba en el sol directo. No solo sobrevivió, sino que crecía muy bien. Me dolió tanto separarme de ella.


Tuve menos suerte con los cactus. Se me murieron varios, incluso un gordito peludo que me encantaba. Pero es que descubrí que mi amor puede ser sofocante y ellos no soportan el riego excesivo que eso conlleva. Mi albahaca y mi menta se infestaron de insectos y los boté por miedo a que me contaminaran las demás. Por suerte no volví a tener más accidentes de ese tipo. Nunca más de la vida me vuelvo a comprar suculentas. Tenía una Echeveria que no le gustaba el sol directo, pero se me estiró y se miraba horrible. Tenía hasta ganas de botarla al final.


Mis hermosas plantas, mis bebés como las llamaba. Me las traje a París desde Lyon, aunque ocuparon la mitad del camión. Me ayudaron a sobrellevar la búsqueda de empleo y los confinamientos. Me enseñaron mucho sobre sobrevivir a los cambios, sobre adaptarme a un entorno, pero también sobre reclamar mejores condiciones cuando es necesario. Me hicieron darme cuenta que necesitaba cuidar de algo vivo por mi propia salud mental. Las saludaba al llegar al apartamento y me alegraba estar en mi casa para estar con ellas. A veces me parecía una lata regarlas, pero otras veces era lo más cercano que tenía a la meditación. Cuando me vine a los Estados las tuve que llevar a la casa de mi suegro a Bretaña. Ahora no me atrevo a preguntar cómo están porque yo sé que nadie las conoce, ni las puede cuidar o querer como yo lo hice. Y aquí no puedo tener plantas porque tenemos alfombra y porque solo vamos a estar diez meses. Pinche país estéril.


Plants

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I do not think that my friend Paula had imagined the impact that she was going to have on me when one day she sent me a text message suggesting that I go to a plant pop-up store that was going to open in Lyon in the following days. I listened to her, invited a friend, convinced Jacques to come too and my life changed completely.


We arrived early on Saturday morning, since Paula had warned me that a lot of people came to these events. But I certainly did not expect a queue around the entire block, worthy of a hip nightclub. We had to wait outside for more than an hour and, indeed, the place was packed. I quickly understood why: there were many species of plants and most of them very cheap. I did not know anything about plants at the time, so I brought the ones I found the cutest, some cacti I believed were going to last forever and a mint and a basil to cook.


That is how my obsession started. To know how I should water them, I started doing some research on the names of the plants, their origins and their care. And little by little I realized that by far I was not the only one interested in plants: this is a true generational phenomenon. I rented books in the municipal library: horticulture guides, books on interior decoration with plants, and books on their evolution, their intelligence and even on how they communicate. The book “Urban Jungle” made me discover the “Urban Jungle Bloggers” instagram account, which brought me to Summer Rayne Oakes and her splendid youtube account. Summer has more or less my age, graduated from environmental studies in Cornell and has her house in Brooklyn filled with more than a thousand plants. There are many press articles and news segments on her and for a few years now she has been making videos on how to take care of the different species of houseplants and on guided tours of botanical gardens and plant nurseries. She is as methodical and scientific, for instance by giving the plants’ names in Latin, as she is charismatic.


Summer Rayne promotes “plant swaps”, events to exchange plants, and looking for them in France I found local facebook pages. After making my first steps on propagation I exchanged some cuttings. On the weekends, I went running while listening to the podcast “On the Ledge” by Jane Perrone, who discusses a single specie per episode. I installed curtains in the apartment, which I opened or closed depending on the plants’ needs throughout the day.


I started with a few plants, but I kept going to other ephemeral sales, as well as to specialized stores that had plants that were more difficult to obtain. They started occupying a small corner in the living room and they soon started colonizing the kitchen and the bedroom. I observed them meticulously to see if one room suited them better than another. Obviously, I attempted to germinate avocado seeds and miraculously I succeeded, resulting in two big and very nice plants that remind me of my home country. At first, I named my plants, but then they became too numerous to remember their names.


One of my first acquisitions was a Ficus elastica that started with a mere three leaves. In Lyon it grew a little, but when I moved to Paris it became a veritable tree, surely because it loved the direct sunlight from the morning in my large window oriented to the east and with no curtains. From that same first sale I also got my Maranta leuconera, one of my favorites, not only because of its colors, but also because it opened and closed as the day went by. I had no idea that there were plants capable of that.


For my birthday, I gave myself a beautiful Calathea orbifolia, which had a hard time adjusting after I divided it because it was growing too much. One of the divisions did not survive after months of agony. I had better luck when dividing my Pilea peperomioides, so I had the mother plant, which grew in a very strange manner to the point that I had to hang it with chopsticks, but its daughters were growing up quite nicely.


Jacques gave me a Peperomia piccolo banda, which I managed to propagate and exchange, even though it became quite angry when I changed its pot. I should have left her in her nursery one. His mother had bought him a Spathyphyllum when he moved to Lyon and it was a very resistant plant. For years we watered it with no system whatsoever and I do not understand how it survived when we left it with a friend for nine months, whom we are sure did not paid any attention to it that entire time. When it became gigantic, I divided it and both divisions flowered.


I had a beautiful Draceana marginata with the lushest green leaves. I loved telling people that my Dieffenbachia maculata was extremely poisonous. It can leave you blind if the sap touches your eyes and mute if it touches your mouth. I still remember how happy I was when I got my Monstera deliciosa in an exchange in my neighborhood. The same day I ran to buy a pole for it and it was growing nicely, giving me fenestrated leaves. I loved waking up in the morning to see my beautiful Oxalis triangularis greet the sun with its open leaves, which closed at night. And it was so funny when I woke up late, but its leaves were open even though the room was still dark, as if it was telling me that the day waits for no one.


I had an Aloe vera that I was not supposed to water during the winter and got dehydrated, but luckily, it only lost a few branches. When I left it, it had a pup growing up, which I was dying to see grow up to put it in its own pot. My mother-in-law gave me cuttings of her Tradescantia zebrina, which grew so well for her, but they ended up elongated in a very un-aesthetic manner for me. I bought a Tradescantia spathacea that also elongated, so I cut its top and planted it again, but it elongated once more. The star of our house was our Dionea muscipula, our carnivorous plant we called “Michonne”, like the character in the Walking Dead. I had to read a book to learn how to take care of it and I was psychologically prepared for it not to survive, as they are supposedly very difficult to take care for beginners. But we bought it a plastic pot, sphagnum, we had a reserve of distilled water and it was always in direct sunlight. Not only did it survive, but it grew very well. I had such a hard time leaving her.


I was less lucky with cacti. Many of them died, even a small fat and hairy one that I loved very much. But I discovered that my love can be suffocating and they cannot stand the excessive watering it entails. My basil and mint were infested with bugs and I threw them out fearing they would contaminate the rest. Thankfully I had no more accidents of the sort. I will never buy succulents again in my life. I had an Echeveria that did not like direct sunlight, but it ended up etiolated and looked horrible. I was thinking of getting rid of it in the end.


My beautiful plants, my babies as I used to call them. I brought them to Paris from Lyon, even though they occupied half of the moving truck. They helped me overcome the job search and the lockdowns. They taught me a lot about surviving change, about adapting to a new environment, but also about reclaiming better conditions when it is necessary. They made me realize that I needed to take care of another living being for my mental health. I greeted them whenever I came home and I was glad to stay in to be with them. Sometimes it was a drag to water them, but other times it was the closest I was to meditating. When I came to the States I had to take them to my father-in-law in Brittany. Now I do not dare asking how they are doing, because I know that nobody knows them, nor can take care of them or love them as much as I did. And here I cannot have plants because we have a rug and because we will only stay ten months. Such a sterile country.


Plants

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Stranger in the Woods

El tercero en mi serie de libros sobre personas que se internaron en el bosque para alejarse de la sociedad es “The Stranger in the Woods, The Extraordinary Story of the Last True Hermit”, del periodista Michael Finkel. El libro cuenta la historia de Christopher Knight, un hombre que abandonó todo para establecerse en un bosque en el estado de Maine en los Estados Unidos donde pasó 27 años completamente solo.


El relato empieza con una escena digna de una película de acción, en la que Knight se mete a robar comida a un campamento en plena madrugada. Solo que la policía local le sigue la pista y si hasta ahora Knight había logrado escaparse sin dejar ningún rastro, esa noche la suerte se le acaba. La policía lo captura, lo arresta y lo encarcela, terminando al fin el misterio detrás de múltiples robos cometidos en la localidad desde hace muchos años.


El ladrón ermitaño se había convertido en una leyenda/celebridad local, en el sentido que todo mundo sabía de su existencia o había sido víctima de sus sigilosos robos de provisiones, ropa, colchones, baterías, botellas de gas y hasta libros. Nadie nunca lo había visto, todos los intentos por atraparlo in fraganti habían fallado y los vecinos estaban más o menos traumatizados por ver algunas de sus cosas desaparecer aleatoriamente. En una época, algunas personas hasta dejaban comida o libros fuera de sus casas de manera a que el ermitaño las tomara y dejara de robar, sin ningún éxito.


La captura del ermitaño fue una hazaña, pero lo que más impactó a las autoridades, a los vecinos o a la prensa fue el hecho que Knight pudiera sobrevivir por 27 años los inclementes inviernos del bosque del norte de los Estados Unidos, no tan lejos de la frontera con Canadá, viviendo en una tienda de campaña y sin nunca encender un fuego, para no correr el riesgo que lo encontraran.


La noticia se volvió entonces muy popular y fue así como Michael Finkel, el autor del libro, supo de la existencia de Knight. Lo que más le intrigó al periodista fue que Knight pasara 27 años sin necesitar ningún tipo de interacción, desde el punto de vista logístico como emocional, con otro ser humano. Finkel le envió una carta a Knight a la cárcel y curiosamente, éste le respondió. Intercambiaron un poco por correspondencia, hasta que Finkel decidió ir a conocer al ermitaño en persona. Knight no estaba muy contento de recibirlo, pero aceptó discutir con él. Se vieron algunas veces y fue así como Finkel pudo tratar de reconstituir la historia del ermitaño.


El libro es un intento flagrante de recrear “Into the Wild” de Jon Krakauer, que de hecho Finkel cita como una fuente, al trazar el retrato detallado de un individuo que rechaza radicalmente la sociedad y de situarlo en un contexto histórico y filosófico. Pero Christopher Knight está lejos de tener las aspiraciones filosóficas o espirituales de Henry David Thoreau o de Christopher McCandless, ni las capacidades de supervivencia o los anhelos de una nueva sociedad de Eustace Conway. Christopher Knight no se internó en el bosque porque rechazaba la sociedad capitalista o porque quería entender lo esencial de la existencia. Knight no aspiraba a nada, no buscaba nada, simplemente quería vivir solo y tranquilo. Finkel incluso se pregunta si Knight no entra en el espectro autista y hasta consulta a varios especialistas que afirman que es muy probable, pero que sin diagnóstico oficial no se puede decir nada.  


Finkel hace un trabajo decente al comparar a Knight con ermitaños de varias religiones que eran considerados sabios. Y subraya que la mayoría de ellos no vivían totalmente aislados. Por el contrario, siempre necesitaban a alguien que los ayudara con aspectos de la vida diaria como la comida y recibían visitas de vez en cuando. Finkel se pregunta entonces si Knight puede ser considerado como un verdadero ermitaño porque, aunque no interactuaba con nadie, su aislamiento dependía completamente de su cercanía con la civilización. En efecto, Knight obtenía toda su comida, su ropa, su material y su entretenimiento robando a sus vecinos. Que era muy cuidadoso, que no robaba casas que estuvieran ocupadas, que no se llevaba artículos de mucho valor, cierto, Knight tenía un código ético. Pero si puedo entender que no estuviera impulsado por ningún anhelo intelectual, me cuesta aceptar que no fuera autosuficiente. Puedo entender el querer vivir en total autonomía, el buscar una alternativa a la vida basada en el trabajo cotidiano, pero no el aprovecharse de la gente sin dar nada a cambio.


Me sentí muy frustrada al terminar el libro. Knight me pareció antipático y vacío y el autor me pareció intrusivo al insistir en meterse en la vida de Knight y en preocuparse tanto por él. Pero mi opinión cambió un poco al pasar los días, en especial al ver cómo terminó el supuesto ermitaño, regresando a vivir con su mamá, obligado por un juez a trabajar para su hermano, yendo a reportarse semanalmente a la policía para asegurarse que no se iba a volver a escapar de nuevo. Es como si la sociedad lo hubiera castigado por intentar vivir según sus propias reglas y como si nos advirtiera a todos que no hay alternativa, que tenemos que vivir así. Pobre ermitaño y pobres nosotros también.   



The third in my series of books on people who went to live in the woods to escape society is “The Stranger in the Woods, The Extraordinary Story of the Last True Hermit” from journalist Michael Finkel. The book tells the story of Christopher Knight, a man who left everything to settle in a forest in the state of Maine in the US, where he spent 27 years completely alone.


The story begins with a scene worthy of an action movie, in which Knight breaks into a camping site in the middle of the night to steal food. Only the local police have been following him and until then Knight had managed to escape without leaving a trace, but that night his luck ran out. The police capture him, arrest him and put him in prison, finally ending the mystery behind the multiple burglaries that had been taking place in the community for years.


The hermit burglar had become a local legend/celebrity, in the sense that everyone knew he existed or had been a victim of his stealth burglaries of food, clothes, mattresses, batteries, gas bottles and even books. No one had seen him, all attempts to caught him had failed and the neighbors were more or less traumatized of seeing their stuff randomly disappear. At some point, many of them left food and books outside of their houses so that the hermit would take them and would not steal, but without any success.


Capturing the hermit was a feat in itself, but the authorities, the neighbors and the press were mostly shocked by the fact that Knight managed to live for 27 years the harsh winters of the northern forests of the United States, not far away from the Canadian border, by living inside a tent and by never turning on a fire, so as not to get caught.


The news became very popular and that is how Michael Finkel, the book’s author, learned about Knight. Finkel has intrigued mostly by Knight spending 27 years not needing any interaction whatsoever, be it logistical or emotional, with another human being. Finkel wrote a letter to Knight who was in jail and curiously, the latter answered. They exchanged a bit by correspondence, until Finkel decided to meet the hermit in person. Knight was not particularly happy to see him, but agreed to speak to him. They met a few times and that is how Finkel managed to trace the history of the hermit.


The book is a flagrant attempt to recreate “Into the Wild” by Jon Krakauer, whom Finkel cites as a source, by sketching the detailed portrait of an individual who radically rejects society and by placing him in a historical and philosophical context. However, Christopher Knight by no means has Henry David Thoreau’s or Christopher McCandless’ philosophical or spiritual aspirations, nor Eustace Conway’s survival skills nor his desire for a new society. Christopher Knight did not settle in the woods because he rejected capitalist society or because he wanted to understand the essence of existence. Actually, Knight did not aspire to anything, he was not looking for something, he just wanted to peacefully live by himself. Finkel even wonders if Knight does not fall into the autism spectrum and goes so far as to consult many specialists who claim that it is highly likely the case, but without an official diagnosis this cannot be confirmed.


Finkel does a decent work by comparing Knight to hermits from various religions who were considered wise. And he highlights that most of them did not live in total isolation. On the contrary, they always needed someone to help them with daily matters such as food and received visits from time to time. Finkel thus debates on whether Knight could be considered a true hermit because, even though he did not interact with anyone, his isolation depended entirely on his proximity to civilization. Indeed, Knight obtained all his food, clothes, material and entertainment by stealing from his neighbors. That he was very careful, that he did not steal from occupied houses, that he did not take objects that were too expensive, granted, Knight had an ethical code. But even though I can understand that Knight had no intellectual impulse, I find it hard to accept that he was not self-sufficient. I can understand wanting to live in total autonomy, searching for an alternative to life based on daily work, but I cannot condone taking advantage of people without giving something in return.


I felt very frustrated when I finished the book. I found Knight to be unpleasant and empty and I found the author quite intrusive as he attempted to meddle in Knight’s life and worried so much about him. But as the days went by I somewhat changed my mind, especially seeing as how the so-called hermit ended up, returning to live with his mother, forced by a judge to work for his brother, reporting every week to the police to make sure he was not going to escape once again. It is as if society was punishing him for trying to live according to his own rules and as if it was warning us all that there is no alternative, we must live like this. Poor hermit and poor us as well.


Mount Vernon

Cuando supe que íbamos a visitar la mansión del mismísimo George Washington en Mount Vernon, Virginia, me imaginaba que iba a visitar una casa bien gringa, pretenciosa, gigantesca y con decoraciones bien kitsch, solo que del siglo 18. En realidad, la casa es de solo dos pisos, sobria y hasta modesta, considerando que perteneció al primer presidente de los Estados Unidos. Pero es que hay que saber que el verdadero lujo es la propiedad en sí, con un área de 200 hectáreas, además de tener acceso directo y vista – ¡qué vista!! – sobre el río Potomac. 


Pueden agregar la visita guiada de la casa a la lista de cosas que ha arruinado el Covid. Teníamos un guía, pero por precaución, ni él ni los visitantes tenían permitido hablar dentro de la casa. Antes de entrar, nos explicó los principales detalles a los que teníamos que prestar atención, pero como tengo memoria de pájaro, se me olvidó todo cinco minutos después. No fue hasta que salimos que me acordé que Washington tenía la llave de la fortaleza de la Bastille de París y no me di cuenta. Recuerdo que una muchacha le estaba tomando foto a una cajita transparente encima de una puerta, pero en el momento pensé en que era muy extraño tomarles fotos a las lámparas. Encima de eso, no pudimos visitar el segundo piso, que es donde están los diez dormitorios, y recorrimos todo tan rápido que no disfruté mucho. Aunque sí le quiero dar una mención especial al museógrafo que decidió poner comidas de plástico en la cocina y en el comedor para darle vida al lugar. Pero pienso en todos los otros museos cerrados y supongo que peor es nada.


Lo bueno es que el resto de la visita se hace al exterior, en todo el resto de la propiedad. Se pueden ver las dependencias de la casa como la lavandería, las bodegas, los garajes y los establos. Al parecer, Washington se veía a sí mismo como un agricultor, antes que nada, y se puede ver entonces una reconstitución de los terrenos agrícolas de aquella época. También se pueden visitar las tumbas de Washington y de otros miembros de su familia.


Me sorprendió mucho ver que a lo largo de toda la visita se hace mucho hincapié en el hecho que Washington tuvo esclavos, en lugar de disimularlo o de esconderlo. Nos explicaron que escribió en su testamento que los dejaba libres, pero únicamente una vez que él y que su esposa fallecieran. Además, liberarlos significó que varias familias fueron separadas, ya que no todos los esclavos que trabajaban para él le pertenecían, por lo que algunos se tuvieron que quedar allí trabajando para sus herederos. La visita te explica las tareas difíciles que tenían que hacer los esclavos y te da un vistazo a sus condiciones de vida, como en la reconstitución de la pequeña cabaña en la que vivía una familia. En 1983, una asociación construyó un memorial en honor de todos los esclavos que trabajaron y fueron enterrados allí, sin que exista algún registro de cuántos y de quiénes fueron.  


El museo sobre la vida de Washington me pareció muy bien hecho y didáctico. Explica muy bien el contexto histórico, el humano detrás del símbolo y hasta las investigaciones que se continúan haciendo sobre él en nuestro tiempo, como tratar de averiguar las características físicas de Washington en diferentes etapas de su vida. Creo que no fue hasta esa visita que caí en cuenta de lo increíblemente joven que es este país y de cómo muchos de los valores que defiende actualmente como el libre mercado, la libertad del individuo – siempre y cuando este individuo la pueda pagar, obviamente – y la oposición a la centralización y a un gobierno fuerte y protector, vienen de esa época.


Y ni el mismo Washington pudo evitar que lo bajaran del pedestal, como lo hacen con todas las celebridades. ¿Era realmente necesario que nos pusieran una sección del museo completamente dedicada a los problemas dentales del pobre hombre? Si no fuera por este museo, nunca me hubiera enterado que Washington tenía dientes fatales, a pesar de ser muy escrupuloso con su higiene. Sufría de dolores terribles y trató todo tipo de tratamientos y de comidas suaves, pero no pudo evitar perder los dientes hasta que le tocó usar dentadura postiza. En el museo se ven varias de ellas, hechas de dientes humanos, de res, de caballo y hasta de marfil de hipopótamo y no de madera, como dicen los rumores. Yo solo espero que el día que le dediquen un museo a Francisco Morazán no le hagan algo parecido, qué pena.


Mount Vernon

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Mount Vernon

Mount Vernon

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When I knew that we were going to visit the mansion of the one and only George Washington in Mount Vernon, Virginia, I imagined it to be a very American house, huge, pretentious and featuring really kitsch decorations, only from the 18th century. In reality, the house has only two stories, it is sober and even modest, knowing that it belonged to the first president of the United States. But it must be said that the real luxury is the estate in itself, as it has a 200-ha surface, as well as a direct access and a view – and what a view!! – to the Potomac River.


You can add the guided tour of the house to the list of things that Covid has ruined. We had a tour guide, but because of security measures, neither him nor the visitors were allowed to speak inside of the house. Before we went in, he explained to us the main details that we should observe, but with my bird’s memory, I forgot everything after five minutes. It was only after we were outside that I remembered that Washington had the key to the Bastille Fortress in Paris, and I missed it. I remembered that a girl was taking a picture of a small transparent box placed above a door, but at the moment I just thought it was strange to take a picture of a lamp. Apart from that, we were not able to visit the second floor, where the ten bedrooms are, and we saw everything so fast that I did not really enjoy it. But I want to give a special mention to the exhibition designer who decided to place plastic food items in the kitchen and in the dining room to enliven the place. Yet, I think of all the other museums closed everywhere else and I guess this is better than nothing.


The good thing is that the rest of the visit takes place outdoors, in the rest of the estate. You can see the different dependencies of the house, such as the laundry room, the food storage, the stables or the garages. It seems that Washington viewed himself as a farmer above all else and you can see a reconstruction of the agricultural lands of that time. You can also visit Washington’s tomb, as well as that of other members of his family.


I was really surprised that throughout the visit it is underscored that Washington had slaves, instead of downplaying or hiding it. We were told that he wrote in his will that his slaves should be free, although only once he and his wife passed away. In addition, to set them free ended up dividing some families, since not all the slaves who worked for him belonged to him, so many of them had to stay to work for his heirs. The visit explains the difficult tasks the slaves had to do and it also gives you a glimpse into their living conditions, like in the reconstruction of a small cabin inside of which lived a family. In 1983, an association built a memorial in honor of all the slaves who worked and were buried there, with no official record of how many and who they were.


I found the museum on Washington’s life to be very well structured and didactic. It explains really well the historical context, the human behind the symbol and even the research that is taking place nowadays on him, such as trying to find out Washington’s physical characteristics in different stages of his life. I believe that it was not until this visit that I realized just how young this country is and how many of the values that it currently defends, like the free market, the freedom of the individual – as long as that individual can pay for it, of course – and the opposition to centralization and a strong government, come from that time.


And even Washington himself could not avoid being taken down his pedestal, as it is done with all celebrities. Was it really necessary to have an entire section of the museum solely dedicated to the dental issues of the poor man? If it wasn’t for this museum, I would have never known that Washington had really bad teeth, even though he was meticulous with his hygiene. He suffered terrible toothaches and tried all sorts of treatments and soft foods, but he ended up losing his teeth and using dentures. In the museum you can see many of them, made with human, cow, horse and even ivory teeth, the latter from hippopotamus, and not made of wood as the rumors say. I just hope that the day that a museum is dedicated to Francisco Morazán, it does not feature something like this, how embarrassing.



Mount Vernon

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