Pensé mucho en Anthony Bourdain durante el primer confinamiento del año
pasado, cuando mi única salida de la semana era para ir al supermercado y el
resto del tiempo lo pasaba en mi apartamento de 25 m2. Muchas personas
aprovecharon el encierro para experimentar en la cocina, hornear su propio pan
o preparar platos más elaborados que de costumbre. A mà me pasó todo lo
contrario, perdà todo el gusto por cocinar.
En tiempo normal, tengo un sistema bien estructurado con respecto a la
comida. Cada semana hago un menú de lo que voy a comer en los dÃas siguientes,
siguiendo recetas de libros y de blogs de cocina que sigo regularmente, lo que
me da la lista de ingredientes que me toca comprar en el supermercado.
Generalmente los domingos cocino la mayorÃa de los platos de la semana, de
manera a no hacer gran cosa de lunes a viernes después del trabajo. Asà puedo
llevar mi almuerzo a la oficina y me permito comer afuera los viernes, además
del sábado por la noche. Continué con el sistema durante el confinamiento, pero
perdà la motivación de andar buscando recetas. Los viernes y sábados terminaba
cocinando cualquier cosa que no necesitara una gran preparación, porque por
mucho que me encantaba mi barrio en ParÃs, no tenÃa buenos restaurantes a menos
de un kilómetro, que era el radio permitido para salir. Asà que trataba de
motivarme viendo programas de comida/cocina en modo maratón que empezaba los
viernes por la noche.
El primer programa que vi fue “Ugly Delicious” de David Chang. Cuando lo
empecé, no tenÃa ni idea de quién era y el año anterior habÃa intentado ver
este programa, pero el tipo me pareció tan antipático que, a pesar de que era
un episodio sobre tacos, desistà a la mitad. Que haya decidido darle una
segunda oportunidad solo muestra lo desolado que está el panorama culinario de
la televisión sin Bourdain. Tal vez es como en el amor, que supuestamente uno
se enamora de la persona con la que se pasa más tiempo, porque episodio tras
episodio, Chang terminó cayéndome bien. Hasta me dio lástima que solo hubiera
dos temporadas. En vez de hacer episodios según un lugar especÃfico, Chang los
hace temáticos, según un tipo de plato o de técnica. Asà fue como aprendà que
los tacos al pastor descienden directamente de los kebabs libaneses. Es que las
cosas más obvias se esconden a la luz del dÃa.
Fue por David Chang que me acordé que Padma Lakshmi existÃa. No recuerdo
cómo supe que tenÃa un programa en el que recorrÃa los Estados Unidos para
mostrar la comida traÃda por pueblos inmigrantes, pero yo tenÃa mis reservas
sobre ella. Hasta entonces, yo creÃa que Lakshmi era simplemente la
presentadora no muy amigable del Top Chef gringo y la ex esposa de Salman
Rushdie. Afortunadamente, vi el programa y descubrà a esa mujer increÃble.
“Taste the Nation” es muy personal para Lakshmi, que empieza cada episodio
recordando que ella llegó muy joven a los Estados Unidos proveniente de la
India. Pero el programa tiene también implicaciones e intenciones muy
polÃticas, denunciando el racismo del presidente americano de aquel entonces y subrayando
en pleno año electoral que ese paÃs no es nada sin las culturas ni la mano de
obra del extranjero. De hecho, Lakshmi toma el toro por los cuernos desde el
primer episodio yendo a la frontera entre México y los Estados Unidos. Pero son
los otros episodios que fueron una revelación para mà porque mostraban comidas
que todo mundo da por sentado como el chop suey, pero desde el punto de vista
de comunidades que viven en los Estados adaptando sus raÃces a ese nuevo
entorno. Nunca me hubiera imaginado que en Milwaukee se honraba tanto la
herencia alemana, o que en Paterson, New Jersey, habÃan tantos peruanos. Aunque
mi episodio favorito fue definitivamente el de Nueva York, donde Lakshmi va a
supermercados indios, presenta a su mamá y habla de su historia. Ahora pueden considerarme
una fan incondicional de Padma.
Pasé un fin de semana viendo “Nadiya’s Time to Eat”, el programa en
netflix de una de las ganadoras de la versión británica de “Great British Bake Off”, Nadiya Hussain. Recordaba muy bien la temporada en que ella participó y
me pareció increÃble ver cómo habÃa cambiado desde entonces. Cuando era una
participante en el concurso, Nadiya se vestÃa completamente de negro, no era
muy amable, pero hacÃa recetas muy interesantes, usando siempre combinaciones
atrevidas de especies. En este programa, Nadiya está siempre de buen humor en
su cocina colorida en el campo inglés donde nunca llueve y hace platos que se
ven fáciles y muy ricos. Sin embargo, no me convenció que en cada episodio
visitara a una persona, que generalmente no tenÃa tiempo para cocinar porque
trabajaba mucho, para enseñarle una receta, como si fuera posible cambiar las
injusticias estructurales de la sociedad con un simple quiche. Tampoco me
pareció muy relevante que fuera a visitar fábricas de productos transformados
para mostrar de dónde viene la comida que deberÃamos dejar de consumir. Pero el
acabose fue que usara productos enlatados en sus recetas. Que alguien llame de
urgencia a Jamie Oliver por favor. Aun asÃ, le estoy dando una oportunidad a su
nueva serie “Nadiya Bakes”, porque tengo la esperanza que sea mejor en su área
de especialidad, la reposterÃa, y por los tres episodios que he visto, parece
que mi intuición es correcta.
También hacÃa maratones de los videos de Claire Saffitz en el canal
youtube de “Bon Appetit”, que ya he mencionado previamente. Tengo que decir que
ningún otro de los presentadores logró cautivarme como ella, con la excepción
de Ricky MartÃnez a quien le debo finalmente haber aprendido a hacer pupusas.
Irónicamente, “Bon Appetit” se vio envuelto en un escándalo en el que su editor
tuvo que renunciar cuando salieron a la luz fotos antiguas de él disfrazado de
puertorriqueño y cuando se demostró que solo les pagaba a los presentadores
blancos por hacer videos y no a los BIPOC. Unsuscribe directo.
No puedo hacer un post sobre programas de comida sin dar una mención
honorÃfica a mi preferido desde hace varios años, “Très Très Bon”. Es un
programa francés que pasan en un canal sobre la vida en ParÃs, asà que se sitúa
en la cúspide del esnobismo. Su concepto es que un crÃtico, que por muchos años
no se mostraba frente a la cámara, visita mercaditos especializados y
restaurantes de lujo junto con invitados para probar sus productos o platillos
y darles una nota que va desde “no muy bueno” hasta “muy muy bueno”. En otros
segmentos, son presentadoras que prueban restaurantes de “street food”, o lo
más cercano a esa categorÃa que se puede encontrar en Francia, reposterÃas, y
hasta restaurantes con tendencias ecológicas y hoteles de lujo. Obviamente, la
mayorÃa de los lugares que visitan están en ParÃs, aunque a veces hacen
excursiones en otras ciudades de Francia y hasta en otros paÃses. Pero incluso
antes de vivir en esa ciudad me encantaba ver su variedad de restaurantes,
aprender sobre los diferentes criterios para juzgar una comida y ver cómo
muchos de los restaurantes más caros resultan no ser tan buenos en realidad. Mi
segmento favorito es, sin ninguna sorpresa, el de street food, presentado por
Mina Soundiram, la chava que me parece la más cool y elegante de mi generación
y no solo porque compartimos una pasión extrema por las hamburguesas.
Todo esto para decir que Anthony Bourdain me hace mucha falta. Trato
desesperadamente de buscarlo en los nuevos presentadores y en todo tipo de programas,
pero estoy consciente de que Bourdain era único e irremplazable. Aun asÃ, se
seguirán produciendo más programas de comida y los seguiré viendo. Después de
todo, ¿acaso no somos la generación que tiene que seguir haciendo las cosas,
aunque sepamos que todo está perdido de antemano?
I thought a lot about Anthony Bourdain during last year’s first
lockdown, when my only outing of the week was to go to the supermarket and I spent
the rest of the time in my 25 m2 apartment. A lot of people took advantage of sheltering
to experiment in the kitchen, to bake their own bread or to prepare more elaborate
meals than usual. For me it was the opposite, I lost all desire to cook.
In normal times, I have a very structured system when it comes to food.
Each week I do a menu of what I will eat in the next days, based on books and
cooking blogs I follow regularly, which gives me the list of ingredients I have
to buy at the supermarket. It is generally on Sundays that I cook most of the
meals of the week, so as to do as little as possible from Monday to Friday
after work. This allows me to bring lunch to the office and I give myself
permission to eat outside on Fridays and on Saturday evening. I continued with
the system during lockdown, but I lost the motivation to look up recipes. On Fridays
and Saturdays, I ended up cooking anything that did not necessitate considerable
preparation because, even though I really liked my neighborhood in Paris, I did
not have good restaurants in a 1 km radius, which was our permitted area. So, I
tried to motivate myself by watching cooking/food shows in marathons that I started
on Friday evening.
The first show I watched was “Ugly Delicious” by David Chang. When I
started, I had no idea who he was and the previous year I had attempted to watch
this show, but I found the guy to be so unfriendly that, despite the fact that
the episode discussed tacos, I left it halfway. That I decided to give it a
second chance only demonstrates how desolate the TV culinary landscape is
without Bourdain. Maybe it is just like love, in that you supposedly fall in
love with the person you spend the most time with, because episode after episode,
I ended up liking Chang. I was even sad that the show only had two seasons.
Instead of doing episodes based on a specific place, Chang adopts a thematic
approach, based on a specific type of dish or technique. That is how I learned
that tacos al pastor are direct descendants from Lebanese kebabs. The most obvious
things really do hide in plain sight.
It was thanks to David Chang that I remembered that Padma Lakshmi
existed. I do not know how I learned that she had a show in which she traveled
across the USA to show the food brought by immigrant populations, but I had some
reservations on her. Up until then, I thought that Lakshmi was just the cold US
Top Chef host and Salman Rushdie’s ex-wife. Luckily, I watched the show and
discovered this amazing woman. “Taste the Nation” is very personal for Lakshmi,
who starts each episode by reminding everyone that she came to the US from
India when she was very young. But the show has also very political implications
and intentions, by denouncing the racism of the American president at the time
and highlighting, in the middle of an election year, that this country is
nothing without the cultures or the workforce coming from abroad. In fact,
Lakshmi grabs the bull by the horns right in the first episode by going to the
US-Mexico border. But it is the other episodes that were a revelation to me because
they showed meals that everyone takes for granted, like chop suey for example,
but from the point of view of the communities that live in the US and adapt
their roots in this new environment. I had no idea that Milwaukee honored so
much the German culture, or that in Paterson, New Jersey, there were so many
Peruvians. But my favorite episode was definitely the one in New York, in which
Lakshmi goes to an Indian supermarket, introduces her mother and tells their
story. You can now count me among Padma’s unconditional fans.
I spent a weekend watching “Nadiya’s Time to Eat”, the netflix show hosted
by winner of “The Great British Bake Off”, Nadiya Hussain. I remembered very
well the season she participated in and was really surprised by how much she
had changed since then. When she was a contestant in the baking competition,
Nadiya wore only black, she was not very nice, but her recipes were very interesting
because she always used daring spice combinations. In this show, Nadiya is
always in a good mood in her colorful kitchen on the English countryside where
it never rains and prepares meals that look easy and tasty. However, I was not
convinced by the segment in each episode in which she visited someone, who
generally had no time to cook because they worked too much, to teach them a
recipe, as if it is possible to change the structural injustices of the world
with a simple quiche. I also did not find relevant the visits to factories of
transformed products intended to show where the food we should stop eating
comes from. But the worst of it all is that she uses canned foods. Someone needs to call Jamie Oliver ASAP. Yet, I am giving a chance
to her new show “Nadiya Bakes”, hoping that she is better in her domain,
baking, and based on the three episodes I have seen so far, it seems that my
intuition was right.
I also watched marathons of Claire Saffitz’s videos in the “Bon Appetit”
youtube channel, which I have mentioned before. I must say that no other host
managed to captivate me like her, except Ricky MartÃnez whom I can thank for
finally learning to make pupusas. Ironically, “Bon Appetit” was involved in a
scandal in which its editor had to step down when old pictures of him dressed as
a Porto Rican surfaced and when it was demonstrated that he only paid white
hosts for their video appearances and not the BIPOC ones. Unsuscribe directly.
I cannot make a post on food shows without giving an honorary mention to
my favorite for many years now, “Très Très Bon”. It is a French show broadcasted
on a channel devoted to life in Paris, so it belongs to the cusp of snobbery.
Its concept is that a critic, whom for many years did not appear in front of
the camera, goes to specialty grocery shops and upscale restaurants with guests
to taste their products or meals and rate them in a scale from “not very good”
to “very very good”. On other segments, other hosts taste “street food”
restaurants, or the closest you can find to this category in France, bakeries,
and even restaurants with sustainable practices or luxury hotels. Obviously,
most of the places they visit are in Paris, although they sometimes do excursions
to other cities in France and even in other countries. But even before I lived
in this city I loved watching its variety of restaurants, learning on the different
criteria to judge a meal and seeing how many of the most expensive restaurants
were not actually that very good. My favorite segment is, unsurprisingly, the
street food one, hosted by Mina Soundiram, the girl I believe to be the coolest
and most elegant of my generation and not only because we share an extreme passion
for burgers.
All of this to say that I miss Anthony Bourdain very much. I try
desperately to look for him in the new hosts and in all sorts of shows, but I
am aware that Bourdain was unique and irreplaceable. Even still, there will
always be new food shows and I will continue watching them. After all, are we
not the generation that has to continue doing things, even though we know that
everything is lost beforehand?
No creo que mi amiga Paula se imaginaba el impacto que iba a tener
cuando un dÃa me mandó un mensajito sugiriéndome que fuera a una venta efÃmera
de plantas que iba a tener lugar en Lyon en los dÃas siguientes. Le hice caso,
invité a una amiga, convencà a Jacques que viniera también y mi vida cambió por
completo.
Llegamos temprano el sábado por la mañana porque Paula me habÃa
advertido que llegaba mucha gente a estos eventos. Pero no me esperaba la fila
que rodeaba toda la cuadra, digna de una discoteca a la moda. Nos tocó esperar afuera
más de una hora y efectivamente, el lugar estaba repleto. Rápidamente entendÃ
por qué: habÃa muchas especies de plantas y la mayorÃa muy baratas. Yo no sabÃa
nada de plantas en aquella época, asà que me traje las que me parecÃan más
bonitas, unos cactus que creÃa iban a durar para toda la eternidad y una menta
y una albahaca para poder cocinar.
Fue allà donde empezó mi obsesión. Para saber cómo las tenÃa que regar,
comencé a investigar sobre los nombres de las plantas, sus orÃgenes y cuidados.
Y poco a poco me di cuenta que estaba lejos de ser la única interesada en las
plantas, esto es un verdadero fenómeno generacional. Alquilé libros en la
biblioteca municipal: guÃas de horticultura, libros de decoración interior con
plantas y relatos sobre su evolución, su inteligencia y hasta cómo comunican.
El libro “Urban Jungle” me hizo descubrir la cuenta instagram “Urban Jungle
Bloggers”, que me llevó a Summer Rayne Oakes y su espléndida cuenta de youtube.
Summer Rayne tiene más o menos mi edad, se graduó de estudios ambientales en
Cornell y tiene su casa en Brooklyn llena de más de mil plantas. Le han hecho
varios artÃculos y reportajes en la prensa y desde hace unos años hace videos
sobre cómo cuidar plantas en interiores según las diferentes especies y también
hace visitas de jardines botánicos y de viveros. Es tanto metódica y
cientÃfica, dando por ejemplo los nombres en latÃn de las plantas, como también
carismática.
Summer Rayne promueve los “plant swaps”, eventos para intercambiar
plantas, y buscándolos en Francia encontré páginas locales de facebook. Después
dar mis primeros pininos en propagación pude intercambiar algunos esquejes. Los
fines de semana iba a correr escuchando el podcast “On the Ledge” de Jane
Perrone, que discute de una especie por episodio. Instalé cortinas en el
apartamento, que abrÃa o cerraba según las necesidades de las plantas a lo
largo del dÃa.
Empecé con unas cuantas plantas, pero seguà yendo a otras ventas
efÃmeras, asà como a tiendas especializadas de plantas más difÃciles de
conseguir. Empezaron ocupando un rincón en el salón y poco a poco fueron
colonizando la cocina y el cuarto. Las observaba minuciosamente para ver si un
espacio les resultaba mejor que otros. Obviamente intenté hacer germinar
semillas de aguacate y milagrosamente lo logré, resultando en dos plantas
grandes y muy bonitas que me recuerdan mi paÃs. Al principio les ponÃa nombre a
las plantas, pero después tenÃa demasiadas como para acordarme.
Una de mis primeras adquisiciones fue una Ficus elastica que empezó con tres hojitas. En Lyon creció un poco,
pero cuando me mudé a ParÃs se convirtió en un verdadero árbol, seguramente
porque le encantaba el sol directo de la mañana desde mi ventanal orientado al
este y sin cortinas. De esa primera compra obtuve también la Maranta leuconera, una de mis favoritas
no solo por sus colores, sino porque se abrÃa y se cerraba con el pasar del
dÃa. No tenÃa ni idea que habÃa plantas que hacÃan eso.
Me regalé de cumpleaños una preciosa Calathea
orbifolia, que la pasó muy mal cuando la dividà porque estaba creciendo
demasiado. Una de las divisiones no pudo sobrevivir después de meses de agonÃa.
Tuve más suerte al dividir mi Pilea
peperomioides, asà que tenÃa la planta madre que crecÃa de forma muy
extraña y que tenÃa que sostener con dos palitos chinos, pero sus hijas estaban
creciendo bien.
Jacques me regaló una Peperomia
piccolo banda, que logré reproducir y hasta intercambiar, aunque se me
rebeló cuando le cambié macetera. Mejor la hubiera dejado donde estaba. Su mamá
le habÃa comprado una Spathiphyllum cuando
se mudó a Lyon y era una planta verdaderamente resistente. Por años la regamos
un poco al azar y no entiendo cómo sobrevivió cuando la dejamos por nueve meses
con un amigo que fijo no le paró bola en todo ese tiempo. Cuando se volvió
gigante la separé y las dos florecieron.
TenÃa una hermosa Draceana
marginata con unas hojas verdes brillantes. Me encantaba decirle a todo el
mundo que mi Dieffenbachia maculata es
extremadamente venenosa. Te puede dejar ciego si la savia te toca los ojos o
mudo si te la llevás a la boca. TodavÃa me acuerdo de mi felicidad cuando al
fin conseguà mi Monstera deliciosa gracias
a un intercambio en mi cuadra. Corrà el mismo dÃa a conseguirle un poste y
crecÃa tan bien, dándome hojas con fenestraciones. Me encantaba levantarme en
las mañanas para ver mi linda Oxalis
triangularis recibir el sol con sus hojas abiertas, que se cerraban al
llegar la noche. Y me daba mucha risa cuando me levantaba tarde, pero ella
estaba abierta aunque el cuarto estuviera oscuro todavÃa, como si me dijera que
el dÃa no esperaba a nadie.
TenÃa una Aloe vera que
supuestamente no se tiene que regar en invierno y se me deshidrató, pero por
suerte solo perdió unas cuantas ramitas. Cuando la dejé estaba creciéndole un
retoño que me morÃa por ver crecer para separarlo en su propia macetera. Mi
suegra me regaló unos esquejes de Tradescantia
zebrina que a ella le crecÃan de forma frondosa y a mà se me estiraron de
forma muy poco estética. Me compré una Tradescantia
spathacea que se alargó demasiado y le corté la parte superior que volvà a
plantar, pero volvió a alargarse. La estrella de la casa era nuestra Dionea muscipula, nuestra planta
carnÃvora que llamamos “Michonne” como el personaje de Walking Dead. Tuve que
leer un libro para cuidarla y estaba preparada psicológicamente para que no
sobreviviera, porque supuestamente son muy difÃciles de cuidar en especial para
principiantes. Pero le conseguimos su macetera de plástico, su turba de
esfagno, le tenÃamos una reserva de agua desmineralizada y siempre estaba en el
sol directo. No solo sobrevivió, sino que crecÃa muy bien. Me dolió tanto
separarme de ella.
Tuve menos suerte con los cactus. Se me murieron varios, incluso un
gordito peludo que me encantaba. Pero es que descubrà que mi amor puede ser sofocante
y ellos no soportan el riego excesivo que eso conlleva. Mi albahaca y mi menta
se infestaron de insectos y los boté por miedo a que me contaminaran las demás.
Por suerte no volvà a tener más accidentes de ese tipo. Nunca más de la vida me
vuelvo a comprar suculentas. TenÃa una Echeveria
que no le gustaba el sol directo, pero se me estiró y se miraba horrible. TenÃa
hasta ganas de botarla al final.
Mis hermosas plantas, mis bebés como las llamaba. Me las traje a ParÃs
desde Lyon, aunque ocuparon la mitad del camión. Me ayudaron a sobrellevar la
búsqueda de empleo y los confinamientos. Me enseñaron mucho sobre sobrevivir a
los cambios, sobre adaptarme a un entorno, pero también sobre reclamar mejores
condiciones cuando es necesario. Me hicieron darme cuenta que necesitaba cuidar
de algo vivo por mi propia salud mental. Las saludaba al llegar al apartamento
y me alegraba estar en mi casa para estar con ellas. A veces me parecÃa una
lata regarlas, pero otras veces era lo más cercano que tenÃa a la meditación.
Cuando me vine a los Estados las tuve que llevar a la casa de mi suegro a
Bretaña. Ahora no me atrevo a preguntar cómo están porque yo sé que nadie las
conoce, ni las puede cuidar o querer como yo lo hice. Y aquà no puedo tener
plantas porque tenemos alfombra y porque solo vamos a estar diez meses. Pinche
paÃs estéril.
I do not think that my friend Paula had imagined the impact that she was
going to have on me when one day she sent me a text message suggesting that I
go to a plant pop-up store that was going to open in Lyon in the following
days. I listened to her, invited a friend, convinced Jacques to come too and my
life changed completely.
We arrived early on Saturday morning, since Paula had warned me that a
lot of people came to these events. But I certainly did not expect a queue
around the entire block, worthy of a hip nightclub. We had to wait outside for
more than an hour and, indeed, the place was packed. I quickly understood why:
there were many species of plants and most of them very cheap. I did not know
anything about plants at the time, so I brought the ones I found the cutest,
some cacti I believed were going to last forever and a mint and a basil to
cook.
That is how my obsession started. To know how I should water them, I
started doing some research on the names of the plants, their origins and their
care. And little by little I realized that by far I was not the only one interested
in plants: this is a true generational phenomenon. I rented books in the
municipal library: horticulture guides, books on interior decoration with
plants, and books on their evolution, their intelligence and even on how they
communicate. The book “Urban Jungle” made me discover the “Urban Jungle
Bloggers” instagram account, which brought me to Summer Rayne Oakes and her
splendid youtube account. Summer has more or less my age, graduated from environmental
studies in Cornell and has her house in Brooklyn filled with more than a
thousand plants. There are many press articles and news segments on her and for
a few years now she has been making videos on how to take care of the different
species of houseplants and on guided tours of botanical gardens and plant
nurseries. She is as methodical and scientific, for instance by giving the
plants’ names in Latin, as she is charismatic.
Summer Rayne promotes “plant swaps”, events to exchange plants, and
looking for them in France I found local facebook pages. After making my first
steps on propagation I exchanged some cuttings. On the weekends, I went
running while listening to the podcast “On the Ledge” by Jane Perrone, who
discusses a single specie per episode. I installed curtains in the apartment,
which I opened or closed depending on the plants’ needs throughout the day.
I started with a few plants, but I kept going to other ephemeral sales,
as well as to specialized stores that had plants that were more difficult to
obtain. They started occupying a small corner in the living room and they soon started
colonizing the kitchen and the bedroom. I observed them meticulously to see if
one room suited them better than another. Obviously, I attempted to germinate
avocado seeds and miraculously I succeeded, resulting in two big and very nice
plants that remind me of my home country. At first, I named my plants, but then
they became too numerous to remember their names.
One of my first acquisitions was a Ficus
elastica that started with a mere three leaves. In Lyon it grew a little,
but when I moved to Paris it became a veritable tree, surely because it loved the
direct sunlight from the morning in my large window oriented to the east and
with no curtains. From that same first sale I also got my Maranta leuconera, one of my favorites, not only because of its
colors, but also because it opened and closed as the day went by. I had no idea
that there were plants capable of that.
For my birthday, I gave myself a beautiful Calathea orbifolia, which had a hard time adjusting after I divided
it because it was growing too much. One of the divisions did not survive after
months of agony. I had better luck when dividing my Pilea peperomioides, so I had the mother plant, which grew in a
very strange manner to the point that I had to hang it with chopsticks, but its
daughters were growing up quite nicely.
Jacques gave me a Peperomia piccolo
banda, which I managed to propagate and exchange, even though it became
quite angry when I changed its pot. I should have left her in her nursery one.
His mother had bought him a Spathyphyllum
when he moved to Lyon and it was a very resistant plant. For years we watered
it with no system whatsoever and I do not understand how it survived when we
left it with a friend for nine months, whom we are sure did not paid any
attention to it that entire time. When it became gigantic, I divided it and
both divisions flowered.
I had a beautiful Draceana
marginata with the lushest green leaves. I loved telling people that my Dieffenbachia maculata was extremely poisonous.
It can leave you blind if the sap touches your eyes and mute if it touches your
mouth. I still remember how happy I was when I got my Monstera deliciosa in an exchange in my neighborhood. The same day
I ran to buy a pole for it and it was growing nicely, giving me fenestrated leaves.
I loved waking up in the morning to see my beautiful Oxalis triangularis greet the sun with its open leaves, which
closed at night. And it was so funny when I woke up late, but its leaves were
open even though the room was still dark, as if it was telling me that the day
waits for no one.
I had an Aloe vera that I was
not supposed to water during the winter and got dehydrated, but luckily, it
only lost a few branches. When I left it, it had a pup growing up, which I was
dying to see grow up to put it in its own pot. My mother-in-law gave me cuttings
of her Tradescantia zebrina, which
grew so well for her, but they ended up elongated in a very un-aesthetic
manner for me. I bought a Tradescantia spathacea
that also elongated, so I cut its top and planted it again, but it elongated
once more. The star of our house was our Dionea
muscipula, our carnivorous plant we called “Michonne”, like the character
in the Walking Dead. I had to read a book to learn how to take care of it and I
was psychologically prepared for it not to survive, as they are supposedly very
difficult to take care for beginners. But we bought it a plastic pot, sphagnum,
we had a reserve of distilled water and it was always in direct sunlight. Not only
did it survive, but it grew very well. I had such a hard time leaving her.
I was less lucky with cacti. Many of them died, even a small fat and
hairy one that I loved very much. But I discovered that my love can be
suffocating and they cannot stand the excessive watering it entails. My basil
and mint were infested with bugs and I threw them out fearing they would
contaminate the rest. Thankfully I had no more accidents of the sort. I will
never buy succulents again in my life. I had an Echeveria that did not like direct sunlight, but it ended up
etiolated and looked horrible. I was thinking of getting rid of it in the end.
My beautiful plants, my babies as I used to call them. I brought them to
Paris from Lyon, even though they occupied half of the moving truck. They
helped me overcome the job search and the lockdowns. They taught me a lot about
surviving change, about adapting to a new environment, but also about reclaiming
better conditions when it is necessary. They made me realize that I needed to
take care of another living being for my mental health. I greeted them whenever
I came home and I was glad to stay in to be with them. Sometimes it was a drag
to water them, but other times it was the closest I was to meditating. When I
came to the States I had to take them to my father-in-law in Brittany. Now I do
not dare asking how they are doing, because I know that nobody knows them, nor can
take care of them or love them as much as I did. And here I cannot have plants
because we have a rug and because we will only stay ten months. Such a sterile
country.
El tercero en mi serie de libros sobre personas que se internaron en el
bosque para alejarse de la sociedad es “The Stranger in
the Woods, The Extraordinary Story of the Last True Hermit”, del periodista
Michael Finkel. El libro cuenta la historia de Christopher Knight, un hombre
que abandonó todo para establecerse en un bosque en el estado de Maine en los
Estados Unidos donde pasó 27 años completamente solo.
El relato empieza con una escena digna de una pelÃcula de acción, en la
que Knight se mete a robar comida a un campamento en plena madrugada. Solo que
la policÃa local le sigue la pista y si hasta ahora Knight habÃa logrado
escaparse sin dejar ningún rastro, esa noche la suerte se le acaba. La policÃa
lo captura, lo arresta y lo encarcela, terminando al fin el misterio detrás de
múltiples robos cometidos en la localidad desde hace muchos años.
El ladrón ermitaño se habÃa convertido en una leyenda/celebridad local,
en el sentido que todo mundo sabÃa de su existencia o habÃa sido vÃctima de sus
sigilosos robos de provisiones, ropa, colchones, baterÃas, botellas de gas y
hasta libros. Nadie nunca lo habÃa visto, todos los intentos por atraparlo in
fraganti habÃan fallado y los vecinos estaban más o menos traumatizados por ver
algunas de sus cosas desaparecer aleatoriamente. En una época, algunas personas
hasta dejaban comida o libros fuera de sus casas de manera a que el ermitaño
las tomara y dejara de robar, sin ningún éxito.
La captura del ermitaño fue una hazaña, pero lo que más impactó a las
autoridades, a los vecinos o a la prensa fue el hecho que Knight pudiera
sobrevivir por 27 años los inclementes inviernos del bosque del norte de los
Estados Unidos, no tan lejos de la frontera con Canadá, viviendo en una tienda
de campaña y sin nunca encender un fuego, para no correr el riesgo que lo
encontraran.
La noticia se volvió entonces muy popular y fue asà como Michael Finkel,
el autor del libro, supo de la existencia de Knight. Lo que más le intrigó al
periodista fue que Knight pasara 27 años sin necesitar ningún tipo de
interacción, desde el punto de vista logÃstico como emocional, con otro ser
humano. Finkel le envió una carta a Knight a la cárcel y curiosamente, éste le
respondió. Intercambiaron un poco por correspondencia, hasta que Finkel decidió
ir a conocer al ermitaño en persona. Knight no estaba muy contento de
recibirlo, pero aceptó discutir con él. Se vieron algunas veces y fue asà como
Finkel pudo tratar de reconstituir la historia del ermitaño.
El libro es un intento flagrante de recrear “Into the Wild” de Jon
Krakauer, que de hecho Finkel cita como una fuente, al trazar el retrato
detallado de un individuo que rechaza radicalmente la sociedad y de situarlo en
un contexto histórico y filosófico. Pero Christopher Knight está lejos de tener
las aspiraciones filosóficas o espirituales de Henry David Thoreau o de
Christopher McCandless, ni las capacidades de supervivencia o los anhelos de
una nueva sociedad de Eustace Conway. Christopher Knight no se internó en el
bosque porque rechazaba la sociedad capitalista o porque querÃa entender lo
esencial de la existencia. Knight no aspiraba a nada, no buscaba nada,
simplemente querÃa vivir solo y tranquilo. Finkel incluso se pregunta si Knight
no entra en el espectro autista y hasta consulta a varios especialistas que
afirman que es muy probable, pero que sin diagnóstico oficial no se puede decir
nada.
Finkel hace un trabajo decente al comparar a Knight con ermitaños de
varias religiones que eran considerados sabios. Y subraya que la mayorÃa de ellos
no vivÃan totalmente aislados. Por el contrario, siempre necesitaban a alguien
que los ayudara con aspectos de la vida diaria como la comida y recibÃan
visitas de vez en cuando. Finkel se pregunta entonces si Knight puede ser
considerado como un verdadero ermitaño porque, aunque no interactuaba con
nadie, su aislamiento dependÃa completamente de su cercanÃa con la
civilización. En efecto, Knight obtenÃa toda su comida, su ropa, su material y
su entretenimiento robando a sus vecinos. Que era muy cuidadoso, que no robaba
casas que estuvieran ocupadas, que no se llevaba artÃculos de mucho valor,
cierto, Knight tenÃa un código ético. Pero si puedo entender que no estuviera
impulsado por ningún anhelo intelectual, me cuesta aceptar que no fuera
autosuficiente. Puedo entender el querer vivir en total autonomÃa, el buscar
una alternativa a la vida basada en el trabajo cotidiano, pero no el
aprovecharse de la gente sin dar nada a cambio.
Me sentà muy frustrada al terminar el libro. Knight me pareció
antipático y vacÃo y el autor me pareció intrusivo al insistir en meterse en la
vida de Knight y en preocuparse tanto por él. Pero mi opinión cambió un poco al
pasar los dÃas, en especial al ver cómo terminó el supuesto ermitaño,
regresando a vivir con su mamá, obligado por un juez a trabajar para su
hermano, yendo a reportarse semanalmente a la policÃa para asegurarse que no se
iba a volver a escapar de nuevo. Es como si la sociedad lo hubiera castigado
por intentar vivir según sus propias reglas y como si nos advirtiera a todos
que no hay alternativa, que tenemos que vivir asÃ. Pobre ermitaño y pobres
nosotros también.
The third in my series of books on people who went to live in the woods
to escape society is “The Stranger in the Woods, The Extraordinary Story of the
Last True Hermit” from journalist Michael Finkel. The book tells the story of
Christopher Knight, a man who left everything to settle in a forest in the
state of Maine in the US, where he spent 27 years completely alone.
The story begins with a scene worthy of an action movie, in which Knight
breaks into a camping site in the middle of the night to steal food. Only the
local police have been following him and until then Knight had managed to
escape without leaving a trace, but that night his luck ran out. The police capture
him, arrest him and put him in prison, finally ending the mystery behind the
multiple burglaries that had been taking place in the community for years.
The hermit burglar had become a local legend/celebrity, in the sense
that everyone knew he existed or had been a victim of his stealth burglaries of
food, clothes, mattresses, batteries, gas bottles and even books. No one had
seen him, all attempts to caught him had failed and the neighbors were more or
less traumatized of seeing their stuff randomly disappear. At some point, many
of them left food and books outside of their houses so that the hermit would
take them and would not steal, but without any success.
Capturing the hermit was a feat in itself, but the authorities, the
neighbors and the press were mostly shocked by the fact that Knight managed to
live for 27 years the harsh winters of the northern forests of the United
States, not far away from the Canadian border, by living inside a tent and by
never turning on a fire, so as not to get caught.
The news became very popular and that is how Michael Finkel, the book’s
author, learned about Knight. Finkel has intrigued mostly by Knight spending 27
years not needing any interaction whatsoever, be it logistical or emotional,
with another human being. Finkel wrote a letter to Knight who was in jail and
curiously, the latter answered. They exchanged a bit by correspondence, until
Finkel decided to meet the hermit in person. Knight was not particularly happy
to see him, but agreed to speak to him. They met a few times and that is how
Finkel managed to trace the history of the hermit.
The book is a flagrant attempt to recreate “Into the Wild” by Jon
Krakauer, whom Finkel cites as a source, by sketching the detailed portrait of
an individual who radically rejects society and by placing him in a historical
and philosophical context. However, Christopher Knight by no means has Henry
David Thoreau’s or Christopher McCandless’ philosophical or spiritual aspirations,
nor Eustace Conway’s survival skills nor his desire for a new society. Christopher
Knight did not settle in the woods because he rejected capitalist society or
because he wanted to understand the essence of existence. Actually, Knight did
not aspire to anything, he was not looking for something, he just wanted to peacefully
live by himself. Finkel even wonders if Knight does not fall into the autism
spectrum and goes so far as to consult many specialists who claim that it is highly
likely the case, but without an official diagnosis this cannot be confirmed.
Finkel does a decent work by comparing Knight to hermits from various religions
who were considered wise. And he highlights that most of them did not live in
total isolation. On the contrary, they always needed someone to help them with
daily matters such as food and received visits from time to time. Finkel thus debates
on whether Knight could be considered a true hermit because, even though he did
not interact with anyone, his isolation depended entirely on his proximity to civilization.
Indeed, Knight obtained all his food, clothes, material and entertainment by
stealing from his neighbors. That he was very careful, that he did not steal
from occupied houses, that he did not take objects that were too expensive, granted,
Knight had an ethical code. But even though I can understand that Knight had no
intellectual impulse, I find it hard to accept that he was not self-sufficient.
I can understand wanting to live in total autonomy, searching for an
alternative to life based on daily work, but I cannot condone taking advantage
of people without giving something in return.
I felt very frustrated when I finished the book. I found Knight to be unpleasant
and empty and I found the author quite intrusive as he attempted to meddle in
Knight’s life and worried so much about him. But as the days went by I somewhat
changed my mind, especially seeing as how the so-called hermit ended up,
returning to live with his mother, forced by a judge to work for his brother, reporting
every week to the police to make sure he was not going to escape once again. It
is as if society was punishing him for trying to live according to his own
rules and as if it was warning us all that there is no alternative, we must
live like this. Poor hermit and poor us as well.
Cuando supe que Ãbamos a visitar la mansión del mismÃsimo George
Washington en Mount Vernon, Virginia, me imaginaba que iba a visitar una casa
bien gringa, pretenciosa, gigantesca y con decoraciones bien kitsch, solo que
del siglo 18. En realidad, la casa es de solo dos pisos, sobria y hasta
modesta, considerando que perteneció al primer presidente de los Estados
Unidos. Pero es que hay que saber que el verdadero lujo es la propiedad en sÃ,
con un área de 200 hectáreas, además de tener acceso directo y vista – ¡qué
vista!! – sobre el rÃo Potomac.
Pueden agregar la visita guiada de la casa a la lista de cosas que ha
arruinado el Covid. TenÃamos un guÃa, pero por precaución, ni él ni los
visitantes tenÃan permitido hablar dentro de la casa. Antes de entrar, nos
explicó los principales detalles a los que tenÃamos que prestar atención, pero
como tengo memoria de pájaro, se me olvidó todo cinco minutos después. No fue
hasta que salimos que me acordé que Washington tenÃa la llave de la fortaleza
de la Bastille de ParÃs y no me di cuenta. Recuerdo que una muchacha le estaba
tomando foto a una cajita transparente encima de una puerta, pero en el momento
pensé en que era muy extraño tomarles fotos a las lámparas. Encima de eso, no
pudimos visitar el segundo piso, que es donde están los diez dormitorios, y
recorrimos todo tan rápido que no disfruté mucho. Aunque sà le quiero dar una
mención especial al museógrafo que decidió poner comidas de plástico en la
cocina y en el comedor para darle vida al lugar. Pero pienso en todos los otros
museos cerrados y supongo que peor es nada.
Lo bueno es que el resto de la visita se hace al exterior, en todo el
resto de la propiedad. Se pueden ver las dependencias de la casa como la
lavanderÃa, las bodegas, los garajes y los establos. Al parecer, Washington se
veÃa a sà mismo como un agricultor, antes que nada, y se puede ver entonces una
reconstitución de los terrenos agrÃcolas de aquella época. También se pueden
visitar las tumbas de Washington y de otros miembros de su familia.
Me sorprendió mucho ver que a lo largo de toda la visita se hace mucho
hincapié en el hecho que Washington tuvo esclavos, en lugar de disimularlo o de
esconderlo. Nos explicaron que escribió en su testamento que los dejaba libres,
pero únicamente una vez que él y que su esposa fallecieran. Además, liberarlos
significó que varias familias fueron separadas, ya que no todos los esclavos
que trabajaban para él le pertenecÃan, por lo que algunos se tuvieron que
quedar allà trabajando para sus herederos. La visita te explica las tareas
difÃciles que tenÃan que hacer los esclavos y te da un vistazo a sus
condiciones de vida, como en la reconstitución de la pequeña cabaña en la que
vivÃa una familia. En 1983, una asociación construyó un memorial en honor de
todos los esclavos que trabajaron y fueron enterrados allÃ, sin que exista
algún registro de cuántos y de quiénes fueron.
El museo sobre la vida de Washington me pareció muy bien hecho y
didáctico. Explica muy bien el contexto histórico, el humano detrás del sÃmbolo
y hasta las investigaciones que se continúan haciendo sobre él en nuestro
tiempo, como tratar de averiguar las caracterÃsticas fÃsicas de Washington en
diferentes etapas de su vida. Creo que no fue hasta esa visita que caà en cuenta
de lo increÃblemente joven que es este paÃs y de cómo muchos de los valores que
defiende actualmente como el libre mercado, la libertad del individuo – siempre
y cuando este individuo la pueda pagar, obviamente – y la oposición a la
centralización y a un gobierno fuerte y protector, vienen de esa época.
Y ni el mismo Washington pudo evitar que lo bajaran del pedestal, como lo hacen con todas las celebridades. ¿Era realmente necesario que nos pusieran una sección del museo completamente dedicada a los problemas dentales del pobre hombre? Si no fuera por este museo, nunca me hubiera enterado que Washington tenÃa dientes fatales, a pesar de ser muy escrupuloso con su higiene. SufrÃa de dolores terribles y trató todo tipo de tratamientos y de comidas suaves, pero no pudo evitar perder los dientes hasta que le tocó usar dentadura postiza. En el museo se ven varias de ellas, hechas de dientes humanos, de res, de caballo y hasta de marfil de hipopótamo y no de madera, como dicen los rumores. Yo solo espero que el dÃa que le dediquen un museo a Francisco Morazán no le hagan algo parecido, qué pena.
When I knew that we were going to visit the mansion of the one and only
George Washington in Mount Vernon, Virginia, I imagined it to be a very American
house, huge, pretentious and featuring really kitsch decorations, only from the
18th century. In reality, the house has only two stories, it is
sober and even modest, knowing that it belonged to the first president of the
United States. But it must be said that the real luxury is the estate in
itself, as it has a 200-ha surface, as well as a direct access and a view – and
what a view!! – to the Potomac River.
You can add the guided tour of the house to the list of things that
Covid has ruined. We had a tour guide, but because of security measures,
neither him nor the visitors were allowed to speak inside of the house. Before
we went in, he explained to us the main details that we should observe, but
with my bird’s memory, I forgot everything after five minutes. It was only
after we were outside that I remembered that Washington had the key to the
Bastille Fortress in Paris, and I missed it. I remembered that a girl was
taking a picture of a small transparent box placed above a door, but at the
moment I just thought it was strange to take a picture of a lamp. Apart from
that, we were not able to visit the second floor, where the ten bedrooms are,
and we saw everything so fast that I did not really enjoy it. But I want to
give a special mention to the exhibition designer who decided to place plastic
food items in the kitchen and in the dining room to enliven the place. Yet, I
think of all the other museums closed everywhere else and I guess this is
better than nothing.
The good thing is that the rest of the visit takes place outdoors, in
the rest of the estate. You can see the different dependencies of the house,
such as the laundry room, the food storage, the stables or the garages. It
seems that Washington viewed himself as a farmer above all else and you can see
a reconstruction of the agricultural lands of that time. You can also visit
Washington’s tomb, as well as that of other members of his family.
I was really surprised that throughout the visit it is underscored that
Washington had slaves, instead of downplaying or hiding it. We were told that
he wrote in his will that his slaves should be free, although only once he and
his wife passed away. In addition, to set them free ended up dividing some
families, since not all the slaves who worked for him belonged to him, so many
of them had to stay to work for his heirs. The visit explains the difficult
tasks the slaves had to do and it also gives you a glimpse into their living
conditions, like in the reconstruction of a small cabin inside of which lived a
family. In 1983, an association built a memorial in honor of all the slaves who
worked and were buried there, with no official record of how many and who they
were.
I found the museum on Washington’s life to be very well structured and
didactic. It explains really well the historical context, the human behind the
symbol and even the research that is taking place nowadays on him, such as
trying to find out Washington’s physical characteristics in different stages of
his life. I believe that it was not until this visit that I realized just how
young this country is and how many of the values that it currently defends,
like the free market, the freedom of the individual – as long as that
individual can pay for it, of course – and the opposition to centralization and
a strong government, come from that time.
And even Washington himself could not avoid being taken down his
pedestal, as it is done with all celebrities. Was it really necessary to have
an entire section of the museum solely dedicated to the dental issues of the
poor man? If it wasn’t for this museum, I would have never known that
Washington had really bad teeth, even though he was meticulous with his
hygiene. He suffered terrible toothaches and tried all sorts of treatments and
soft foods, but he ended up losing his teeth and using dentures. In the museum
you can see many of them, made with human, cow, horse and even ivory teeth, the
latter from hippopotamus, and not made of wood as the rumors say. I just hope
that the day that a museum is dedicated to Francisco Morazán, it does not
feature something like this, how embarrassing.
Social Icons