Empecé a considerarme una feminista alrededor de los 10 años, como una forma de protestar ante el trato preferencial que mi hermano gozaba en mi casa. A esa edad “feminista” era sencillamente exigir los mismos derechos a salidas y escuchar “Girls just wanna have fun”. Pero a lo largo de los años las diferencias se fueron acentuando y mi inconformidad también. Después de leer mucho al respecto, llegué a un punto en que el feminismo me pareció una victimización caricaturesca, y me alejé de él, irónicamente gracias a Simone, que me mostró un enfoque más objetivo, y más lógico de todo el pseudo-conflicto entre los sexos.
Pero mi abundancia de horas libres me hizo matricular la clase de Estudios de la Mujer en la universidad. Y ha sido una tortura literalmente. Mi profesora no es particularmente inspiradora, sólo nos quiere demostrar cuánto ha leído (y lo poco que ha entendido); es incapaz de soportar una opinión contraria a la suya, y está impregnada del mismo sentimiento de inferioridad que destilan los textos que tenemos que leer. Aprendí que nuestra sociedad es “androcentrista”: todo está definido en base al hombre, tomándolo como el estándar, y las mujeres seríamos la excepción a la regla. He tenido que leer sobre las razones históricas, biológicas y sociales de la discriminación, y sobre nuestra incipiente participación en política, ciencias y en la mayoría de las ramas del conocimiento. “Recobrar el equilibrio y valorar lo femenino en nuestra sociedad”, es supuestamente uno de los objetivos de la clase, pero no estoy muy segura que ellas sean capaces de definir lo femenino más allá de los gastados clichés de maternal, bondadosa, protectora y delicada. Desde un principio se dejó claro que mi postura de que no importa cuál es tu sexo, sino que es cuestión de hacer valer tus derechos como persona, es considerada idealista y no tiene cabida en la realidad.
A pesar de todo lo que ha pasado, las diferencias entre hombre y mujeres siguen existiendo. ¿Por qué?
Una gran casualidad me llevó a empezar a leer “El varón domado” de Esther Vilar. Un arquitecto que mi clase definiría como machista (en apariencia no hace distinciones, pero inconscientemente considera inferior a la mujer, por varias actitudes que incluyen hasta los gestos caballerosos de abrirle la puerta, creerla una criatura que hay que cuidar, etc) leyó el libro y dijo que le cambió la vida. Así que empecé a leerlo esperando que fuera una estupidez descartable, pero ha sido toda una sorpresa. Para Vilar, es el hombre el verdadero oprimido de la sociedad, y gran parte de la superioridad de la mujer es hacerle creer que él es quien tiene el control de la situación. Su principal reclamo es que a estas alturas de la historia –el libro es de 1971- se tienen todos los adelantos tecnológicos necesarios para que el papel tradicional de la ama de casa sea obsoleto, pero que ha sido reemplazado por una mujer superficial, obsesionada con su apariencia y consumista. Llega a decir que la verdadera razón por la que una mujer se arregla no es tanto para impresionar a los hombres, que en realidad no entienden las complicadas sutilezas detrás de esas acciones, sino para conseguir el respeto y admiración de otras mujeres, que son las que juzgan más cruelmente a las de su mismo sexo.
Tratar de plasmar como víctima al hombre es un poco exagerado. Pero lo que realmente valoro del libro es la bofetada que le da al movimiento feminista tradicional y a las mujeres en general cuando les hace ver de frente muchas actitudes que sí son manipuladoras, banales o innecesarias, pero que ciertamente siguen perdurando, sobretodo en nuestra cultura latinoamericana. Feminismo es una etiqueta más con que limitar una forma de pensar o de actuar. Pero sí considero que es esencial que cada persona revise constantemente su forma de actuar y de pensar y las razones que se esconden detrás de ellas. Y que, como de alguna forma torcida y extraña lo expresa Vilar, que cada quien asuma la responsabilidad de su situación, y que entienda cómo eso afecta a la colectividad.
Pero mi abundancia de horas libres me hizo matricular la clase de Estudios de la Mujer en la universidad. Y ha sido una tortura literalmente. Mi profesora no es particularmente inspiradora, sólo nos quiere demostrar cuánto ha leído (y lo poco que ha entendido); es incapaz de soportar una opinión contraria a la suya, y está impregnada del mismo sentimiento de inferioridad que destilan los textos que tenemos que leer. Aprendí que nuestra sociedad es “androcentrista”: todo está definido en base al hombre, tomándolo como el estándar, y las mujeres seríamos la excepción a la regla. He tenido que leer sobre las razones históricas, biológicas y sociales de la discriminación, y sobre nuestra incipiente participación en política, ciencias y en la mayoría de las ramas del conocimiento. “Recobrar el equilibrio y valorar lo femenino en nuestra sociedad”, es supuestamente uno de los objetivos de la clase, pero no estoy muy segura que ellas sean capaces de definir lo femenino más allá de los gastados clichés de maternal, bondadosa, protectora y delicada. Desde un principio se dejó claro que mi postura de que no importa cuál es tu sexo, sino que es cuestión de hacer valer tus derechos como persona, es considerada idealista y no tiene cabida en la realidad.
A pesar de todo lo que ha pasado, las diferencias entre hombre y mujeres siguen existiendo. ¿Por qué?
Una gran casualidad me llevó a empezar a leer “El varón domado” de Esther Vilar. Un arquitecto que mi clase definiría como machista (en apariencia no hace distinciones, pero inconscientemente considera inferior a la mujer, por varias actitudes que incluyen hasta los gestos caballerosos de abrirle la puerta, creerla una criatura que hay que cuidar, etc) leyó el libro y dijo que le cambió la vida. Así que empecé a leerlo esperando que fuera una estupidez descartable, pero ha sido toda una sorpresa. Para Vilar, es el hombre el verdadero oprimido de la sociedad, y gran parte de la superioridad de la mujer es hacerle creer que él es quien tiene el control de la situación. Su principal reclamo es que a estas alturas de la historia –el libro es de 1971- se tienen todos los adelantos tecnológicos necesarios para que el papel tradicional de la ama de casa sea obsoleto, pero que ha sido reemplazado por una mujer superficial, obsesionada con su apariencia y consumista. Llega a decir que la verdadera razón por la que una mujer se arregla no es tanto para impresionar a los hombres, que en realidad no entienden las complicadas sutilezas detrás de esas acciones, sino para conseguir el respeto y admiración de otras mujeres, que son las que juzgan más cruelmente a las de su mismo sexo.
Tratar de plasmar como víctima al hombre es un poco exagerado. Pero lo que realmente valoro del libro es la bofetada que le da al movimiento feminista tradicional y a las mujeres en general cuando les hace ver de frente muchas actitudes que sí son manipuladoras, banales o innecesarias, pero que ciertamente siguen perdurando, sobretodo en nuestra cultura latinoamericana. Feminismo es una etiqueta más con que limitar una forma de pensar o de actuar. Pero sí considero que es esencial que cada persona revise constantemente su forma de actuar y de pensar y las razones que se esconden detrás de ellas. Y que, como de alguna forma torcida y extraña lo expresa Vilar, que cada quien asuma la responsabilidad de su situación, y que entienda cómo eso afecta a la colectividad.
Ugh sí, al feminismo lo han convertido en una especie de filosofía "anti hombres". Me imagino que tu profesora es de esas señoras que piensan que los hombres deben lavar los platos, cuidar los niños, limpiar la casa etc...
ReplyDeleteCuando en realidad como vos decís, se debe apreciar a cada quien por sus valores.
Yo me considero un defensor de los derechos de las personas independientemete de lo que tengan entre las piernas.
Siempre me pongo a pensar en una cosa que dice mi papá "si hay Instituto Nacional de la Mujer, dónde diablos está el del hombre?".
Me enojaba antes al oírlo decir eso, pero ahora veo que su sarcasmo tiene un cierto aire de verdad.
los "ismos" en si son nada constructivos, siempre tienen algun elemento dogmatico que hace que se le atribuya ese sufijo...
ReplyDeleteEs trascender el género, y vernos como humanos antes que nada, es cierto que es una variable que toma papel, el que seamos hombre o mujer, pero asi como no debe de haber distinción de raza, religión , estatus social y cualquier tipo de disección que nuestro cerebro se le ocurra para hacer su comprensión más facil, el sexo lo es uno más y es mejor arroparnos todos en esa igualdad más universal, seres humanos y pensantes, en la que paradójicamente nos marca la pauta para esa buena diferenciación en la que todos somos seres únicos e irrepetibles.
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