Es una construcción gigantesca, importante, con múltiples empresas a su cargo, millones de albañiles e ingenieros responsables, y ella es la única que va a estar en la obra cargando planos (o usando casco). Todo mundo la observa extrañado, preguntándose qué serán esos papeles gigantes que son tan incómodos de manipular en el aire, y por qué no sabe de memoria lo que contienen. Lo suyo no es la obra civil, y sin embargo no puede reprimir los hábitos adquiridos en seis años: encuentra errores en la obra, o errores en los planos, no tiene idea. En teoría está observando los planos corregidos y actualizados, pero definitivamente hay un local en el dibujo que no existe en la obra, hay paredes construidas desfasadas con respecto a lo gráfico, y hay instalaciones movidas de lugar. Se decide a preguntarle a un arquitecto recién graduado que estudió en su misma facultad pero que ella, sorpresa, no recuerda. De entrada él le asegura que todo está bien, que no hay de qué preocuparse, hasta que ella lo lleva a los lugares de la equivocaciones: su semblante cambia completamente.
Llamémosle falta de comunicación, pero ella nunca sabe cuándo va a tener que quedarse en la oficina todo el día y cuando va a tener que ir a la construcción. Como resultado se le puede ver de vez en cuando atravesando bosques de enconfrado y evitando clavos en las más divertidas posiciones, vestida con pantalones casi nuevos y zapatos, que a pesar de que no tienen tacón, son todo menos resistentes al cemento fresco.
Se quedará media hora observando con detenimiento, dándose fuerzas para subir una escalera de madera que lleva al segundo nivel del edificio, que tiene como único método de soporte una pila de grava. Esta es una situación muy vergonzosa, con todos los albañiles viendo con curiosidad por qué rayos no sube de una vez. Pero ellos no entienden que si ella se cae no hay nadie que se haga responsable por ella, y que probablemente nadie se dé cuenta hasta que la compactadora del material selecto encuentre un obstáculo cuando lleguen a ese sector. Se maldice por dentro que sus jefes pasen demasiado distraídos con otros proyectos para venir a hacer eso en lo que ella tendría que estar asistiendo y no haciendo como principal dirigente. ¿Quién se supone que va a asumir la culpa en las reuniones, divertidas para ella, pero terroríficas para los que SÍ trabajan en serio, si algo sale mal? ¿Ella? Si es sólo una dibujante, y por dos meses nada más!! Esto es ridículo: no quiere subir, arriesgarse a ver hacia abajo, que la maldita escalera se tambalee , que sus estúpidos huesos queden esparcidos en el suelo y su espíritu asuste por el resto de los tiempos a la gente tarada que vaya a desperdiciar su dinero cuando esté todo terminado. Pero no puede quedarse y alegar que no hizo el trabajo porque todavía no le han dado el carnet del seguro social. Un albañil se ofrece a llevar los planos y el cuaderno. El endemoniado cuaderno del cual no se despega porque si esto contara como práctica tendría que dejar un record de absolutamente todo lo que hace, y ahora que sabe que esto será infructífero le sirve como diario cuando se encuentra en lugares alejados de computadoras. Ahora sí, llega al segundo nivel.
Terminará el trabajo en un promedio de treinta minutos. En gran parte porque no sabe exactamente qué debería estar haciendo. Se supone que iban a llamarla para ver cómo iba, pero es más que obvio a las 2 horas de que nadie se ha reportado, que no tienen esa intención. Se va a un lugar con gente donde tenga menos dificultad mimetizándose con el ambiente y deje de resaltar por el olor a nuevo que destila de sus poros. Llama por teléfono a un alma caritativa que se ofrece a acompañarla, pero igual, debe quedarse otra media hora esperando, deseando tener sus últimas vacaciones como estudiante, durmiendo sin preocupaciones. Pero no tiene nadie más a quien culpar por esto que a ella misma, y eso debería evitar que ande quejándose y lamentándose… en público. Si no llama a alguien, está siempre un café donde puede ir a sentarse a leer y a escribir. Porque aparte del cuaderno ya mencionado, la individua en cuestión siempre anda con una mochila pequeña, en la que carga un libro.
Trata a todo mundo de usted. En la industria del voceo crónico e insubordinado, ella es la única donde sólo el chavo con el que llevó clases es el exento de ser tratado con demasiado respeto o distancia, depende del punto de vista. Cuando una figura de autoridad le pide que le llame por su nombre, el sistema se desmorona. Es inconcebible tratar como si nada a alguien a quien uno le debe responder, y por algunos eventos recientes, no es recomendable porque se da lugar a malos entendidos. (Por nada del mundo deben quedar malos entendidos con personas mayores, o comprometidas. Pero nos desviamos del tema.)
Con este auge de las universidades privadas, los pagos por plazos y las personas temerosas de las universidades públicas, se necesitan mejores herramientas para diferenciar a los novatos, de los graduados jóvenes con algo de experiencia. Espero haber sido de ayuda.
Me hiciste recordar muchas cosas... alla en mis tiempos mozos en mi practica de colegio comop tecnico me toco trabajar en el hotel intercontinental camino real... muchas cosas ciertas... y eso que no hablaste de la tortura de ir al baño... como le haces???
ReplyDeleteBueno, por suerte en el lugar en el que estoy no es una construcción completamente nueva, es una ampliación de algo existente, por lo que sí hay baños decentes a los que puedo ir en caso necesario ;)
ReplyDelete