Los países europeos están extremadamente preocupados sobre sus bajas tasas de natalidad, que están por debajo de lo necesario para reemplazar a la generación presente. A grosso modo, se concluye que en los países de cultura tradicional, como España, Italia y Grecia, donde las mujeres tienen acceso a buenas oportunidades de educación y trabajo pero en los que todavía se mantiene la costumbre de que se queden en casa después de tener hijos, la natalidad es más baja que en países igualmente desarrollados donde tanto el padre como la madre trabajan y participan, de manera equitativa, en la crianza de los hijos. Al parecer los subsidios e incentivos económicos que da el gobierno a las parejas con niños son agradables casualidades, pero no los factores principales que va a determinar si alguien quiere o no ser padre.
Personalmente tengo mucha curiosidad por ver cómo va a desarrollarse todo este asunto con mi generación, en este país. El tanteo que yo hago en mi sector demográfico, de entrada, no es muy alentador. Se pueden alegar muchas razones, como el hecho que ahora las personas se gradúan de la universidad de manera muy temprana, y que la recién adquirida independencia trae consigo el peso de las responsabilidades y la conciencia de que si es difícil mantenerse mismo, es más complicado hacerse cargo de otro ser. He notado que cuando las personas empiezan a trabajar tienen más interés en emigrar para continuar sus estudios en otro país, o en avanzar en su actual puesto, que en formar un hogar. De hecho, se ve con mucho desprecio a aquellos que deciden casarse a una edad muy temprana si no tienen la obligación moral que implica un hijo accidental, y si ese es el caso, se agrega el componente de la lástima hacia esos individuos.
Hace poco tanteaba con mis amigos la pregunta de si ellos conocían a personas de su edad que estuvieran viviendo con sus novios o novias, sin casarse. Sólo encontré dos ejemplos. ¿Qué significa todo esto? Que la gente no se está casando, no está viviendo en unión libre, no quieren tener hijos, no les interesa el compromiso de ningún tipo. De hecho, es muy raro encontrar jóvenes graduados que no vivan con sus padres todavía. Personalmente encuentro reprochable esto último, porque considero fundamental la emancipación para terminar de madurar, pero supongo que todo termina siendo una decisión basada en criterios económicos. Con respecto a lo demás, no puedo culpar a nadie y no creo que yo sería diferente. Cuando uno vive en pareja –no me refiero al matrimonio todavía- los gastos se comparten, se vuelve más fácil la supervivencia. Como hemos visto antes, esa es la base del desarrollo de nuestra especie. Pero los frecuentes divorcios y los malos ejemplos de parejas casadas son el mejor método de control de población que pueda existir. En la raíz del problema subyace una profunda decepción en la situación actual de nuestros países, falta de fe en la humanidad, y la convicción de que el futuro no tiene razón alguna traer mejoras o consuelo.
Esta es la generación de la indiferencia política, el cinismo existencial, el individualismo crónico. Si las cosas no cambian, bien podríamos ser de las últimas generaciones en lo absoluto. Pero cuando pensamos en el estado precario de nuestros recursos renovables, comparto la opinión de que menos personas probablemente sea lo mejor. Sin embargo, insisto, hablo de la franja de población con la que comparto características como edad, educación, situación económica, que somos una alarmante minoría en el panorama de los países tercermundistas. Tal vez seamos sólo nosotros los condenados a desaparecer.
Post a Comment