Hay muchas cosas en mi vida que nunca pensé que era correcto sentir; siquiera pensar en ellas. Creía que eran un atraso, una traición a la esencia de lo que justificaba mi presencia en este mundo. Nunca hubiera imaginado que esas cosas que veía como ilusorias llegarían a concretarse.
Robert Frost dijo que él tuvo una pelea de amantes con la vida, pero yo puedo afirmar con toda certeza que no me gustaba vivir hasta que te conocí. Me encantaba ganar discusiones, sacar buenas notas, sentir que no iba a desperdiciar el tiempo como otros, pero nunca antes había conocido el exquisito placer respirar sólo por que sí; ver pasar el tiempo enfrascada en la ardua tarea de no hacer nada, y experimentar una dicha absoluta.
Mi mayor tristeza en este momento es que seamos dos individuos, separados por los confines del espacio físico, que no pueden estar siempre juntos, todo el día, todas las semanas de los meses que conforman los años que están por venir. Quisiera meterme en tu cuerpo y no salir nunca más, ver lo que ves, sentir lo que sentís, entender lo que entendés. Llevar las mismas clases, trabajar en el mismo lugar; ser vecinos no es suficiente, esas cinco casas estorban mucho más de lo que creés.
Y todos los días crezco un poco más, aprendo algo nuevo, me sumerjo en el universo de las responsabilidades, el futuro, la carrera, pero yo te adoro con la inocencia, la pureza y la esperanza de alguien que ha visto el pasado esfumarse sin ningún resentimiento. Es como volver a nacer, cada mañana.
No me dejes de querer porque ya no me vas a ver tanto; no es que yo esté allí.
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