Este año cumplo 25 años. Siempre hago el chiste, pero es en serio: mi vida estaba planificada hasta los 17, todo lo que ha pasado después es tiempo extra y nunca pensé que llegaría a esta edad. No sé muy bien cómo visualizaba el futuro cuando terminaba el colegio, pero a la distancia siempre parecía que uno al cuarto de siglo debería tener su vida resuelta, sus estudios terminados, sus relaciones instauradas de manera permanente, su casa, su carro y su perro; todo en su lugar. No sé si es mi temperamento o el mundo moderno, pero no podría estar más lejos de eso.
Debo confesar que una buena parte de mí anhela establecerse. Tal vez no necesariamente formar un nido, pero sí dar por terminada la búsqueda, esas ansias de saber que todavía quedan cosas por hacer. Externamente podría parecer que estoy encaminada, pero sigo sintiéndome a la deriva, como que las cosas continúan en el aire y nada se concreta. Me encantaría encontrar un lugar donde pudiera sentirme suficientemente a gusto para desear quedarme por allí unos diez años por lo menos, pero la vida tiene métodos muy extraños para recordarme que todo lo que está pasando en este momento es temporal y no debo apegarme a nada.
El otro día encontré a la mamá de una compañera del colegio con quien no tengo contacto desde hace muchos años. Le conté qué había sido de mi vida y ella emocionada me contó las aventuras de su hija y de todos mis ex compañeros que sí se mantienen cercanos todavía. Creo que si me la hubiera encontrado hace algunos años en mis adentros hubiera hecho una triste comparación entre nuestros diferentes destinos. Pero a estas alturas tantas relaciones, oportunidades y vivencias son casi como espejismos borrosos, sin ningún significado emocional. Es como si las hubiera cortado con un cuchillo afilado: nada de eso forma parte de mi existencia y nunca más lo volverá a ser, tengo el camino libre para ahora en adelante y tampoco me debería mortificar por eso. Sólo tengo este momento, este día, tal vez esta semana, con suerte estos dos meses y dos meses después de eso, hasta que algo aparezca que cambie absolutamente todo.
Russell Baker en su autobiografía “Growing up” cuenta cómo él era un excelente estudiante durante sus años de colegio pero con muy pocos recursos. Cuando ya se acercaba al día de su graduación contemplaba con tristeza la inevitabilidad de tener que conseguir un trabajo ya que no tenía los medios para pagarse estudios universitarios. Su madre le decía constantemente que algo tenía que aparecer, tarde o temprano. Y un día un compañero estaba llenando formularios para tomar un examen que le permitiría aplicar a una beca en la universidad de John Hopkins y lo motivó para que él también hiciera la prueba. Russell estudió como loco y llegó al examen donde encontró que era simplemente uno más en una gran multitud de candidatos. Pero igual tomó el examen, logró la beca y comenzó el camino que nunca había imaginado que llegaría a recorrer.
Pues algo tiene que pasar, algo tiene que aparecer, porque no es aquí donde me puedo quedar.
Buenos días Marcela y gracias por tu entrada! Mira, yo tengo 40 años y no tengo esa vida planificada que comentas. Son muchos los proyectos por hacer, desde tener un peque (le espero para el mes de julio) hasta cambiar de país... un saludo, Antonio (zaloette)
ReplyDeleteIgual que Zaloette, si algo he aprendido es que no podemos ni decir misa. ;) Todo cambia tanto, y esto es un efecto mariposa gigantesco. Lo que sí se es que rara vez es aburrido, y si uno quiere, no tiene por que ser frustrante. Tratá cada cierto tiempo de recordar tus logros, que son lo que no vez cuando te comparas. Pero ahí estan. Un cálido abrazo, amiga! (viste? no era ese párrafo ;))
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