01 May 2010

Cómo disfrutar de la vida y del trabajo

A los trece años enfrentaba mi primer gran cambio: entrar a secundaria. El panorama se miraba sombrío con algunos amigos contándome las transformaciones terroríficas que me esperaban. Para empezar, los maestros no se iban a seguir tomando la molestia de dictarte las lecciones. Sólo llegarían a hablar y era tu problema apuntar lo que considerabas lo suficientemente importante como para salir en un examen, que ya no iba a ser de verdadero y falso, sino de redacción. Pero aún más angustiante era empezar la edad de las niñas populares, que tenían permisos y amigos con quien salir, mientras yo me seguía relacionando con un máximo de dos personas por año escolar, confinada en mi casa, rehusándome a usar camisas que no tuvieran caricaturas. Decir que era una tímida crónica era un eufemismo. Pero en esas vacaciones de sexto grado decidí que en secundaria iba a ser diferente. Encontré un anuncio en el periódico que prometía eliminar la timidez y mejorar las calificaciones de los jóvenes. Y así es como llegué al Hotel Honduras Maya, cada jueves por 13 semanas, al curso Dale Carnegie para jóvenes.
En el curso conocí a una muchacha que fue la única amiga que hice durante ese tiempo. Habían unas chavas de mi colegio pero eran mayores, y estaba la prima de una amiga de mi infancia de quien no conservaba buenos recuerdos porque siempre me trató con la condescendencia que tienen las adolescentes por aquellas que sólo teníamos como credenciales nuestra pubertad. Así que en eso de hacer amigos no fue muy efectivo. En cuanto a aprender a hacer apuntes y a estudiar efectivamente puedo decir que incluso cuando me tocó dar tutorías a niños pequeños les enseñaba esos trucos. Y logré mi objetivo de ganarme aunque sea uno de los premios semanales por participación entusiasta y otro de mejor discurso, gracias a mi hermano que logró transformar mi anécdota de una ex compañera de la escuela a la que fui a saludar y no me reconoció, en una historia de superación de los obstáculos, sin tomar en cuenta los resultados sino la iniciativa y la intención. En mi cuaderno del curso puse como metas a futuro algo así como estudiar Derecho o Administración de Empresas, así que eso da una idea de lo ingenua y despreocupada que realmente era sobre encontrar una vocación.


Como parte del entrenamiento teníamos que leer el libro “Cómo disfrutar de la vida y del trabajo”, una recopilación de los dos libros esenciales de Carnegie “Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida” y “Cómo ganar amigos e influir sobre la gente”. A unas cuantas semanas de abandonar el oficio independiente y entrar de lleno a ser una asalariada me pareció una buena idea retomar el libro, para ver si es realmente posible disfrutar el trabajo. El texto es sencillo y entretenido, con consejos sobre cómo vivir mejor y ejemplos de personas que aplicaron los consejos y obtuvieron los resultados que querían o se salvaron de una catástrofe al hacerlo. Básicamente para relacionarse con las personas no hay que criticarlas abiertamente, hay que motivarlas con reconocimiento honesto, despertando en ellos un deseo por superarse, haciéndolos sentir importantes, nunca diciéndoles tajantemente que están equivocados y en su lugar decírselo de forma indirecta; hay que encontrar una manera de hacerles creer que nuestras buenas ideas en realidad se les ocurrieron a ellos y reemplazar la manía por dar órdenes con preguntas que les hagan ir en la dirección correcta.

Por otro lado, para vivir mejor hay que hacer las cosas a medida que vayan surgiendo pero respetando su orden de importancia, tratando de relajarse en el trabajo (todavía no entiendo cómo), hacer las cosas con entusiasmo, creer que las críticas ajenas son una forma disimulada de alabanza y en resumen, hacer lo mejor que se pueda.

Es seguro decir que es bastante la utilidad de todos esos consejos. Especialmente porque el mundo del trabajo, así como la escuela, el colegio o la vida, es también un concurso de popularidad, donde importantes decisiones profesionales se toman en base a la afinidad. El propósito de Carnegie es que aprendamos a tratar a todo tipo de personas tomando como punto de partida el hecho de que no hay nadie que no desee sentirse escuchado, importante o valorado en lo que hace. Si seguimos sus recomendaciones deberíamos ser capaces de despojar a cualquiera de su timidez o arrogancia y convertirlo en un compañero, jefe o subordinado agradable y con genuina apreciación hacia nosotros. El problema de saber todas estas cosas es que los defectos y errores de los demás se hacen más notorios y se empieza a ver cómo los intentos por mejorar las interacciones y por dar lo mejor de uno mismo son unidireccionales y no correspondidos. Es más, los desaires dejan de tener una escala personal para tomar proporciones empresariales. Los desprecios de una compañía, aún en pequeños gestos, no pasan desapercibidos. En muchas ocasiones ellos pierden la noción de nuestra propia humanidad, siendo descorteses, groseros, despiadados y esperando que uno viva para ellos cuando por su lado no sienten ningún tipo de compromiso hacia nosotros. Uno empieza a preguntarse si la explotación es un requisito del mundo laboral o una condición temporal del recién graduado.

No entiendo si los jefes o dueños de empresas olvidan el principio básico de que la miel atrae más moscas, de que aunque uno tiene poca experiencia no deja de tener aspiraciones, deseos de sentirse motivado, de que lo feliciten cuando ha hecho las cosas bien, o de pertenecer, tal vez simbólicamente a un lugar. Tengo amigos que su ropa de vestir los fines de semana son las camisas y gorras con el logo de su empresa, que se sienten personalmente ofendidos cuando alguien habla mal de la compañía en la que trabajan y que si le pidieran que se vistieran de azul el día de su boda lo harían sin pensarlo dos veces. Y fueron así desde que empezaron como simples practicantes porque desde un inicio los hicieron sentir una parte esencial del engranaje en el que laboraban.

En todo caso la mejor forma de disfrutar de la vida y del trabajo es no dejar que el trabajo opaque o entumezca la vida y viceversa. Todo es temporal y eso no significa que uno no debe de hacer lo mejor que pueda, pero sí que no se pierdan de vista los objetivos fundamentales por los que se está trabajando. Aprender a disfrutar lo que se pueda disfrutar y a dejar pasar los atropellos de aquellos que no se dan cuenta que la verdadera grandeza se mide en la forma en la que tratamos a los pequeños. No voy a negar que hay mucha desensibilización en este proceso, pero ¿no se trata de eso la vida? ¿De irse sacudiendo de todo aquello que nos hace seres humanos y para finalmente convertirnos en máquinas de producción?

5 comments

  1. En mi experiencia personal, debo decir que no puedo quejarme de ninguno de los jefes o jefas que me han tocado, bien sea en mi práctica o en el último trabajo. Todos eran personas muy amables y que se interesaban en que quienes laboraran con ellos no sólo aprendieran a hacer bien su trabajo sino que se sintieran bien allí. No puedo decir lo mismo de mi etapa como estudiante de derecho como bien lo sabés.

    No creo que el destino de todo ser humano sea sólo ser una máquina de trabajo y olvidar algo de su humanidad, más bien creo que es poder conjugar ambos elementos. Uno de mis mejores amigos de mi carrera me contó que se dio cuenta que debía cambiarse de informática a letras el día que miró como desarmaban una computadora y se preguntó por qué estaba allí, qué sentido tenía aquello para él y por qué no hacía algo que realmente lo llenara en vez de limitarse a "realizar una labor".

    Esto me hizo recordar que debo un post sobre la carrera de letras y mi experiencia allí. Será muy divertido y lo colocaré en el blog de la carrera. Te aviso que ya un maestro me dijo que me iba a dar fotos de las generaciones anteriores, entre las que están mis actuales maestros, advirtiendome que no se hacía responsable por las reacciones XD

    ReplyDelete
  2. Me tenés que avisar cuando hagás ese post! Saludos!!

    ReplyDelete
  3. Me recordó esto que escribí bastante molesto en este contexto. El otro extremo de Manuel, quizás. ;)
    http://d-verse-city.blogspot.com/2005/06/cuando-el-medio-se-convierte-en-el-fin.html

    ReplyDelete
  4. Aaah, Dale Carnegie. Yo también fuí a uno de esos cursos y me gané un premio semanal, jajaja, pero hasta ahí llegó. Casi toda la gente en ese curso era...no sé...niños con mucho dinero.

    Fijate que tenés toda la razón, definitivamente cuando te hacen sentir parte de un equipo se trabaja mucho mejor. En la agencia de publicidad donde hice mi práctica nos incluyeron inmediatamente, fue una experiencia muy agradable y todavía tenemos contacto con las personas que trabajaron con nosotros. Creo que en parte se debe a que en general la forma como se desarrollaba el trabajo (aunque era mucho) era bien relajada, y aunque había un orden jerárquico establecido las personas se trataban como amigos, sin tanta formalidad, sin tanto protocolo. Es una lástima que la gente se complique tanto con lo que además de ser tu medio de vida debería ser otra forma de enriquecerla.

    ReplyDelete
  5. Nincy, si vos creías que los niños de los cursos Carnegie eran chicos con pisto esperate que cuente las historias del nuevo gimnasio :P

    Realmente tuviste mucha suerte en esa práctica, por alguna razón, cuando me tocó estar en oficina para la mía la gente me trataba como a aquella persona con la que no había que encariñarse porque sólo era temporal. ¬¬ Ellos se lo pierden.

    ReplyDelete