Muchas cosas pueden decirse sobre el cerdo y ahora, gracias a Michel Pastoureau, puedo decir que es históricamente fascinante. En un verdadero acto de provocación, le dedica un libro completo a ese polifacético, adorable y, hay que reconocerlo, exquisito animal que tanta alegría nos da en Navidad. Digo provocación porque tengo en mi escritorio la historia del oso, un tomo equivalente a una tesis de doctorado y preferí leer este libro antes porque soy una mujer del siglo XXI y vivo por los escándalos. Lo único controversial con respecto a los osos en mi vida es que todavía duermo con uno en peluche. Pero el aura del cerdo encierra tantos misterios, tantos tabús. ¿Por qué fue realmente tan provocador cuando Gibreel Farishta comió tocino en Los versos satánicos? ¿Por qué tenemos tan incrustado en nuestro lenguaje las connotaciones negativas de la palabra cerdo y sus múltiples sinónimos? Estas y otras interrogantes son las que trata de responder Pastoureau a través de un relato que nos lleva a los tiempos lejanos en los que el cerdo era uno de tantos animales del bosque.
El cerdo, así como su pariente el jabalí, comenzó siendo un rebelde animal de los bosques, amante de las bellotas. Tenía un puesto de honor en pueblos antiguos como los celtas, los egipcios y los romanos. Y el jabalí ha sido eternamente un símbolo asociado a la fuerza, al vigor. Y si nos fiamos a Obélix, al buen gusto culinario (de hecho los jabalíes más apreciados venían de Galia). Poco a poco el hombre lo enreda en sus perversas redes hasta lograr domesticarlo siete siglos antes de nuestra era, pero no por eso el animal pierde su nexo con el bosque. De hecho, su popularidad a lo largo de los tiempos está intrínsecamente ligada a la explotación forestal: los lugares donde predomina el cultivo de cereales es donde hay menos cerdos porque se han visto en la necesidad de deforestar para sembrar. Los cerdos cuando vivían en los pueblos deambulaban en libertad (me encanta cómo se explica este hecho como si no fuera habitual encontrarlo en varias partes del mundo todavía) y así como habían pastores de ovejas, habían pastores de cerdos, los más bajos en la jerarquía.
El mundo fue evolucionando hasta encerrar al cerdo en las porquerizas de las granjas para al final terminar condenándolo a la crueldad de la cría extensiva de la actualidad. El libro, sin intentar ser moralizador, sólo por el hecho de narrar cómo han cambiado las condiciones de vida de estos animales a lo largo del tiempo, muestra la grosería que se comete con estas y con otras criaturas. Y bueno, quien dice humanos dice también mejoramiento de razas y experimentaciones genéticas: los cerdos rosaditos y bajitos como los conocemos ahora serían un producto de combinaciones obtenidas con especies del Extremo Oriente a partir del siglo XVIII, siendo antes oscuros y con las patas más largas.
La historia del cerdo ocupa la primera mitad de la obra, reservando la segunda parte a los tabús que lo rodean y a las relaciones que tenemos con él. Pastoureau intenta descifrar porqué es que los judíos no comen cerdo, pero más que eso, nos muestra que ese atributo ha llegado a definirlos tanto no porque sea realmente importante –en realidad es una prohibición entre otras tantas-, sino porque los cristianos lo hemos visto así. Queda aclarado que más que razones higiénicas o simbólicas es muy probable que el sacrificio de los cerdos a los dioses que practicaban los Cananeos haya impulsado a los judíos a querer diferenciarse de ellos prohibiendo cualquier contacto con estos animales. Lo que es de los musulmanes, como nos explica el autor, a pesar de las teorías que la rodean, es una prohibición que se encuentra de manera explícita en el Corán y si es así, no debe discutirse o cuestionarse. Por supuesto, una parte importante del libro es sobre el cerdo en la Edad Media, donde entra en el rango de las criaturas diabólicas. Los bestiarios recuerdan que “nunca mira al cielo” y cuando en alguno de sus paseos por el pueblo golpea por accidente a las personas, algunas veces con resultados fatales, llegan incluso a entablar juicios contra él.
Los cerdos en la cultura han tenido múltiples facetas. Para empezar, han llegado a adquirir el estatuto de compañero fiel de San Antonio –aunque esto sea históricamente inexacto-, pero por lo menos lo reivindica en algo. Los asociamos con el dinero en forma de alcancías desde la segunda mitad del siglo XVIII, se convierten en estrellas de los cuentos infantiles en ese mismo siglo y son verdaderas estrellas del cine contemporáneo, véase Babe, El puerquito valiente. Las relaciones que los humanos entablamos con el cerdo son tan cercanas y conflictivas que Pastoureau sugiere que tenemos algo equivalente a un parentesco. Nuestros órganos internos se parecen, los dos somos omnívoros, somos casi igual de inteligentes (aunque en esto me inclino a favor del cerdo) y si nos fiamos a los sobrevivientes del accidente aéreo en los Andes en 1972, tenemos el mismo sabor. ¿Será esta la razón primaria de toda la mala reputación del cerdo?
El libro, intercalado con abundantes ilustraciones de los cerdos a través de los tiempos, es un deleite ininterrumpido, gracias al estilo agradable y al sentido del humor de su autor. Es extraordinario cómo analizando un tema como este se va teniendo una mejor perspectiva de la evolución de nuestra sociedad porque desde luego, es imposible analizarlo aislado de todos los otros componentes de la vida humana. Alguien debería empezar a utilizar los libros de Pastoureau para las clases de Historia en las escuelas primarias.
Voy a pecar de insolente y permitirme hacer algunas adiciones sobre los cerdos en la historia de mi vida. Para empezar, así como la Rana René fue uno de los primeros hombres de mi vida, Miss Piggy fue uno de mis primeros modelos a seguir. Su clase, glamour y seguridad ante la vida fueron una fuente incesante de inspiración en mis primeros años. Y todavía me acuerdo del peluchito de Miss Piggy con su vestidito rojo que tenía Bertha, era muy bonito. Mis abuelos tenían una granja cuando yo estaba pequeña y cuando íbamos de visita cada verano, mi hermano y yo pasábamos mucho tiempo con los animales. Como verdaderos citadinos no hacíamos nada productivo, pero convivíamos tanto con ellos que mi hermano decía comprender lo que los cerditos decían. Era todo un traductor que me explicaba lo que ellos querían hacernos saber.
Tori Amos en su disco Boys for Pele posó en una fotografía amamantando a un cerdo, para ilustrar su instinto maternal. Me enamoré de la cerdita Olivia que aparece en varios cuentos infantiles del autor Ian Falconer, al punto que mi computadora tomó su nombre. Finalmente, han habido varios cerdos que serán recordados a través de la Historia, como el cerdo de San Antonio o el cerdo que mató al primogénito del rey Luis VI haciéndolo caer del caballo, pero pasará mucho tiempo antes de que un cerdo alcance el estatus de celebridad que tuvo Max, la mascota de George Clooney, que lo acompañó durante 18 años. Todavía recuerdo el día en que murió… Afortunadamente E! News le dedicó un segmento para despedirse. Rindo tributo a estos hermosos animales con una canción en su honor, que no pudo haber sido escrita por otro que no fuera Cri-Cri.
PASTOUREAU Michel, Le Cochon, Histoire d’un cousin mal aimé, Gallimard, Paris, 2009, Collection Découvertes Gallimard
Buenos días Marcela,
ReplyDeleteFue simpático leer tu entrada y agradezco estés también siguiendo Twitter.
Un saludo,
Antonio
Me siento indignado porque no hay información sobre el puerquito metalero!! Fuera de eso, genial el post!!
ReplyDeleteMuchos saludos Antonio!!!!
ReplyDeleteY mis excusas Yanis!!! Tenés toda la razón, he aquí el video del puerquito metalero:
http://www.youtube.com/watch?v=1fiGQe9w-7k