Cuando vivía en Tegucigalpa siempre me decía que yo estaba hecha para vivir en grandes ciudades y que nunca toleraría vivir en un pueblo, donde no se tengan todos los recursos, los conforts y las neurosis propias al urbanismo en gran escala. Había pasado muchos veranos en el pueblo de mis abuelos y la gente me parecía mucho más amable, el ritmo de vida más apacible, hasta la televisión por cable era mejor, pero yo sabía que cambiaría sin pensarlo dos veces cualquier convivencia social con tal de tener las películas más recientes en el cine, poder comprar libros en las grandes librerías o irme de compras a los grandes almacenes. Bordeaux es una ciudad mediana, es decir, se vive con la tranquilidad de un pueblo pero tiene algunas facilidades de una gran ciudad. Pero cada vez que paso por París, me alegro que los empujones en el asqueroso metro sean temporales porque nunca paso más de una semana allí. La única razón por la que me gustaría vivir allí es por la cantidad impresionante de museos que es tal que podría visitar uno diferente cada fin de semana por el resto de mi vida, pero siempre respiro de alivio cuando regreso a mi apacible Bordeaux.
Había llegado al punto de pensar que yo no estaba hecha para vivir en una gran capital hasta que conocí Taipei. Desde el primer momento que salí a la calle en búsqueda del segundo edificio más alto del mundo me quedé boquiabierta. Es un mundo completamente distinto al que yo había conocido antes: hay tanta gente, cruzando la calle, montada en scooters, conduciendo en carros y aún así no se siente asfixiante o estrecha. Los edificios son gigantescos pero las calles son amplias por lo que es imposible sentirse aplastado por las construcciones. Me encantó el metro, el hermoso MRT como le dicen, nítido porque es prohibido comer, tomar o hasta mascar chicle en sus instalaciones y me encantó cómo era un martes a las 10 de la noche y la multitud no parecía dar señas de desacelerar. La ciudad tenía todo para hacerme sentir insignificante por sus dimensiones, su densidad y su sobresaturación de ruido, luces y distracciones y era todo lo contrario: tuve la sensación de ser muy especial por estar allí. Deseé poder estar allí por siempre.
Me encantaron todos los lugares que conocí de Taiwán, pero ahora en retrospectiva me arrepiento de no haberme ido de un solo a Taipei. Hay tanto que hacer, ver, comer y conocer que pude haber estado dos semanas enteras allí sin extrañar por un minuto ninguna playa, lago o campo. Mi único consuelo es que la ciudad se disfruta mejor con gente que ya la ha domesticado previamente y yo sólo pude entrar en contacto con personas locales hasta mi última noche. Wilmer, el otro chico hondureño invitado a recorrer Taiwán en nombre de Honduras, me presentó a sus amigas Peggy, C.C. y Angela, con quienes compartimos en un café bohemio absolutamente hermoso, para que luego Peggy nos llevara a un mercado nocturno, algo muy típico del país. Al día siguiente, en las últimas horas que me quedaban y que quise exprimir al máximo separándome de los otros chicos del programa, Peggy nos llevó a Wilmer y a mí a desayunar y luego me acompañó de compras, para terminar con broche de oro en el Museo de Arte contemporáneo. En solitario ya había visitado el Memorial a Chiang Kai-shek, el Museo Nacional del Palacio y la cena y ceremonia de despedida fueron organizadas en el Gran Hotel, por lo que vi algunas de las cosas turísticas esenciales. Pero me faltaron tantas cosas que tengo que regresar, no sé cómo ni cuándo, pero son mis nuevas metas en la vida, aprender mandarín y volver a Asia, especialmente a Taipei. Y ahora siento una mezcla de aprensión y emoción cuando pienso en una gran ciudad: ¿estaré lista para la agitación, el estrés, los apartamentos reducidos y el alto costo de la vida? Sí, sí y mil veces sí.
When I used to live in Tegucigalpa I always said to myself that I was meant to live in big cities and that I would never tolerate living in a small town where you don’t have all the resources, the comforts and the neurosis typical of big scale urbanism. I had spent many summers in my grandparent’s hometown and the people there seemed much nicer, life seemed calmer, even cable tv was better, but I knew deep down that I would change in a heartbeat any social interaction as long as I could have the newest movies at the theater, be able to buy books in big bookstores or go shopping at big stores. Bordeaux is a medium city, meaning that you can live in it with the small town calmness but it has some big cities’ facilities as well. But every time I go to Paris I am so glad the pushing in that disgusting subway is temporary because I never spend more than a week there. The only reason I would like to live there is for the impressive number of museums which would allow me to visit a different one every weekend for the rest of my life, but I’m always relieved when I come back to my peaceful Bordeaux.
I reached the point where I thought I would not be able to live in a big capital city until I went to Taipei. From the first moment I went outside to look for the world’s second tallest building I was blown away. It’s a whole different world I had met before: there are so many people, crossing the streets, riding scooters, driving cars and yet you don’t feel it to be narrow or asphyxiating. The buildings are enormous but the streets are very wide so it’s impossible to feel crushed by the constructions. I loved the subway, the beautiful MRT as they call it, sparkling clean because it’s forbidden to eat, drink or even chew gum inside of it and I loved how it was Tuesday night at 10 o’clock and the crowd didn’t show any signs of slowing down. The city had everything to make me feel insignificant by its dimensions, its density and its oversaturation of noise, lights and distractions and yet it was the contrary: I had the feeling of being very special because I was there. I wished I could stay there forever.
I loved every place I met in Taiwan, but looking back I regret not have gone directly to Taipei. There’s so much to do, see, eat and meet that I could have been there for two entire weeks and not miss any beach, lake or field. My only consolation is that you enjoy the city better when you are with people who have domesticated it previously and I could only get in touch with people who actually live there on my last night. Wilmer, the other Honduran kid invited to go to Taiwan representing Honduras, introduced me to his friends Peggy, C.C. and Angela, and we got to hang out in a beautiful bohemian café. Then Peggy took us to a night market, something very typical of the country. The next day, in the last few hours I got left and that I wanted to squeeze the juice out of so I got away from the rest of the Say Taiwan kids, Peggy took Wilmer and me for breakfast and then took me shopping, only to finish with the Museum of Contemporary Art. By myself I had already visited the Tchang Kai-shek Memorial, the National Palace Museum and the farewell banquet and ceremony were held at the Grand Hotel, so I had the opportunity to see some of the essential tourist attractions. But there were so many things left to see that I have to go back, I don’t know when or where, but my new goals in life are to learn mandarin and go back to Asia, and especially to Taipei. And now I feel a mix of apprehension and emotion when I think of a big city: am I ready for the turmoil, the stress, the tiny apartments and the high cost of life? Yes, yes and a thousand times, yes.
Durante mi viaje a Taiwán tuve el privilegio de compartir no sólo con mi familia de acogida pero también con la de Ana Cristina. El sábado pasado me invitaron a una cena que organizaron con sus vecinos y al día siguiente a un paseo en bicicleta con otros amigos. Toda la experiencia fue magnífica.
La cena consistió en una plétora de deliciosos platillos donde lo principal era un pollo asado rociado con vino. Lo acompañaban varias frutas, verduras, fideos y otras carnes que eran una más rica que la otra. Cuando platicábamos entre los invitados extranjeros siempre concordamos en que los taiwaneses comen mucho y no podían ver nuestros platos o vasos vacíos porque tenían que llenarlos inmediatamente. Esta combinación de sobre-alimentación y comida exquisita ha de ser letal para mis intenciones de dieta, pero era realmente difícil negarse o dejar de comer con tanta variedad, novedad y sabor.
Doña Grace y don Michael viven en un edificio construido de forma anexa a la casa que heredaron de su familia. Sus amigos también construyeron sus casas sobre las de sus antepasados y entre todos comparten un patio común en el que se reúnen a comer y a compartir. Tienen tantos años de amistad en común que son prácticamente familia, al punto que uno de ellos se dedicó a escribir y a documentar la genealogía de las familias e hizo un libro al respecto que nos enseñaron. Pero sus amistades van más allá de sus vecinos cercanos y en un momento de la velada llegó el alcalde de la ciudad de Huwei a saludarnos y a platicar con nosotras.
A la mañana siguiente nos despertamos muy temprano para andar en bicicleta con doña Grace y sus amigas. Después de un copioso desayuno nos fuimos a pedalear por la carretera por aproximadamente una hora. Recordemos mi pobre condición física una vez y ahora imaginemos la escena en que una docena de señoras no sólo pedaleaban, a veces sin manos, sino que todavía hacían estiramientos, andaban a toda velocidad y sin ninguna dificultad, mientras yo sentía que estaba a punto de desmayarme por el esfuerzo. Éramos una caravana de varias bicicletas, una moto y hasta un carro y por un momento me sentí en una película de motociclistas rebeldes o en la última entrega de Tom Hanks que no recomiendo a nadie ver. El destino final era un pequeño jardín frente a una plantación de árboles frutales, propiedad de una de las señoras, donde se encontraban aún más amigos preparando la comida. Eran las ocho y media de la mañana y estaban preparando pollo, pescado y salchichas asadas, una sopa dulce y fría de frijoles (suena extraño pero era deliciosa y refrescante), sopa de albóndigas, otro montón de platos que no soy capaz de recordar y muchas frutas. Ni siquiera era hora de almuerzo y había comido lo suficiente para sentirme satisfecha todo el día, era increíble.
Un poco después de medio día empezamos el camino de regreso, pero a mitad del trayecto recibimos una invitación para ir a cantar karaoke a casa de una amiga del grupo. Hasta ahora no había podido ir a ningún “KTV”, uno de los locales donde uno puede encerrarse en una sala con sus amigos y cantar karaoke hasta el cansancio y definitivamente es imposible venir a Asia y no cantar karaoke. Resulta que es muy popular comprarse los aparatos de karaoke para la casa, muy parecidos a los reproductores de DVD y que te permiten escoger entre una variedad impresionante de canciones. Con Ana Cristina creíamos podernos salvar de cantar en público, algo que yo podría hacer después de involucrar mucho alcohol en el proceso, pero en el repertorio no sólo tenían canciones chinas o japonesas, habían hits de los años 60s y 70s en inglés. Ana Cristina fue más valiente y cantó “Let it be” en solitario; yo me atreví a cantar en dúo con ella “Yesterday”. Lo más divertido es que yo que era la más reticente a mitad de la canción me emocioné y quería continuar cantando, pero ya era hora de irnos. La tarde la aprovechamos para descansar de tanta emoción en tan poco tiempo, pero estuvo tan divertido que ahora que estoy en casa desempolvé la bicicleta que Sophie dejó en Francia y es muy probable que en el futuro me termine comprando un aparato casero de karaoke yo también. During my trip to Taiwan I had the privilege to share not only with my host family but with Ana Cristina’s as well. Last Saturday they invited me to a dinner they organized with their neighbors and the next day to a biking trip with other friends. The whole experience was magnificent.
The dinner was a plethora of delicious dishes where the main course was a grilled chicken with wine sprayed on it. It was served with fruits, vegetables, noodles and other meats that were all very tasty. Whenever we international guests got together we all agreed that the Taiwanese eat a lot and could never see your plates or cups empty because they had to fill them immediately. This combination of over-eating and exquisite food has to be lethal to my diet intentions, but it was really hard to say no or not to eat such variety, novelty and flavor.
Mrs. Grace and Mr. Michael live in a building they built in front of the house they inherited from their family. Their friends also built their own houses on top of their relatives and they all share a common yard where they get together to eat and hang out. They have been friends for so long they consider themselves family, to the point where one of them wrote and documented their families’ genealogy and wrote a book about it that we had the opportunity to see. But their friends go beyond their close neighbors and during the evening the Huwei’s mayor came to say hello and chat with us.
The morning after we woke up very early to go bike riding with Mrs. Grace and her friends. After a huge breakfast we rode along the highway for about an hour. Let us remember my poor physical condition and now imagine the scene in which a group of ladies not only pedaled, sometimes without hands, but did stretching exercises, rode really fast and effortlessly, while I felt I was going to faint at any time. We were a crowd of many bikes, a motorbike and even a car and for a moment I felt in a bike rebel’s movie or in Tom Hank’s latest release I don’t recommend to anyone. The final destination was a little garden in front a fruit tree’s plantation, owned by one of the ladies, where more friends were preparing some food. It was eight thirty in the morning and they were making grilled chicken, fish and sausages, cold and sweet bean soup (that sounds weird but it’s actually delicious and refreshing), meat ball soup, another bunch of dishes I no longer remember and a lot of fruit. It was not even lunch time and I felt I had eaten enough for the whole day, it was incredible.
A little after noon we started our way back when suddenly we got an invitation to sing karaoke at someone else’s house. So far I hadn’t been to a “KTV”, a place where you can lock yourself with your friends and sing as long as you want and really, it’s impossible to come to Asia and not sing karaoke. It turns out that it’s very popular to buy the karaoke machines for your home, which look like DVD players and let you choose from an impressive variety of songs. With Ana Cristina we thought we could avoid singing in public, something I could do after involving a lot of alcohol in the process, but the repertoire not only had Chinese or Japanese songs, there were some hits from the 60s and the 70s in English as well. Ana Cristina was braver than me and sang by herself “Let it be”; I only dared to sing a duet with her of “Yesterday”. The funniest thing is that I who was the most reticent to sing, in the middle of the tune got all excited and I wanted to keep on singing, but it was time to go. The rest of the afternoon we had some rest but it was so fun that now that I’m home I dusted off a bike I have here and it’s very likely that some time in the future I will have my own karaoke machine.
Tributo a Nora Ephron
Hoy cumplo un año de haber llegado a Francia y es mi obligación compartir la poca sabiduría que he adquirido en este tiempo, para que cualquier otra persona que esté por salir de su casa por primera vez esté advertido y por lo menos no cometa los errores que yo, por inexperiencia y por falta de guía, tuve que cometer para aprender.
Nunca, nunca, nunca salir del país sólo con dinero en efectivo y sin tarjeta de crédito. NUNCA.
No empacar cosas innecesarias.
De hecho, empacar únicamente lo esencial. En retrospectiva me doy cuenta que pude haberme comprado un nuevo guardarropa con lo que pagué por traer una maleta adicional y traje un montón de cosas que nunca uso y que quitan espacio a mi minúsculo cuarto y clóset.
Los esmaltes de uña pasan de moda y por falta de uso se terminan estropeando. ¿Qué estaba pensando cuando me compré ese esmalte amarillo?
¿Realmente tenía que traer esos pines comprados por mi padre en Ucrania a principios de los años 90?
No se usan tacones en estos países donde el transporte público es eficiente, ese tipo de zapatos sólo se utiliza cuando se tiene carro y aquí pasaría casi un año sin subirme a un vehículo privado.
Debí haber aprendido a cocinar cuando tuve la oportunidad, o por lo menos haber escaneado antes de venir ese libro de cocina china que mi madre guarda en la casa.
Si bien a los diecisiete años el estrés te hace perder peso, a los veinticinco te hace subirlo: no dejar de hacer ejercicio nunca!
No comer en el restaurante de la universidad. Tres euros puede no parecer caro para un menú completo con entrada, almuerzo y postre, pero cinco veces a la semana, cuatro semanas al mes, sin contar con las porciones extra grandes y los ingredientes de origen desconocido resultan en una fuga considerable de dinero y en un engordamiento asegurado.
Siempre leer sobre la ciudad a la que uno va a llegar por primera vez con anticipación, sobre todo con respecto a sus medios de transporte. También prever un alojamiento de emergencia para las primeras noches.
Hacer la conversión de tu moneda nacional a la moneda de tu nuevo país puede hacerte ahorrar un poco de dinero al principio, pero es un hábito irritante que se desvanece con el tiempo. Luego te acostumbras y terminas pagando sesenta euros por una chaqueta en temporada normal como si fuera nada, cuando en tu país de origen sólo comprabas cosas de por sí baratas y en temporada de descuentos.
No hay forma de escapar de la burocracia administrativa de las universidades, ni siquiera mudándose a otro país. Hay que aceptarla como una característica intrínseca de la raza humana.
Todas esas veces que mis padres me regañaron por ser perezosa con los quehaceres de la casa, desconsiderada con respecto a cómo mis acciones afectan a los demás o indiferente a la hora de convivir con ellos me han servido para aprender a vivir con gente desconocida. Me hicieron la vida imposible, pero tenían razón.
La independencia se aprende a golpes. Estar lejos significa estar solo muchas veces, pero eso no es el fin del mundo. Uno termina aprendiendo a tomar decisiones por uno mismo.
Por muy solitario y huraño que uno sea los buenos amigos terminan por aparecer. Algunas veces hasta se tiene mucha suerte y se termina viviendo con ellos.
A pesar de las dificultades y la conmoción inicial, todo esto vale la pena. Salir de casa y de tu país abre un horizonte más amplio de lo que uno creía posible. Se conocen lugares hermosos y personas extraordinarias que te inspiran y se aprenden cosas que te hacen ver el mundo de forma diferente. Al final de cuentas uno se está transformando en un mejor profesional pero sobre todo en una mejor persona.
Sólo hay que tener paciencia.
Tribute to Nora Ephron
Today I’m celebrating a year since coming to France and it is my duty to share the little wisdom I have acquired during this time, so that any other person who is about to leave his home for the first time will be warned and will not make the same mistakes I did on account of my inexperience and lack of guidance.
Never, ever, ever leave the country only with cash and without a credit card. NEVER.
Do not pack unnecessary stuff.
In fact, only pack what is essential. In retrospective I realize I could have bought a whole new wardrobe with what I payed to bring an additional suitcase and I brought a lot of things I never use and that take a lot of space in my tiny room and closet.
Nail polish goes out of fashion and lack of use makes it go bad. What was I thinking when I bought that yellow nail polish?
Did I really have to bring those pins my father bought in the Ukraine in the early 90s?
You don’t wear heels in these countries where public transportation is so efficient, those kinds of shoes are wearable only when you have a car and here I would spend almost a year without getting on a private vehicle.
I should have learned how to cook when I had the chance, or at least I should have scanned that Chinese cuisine book my mother keeps at home.
If stress makes you lose weight when you’re seventeen, at twenty-five it makes you gain it: don’t ever stop exercising!
Do not eat at the university’s cafeteria. Three Euros may not seem much for a whole menu with appetizer, main course and dessert, but five times a week, four weeks a month, without mentioning the extra large portions and the ingredients of unknown origin result in important money drain and a guaranteed weight gain.
Always read up on the city you will be arriving for the first time before getting there, especially about its transportation system. Also, have emergency accommodation for the first nights.
Making the conversion from your national currency to the one of your country of arrival can make you save some money at first, but it’s an annoying habit that will vanish over time. Then you will grow accustomed to it and you will end up paying sixty Euros for a jacket in normal season when in your country of origin you only bought cheap clothes during sales.
There is no way to escape the university’s administration bureaucracy, not even by moving to another country. You just have to accept it as an intrinsic condition of the human race.
All of those times my parents yelled at me for being lazy about house chores, inconsiderate about how my actions affect others or indifferent when spending time with them have taught me how to live with new people. They made my life impossible, but they were right.
Independence is hard to learn. Being far away means being alone many times, but it’s not the end of the world. You get used to making decisions by yourself.
No matter how much of a loner you are, good friends end up appearing somehow. Sometimes you get so lucky you end up living with them.
In spite of the initial difficulties and the first shock, it’s all worth it. To leave your home and your country opens up a horizon even wider than you expected. You get to visit wonderful places and meet extraordinary people who inspire you and you learn things that make you see the world under a different light. In the end, you are becoming a better professional but above all a better person.
You just have to be patient.
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