Grandes y pequeños secretos del mundo del arte es un libro publicado en el 2010 por las periodistas investigativas Danièle Granet y Catherine Lamour, en que el que tratan de desenmascarar los actores, artistas, procesos y prácticas del mundo del arte contemporáneo. Con este propósito se dedicaron a recopilar no sólo escritos –libros y artículos- que hablan sobre este universo, pero se sumergieron completamente en él, entrevistando a todo tipo de personas que han hecho carrera, desde artistas, coleccionistas, hasta directores de museos y asistiendo a ferias, fiestas, exposiciones y subastas alrededor de todo el mundo. Porque ellas explican que la globalización también ha acarreado importantes cambios a la forma en que disfrutamos y consumimos el arte: las fronteras se han borrado, tanto para el comercio como para la exposición. Desde hace muchos años, los coleccionistas, creadores y gestores culturales son de todo el mundo y trabajan en varias ciudades a la vez.
Otro factor determinante en moldear el panorama artístico han sido las casas de las subastas. Si desde siempre los galeristas y comerciantes se han dedicado a descubrir a nuevos talentos, las casas de subastas se han especializado en vender a los que ya son consagrados, pero sus prácticas (¿poco éticas?) y la competencia entre ellas han disparado los precios de las obras hasta alcanzar cifras monstruosas. Para hacer mención de una de ellas está el hecho de prometer al vendedor de una pieza que esta será vendida por cierto valor, que muchas veces es exorbitante y que es muy probable que en tiempo de crisis no se pueda alcanzar. Esto los haría quedar en deuda con el vendedor, pero para evitar este escenario de antemano han conseguido un comprador de emergencia, que adquirirá la obra en el peor en el precio estipulado, en el peor de los casos. Esto conlleva a una inflación en los precios y a un aumento de la especulación que afecta a todo el mundo del arte.
A lo largo de todo el libro se mencionan y describen a la mayor cantidad posible de personas determinantes en cuestiones artísticas, entre ellos desde luego, a los principales coleccionistas del mundo. Estos son personas de mucho dinero que se dedican a comprar obras a diestra y siniestra, esperando venderlas cuando los precios de los artistas se disparen. Algunos de ellos no sólo son ricos, son también influyentes y usan sus conexiones para mostrar en las instituciones museísticas de prestigio las obras de aquellos artistas que ellos han adquirido para que sean validados académica y popularmente y así se hagan más cotizados, haciéndolos a ellos, dueños de las obras, automáticamente más ricos. ¿Quiénes son estos coleccionistas/inversores? Gente como François Pinault, dueño de la casa de subastas Christie’s, esposo de Salma Hayek y promotor de las exposiciones de Jeff Koons y Takashi Murakami en Versailles. También los dueños de las casas de lujo, como Bernard Arnault, propietario de LVMH (casa matriz de muchas marcas de lujo, como Louis Vuitton). Pero estos son dos casos aislados de gente con mucho poder, en realidad, prácticamente todas las personas con aspiraciones de riqueza, o con algo de dinero se convierten en coleccionistas o comerciantes de arte. El libro nos describe cómo actualmente la cantidad de millonarios va en ascenso, así como su capacidad adquisitiva, a tal punto que los museos no representan una competencia para ellos. Los museos estatales no son capaces de comprar obras cuando estas son subastadas entre un océano de ricos ya que los precios se vuelven demasiado altos. Las implicaciones de este fenómeno son extremadamente graves: por una parte, muchos de esos coleccionistas guardan las obras en depósitos por muchos años, sin ser accesibles al público, hasta que sean lo suficientemente cotizadas para ser revendidas; en el mejor de los casos esos coleccionistas llegan a tener tantas obras que abren sus propios museos, de allí los Guggenheim, entre otros. ¿Son estos verdaderos amantes del arte o inversores? ¿Se puede realmente ser las dos cosas?
Una pregunta muy interesante que se plantea el libro es si el arte, en estos tiempos de crisis continuas y mercados volátiles, es una inversión segura en comparación a la bolsa de valores o los bienes inmobiliarios. Según las autoras, este no es el caso, sin embargo el arte tiene varios valores agregados. Para empezar, es un símbolo de estatus para los nouveaux riches ya que al comprar arte se entra a un circuito de ferias, fiestas y exposiciones por todo el mundo que constituyen un tren de vida de lujo, jet-set y conocidos importantes. Además, el arte contemporáneo ofrece grandes ventajas perfectas para ese sector demográfico: no hay que haber estudiado nada, ni siquiera Historia del arte para comprenderlo o admirarlo, a diferencia del arte antiguo que necesita conocimientos mínimos de religión, historia o mitología; es accesible, en el sentido que se puede comprar, algo imposible con obras antiguas que están en los museos y te hace partícipe de una moda, esperando algún día ser parte de la Historia que se está escribiendo en estos momentos.
Como era de esperarse, el libro aborda la situación de Francia en el mundo actual del arte, un tema espinoso en todo sentido. Las autoras describen a Francia como marginal en el panorama, ya que en nuestros días las grandes subastas se realizan en Londres o en Nueva York, no se cuentan más de cinco artistas franceses que sean famosos a un nivel mundial en este momento y los mismos galeristas y coleccionistas franceses no apoyan a los artistas de su país. Se hace mención igualmente del individualismo de los artistas, del antiamericanismo como una de las razones por las que movimientos de vanguardia como el Pop Art o el Minimalismo no tuvieron resonancia aquí y por la que el país haya quedado excluido del resto de los movimientos importantes y continúe anclado en una preponderancia que está lejos en el tiempo. Todo esto hace pensar que los problemas del arte en Francia son los problemas que enfrenta su sociedad como tal. Muchas personas culpan las subvenciones que el Estado proporciona a los artistas y a las instituciones ligadas al arte como una forma de encerrarlos en una burbuja que no los hace aptos, a ninguno de los dos, a competir a nivel mundial ya que los hace propensos a canalizar sus habilidades de manera que sus obras sean aceptables para sus patrocinadores. Esto me parece descabellado: ¿el problema es que se apoya a los artistas? ¿Si no se les dieran subsidios, oportunidades para exhibir, plataformas donde hacerlo, entonces serían capaces de producir obras contestatarias que los volverían a hacer relevantes con respecto a las otras potencias actuales del arte? Difícilmente. Se dice que las prácticas de los discretos o anónimos coleccionistas franceses distan mucho del pavoneo constante de los americanos, ya que no es parte de las costumbres francesas mostrar su riqueza. Creo que un simple paseo por la calle en cualquier ciudad grande o mediana en Francia es argumento suficiente para desmentir semejante afirmación.
A partir del libro se pueden inferir observaciones interesantes, como que el arte es definitivamente un vehículo para el desarrollo económico. El mundo del arte abre nuevas profesiones, revitaliza ciudades como Bilbao, favorece el intercambio cultural. Yo siempre he creído que el arte contemporáneo tiene un potencial de crecimiento increíble en los países latinoamericanos, no sólo en el sentido que tiene magníficos artistas que mostrar, sino que ofrece al país la posibilidad de verse a sí mismo de forma distinta, de redefinirse cultural y socialmente. Siento que países como Honduras serían la plataforma perfecta para inaugurar un museo de arte contemporáneo y viendo las obras que se exhiben en las bienales, tanto hondureñas como centroamericanas ese sería un museo de mucha calidad. Pero si hemos de jugar con las reglas del sistema descritas en el libro, es definitivamente un paso que tiene que combinar el poder adquisitivo de personas que tengan dinero y visión y de gestores culturales audaces y preparados, ya que sobra decir que apoyo gubernamental jamás será provisto.
Bordeaux es una de las ciudades francesas mencionadas como una metrópolis que ve la cultura y el arte contemporáneo como “estimulantes económicos e instrumentos de resistencia a la crisis”. En efecto, el Museo de arte contemporáneo CAPC, inaugurado en 1984, fue visto desde sus inicios como una institución muy importante a nivel nacional, que ha dado a la ciudad un renombre que trasciende su imagen tradicional como región de viñedos.
El libro hace un buen trabajo en describir los mecanismos en que se promociona y a veces cómo se produce el arte. Pero, ¿qué lugar tienen los artistas en todo esto? ¿Salen ellos favorecidos por el sistema? Las autoras sólo mencionan a ciertos artistas, a las súper estrellas, que muchas veces manejan sus talleres como verdaderas fábricas de arte. Pero hay un dilema muy grave que se plantea: esos artistas famosos, ¿lo son porque son verdaderamente talentosos o porque todos esos ricos mercaderes nos los han impuesto para valorar lo que ellos han comprado? ¿Las prácticas de los coleccionistas y de los especuladores son realmente tan distintas de las de antes? Hay que recordar que los artistas nunca han creado de manera independiente a sus patrones, sean estos la Iglesia o la realeza como en la Edad Media, o los burgueses o los ricos, más adelante. Y esto es algo que el libro pasa completamente por alto y me parece muy grave: le falta contexto histórico. No se hace ninguna mención del estatuto del artista a través de los tiempos, que a pesar que han logrado algo de independencia, sobretodo creativa, después de la Segunda guerra mundial, no se pueden desligar por completo de aquellos que financian su producción. ¿Se puede entonces considerar como servil la posición del artista en la actualidad? ¿Ha mejorado con respecto a la de tiempos pasados? ¿Sigue siendo una profesión/vocación rechazada por la sociedad a pesar que esta disfruta, se nutre y se aprovecha de sus obras? Porque siento que, a pesar de todos los beneficios de los que goza Damien Hirst, o Anish Kapoor, no es una profesión con mucho prestigio, o con mucho apoyo financiero de parte de los gobiernos o las instituciones y está plagada de muchas dificultades para la gran mayoría de los artistas que no llegarán nunca a ser celebridades.
Otra crítica que le haría al libro es que no escarbó lo suficiente para mi gusto: yo hubiera querido saber más sobre magnates del arte como los Guggenheim, o sobre Carlos Slim, fundador del Museo Soumaya. También, me pregunto si la omisión de una bibliografía o de un índice de nombres fue algo accidental o a propósito.
Como estudiante de Historia del arte, puedo decir que por lo menos en mi universidad no se estudia el arte contemporáneo con la misma profundidad o seriedad como se enfoca el arte Antiguo, de la Edad Media o el Moderno. Los profesores advierten sobre el panorama sombrío del mercado del trabajo y del mundo de la investigación, pero con la descripción que hace el libro de las profesiones florecientes y del burbujeante y dinámico mundo del arte tal vez sólo sea una cuestión de adaptarse, ver posibilidades en otros lugares o de estudiar Historia del arte pero trabajar en el mundo contemporáneo. Estudiamos lo histórico, pero si no es para comprender o aprender a movernos en lo actual eso sólo se queda en anécdota.
Al final, reconsideré mi opinión de la gente que critica y detesta el arte contemporáneo: puede que tengan razón. A primera vista no es tan hermoso, profundo o erudito como el pasado y su promoción está plagada de corrupción y elitismo. Pero puede que, como dice el crítico y comisario Nicolas Bourriaud, aquellos que lo rechazan sean personas que no les gusta que los sacudan de lo que ellos consideran como cierto, ya que creen saber de antemano cómo funciona el mundo, mientras que el arte contemporáneo se dedica a mostrarnos que vivimos en una sociedad que puede desbaratarse en cualquier momento.
GRANET Danièle, LAMOUR Catherine, Grands et petits secrets du monde de l’art, Fayard, Paris, 2010
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