Vuelvo a la vida después de una siesta de dos días, interrumpida únicamente por dos maratones de “Arrested development”. Desperté a un mundo completamente diferente. Todavía tengo que levantarme temprano por que falta una semana con Thelma Avelar y sus principios de economía, pero este hilo, que me mantiene atada al mundo de las responsabilidades y la rutina, impide que me sumerja en los delirios de anhelar la playa y el agua de coco cuando se está en el frío invierno de la ciudad. Después de cuatro meses de trabajo agobiante, mis preocupaciones son ahora trascendentales, pero interrumpidas prontamente. Que no me corten mucho el pelo: la chava me terminó dando una Cosmopolitan que la salvó de mi supervisión minuciosa de su trabajo. Cuál es el método más efectivo para que deje de comerme las uñas: intenté por milésima vez en mi vida tratar de soportar el barniz transparente. Pero no dejo de verme las manos a cada rato, y por alguna razón las tengo más frías que de costumbre.
Recordé lo exquisito que es vagar solitariamente por la ciudad. Sylvia Plath y un mocaccino me esperaban en Metromedia, y me quedé por mil horas viendo otros libros, hasta que me acordé que mi madre me encargó de apagar una sopa en la casa. Sólo el terror a los incendios me hizo regresar. El resto de mi día va a transcurrir buscando un nuevo gimnasio con Herminio, tratando de salvar a mi computadora de los infernales pop-ups y dándome ánimos para que algún día de esta semana ordene el chiquero que tengo de cuarto.
Simone dice que de los días alegres no hay mucho que contar, pero yo siempre he rogado que eso no sea cierto. Que yo no resulte ser una simple narradora de desgracias. Hoy caminaba a mi clase sintiéndome muy satisfecha de dónde estoy. No quiero pensar en si esto va a durar, o ni siquiera en las razones por lo que todo está funcionando. Entiendo que todo se sigue moviendo, con o sin mi consentimiento, y que sólo me queda adaptarme a ello. Sólo tengo este momento y está muy bien, estoy contenta con él.
Recordé lo exquisito que es vagar solitariamente por la ciudad. Sylvia Plath y un mocaccino me esperaban en Metromedia, y me quedé por mil horas viendo otros libros, hasta que me acordé que mi madre me encargó de apagar una sopa en la casa. Sólo el terror a los incendios me hizo regresar. El resto de mi día va a transcurrir buscando un nuevo gimnasio con Herminio, tratando de salvar a mi computadora de los infernales pop-ups y dándome ánimos para que algún día de esta semana ordene el chiquero que tengo de cuarto.
Simone dice que de los días alegres no hay mucho que contar, pero yo siempre he rogado que eso no sea cierto. Que yo no resulte ser una simple narradora de desgracias. Hoy caminaba a mi clase sintiéndome muy satisfecha de dónde estoy. No quiero pensar en si esto va a durar, o ni siquiera en las razones por lo que todo está funcionando. Entiendo que todo se sigue moviendo, con o sin mi consentimiento, y que sólo me queda adaptarme a ello. Sólo tengo este momento y está muy bien, estoy contenta con él.
Yo me preocupo por eso de las desgracias también, pero creo que tiene que ver con el hecho de que lo bueno siembre lo damos por sentado y se nos pasa de largo, mientras que nuestras tragedias nos quedan en la mente un buen rato.
ReplyDeleteYay te gustó Volver!
Ya viste que no eran locuras mías que era tan buena!
alguna vez creo que mi lema era que no se podia escribir estando feliz. soooooooooo wrong! simplemente los momentos felices son para vivirlos, no tanto escribirlos...eso siempre es mil veces mejor,
ReplyDeletesaludos