01 April 2008

“Felicidades Jean. ¿Cómo duermes por la noche?”

El creador de Dilbert tiene un blog en el que habla de su vida como caricaturista y dueño de un restaurante y comenta sobre noticias de interés general. El otro día opinaba sobre lo perfecto que es su trabajo y del poco riesgo que asume, ya que si algo llegara a salir mal, lo peor que puede pasar es que ofendería a alguien, y en algunas ocasiones disfruta eso. Un gran contraste por ejemplo, con los arquitectos o ingenieros, que tienen una amplia gama de errores, que pueden desembocar en presupuestos falsos –teniendo que pagar de su bolsillo-, casas o edificios mal diseñados –con clientes insatisfechos de por vida-, o estructuras mal calculadas resultando en derrumbes y/o muertes, por lo que podés perder tu licencia o hasta tu libertad.

La responsabilidad que se asume en este tipo de trabajos es exorbitante, abrumadora. En Obras estamos estudiando todos los pormenores referentes a contratos. Ese submundo es tan espinoso como uno se imagina que es, pero tiene que serlo: cuando uno pone las cartas sobre la mesa desde un principio, se aclaran las expectativas y se conocen las consecuencias, todo se mantiene claro y ninguna de las partes puede sentirse engañada. Un contrato tiene cláusulas en las que se escriben las especificaciones técnicas de la obra, el presupuesto completo de la obra, cómo va a ser pagada, qué sucedería en caso de que se quieran hacer modificaciones, o que resulten errores de construcción, que se tenga que ampliar el plazo para la entrega final; tiene previstas contingencias que van desde una época de lluvia prolongada, hasta qué sucedería si el país estalla en guerra civil, o si los Estados Unidos decidieran tirar una bomba nuclear para exterminar a toda Centroamérica y el Caribe. Tiene también muchos apartados que garantizan que el arquitecto va a cumplir debidamente con su trabajo. Se llaman fianzas. Las fianzas son garantías de diversos tipos que un constructor debe solicitar a un banco, por determinado porcentaje del total del costo del proyecto, dejando una prenda a su nombre (algún bien que él posea, un terreno, un carro, etc) que cueste lo mismo que ese porcentaje antes mencionado. Por ejemplo, cuando uno firma el contrato de una obra, el cliente está obligado a darle al constructor un anticipo que es del 20% del total de la obra. Pero el arquitecto debe presentar una fianza por este anticipo. Va al banco y la pide, el banco le pide una prenda por el valor de esa fianza. El arquitecto deja constancia de que posee algo en su haber que valga lo mismo que la fianza, para que en caso que no pueda cumplir, el cliente se quede con eso que dejó como prenda. En resumen, para trabajar, un arquitecto tiene que tener dinero, bienes raíces o joyas muy caras. Hay fianzas por cumplimiento de contrato, de sostenimiento de oferta y de calidad de obra. Si el arquitecto no cumple con el contrato, le sube al precio inicial de la obra, o si su obra da problemas hasta un año después de haber sido terminada y no quiere responsabilizarse por ella, el cliente va al banco, y se queda con aquello que el arquitecto empeñó.

Estamos hablando de la soga al cuello que se pone un arquitecto pinche al que le dio por entrar a una licitación de una obra importante. (En contratos por administración, que son los más populares en proyectos chiquitos, como casas, todo lo antes mencionado no aplica.) Ahora pensemos en esas mega firmas de arquitectos que tienen oficinas en diferentes países, que construyen en varios continentes a la vez. Esos tipos no han de vivir para otra cosa, no han de saber nada que no tenga que ver con cosas que se apilen unas encima de otras para proteger de la intemperie, no han de tener familia, no han de poder mantener con vida un helecho que alguien puso por error en su oficina. Cierto, la responsabilidad se distribuye entre miles de empleados, pero cada empleado es un universo aparte, con sus propias aspiraciones e ideales, y para que una de estas organizaciones funcione todos tienen que trabajar al mismo ritmo, y Stephen Covey está muerto y no se le puede contratar para que venga a ayudarte a poner orden con todo mundo. ¿Por qué, oh, por qué alguien querría meterse a estos líos por gusto propio?

El más reciente ganador del premio Priktzer (el nobel de la arquitectura) es el francés Jean Nouvel, que lógicamente es uno de esos arquitectos ultra famosos, con sucursales y proyectos en varios países europeos y árabes. La cuestión es que el tipo cuando era joven quería ser artista, pero sus papás, que eran maestros de escuela, querían para él una vida más estable y segura y lo alentaron u obligaron (no tengo idea) a estudiar arquitectura. A los 62 años, el hombre puede descansar tranquilo porque ha logrado la meta máxima a la que puede aspirar alguien en su medio. Por supuesto que no lo va a hacer: para los arquitectos la vida empieza a los 50; ahorita es cuando más tiene trabajo y reconocimiento. Si él hubiera sido artista, no tendría que jugarse el pellejo con cada proyecto que tuviera encima, pero quién sabe si hubiera sido igual de exitoso. Así cómo nunca sabremos si a Brad Pitt, que soñaba con estudiar arquitectura, se le habría desmoronado un edificio de cuatro pisos que él habría diseñado. Tal vez yo exagero y cuando uno está metido al rollo simplemente es cuidadoso, pero se termina acostumbrando a vivir con ese nivel de peligro y compromiso. O quizá Jean tenga insomnio desde hace cuarenta años y no se lo quiera decir a nadie.

1 comment

  1. Fijo tu vida y reconocimiento como arquitecto va a comenzar a los 30...lo presiento, por cierto, ya sabia de quien hablabas, habia visto una nota hace poco del ganador del premio Priktzer...(woow, ya sabia de antes de alguien rebuscado de quien Marce habia posteado en algo de sus posts...a todos les llega su momento =P)...interesante Post Marce...

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