Ahora que ese ciclo se acabó, tengo algunas cuantas reflexiones sobre el mundo del trabajo, desde luego, enmarcadas en el universo de la construcción. Para empezar, aquellos a los que algunas décadas de malas experiencias han soterrado nuestro carisma y encantos personales estamos fregados, porque uno de los principales factores de éxito en el mundo adulto es qué tan bien les caes a las personas correctas. Con un solo individuo determinante que te encuentre simpático eres capaz de conseguir un puesto en el que sólo llegues a sentarte por 9 horas a un escritorio a chatear y escuchar música, y ganando dinero por eso (ni siquiera debes conservar esa simpatía con el resto del equipo, puedes tratarlos mal, pero si el jefe te quiere allí, nadie más puede moverte). O bien, se te facilita hacer tareas más difíciles y cuando las circunstancias lo exijan decir: “tuvimos un retraso” y no recibir regañadas que pasarán a la historia o humilladas que provoquen heridas de por vida.
El otro extremo del espectro, cuando absolutamente nadie te tolera y logras alienar a todas las personas a tu alrededor, puede ser bastante dañino. La mala reputación alcanza extremos lejanos de un mismo país, y en casos especiales, trasciende al extranjero. Las personas trabajarán de mala gana contigo, hablarán pestes de ti a tus espaldas, ningún ingeniero supervisor aceptará lo que has hecho, e incluso habrá algunos que te tengan en su lista negra y no puedan siquiera voltearte a ver. Existen dos tipos de jefes, aquel que te invita a almorzar, y el que compra comida, comienza a comer enfrente de ti y no te ofrece ni una papita; uno trabaja con mayor agrado para el primero.
Ese tipo de comportamiento negativo sólo se explica con una sencilla razón: si no te gusta tu trabajo, tu destino está sellado. Empiezas a contaminar a todo mundo con tus arengas de por qué no quieres estar allí, pero volvemos al asunto que ahora eres un adulto y nadie puede obligarte a quedarte en un lugar en el que no te sientes bien. El trabajo lo haces de manera mediocre, e interfieres con otras personas que sí disfrutan sus ocupaciones y se las toman en serio, o que están tan sumergidas en el sentido del deber que el placer se vuelve secundario para ellos. No importa: tus acciones tienen una serie de consecuencias nefastas para varios sectores de las ramas en las que estamos interconectados los unos con los otros. El proyecto queda mal, la empresa a nivel local se ve afectada, la empresa a nivel internacional queda tachada y tú puedes destruir cualquier deseo que otra persona tuviera para contratarte. Si todavía tienes fuertes lazos con tu familia, probablemente sea mejor estar desempleado que empleado en algo detestable.
La experiencia es algo que vale la pena tener; es conocimiento que no puede ser transmitido, te rodea un aura de confianza, una seguridad no necesariamente en el resultado, pero sí en los medios para alcanzarlo, te permite saber rápidamente con quién estás tratando y qué puedes esperar de esa persona. Por ejemplo, 23 años de tratar ingenieros civiles me han permitido comprobar en estos meses que los miembros de esa especie son todos iguales (con excepciones que podría contar con los dedos de una mano), sin importar diferencias de edad, sexo o religión o falta-de. Para sobrevivir en su medio deben aprender a tener esa actitud de sabelotodo y “todos son inferiores a mí”, de lo contrario serán engullidos por todos los subordinados (y a veces colegas de otras ramas) que tienen a su cargo y que sufren de una alta probabilidad de no hacer las cosas correctamente. Son ultra condescendientes, en el sentido que si tú los llamas por otra palabra que no sea “ingeniero” es la hecatombe, pero ellos se sienten con toda la libertad de llamarte “licenciada”, “ingeniera”, o hasta “muchacha”, cuando ya te han presentado con tu nombre como una estudiante de arquitectura. Y deberían de patentar su línea de ropa: todos se visten igual. Hace poco que se celebró el día del ingeniero, mi solidaridad estaba con los albañiles.
La semana pasada asistí a un seminario sobre cómo buscar trabajo, y me di cuenta de todos los errores que había cometido en este. Con la perspectiva de que los días estaban contados, esta última semana fue extremadamente agradable, pero para estar otro mes más, dudo mucho si hubiera conservado algo de cordura al final de ese tiempo. Conocí a muy buenas personas, vi buenos proyectos y me entretuve, pero aclaré de una buena vez por todas a lo que sí me quiero dedicar, y en los momentos en los que me aburría o me sentía desubicada pensaba con tristeza que hubiera aceptado ser voluntaria sin paga en otro lugar en el que sí me hubiera sentido conectada con lo que me atrae o que tan siquiera me hubiera contado como práctica. Lo más difícil es que es igual que estar estudiando, con respecto a que te absorbe la mayor parte del día y no queda a veces ni una pinche hora para dedicarte a las cosas importantes. Sentirte extenuado la mayor parte del tiempo y saber que no estás contribuyendo a nada importante, tanto para los demás como para tu propio camino, no tiene justificación. Hacer algo sólo porque te pagan, sólo porque estás de vacaciones y no hay nada mejor que hacer, o sólo para no estar en casa, no son buenas razones, te dejan sintiéndote vacío e inútil. Sin embargo, la lección más importante que pude extraer, es que la segunda vez que haces algo, sale mejor, así que he de volverlo a intentar.
De verdad que es una muy buena lección la que pudo sacar. Y creo que así debería de ver las cosas venideras. Me alegra saber que en esos tiempos de aburrimiento, angustia y desesperación haya encontrado algo en que enfocarse y lo que se podría convertir en una nueva meta, ya sea de estudios o directamente para trabajar. Ahora, hay que comenzar a buscar trabajo en esos olvidados edificios del centro de la capital :P
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