La proyección y la identificación son dos procesos inherentes al desarrollo del ser humano. En todos los niveles se vuelve necesario salir del cuerpo y de la historia que uno vive para verla reflejada en otra persona. Es algo que supera el narcisismo, se origina en la necesidad de tener distancia para comprender, para inspirarse o para tener un indicio de cuÔl sería la acción correcta a tomar cuando se enfrenta algún dilema. El modelo que se elige seguir, ya sea real o imaginario, se convierte en el arquetipo en el que se construye la vida y se basa el comportamiento. A los 16 años escuché por primera vez la música de Tori Amos y combinada con la historia de su vida y su forma de pensar quedé maravillada al punto de convertirla en una de las heroínas de mi mitología personal. Todas las mujeres que admiro sobresalen en algo que las ha hecho trascender su condición de mujer, pero al mismo tiempo la han elevado gracias a sus logros. Comparten también que ante barreras que en su momento parecieron infranqueables, mostraron extraordinaria resistencia, pasión y ambición. Me hacen sentir orgullosa de ser mujer y me motivan a encontrar mi propio camino. Fue muy curioso cuando leyendo la autobiografía de Amos descubrí que sus arquetipos lo son literalmente: son varias de las diosas pertenecientes a distintas mitologías del mundo. Las diosas de la creación, la fertilidad y la destrucción, entre muchas otras. Ella no sólo conoce sus historias y sus significados, a través de su arte trata de canalizar sus energías y de alguna forma invocarlas para que exorcicen sus propios demonios y le ayuden a encontrar paz y equilibrio. Pero yo estoy convencida que como sociedad tenemos nuestros propios arquetipos, que al ser colectivos tienen que ser accesibles y por tanto no pueden ser de un nivel tan alto que la mayoría no pueda comprender; los héroes que representan nuestras aspiraciones son las celebridades.

Es un fenómeno ineludible, por la saturación de los medios o por nuestra propia curiosidad o morbosidad: las personas famosas son mĆ”s que tipos corrientes que salen en la televisión, son sĆ­mbolos de todo lo que anhelamos, tienen lo que quisiĆ©ramos poseer y viven lo que nos gustarĆ­a probar algĆŗn dĆ­a. Muchos dicen que son imĆ”genes a las que recurrimos por temor a nuestra propia mortalidad -lo que explicarĆ­a la necesidad imperiosa que tenemos de que nunca envejezcan, de que siempre se vean impecables- pero la proyección ha alcanzado niveles que merecen el esfuerzo de analizarse, porque de alguna forma en el mundo en el que estamos, todos pasamos por lo que a ellos les sucede. El ejemplo mĆ”s sencillo serĆ­a el de Madonna, la encarnación del poderĆ­o feminista. La creación de su imagen pĆŗblica se explica por todos los siglos y siglos de opresión al sexo femenino –sin este antagonismo no tendrĆ­a sentido lo que ha hecho-, y su culto es justificable porque ha logrado tomar las riendas de su vida a niveles que nunca antes se habĆ­a logrado. Yo la admiro tambiĆ©n porque ha sido tan exitosa que ni siquiera las cadenas paternales representan una carga para ella: se han tenido que subyugar a sus logros. Hasta hace poco era la quintaesencia de la mujer que lo tenĆ­a absolutamente todo: el triunfo y la versatilidad profesional, cantidades interminables de dinero y poder, un fĆ­sico sorprendente y hasta una familia envidiable. Pero se divorció de Guy Ritchie, y todo mundo se preguntó quĆ© habĆ­a salido mal. ¿SerĆ” cierto que las mujeres no podemos tener familia y una carrera sin tener que sacrificar una de las dos? Recordemos que ella podrĆ­a dejar de trabajar por el resto de su vida para criar a sus hijos y ser una esposa mĆ”s si lo quisiera, no tiene nada que demostrar a nadie, pero no lo hizo. Y ahora no puedo escuchar “Hard candy” sin pensar en que ese fue el disco que rompió a Madonna y a Guy Ritchie (fue culpa de Pharrell y Timbaland, ella debió saberlo); en realidad no podĆ­a escucharlo mucho para empezar.

En la ceremonia de los Oscars de este año Jennifer Aniston fue la presentadora de los premios de las categorías de animación, y en un momento la cÔmara enfocó a Angelina Jolie, por supuesto. Pareciera que nadie se ha recuperado del hecho que el hombre supuestamente mÔs guapo de la tierra haya dejado a su esposa, famosa por ser guapa pero no al grado de ser intimidante, por la otra mujer. Fue el triunfo de la infidelidad que toda la sociedad occidental todavía estÔ tratando de digerir. Honestamente yo esperaba que después que le hicieron eso a la pobre Aniston un rayo fulminara a esos dos seres demasiado atractivos para ser verdad, el karma tiene que existir después de todo, pero 6 hijos después ellos siguen felices y campantes, y los únicos indignados somos nosotros porque entre todos los hombres del mundo John Mayer fue el desafortunado escogido para ser el rebound guy.

Todo esto suena inocente y hasta risible: las rupturas amorosas cuando uno puede costearse un paro de labores indefinido y acompaƱarlo con televisión de pantalla gigante y seƱal satelital se pueden sobrevivir con relativa facilidad, y uno se consuela con que nuestros lĆ­os amorosos los comparte todo mundo y hasta a niveles peores porque son pĆŗblicos. Pero hay un grado de proyección que resulta impactante e incluso peligroso: cuando nuestro arquetipo se enfrenta a una situación desgraciadamente demasiado habitual y en la que su reacción va a influenciar a muchas personas que han vivido lo mismo. Y es lo que sucedió con Rihanna cuando fue golpeada por su novio, Chris Brown. El muchacho es producto de un ambiente de violencia familiar, por lo que sus actos son una triste oda a la memoria genĆ©tica, pero lo que decida hacer Rihanna de ahora en adelante va a repercutir en muchas niƱas y mujeres que la admiran, o que van a dar por sentado que su reacción va a ser la correcta sólo porque es famosa. Puede acusarlo y encarcelarlo, lo que serĆ­a lo justo considerando lo sucedido, pero el muchacho no tiene ni 20 aƱos, y ella estĆ” muy joven para enfrascarse en acusaciones legales. AdemĆ”s se podrĆ­a percibir como vengativa por no perdonarlo y dejarlo en paz, aĆŗn sabiendo que esos episodios tienen una alta probabilidad, sino seguridad, de repetirse, y que en caso de que vuelva a suceder ella serĆ” en parte responsable por no haberlo detenido a tiempo. PodrĆ­a perdonarlo y dejarlo ir, ¿pero serĆ­a justo? ¿Se lo merece sólo porque fue una reacción visceral a la violencia que Ć©l mismo presenció? ¿QuĆ© hay de todas las mujeres que son golpeadas por sus novios o esposos y tienen tanto miedo por lo que vaya a sucederles si acusan a sus abusadores o estĆ”n tan idiotizadas que creen que se lo merecen? ¿QuĆ© van a pensar si ven que ella decide no hacer nada, que eso no es tan grave? AsĆ­ como todas las celebridades viven agradecidas por el apoyo a sus seguidores deberĆ­an de sentir responsabilidad porque quieran o no, son sus guĆ­as y ahora esta muchacha tiene mucho en sus manos, tal vez mĆ”s de lo que deberĆ­a enfrentar a su edad.

La primera vez que tuve la desgracia de presenciar algo parecido a todo esto se me preguntó qué se tenía que hacer en esos casos y a pesar que estaba muy pequeña, inmediatamente respondí: divorcio. Terminar. Sigo creyendo que es cierto, y que cualquier otra solución es producto de racionalizar y querer ser masoquista. Para mí es una situación intolerable e inaceptable, de infligir, sufrir o presenciar y merece ser castigada. Pero los arquetipos se encuentran en otra esfera a pesar de que viven situaciones similares. Sus acciones se escapan a nuestros deseos y por eso sólo pueden ser símbolos que uno adopta cuando uno los necesita, pero que se desechan cuando se ha superado el estado que representan. Y así como hay arquetipos positivos, de inspiración y bondad, los hay terroríficos, malignos, destructivos y hasta mÔrtires y victimistas. El problema se vuelve cuando las acciones de nuestros héroes repercuten directamente en nuestras vidas diarias y su imagen queda agrietada permanentemente porque uno descubre que son de carne y hueso y se rinden ante sus debilidades sin importar a quien arrastran en su marea. Por eso es que uno no puede tener héroes cercanos.
“When I try to define my work, I keep going back to the language of architecture, because it is multidimensional. I’ve always been drawn to books by architects; I try to look at building plans, to discover the secret passageways architects devise to allow entry and exit, to understand how they might create solidity or flow in a building. These choices resemble those that songwriters must make. When I want to learn from other writers’ songs, I spend a lot of time examining their frameworks, stripping them down in my mind, listening over and over. I feel as though I’m sitting with another architect’s blueprints. I see the patterns within the songs, the word choices they make, the voicings within the arrangements, all that. The most important ingredient might not be the most obvious. An incredible melody might be hidden within a distracting arrangement, or by a dissonant chord structure.
Houses, pianos –these inanimate objects are alive for me. They are made of primal materials: wood, stone, metal. Within such objects you can find an animate soul. If you gathered together a geneticist, an architect, a physician, a historian, a geologist, an archaeologist, and somebody who works with the psyche and said, “Define the Wailing Wall in Jerusalem,” what would they say it’s made of? Is it only the mortar and the stone, or does it contain what people have projected onto it? It has taken something on. It has taken something on that cannot be defined just by using visual perception. You can “put it under a microscope” and you still won’t be able to prove scientifically what it is that people are feeling when they stand facing this Wailing Wall in Jerusalem. I’m interested in the composition of an object as it goes beyond the obvious. I feel the same way about musical composition. Songs, texts, are alive. I’m not saying they have two arms and two legs and a head like an alien. But there’s a consciousness there, an autonomy. I’m a co-creator, of course, but this hubris that a lot of writers have in which they think that they’re the Source –that’s a lie.
This is one reason I’m so drawn to a song’s architecture, to studying what a song is made of and why it works, how a sonic space is created that invites people in, what makes a listener start to listen. I’m interested in the moment in which a creation begins to live.”

“I think of the structure of any particular song as a house. The bathroom is the bathroom, and you have to understand the shape of the bathroom and its needs. The kitchen’s the kitchen. Sometimes you want the chorus to be the kitchen in a song. Sometimes you want the chorus to be the shower, very cleansing. Sometimes it’s the bedroom. Or sometimes the chorus is that shower, but instead it’s about being naked and soap and it’s sexy –or it’s not sexy at all, but an eradication of someone or something. It could even be akin to “I’ve gotta wash that God right outta my hair,” depending on what sticky archetypes have been prodding through the night. The point is, even in terms of the emotion expressed, the shape matters before the story does. Without the structure, there’s nowhere for the story to live.”

“(…) I knew it was potentially a good song because foundationally I was working with marble, not linoleum. I like linoleum, but you have to be a little more selective, because linoleum can be a completely bad idea in a lot of structures, whereas marble, if it’s good-quality marble, is always useful somewhere, even if only as the kitchen worktop.”

“Imagine that you have been able to let yourself into this fascinating architectural space but you’re in only one room and you do not know how to get to the other rooms because as of now there are no doorways. It becomes like a sonic puzzle.”

“The belief that the songs are a space doesn’t change. When I walk in it, though, what I choose to hang on the walls and bring into the room can change. But whatever the space, the challenge is to find the root of what and who the song Being is. It might be a lullaby, or a waltz. If I can go back to the song’s original form and retain the core of that form, then I can still thoroughly justify the interior decoration, what I call the rearrangements of the song, in whatever the space is.”
- Tori Amos y Ann Powers, "Tori Amos: Piece by Piece"
Eventualmente tenía que pasar: ayer se canceló -temporalmente- mi cuenta de WoW, para poder hacer cosas a las que no podría dedicarme si la tuviera activa, como mi reporte de la prÔctica por ejemplo. Sin embargo, he querido honrar estos dos buenos meses que tuve y mostrar algunas de las novedades de la expansión. Una de ellas es la cantidad increíble de vehículos que ahora se pueden usar en ciertas misiones. Hay tanques, aviones y hasta una alfombra voladora! Es súper emocionante.

Y bueno, no es precisamente nueva, pero paguĆ© mucho por poder usarla en nivel 77, asĆ­ que muestro mi montura voladora: Otra innovación fueron los disfraces de los personajes. Por alguna extraƱa razón a mĆ­ me tocaban los de niƱa y a Daxja los de niƱo. ¿Coincidencia? No lo creo.
Hasta Hermenegildo se pudo disfrazar en una misión en que teníamos que matar a un hombre-lobo y sus minions lo infectaron con una enfermedad que lo convirtió en uno de ellos.
Me encantó una misión en la que Tertuliana pudo entrar en contacto con ella misma en el futuro. Especialmente al final en la que la Tert del futuro le dice a la del presente que por favor descanse, que con razón terminó cayendo en la bebida.
Otra misión increíblemente genial fue cuando se nos encargó salvar a Undercity y matar a los líderes alianza. Resulta que Varimathras traicionó a la nueva y "mejorada" Sylvanas Windrunner (me gustaba mÔs antes), y tomó el control de la capital de los undeads. Pero Sylvanas contactó a Thrall el líder de los orcos y se nos pidió a Daxja y a mí que los ayúdaramos a recuperar la ciudad.
Desde luego, tuvimos la oportunidad de conocer al Lich King en persona, el mismísimo Arthas. Se nos apareció después de matar a un tipo que supuestamente era servidor suyo. (El error ortogrÔfico es por un defecto que no permite leer la última letra de los nombres, a saber qué serÔ.)
Como empecƩ a jugar el 21 de diciembre tuve la oportunidad de hacer las misiones de fin de aƱo. Aquƭ luzco mi montura navideƱa.
En las capitales habƭan aparatos para convertirse en gnomos, que parecen duendes de Santa. Aquƭ comparto un momento con Great Father Winter, que tenƭa algunos regalos para mƭ bajo el Ɣrbol.
Daxja y yo jugando en la nieve, despuƩs de matar al abominable Greench.
Posando con un hombrecito de nieve:
Tuve la oportunidad de estar en el Lunar Festival, y hasta maté a Omen, el chucho elite calavera, y me compré el trajecito festivo. Por primera vez pude estar en el "Love is in the air" festival, en el que el personaje se perfuma y ofrece tokens de amor a los guardias, que a cambio le dan regalos. No sé cómo, pero de repente en Orgrimmar empezó a perseguirme un cupido goblin.
Me gané un vestidito rojo en una misión y Daxja me tiró una lluvia de pétalos de rosa. Awww...
Y hasta hubieron fuegos artificiales:
/bye Tertuliana, serĆ” hasta en mayo o junio que nos volveremos a ver.
Mi primera etapa de transición fue a los 17 años cuando tuve que decidir una carrera, un lugar donde vivir y una persona con quien estar por primera vez. Pero esas decisiones se fueron gestando muchos años atrÔs, debido a cosas que me habían sucedido y cosas que había aprendido y a veces parece que sólo se puede ver lo que pasó después de esas decisiones, que ahora entiendo estaba muy joven para tomar y que no tuve las personas adecuadas para guiarme o hacerme entender su importancia.

TenĆ­a 13 aƱos cuando me metĆ­ al infame y popular curso que imparten en el Hotel Honduras Maya que convierte a las personas en pseudo entusiastas y robots de la iniciativa, pero yo entrĆ© en Ć©l porque era mi primer aƱo de secundaria y sentĆ­a que me perdĆ­a de muchas cosas por ser demasiado retraĆ­da –al punto de no socializar con casi nadie en el colegio aparte de Bertha y otras 3 personas- . TodavĆ­a tenĆ­a presentes en la cabeza las imĆ”genes de mi graduación de 6to grado en la que me habĆ­a sentido tan miserable, entre otras cosas porque mi mamĆ” me habĆ­a escogido y obligado a usar una chaqueta azul atroz estilo militar, con todo y hombreras ochenteras; una falda blanca de seƱora de 40 aƱos y unos zapatos bajos color blanco. Me sentĆ­a la niƱa mĆ”s horrible del mundo. Mi papĆ” no habĆ­a ido a la ceremonia de la maƱana y lo percibĆ­ como la peor traición a un ser querido. Realmente no habĆ­a nada porquĆ© ir a celebrar, pero cuando te obligaban a algo no habĆ­a forma de escapar (no es muy diferente 10 aƱos despuĆ©s). Fui a la estĆŗpida reunión, en la que pasĆ© con mis dos amigas de aquel tiempo huyendo de la pista de baile porque no querĆ­a que nadie me viera y de por sĆ­ no sabĆ­a bailar. No querĆ­a estar con mi familia, no querĆ­a comer, querĆ­a que me tragara la tierra y nunca me dejara volver a salir. Hasta que mi maestro llegó a saludarnos cuando velĆ”bamos de lejos a la gente bailando y divirtiĆ©ndose. Nos preguntó quĆ© pasaba, porque no estĆ”bamos allĆ­ y respondimos que no sabĆ­amos bailar. “MĆ­renlos a ellos!”, nos respondió, “Nadie en esa sala sabe lo que hace”. Y los volteamos a ver, no desde la perspectiva de las niƱas que idealizan a los demĆ”s sino que los ven por lo que realmente son y eso nos dio el coraje de ir a menearnos sin sentido tambiĆ©n. Pero por esa noche fue que me metĆ­ a clases de baile aƱos despuĆ©s. Y por la que aprecio tanto a la gente que es muy inteligente, exigente con la vida y aĆŗn asĆ­ puede darse permiso de hacer el ridĆ­culo rodeado de gente que prefiere quedarse parado viendo desde afuera.

EncontrĆ© hace poco los apuntes del curso de Dale Carnegie sobre las metas que me habĆ­a puesto para mi vida y cómo pensaba lograrlas. No recuerdo a esa persona que escribió “Yo Marcela, dentro de 13 aƱos estarĆ© graduada de Administración de Empresas o Leyes”. Sobre todo por lo que pasó despuĆ©s. Al aƱo entrĆ© al curso de caricatura con un joven muy famoso en ese medio. Fue como que algo se hubiera despertado en mĆ­: pasaba todo el dĆ­a buscando ideas para hacer dibujos, que bajo su tutela se orientaban mucho a la protesta social, pero que eran vĆ”lidos a pesar de mi tĆ©cnica infantil y amateur. Con el tiempo fui mejorando, y me emocionĆ© tanto con las posibilidades de la ilustración que ampliĆ© mis horizontes matriculĆ”ndome en clases de Dibujo de Figura Humana, con un arquitecto absolutamente brillante, amante de los libros y de la mĆŗsica tambiĆ©n, que me dijo que se imaginaba que yo iba a estudiar algo de DiseƱo Publicitario. El dibujo progresó naturalmente hacia la pintura y comencĆ© a recibir lecciones con una maestra que a pesar de sus buenas intenciones no lograba entender mis ideas sobre lo que querĆ­a pintar. Me ponĆ­a enfrente floreros y verduras y yo me sentĆ­a desesperada por empezar a retratar todas aquellas cosas que sentĆ­a que tenĆ­a que decir. Cuando al fin me dio libertad de hacer un cuadro de lo que yo quisiera hasta se asustó porque nunca se imaginó algo asĆ­ que viniera de mĆ­, no porque tuviera una tĆ©cnica impecable ni mucho menos, pero creo que ella esperaba un atardecer con montaƱas y animalitos y yo hice un torbellino del que salĆ­an ramificaciones que eran distintas mujeres con diferentes significados. De eso querĆ­a hablar, de los trastornos de la personalidad que acompaƱan a la condición de ser una fĆ©mina en el mundo, y cómo uno tiene que reprimirlos para funcionar, para aparentar ser normal ante los demĆ”s, no muy distinto de lo que hago 8 aƱos despuĆ©s. Mi vida era sólo ir a la escuela en la maƱana, pintar en la tarde y leer en la noche, y de repente tenĆ­a 17 aƱos y tenĆ­a que decidir algo que estudiar que me permitiera continuar con ese modus vivendi porque yo sabĆ­a que no querĆ­a nada mĆ”s en el mundo. QuerĆ­a crear, expresarme, empaparme de las ideas de otros para que las mĆ­as tuvieran sustento, vivir eternamente a la caza de algo nuevo y no terminar como una mujer frustrada que no tiene nada mĆ”s que justifique su presencia que la familia que mantiene pero que a la larga ni se lo agradece, como todas esas mujeres que no dejan nada tras de sĆ­, que no saben quĆ© hacer en un dĆ­a libre y que no piensan ni sienten nada. TenĆ­a que decidir pronto algo en lo que me gustarĆ­a trabajar en una Ć©poca de mi vida que no comprendĆ­a en lo absoluto ese concepto, y todo mundo me decĆ­a lo que no podĆ­a o no me era permitido hacer, en lugar de ayudarme a buscar opciones y darme confianza en que la vocación es lo mĆ”s sagrado que cada persona posee, y es tan valiosa que a la larga resulta rentable si uno le da la importancia y el ambiente adecuado para hacerla crecer. Ese aƱo fue difĆ­cil, fue terrible: tenĆ­a tantas expectativas, tantas esperanzas en lo que habrĆ­a de venir. Recuerdo un atardecer en la playa de RoatĆ”n durante nuestro viaje de Ćŗltimo aƱo en el que le daba una charla a una compaƱera sobre el significado de la vida que segĆŗn yo habĆ­a encontrado en “Los hermanos Karamazov”, que la vida hay que amarla antes que entenderla y me creĆ­a tan poderosa, tan especial como que si el mundo fuera a protegerme de la mediocridad. SentĆ­a que el destino era aquel camino maravilloso que se desplegaba ante mis pies, y en el momento menos pensado estaba en un aula atestada de gente esperando al maestro de 110, sentada en el piso porque ya no habĆ­an mĆ”s sillas. Yo creĆ­a que ese tiempo era de transición y que necesariamente algo mejor tendrĆ­a que aparecer. TenĆ­a que decidir mi vida, quiĆ©n querĆ­a ser y quĆ© querĆ­a lograr. Escuchaba a Tori y leĆ­a a Simone, buscando en ellas seƱales de que mi vida tambiĆ©n tenĆ­a un propósito.

Y ahora terminé la universidad y sigo escuchando a Tori y leyendo su autobiografía, y después de leer sobre otras increíbles mujeres volveré a leer a Simone, porque esta es otra etapa de transición, con la diferencia que ahora sí sé adónde quiero ir y estÔ otra vez esa ansiedad por el futuro, pero hay algo de paz en saber que aunque las cosas no salgan exactamente como yo espero voy a estar bien porque no voy a volver a permitir que sean otros los que decidan mis capacidades y trunquen mis ambiciones porque son muy grandes para las vidas cómodas que ellos decidieron para sí mismos. Es la misma etapa con un poco mÔs de conciencia.

Me he concentrado tanto en explorar y descifrar las vicisitudes de ser mujer que nunca antes me había detenido siquiera a pensar en lo difícil que ha de ser ser un hombre. Tienen mucho que dar a cambio de su supuesta fuerza física y su desapego de las emociones. Se espera tanto de ellos sólo por su cuerpo o por sus congéneres, roles que ellos mismos no han elegido conscientemente muchas veces sino que les han sido impuestos desde afuera, así como a nosotras. Tal vez ellos no sean víctimas de la responsabilidad al punto de tener que dar a luz a sus errores y tal vez esa libertad los haga creerse importantes y superiores, pero yo no puedo dejar de sentir lÔstima por ellos. Me parece que son esas criaturas tan dependientes, tan solitariamente inútiles. PodrÔn hacer las mismas cosas, pero nunca las van a sentir igual si no tienen a alguien con quien compartirlas. Trabajan tan duro. Se asolean todo el día, cargan bloques, varillas de hierro de nueve metros de largo, se suben en andamios a mÔs de tres metros de altura, se cuelgan con un aro de metal a poner anillos para el armado de las columnas y nadie les preguntó si tenían la fuerza o vitalidad para hacerlo, tuvieron que fingir que podían desde el primer día que lo intentaron porque si no serían estigmatizados por el resto de sus vidas. Algunos comienzan tan pronto con ese estilo de vida. Son muy jóvenes, algunos son niños literalmente, se ven hasta dulces e inocentes embarrados de lodo y con cemento que se regó en sus caras cuando cargaron la bolsa abierta hacia la mezcladora. Son niños en ropas destrozadas, tennis que dejan los dedos de los pies al descubierto y pañuelos en la cabeza para cubrir su pelo chamuscado; niños que en el momento menos pensado sacan un cigarro y se ponen a fumar algo que uno espera que sea tabaco porque no lo es necesariamente si nos guiamos por los olores sospechosos y conocidos que se sienten en la construcción. Me cuesta mucho verlos trabajar y no poner cara de tristeza; no pensar en cuÔntos de ellos deberían estar en la escuela o en el colegio y no tienen esa oportunidad cuando otros desaprovechan tan horriblemente el privilegio de estudiar. Tengo que ponerme lentes de sol y mi mejor cara de pocos amigos porque es un esfuerzo enorme no arquear las cejas automÔticamente. Veo sus vidas y es tan difícil, pero trato de pensar que es aún mÔs difícil no tener trabajo, como le pasa a todos los demÔs que llegan esperanzados por encontrar una oportunidad en la obra y se van desilusionados cuando les anuncian que no hay vacantes por el momento.

A la hora del desayuno veo a algunos con sus pailitas donde llevan la merienda y me pregunto quiĆ©n les prepara su comida para el trabajo. Algunos compran algo para almorzar en la caseta expuesta al polvo frente a la calle y me preocupa si acaso estĆ”n gastando demasiado de lo poco que han de ganar sólo para poder estar allĆ­, sin tomar en cuenta los otros gastos de su casa. Y quiĆ©n los esperarĆ” en su casa. ¿Realmente serĆ” tan malo que cuando terminen su largo y tedioso dĆ­a de trabajo que tuvo que alargarse porque unos miserables vendedores de concreto pusieron menos de 14 metros cĆŗbicos de mezcla en los camiones y atrasaron por una hora y media la fundición de una zapata corrida lleguen a su casa donde los reciba una esposa ansiosa por verlos y escuchar sobre lo que hicieron hoy mientras les sirven un plato de comida caliente y los hace sentir queridos y realmente importantes en el mundo para alguien? ¿SerĆ” un crimen tan atroz contra el feminismo y contra Santa Simone no sentir como una traición al ser cocinar un poco, tener el espacio comĆŗn en orden y armonĆ­a y hacer lo mejor que uno pueda para que la otra persona se sienta cómoda y feliz? No estoy de acuerdo con que juzguen mi valor y desempeƱo como mujer bajo esos estĆ”ndares, pero mientras yo haga lo que me gusta en el mundo realmente no es sacrificio cuidar a alguien que quiero de la forma mĆ”s tradicional que exista. Y hablo de los hombres que hacen trabajo arduo y fĆ­sico, pero los otros tambiĆ©n merecen alguien que los cuide cuando estĆ©n enfermos, aunque tengan 50 aƱos y se enorgullezcan de ser solteros sin compromiso. EstĆ”n incompletos y me siento muy triste por ellos.
Probablemente yo he confundido mentir y aparentar con el acto supuestamente inocente de dividir en varias una sola personalidad y categorizarla de manera que se adecĆŗe a las funciones que se encuentra realizando en el momento o las personas que la estĆ”n rodeando. Todo mundo lo hace, ¿por quĆ© entonces me siento culpable?
Siempre me he creƭdo una persona con mucho potencial. Algunas personas me lo han dicho, a otras vivo tratando de convencerlas, pero todo en mi vida gira alrededor de las posibilidades que podrƭan abrirse para mƭ y todo aquello que yo podrƭa ser. Y estƔ bien: he aquƭ el potencial. Pero yo quiero saber cuƔndo va a empezar a dar frutos y pruebas de su existencia porque siento que persigo la grandeza como a una zanahoria frente a mƭ, que me hace caminar pero a la que no voy a llegar. Nunca nada pasa.

Las cosas estos días pasan rÔpido, tanto que parece que va a cumplirse mi sueño de que el tiempo antes de graduarme se esfume sin dejar rastro, pero ahora que he modificado el continuum quiero tener la oportunidad (tiempo) de dejar algún testimonio, de poder procesar y entender, porque este ritmo me hace sentir una autómata, o mejor dicho, me hace dejar de sentir. Me detengo por un instante, me regalo una noche libre y me pongo a evaluar si mi situación corresponde al potencial que juro tener.

Por muchos años me he considerado traicionada por la vida porque no me sacó de este país para estudiar una carrera que se pueda ejercer sin amargarse y arrugarse, y por mucho tiempo he esperado su compensación. Creía que la balanza se tenía que equiparar con algo tan extraordinario que me haría creer que no desperdicié oportunidades ni mis grandiosos talentos. Actué como una criatura orgullosa a la que la gente tenía que pedir perdón por no estar a su nivel y por no poder darle las cosas que creía merecer.

Sentir que uno tiene potencial implica necesariamente buscar validación. Se vive tratando de dar fe con las calificaciones, pero si consideraba mediocre al maestro no era digno de mi esfuerzo tampoco. Después de todo ser inteligente es ser como un artista caprichoso y voluble. EstÔ también la aprobación familiar, el respeto a los horarios, el no emborracharse y chocar carros, el tratar de hacer lo que los padres considerarían lo óptimo. Pero eso también es un espejismo peligroso e insatisfactorio porque cuando uno estÔ allÔ afuera, dando la cara por uno mismo, uno sabe en el fondo que ese no es el lugar en el que he de estar y que he llegado hasta aquí por quedar bien con la gente y por evitar confrontaciones en lugar de siendo fiel a mí misma y haciendo aquello que me hace feliz. Al final mis papÔs van a morir creyendo que hicieron lo mejor que pudieron (probablemente sea así), yo me voy a quedar con la vida falsa que construí para que ellos no se pudieran quejar y me voy a dar cuenta que a la única que traicioné fue a mí misma. Ellos no sienten que me deben nada; pues mi responsabilidad recae sólo en mí.

Cuando conocí a una extraordinaria mujer que engloba casi todo lo que me gustaría alcanzar en la vida no pude resistir la tentación de preguntarle por qué regresó aquí sabiendo que hubiera podido abrirse camino en cualquier otro lugar. Me explicó y entendí. Me sentí agradecida porque me hizo pensar que no todo estÔ perdido y que la Autónoma no deja algún tipo de marca o sello del destino que me condena a una vida con mentalidad de la Autónoma. Me hizo pensar que podría hacer lo que me gusta aquí, sin sacrificar mi esencia. Pero no quiero: anhelo irme y dejar de pelear contra la corriente. Me quiero dar la oportunidad de viajar y conocer otros países, y si tengo que permanecer 9 horas diarias en un lugar que sea haciendo algo en lo que desee permanecer por mÔs tiempo. Merezco darme la oportunidad de intentarlo, de hacer la lucha y buscar mi propio camino, no porque es la posibilidad que se me arrebató cuando era mÔs joven, ni porque el mundo debe venerarme y hacer lo que yo diga, sino porque es mi sueño y no hay ninguna otra razón por la que aceptaría esta tortura que llaman vida si no fuera por la posibilidad de realizarlo.

Y la verdad es que sĆ­ recibĆ­ esa compensación. Ɖl sabe quiĆ©n es.
OjalĆ” alguien lo entienda, estĆ” sĆŗper divertido!

La sangre no es el verdadero inconveniente de tener el periodo, a decir verdad no recuerdo mi vida antes de ella. El problema es que el tamiz hormonal se ensancha y uno se convierte en un hombre que camina por la calle en una noche nublada y con viento en la que cada rƔfaga que mueve una nube y deja al descubierto la luna lo hace convertirse en lobo, para luego cubrirla y regresar a la normalidad. Estos dƭas extraƱos me hacen preguntarme cuƔl de las dos versiones es mi verdadero yo: si el censurado, sumiso y amable, o el voluble y explosivo.

A medida que los aƱos pasan uno aprende a disimular esos cambios a tal punto que sólo el ojo experto los podrĆ­a distinguir (pero ¿quiĆ©n se interesarĆ­a en hacerse experto en mi vida aparte de mĆ­?). Tal vez no disimular, digamos posponer las reacciones, porque el proceso sigue siendo el mismo: estĆ­mulo que da lugar a llanto o enojo; pero la experiencia permite que las lĆ”grimas o los gritos se detengan por una cierta cantidad de tiempo hasta que la persona a la que se dirigirĆ­a el espectĆ”culo estĆ© lejos del lugar. La energĆ­a no se disuelve, se desborda posteriormente en privado o con muy pocos desafortunados que pueden decir que tienen mi confianza o tuvieron la desventura de acompaƱarme en el instante en que no pude contenerme mĆ”s.

La voz en mi cabeza es normalmente cruel y despiadada, pero acaba siendo conciliadora con el mundo exterior; estos días son su feriado y representan una liberación que a mí me asusta a veces. Tiene ideas extrañas y vengativas, como plantÔrsele enfrente al ingeniero que me puso una calificación basada en su pobre simpatía hacia mí y recordarle todas las cosas horribles que me han contado de él en las últimas semanas. Y a veces esa voz se divide en una audiencia completa que experimentan los sucesos desde distintas perspectivas. Hoy presenté mi solicitud de prÔctica al arquitecto encargado de recibirlas, que no se molestó en preguntar en qué tipo de proyecto estoy trabajando, cuÔles son mis ocupaciones, ni que estoy aprendiendo en él, su interrogatorio se limitó a si me estaban pagando o no. Ante mi negativa estalló en un sermón a todo volumen sobre el tipo de profesionales que forma la facultad que no tienen siquiera las agallas de negociar aunque sea una paga para el transporte y son tan mansos que nunca van a poder comportarse como debe hacerlo un graduado. Una parte de mí quería ponerse a llorar porque me estaban gritando, otra quería responderle indignada que es justamente la gente como él que no puede entablar una conversación o dar un consejo en un tono que no sea militaresco las que le enseñan a uno que es mejor no decir nada nunca porque las repercusiones al hacerlo son muchas mientras que la automutilación no hace daño a nadie y otra quería tomarse el tiempo de explicarle la situación para que él entendiera que ya me ha tocado estar en lugares atroces por dinero y que no valen la pena, mientras que prefiero quedarme donde estoy porque es poco tiempo y me siento bien. Pero como expliqué, la prÔctica hace al maestro; no le dije nada y me fui a llorar a mi casa 7 horas después.

Como los animales que se aíslan cuando van a mudar de piel, estos días rechazo compañía, plÔticas o cualquier tipo de contacto. Me siento culpable después cuando me doy cuenta de lo tajantemente que evité a alguien, pero espero que comprenda que fue por su bien. A cualquier frase que me diga, por dentro tengo una respuesta feroz que dar y hay momentos en que se escapa de mi control y de mi boca. No es que los demonios se hagan presentes en este momento, es que estÔn allí siempre y soy una carcelera extremadamente talentosa el resto del mes. Lo divertido es que nunca he atribuido nada de esto al hecho de ser mujer, sino a ser algún tipo de psicópata que necesita terapia desesperadamente.

Pero mi sangre marca la posesión sobre mi vida y no renunciaría a ella por nada. Mientras siga llegando no tengo que rendirle cuentas a nadie y soy absolutamente libre: libre de seguir gritando y enojÔndome con quien encuentre a mi paso.
Sentada sobre un bloque, bajo el sol de las 3 de la tarde, viendo como funden una columna –sin bomba-, me pregunto si Zaha Hadid construye. Si la gran Zaha Hadid, una de las pocas mujeres sĆŗper estrellas en el mundo de la arquitectura contemporĆ”nea, pasa tardes enteras bronceĆ”ndose y ensuciĆ”ndose, aspirando polvos que son mezclas de cemento con tierra y discutiendo con albaƱiles que no saben cómo comportarse con ella porque todos sus jefes hasta ahora habĆ­an sido hombres y para ellos las mujeres son sólo esas cosas a las que decirles tonteras cuando pasan frente a la construcción, nunca estĆ”n dentro de una. Me pregunto si incluso le tocarĆ” vestirse como una mujer musulmana en los paĆ­ses donde no es permitido mostrar la nariz siquiera: capas y capas de telas negras, en proyectos ubicados en paĆ­ses desĆ©rticos. Tal vez nadie tiene problemas con ella porque no es precisamente material de portada de revista. Me pregunto si cambiarĆ­a ser lo talentosa, famosa e influyente que es por tener el cuerpo de una modelo.

Ser la Ćŗnica hembra en un ocĆ©ano de machos es de esas cosas que pareciera que hago a propósito para tener algo de quĆ© escribir, pero juro que fue pura coincidencia. Nunca me he sentido mĆ”s mujer en mi vida que en estos dĆ­as. A pesar que todo mundo es sĆŗper amable y los Ćŗnicos albaƱiles que no me irrespetan son los de este proyecto, pareciera que todo se ha conjugado para recordarme que esto es una prĆ”ctica, es temporal y no serĆ­a tan fĆ”cil si esto fuera un trabajo verdadero. Todo mundo habla de cómo la construcción es un oficio arduo y absorbente, sin horarios, de mucho esfuerzo fĆ­sico y que en realidad nunca se termina: cuando todo mundo se ha ido a casa el contratista tiene que llevar el registro de las actividades, las facturas, las planillas, etc. Es un trabajo que no tiene lugar permanente; uno debe seguir las oportunidades donde estĆ©n y a veces no estĆ”n en la ciudad; se tienen que buscar en el campo, en una montaƱa sin agua, en un barrio marginal infestado de mareros, en una carretera por la frontera con otro paĆ­s. Y justamente la lejanĆ­a y los riesgos de esos lugares son los que desaniman a los dueƱos de las empresas a asignar como jefes de proyectos a ingenieras o arquitectas. Uno no va a estar con la familia y si tiene la fortuna de tenerla en la misma ciudad probablemente no tenga tiempo de disfrutar con ella, asumiendo que esta mujer en cuestión siente el llamado biológico de tener una. ¿Por quĆ© siempre se asume que una mujer estĆ” programada para casarse y tener hijos y se percibe eso como algo negativo? ¿Por quĆ© esto es un impedimento, tan siquiera mental, para que sea exitosa profesionalmente? ¿Por quĆ© se asume que lo ventajoso en la vida es ser un macho sin ataduras y con fuerza fĆ­sica, en lugar de una criatura estĆ©ril y sin gracia, condenado a la soledad?

No entiendo cómo es que la vida sigue teniendo ese cisma cuando en la universidad todos y todas recibimos la misma educación: no hay arquitectura o ingenierĆ­a sólo para hombres o sólo para mujeres. Todo mundo asume que las niƱas no se quieren ensuciar, no les gusta pelear y detestan contorsionarse atravesando cimbras, pero en realidad hay mujeres con la vocación de construir, de estar en el campo y que disfrutan ver una pared levantĆ”ndose bloque a bloque. Tal vez yo no sea una de ellas, pero me da mucho pesar que todavĆ­a se me haga querer creer que no lo puedo hacer o que no me conviene serlo. Al final de cuentas esto es de alguna forma un trabajo automĆ”tico: la parte artĆ­stica se deberĆ­a haber cumplido en el diseƱo, donde siento un llamado mĆ”s intenso, lo que es lógico porque estudiĆ© arquitectura. ¿Entonces por quĆ© el 99% de los arquitectos famosos e influyentes de todos los tiempos sólo han sido hombres? Como si las mujeres no pudieran pensar ni diseƱar o no lo pudieran hacer al mismo nivel. ¿Y quĆ© tuve que haber estudiado segĆŗn la sociedad? ¿CuĆ”les son las carreras aptas para mujeres? ¿Trabajo social? ¿EnfermerĆ­a?

Estos días he estado pensando seriamente en el mundo que me ha sido heredado por mis antepasados. Un mundo de crisis financiera, desempleo y destrucción ambiental. Pero nunca he dejado de pensar en el mundo que me heredaron las mujeres que me precedieron. Hoy me puse a hacer una prueba de resistencia del concreto y me costó un mundo tirar la mezcla recién hecha con la cuchara hasta el cilindro, pero no permití que me ayudaran. Sentía que mÔs que caballerosidad era que por dentro se decían que no iba a ser capaz de hacerlo, y me pregunté qué diría mi abuelo, que me mandaba a costurar manteles en lugar de ayudarlo en el taller de carpintería, si me viera en ese momento. Probablemente pensaría que soy una ridícula que nunca va a llegar a hacerlo tan bien como un hombre y que por eso no debería intentarlo ni desperdiciar mi tiempo, y esa es justamente la razón por la que no puedo tener héroes masculinos o son muy pocos. Ellos lo dan todo por sentado y no han tenido que pasar por lo que no tiene que vivir todos los días, porque no se ha acabado, por lo menos aquí, y me pregunto si algún día se terminarÔ. Me pregunto si se ha terminado para Zaha Hadid.
Un artículo sobre la ola en aumento de mujeres con grados universitarios que deciden tener o adoptar uno o mÔs niños, sin la intención o preocupación de casarse o incorporar una pareja masculina a su familia.
Me pregunto si pasarĆ” algo similar con los hombres, llegar a cierta edad, no haberse casado y decidir criar hijos por sĆ­ solos.