La sangre no es el verdadero inconveniente de tener el periodo, a decir verdad no recuerdo mi vida antes de ella. El problema es que el tamiz hormonal se ensancha y uno se convierte en un hombre que camina por la calle en una noche nublada y con viento en la que cada ráfaga que mueve una nube y deja al descubierto la luna lo hace convertirse en lobo, para luego cubrirla y regresar a la normalidad. Estos días extraños me hacen preguntarme cuál de las dos versiones es mi verdadero yo: si el censurado, sumiso y amable, o el voluble y explosivo.
A medida que los años pasan uno aprende a disimular esos cambios a tal punto que sólo el ojo experto los podría distinguir (pero ¿quién se interesaría en hacerse experto en mi vida aparte de mí?). Tal vez no disimular, digamos posponer las reacciones, porque el proceso sigue siendo el mismo: estímulo que da lugar a llanto o enojo; pero la experiencia permite que las lágrimas o los gritos se detengan por una cierta cantidad de tiempo hasta que la persona a la que se dirigiría el espectáculo esté lejos del lugar. La energía no se disuelve, se desborda posteriormente en privado o con muy pocos desafortunados que pueden decir que tienen mi confianza o tuvieron la desventura de acompañarme en el instante en que no pude contenerme más.
La voz en mi cabeza es normalmente cruel y despiadada, pero acaba siendo conciliadora con el mundo exterior; estos días son su feriado y representan una liberación que a mí me asusta a veces. Tiene ideas extrañas y vengativas, como plantársele enfrente al ingeniero que me puso una calificación basada en su pobre simpatía hacia mí y recordarle todas las cosas horribles que me han contado de él en las últimas semanas. Y a veces esa voz se divide en una audiencia completa que experimentan los sucesos desde distintas perspectivas. Hoy presenté mi solicitud de práctica al arquitecto encargado de recibirlas, que no se molestó en preguntar en qué tipo de proyecto estoy trabajando, cuáles son mis ocupaciones, ni que estoy aprendiendo en él, su interrogatorio se limitó a si me estaban pagando o no. Ante mi negativa estalló en un sermón a todo volumen sobre el tipo de profesionales que forma la facultad que no tienen siquiera las agallas de negociar aunque sea una paga para el transporte y son tan mansos que nunca van a poder comportarse como debe hacerlo un graduado. Una parte de mí quería ponerse a llorar porque me estaban gritando, otra quería responderle indignada que es justamente la gente como él que no puede entablar una conversación o dar un consejo en un tono que no sea militaresco las que le enseñan a uno que es mejor no decir nada nunca porque las repercusiones al hacerlo son muchas mientras que la automutilación no hace daño a nadie y otra quería tomarse el tiempo de explicarle la situación para que él entendiera que ya me ha tocado estar en lugares atroces por dinero y que no valen la pena, mientras que prefiero quedarme donde estoy porque es poco tiempo y me siento bien. Pero como expliqué, la práctica hace al maestro; no le dije nada y me fui a llorar a mi casa 7 horas después.
Como los animales que se aíslan cuando van a mudar de piel, estos días rechazo compañía, pláticas o cualquier tipo de contacto. Me siento culpable después cuando me doy cuenta de lo tajantemente que evité a alguien, pero espero que comprenda que fue por su bien. A cualquier frase que me diga, por dentro tengo una respuesta feroz que dar y hay momentos en que se escapa de mi control y de mi boca. No es que los demonios se hagan presentes en este momento, es que están allí siempre y soy una carcelera extremadamente talentosa el resto del mes. Lo divertido es que nunca he atribuido nada de esto al hecho de ser mujer, sino a ser algún tipo de psicópata que necesita terapia desesperadamente.
Pero mi sangre marca la posesión sobre mi vida y no renunciaría a ella por nada. Mientras siga llegando no tengo que rendirle cuentas a nadie y soy absolutamente libre: libre de seguir gritando y enojándome con quien encuentre a mi paso.
Deseara decirte algo que te ayude a ver las cosas con menos agresividad. Pero mejor te dejo sentirte libre de decir lo que querás. Sin ofensas ni nada, desahogate.
ReplyDeleteNo te voy a decir que no llorés. Hacelo, es bueno para el alma.
El mundito este es como muy jodido, que vamos a hacer, pero a pesar de que te sintás vulnerable, o que te autodescribás como alguien que duda poder lograrlo, yo confío en vos. Aunque me gritaras ;)
Un abrazo
dz
mmmm ya entiendo... pense en decirte (por cierto episodio de broma) "algo te pasa"... ya se que son esos demonios internos que de vez en cuando hay que dejarlos salir...
ReplyDeleteCuidate Marce... hay que estar loco para ser feliz