Había un asiento libre en el gimnasio, para esperar hasta la siguiente clase. Me acerqué y puse mi botella con agua y mi mochila con la intención de sentarme, pero me quedé un segundo parada para ver la programación de las clases de la semana. Juro que fue un instante pero fue suficiente para que una señora plantara su trasero enfrente de mis cosas. “Perdón”, le dije, “aquí estaba yo”. Me miró por un rato, no se molestó en responderme y se puso a buscar cosas en su cartera. Yo me senté, haciendo que ella se moviera un poquito, pero yo no quería que se moviera, quería que respetara el hecho que yo había llegado antes así como yo respeto a la gente y no me siento en sus lugares cuando están allí. La mujer no mostraba intenciones de irse y de repente quedó otro asiento libre; yo me moví.
No fue la primera vez que me dejo abusar en el gimnasio. Yo estaba parada junto a la tarima del instructor, en la primera fila frente al espejo, segundos antes de que empezara la clase cuando, con el mayor descaro del mundo, se me plantó al lado una muchacha que siempre que puede se coloca donde yo estaba en esa ocasión, pero no al lado a una distancia de clase de kick-boxing, si no al lado como si fuéramos una pareja en pleno cortejo. Se acerca aún más a mí, como si fuera a susurrarme algún piropo y me pide que me haga de lado porque en ese punto a ella le da el aire. No puedo ni responderle de lo sorprendida que estoy: estas cosas no deberían pasar, existen cosas llamadas buenos modales y sentido común especialmente diseñadas para evitar tener que decirle a la gente que uno ha llegado primero y que si no le gusta adonde le tocó estar, ni modo, es libre de irse. Pero yo de reacción lenta, me muevo al lado. Una de las 20 señoras que presenció esa escena se me acerca y me dice: “NUNCA vuelva a dejar que nadie le quite su puesto. Estas mujeres se creen con algún tipo de derecho sobre los lugares.” Estoy muy avergonzada, tiene razón.
Mi teoría es que he vivido constantemente rodeada de gente que a la menor provocación estallan en gritos, insultos, reclamos o discursos hirientes. Nunca se sabe exactamente cómo van a reaccionar o de qué humor se encuentran a cada momento, las interacciones sólo pueden compararse a lanzar granadas constantemente deseando que ninguna estalle. Así que yo no he querido ser así y he aprendido a postergar las reacciones para tener un momento antes de saber exactamente qué hacer o decir. Pero ese momento es precioso y a veces crucial para que la gente no me pase encima impunemente y es cuando quisiera que el gen se despertara o que tener amigos con habilidades histéricas tuviera algún efecto en mí. Es triste porque la gente demuestra su bajeza en cosas tan insignificantes como una silla o un lugar donde bailar, cosas que no tienen importancia alguna y sin embargo denotan tanto su poca educación al comportarse de esa manera.
Hoy llegué tarde a la clase y me quedé en la parte del fondo, por casualidad justo atrás de la señora malcriada. La quedé viendo, toda tosca y descoordinada y me dije lo que siempre me digo cuando alguien me ha tratado mal, que el sólo hecho de ser ellos mismos ha de ser castigo suficiente. Si yo fuera tan gorda, vieja y fea seguro sería igual de malcriada.
This comment has been removed by the author.
ReplyDeleteBien dicho.
ReplyDeleteSorry que siempre me equivoque y tenga que borrar el primer comentario ¬¬
De hecho, aquí cada quien demostró lo que es... por que vos estás demostrando gran autodominio, que a diferencia de la señora, y su opinión, no debieran avergonzarte. No podés ponerte a su altura. Sos way much higher than that. La semana pasada venía en un autobús y una señora traía un mocoso gritón y malcriado. Pero otra persona que quiero mucho comenzó a decirle cosas, y tengo que confesar, que sentí pena. No se, serán todos los derechos que tengamos a nuestro lado, pero... simplemente es mucho más caro el bochorno de la escenita con ese tipo de gente. Te felicito!
ReplyDelete