27 September 2010

En Francia las puertas se abren para afuera

Hoy cumplo exactamente un mes de haber salido de mi casa. Ayer que limpiaba mi cuarto –como hacía todos los domingos cuando estaba en Honduras- y ordené mis joyas me di cuenta que ese era el único paso que me hacía falta para estar oficialmente instalada. Aún así, creo que hay varias cosas que todavía no asimilo y que voy a necesitar más tiempo para encontrar normales en este nuevo país.

Una de las primeras cosas que me sorprendió de Francia es que los horarios de trabajo son muy reducidos. Yo estoy acostumbrada a las 44 horas semanales -que no incluyen la pequeñísima media hora de almuerzo- que comienzan a las 8 de la mañana y terminan a las 5 para los empleados públicos y pueden terminar hasta las 10 de la noche para los demás, dependiendo de su trabajo. Aquí me he dado cuenta que la gente empieza a trabajar a las 9 de la mañana, muchos hasta las 11, otros hasta las 12; luego viene una hora y media, a veces hasta dos, de almuerzo y luego otras 2 horas más de trabajo, en jornadas que no incluyen martes por la mañana ni viernes por la tarde. Sólo las tiendas trabajan los sábados y los supermercados dejan de atender a mediodía los domingos.

Abrir una cuenta de banco ha sido una experiencia y un aprendizaje en sí. No sé muy bien qué diferencia de culturas pone en evidencia el hecho que en Honduras abrir una cuenta es un trámite inmediato y sin ninguna dificultad mientras que en Francia es casi un rito de iniciación. En cualquier banco de Honduras se puede abrir una cuenta y en el mismo momento te entregan la libreta para ver su estado, la tarjeta de débito (no estoy segura con la de crédito porque nunca he tenido una) y te dan un usuario y contraseña para acceder a tu cuenta por internet. Varias semanas antes de venir me dieron la opción de abrir una cuenta en cierto banco que se precia por tener miles de agencias regadas en todo el mundo. Envié los documentos que me solicitaron y cuando llegué me dieron mi número de identidad bancaria, mi tarjeta de débito que también funciona como crédito y luego tendría que esperar por correo mi código secreto. Varias semanas después me llegó una tarjeta con mi usuario para ver la cuenta en internet, la única forma de tener una idea de los movimientos de mi cuenta porque no te dan libreta. En un correo aparte me llegó un número, que yo asumí como el código secreto de la tarjeta. Cuando me depositaron el primer mes de la beca voy campante a pagar el apartamento y trato de usar la tarjeta que por una razón desconocida se bloqueó. No me habían explicado que el código de cinco cifras del segundo correo era la contraseña para internet, algo que nunca había utilizado porque estuve casi tres semanas sin haber recibido dinero por lo que no había intentado revisar nada. A la semana siguiente me llega el código secreto, esta vez de la tarjeta, uno de cuatro cifras solamente. Pero el daño estaba hecho: pude retirar dinero del único cajero que pertenece al banco que sólo tiene una sucursal en toda la ciudad, pero cuando intenté pagar directamente no funcionaba. Mi tarjeta estaba bloqueada definitivamente, la cajera la cortó con una tijera y solicitó que me enviaran otra. Supuestamente todos esos procedimientos son una medida extrema de seguridad pero son muy tardados porque sólo las oficinas principales de los bancos, ubicadas en París, son las autorizadas para emitir tarjetas y códigos.

Encuentro simpática la fijación que se tienen aquí con la cultura latina, en especial la salsa. Desde que llegué he visto miles de carteles de clases de salsa y en la universidad es de los pocos “deportes” que se practican todos los días y en varios horarios. Hay varios bares con temas latinos y en uno de ellos era como estar en una discoteca de las que estoy acostumbrada. Aquí es prohibido fumar dentro de los edificios y yo estaba feliz que al fin podría ir a bailar sin llegar apestosa a humo de cigarro, pero como todos buenos latinos que no obedecen las reglas, cerraron la puerta principal y la gente empezó a fumar. Nos sacaban por la puerta de emergencia. El lugar estaba repleto y había muchos chinitos y franceses que perfectamente nos hubieran enseñado algo a nosotros que estamos acostumbrados a esa música. Me mata de la risa que en la universidad hay varios graffitis del Che Guevara, un tema muy recurrente también en los bares latinos.

Y no me hace falta el sabor de los frijoles pero sí lo prácticos que eran para ser usados en todas las comidas. Aquí la carne es extremadamente cara y a una de mis compañeras de apartamento no le gusta la carne por lo que no hay forma de comer carne si no es en el restaurante de la universidad. Mi dieta es ahora ensaladas y queso, mucho queso, porque esa es una de las maravillas de este lugar, la extensa variedad y su bajo precio, al punto de tener como 6 o 7 tipos de queso en nuestro refrigerador. Trato de pensar en cosas que cocinar y hasta ahora nuestra salvación han sido los platos importados. Jorge encontró una harina de maíz precocido en una tienda africana de productos exóticos y Adriana cocinó arepas venezolanas. También nos introdujo a la ensalada de arroz. Yo voy a tratar de hacer pastelitos de perro… con papa molida en lugar de carne. Y desde luego que hacemos crepas de vez en cuando, con una harina especial que limita nuestra posibilidad de equivocarnos. Y hoy probamos un risotto de caja que definitivamente tendremos que repetir. Aparte de eso sólo tenemos bajo nuestra manga sopas y pasta, así que continuaré mi búsqueda por comida vegetariana barata y rápida de preparar.

Como todos los que han estado en Europa me advirtieron, aquí todo es muy caro, en especial la comida. Estoy de acuerdo con Estéfano, que me dijo la frase más sabia que he escuchado hasta ahora: “El que convierte no se divierte”, un mantra aplicable especialmente a la hora de ir al cine (7.50 euros!! Y en un cine medio feo) y de comer comida china (9.50€). Todavía no me toca cortarme el pelo porque lo hice antes de venir, pero lo que ahorro en eso estoy segura de gastarlo en ropa. Aquí todo mundo se viste bien y tienen razón para hacerlo. Ir a las tiendas es demasiada tentación.

El tiempo hará que la adaptación sea definitiva. Encontraré todo normal pero espero nunca dejar de maravillarme ante los edificios. Aunque sí desearía dejar de abrir las puertas para adentro, eso sí es realmente molesto.

2 comments

  1. Wow... la sabiduría de Estéfano. Definitivamente buena frase. Me encanta saber que ud. anda por allá descubriendo y explorando ;) Creo que esa es una de las más gratificantes experiencias. Un beso y un abrazo!

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  2. I love cheese too! ;)
    Me gusta tu actitud. Se nota que a ratos es acongojante, pero en general lo disfrutas! Un super abrazo!

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