17 December 2010

La possibilité d’une île

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Francia es el paraíso en términos literarios: hay millones de librerías en todas partes (cuando muera quiero resucitar en Mollat), las bibliotecas universitarias tienen casi todo, si no, están las bibliotecas públicas repartidas en los barrios y ya he expresado por otros medios que el equivalente francés a la Comisión Nacional de Bancas y Seguros va a establecer una investigación de los movimientos exagerados de mi tarjeta de crédito relativos a libros en fnac.com, amazon.fr y me acaban de recomendar priceminister.com, cosa que no estoy segura que haya sido una buena idea… Pues una de las primeras cosas que aprendí aquí es que Michel Houellebecq es su estrella literaria del momento. A las cuantas semanas de mi estadía me enteré que había ganado el premio Goncourt por su nueva novela “El mapa y el territorio” y desde entonces me carcomían las ganas de conocer quién es este señor. Todo eso se agravó cuando en mis sesiones semanales de un curso de literatura contemporánea francesa (nivel avanzado de las clases de francés para extranjeros que nos ofreció la oficina de Relaciones Internacionales) nuestra excelente y carismática maestra nos habló sobre Houellebecq, su personalidad extravagante y provocadora, pero sobretodo su libro “La posibilidad de una isla”. El libro fue escogido por ser una obra literaria con una relación a la ciencia (era una clase de la universidad de Bordeaux 1, la de disciplinas científicas) ya que trata el tema de la clonación, pero la profesora nos advirtió que hay que tener precaución al leer a este autor ya que es muy cínico, depresivo y los jóvenes pueden resultar negativamente impresionados por sus obras. Psiquiátricamente hablando no sé qué significa que después de semejante aviso haya llegado a mi casa a comprarlo esa misma noche, y peor aún, que lo haya devorado con una rapidez que no encontraría comparación con respecto a los miles de libros que tengo que estudiar para mis clases. Sobra decir que ya mandé a pedir “Las partículas elementales”…
En fin, el libro intercala sucesivamente fragmentos de los relatos en primera persona de Daniel1, un comediante que por lo que él explica sobre sus monólogos es maleducado, repulsivo, sexista y racista pero que casi involuntariamente se hace muy famoso y muy rico, y los relatos de sus sucesores Daniel24 y Daniel 25, sus futuros clones que viven en un mundo post-apocalíptico donde luego de miles de catástrofes naturales, nucleares y conflictos armados no queda nada de la civilización como la conocemos, más que unas cuantas tribus de humanos salvajes y los neo-humanos, protegidos desde sus apartamentos minúsculos con computadoras conectadas a internet donde lo único a lo que se dedican es a leer los relatos de vida del antepasado del cual son el clon y a chatear con otros neo-humanos. Desde el inicio Daniel1 se presenta como el espécimen repulsivo y detestable que es en sus espectáculos: todo un hombre moderno, sin ningún propósito en la vida más que trabajar hasta el agotamiento, incapaz de sentir compasión por su esposa embarazada a la que abandona o por su hijo que años después decide suicidarse; materialista y en la eterna búsqueda de placer y satisfacciones pasajeras. Sin embargo algo en él cambia cuando conoce a Isabelle, su equivalente femenino, una editora de una revista para veinteañeras que a pesar de su trabajo superficial y vanidoso es en realidad extremadamente inteligente por lo que rápidamente logran entenderse bastante bien, estableciendo la primera relación amorosa en toda la vida de Daniel. El tiempo transcurre plácidamente pero, como todas las cosas en la vida, el fuego se apaga, Isabelle empieza a acomplejarse por su vejez y a retraerse más en sí misma, y a pesar de la felicidad que les trae Fox, un perrito callejero que adoptan, la relación se termina, siempre en los términos más puros de diplomacia y madurez.
Daniel es libre para continuar con su nueva incursión en la industria cinematográfica que es justamente la razón por la que conoce a Esther, una preciosa joven española aspirante a actriz, de 22 años, que -literalmente- lo devuelve a la vida, a él, que tiene 47. El libro toma un giro inesperado y las descripciones tiernas y conmovedoras de los que habrían de ser los años más felices del protagonista casi son capaces de opacar lo explícitas y casi asquerosas descripciones de todo lo que hace con Esther. Esta relación de viejo rico y joven bonita es la excusa perfecta para introducir severas críticas hacia las nuevas generaciones, que se perfilan como crueles, despiadadas, egoístas, interesadas en el placer a como dé lugar, con quien sea y en todo momento. Aún peor es la denunciación que se hace sobre la posición de los ancianos en la civilización occidental, donde envejecer ha dejado de ser sinónimo de sabiduría y experiencia para convertirse en algo repugnante y en el peor de los pecados, renegando a los mayores a lo más bajo de la escala social.
Por medio de unas amistades y en gran parte por su estatus de celebridad, Daniel es introducido a la Iglesia Elohímita, una secta en expansión dirigida por un profeta que ofrece la posibilidad a sus discípulos de nunca envejecer y simbólicamente de nunca morir, gracias a la clonación, que todavía se encuentra en investigación por parte de científicos a su cargo. Mejor aún, la iglesia profesa los valores de la poligamia, el exhibicionismo, el aprecio por las artes y el respeto a la ciencia y no involucra ningún tipo de creencia sobrenatural o mística. Daniel comienza asistiendo casi por aburrimiento a los seminarios que ofrece la Iglesia, pero con el tiempo su implicación es mayor al presenciar sucesos estremecedores que habrían de cambiar el destino de la iglesia para siempre.
El destino de Daniel también cambia y se presencia su anticipada decadencia y con la de él, la de la humanidad entera. Si hemos de tomar como advertencias los relatos de los Danieles del futuro los humanos nos convertiremos en criaturas que encarnarán el ideal budista del desapego: incapaces de experimentar deseos, apegos, tormentos físicos, sin ningún interés por los retos o las metas. Sin ni siquiera necesidad o deseos de comer (el horror!). El mundo de los humanos primitivos (nosotros, en la actualidad) estaba lleno de dolores y conflictos, era una sociedad enfocada al consumismo, a la búsqueda de poder, donde “los criterios del amor físico son exactamente los mismos que los del nazismo”, era una generación que nunca quería crecer, de eternos “kids”. Si se tiene la hipótesis que eliminar el deseo sexual traería paz y tranquilidad a una sociedad que parece estar buscándolo en cada esquina y conversación los neo-humanos vendrían a refutar esas sandeces, porque como dice Houellebecq “somos cuerpos, somos antes que todo, principalmente y casi únicamente cuerpos, y el estado de nuestros cuerpos constituye la verdadera explicación de la mayoría de nuestras concepciones intelectuales y morales”.
En vista de cómo están las cosas y como se anuncia su progresión, tal vez el Hombre no tenga salvación. Puede que en realidad esta vida sea tan absurda y ridícula como Daniel nos hace creer y como Sartre nos advirtió hace más de 60 años. Pero así como Sartre enseñó que no hay otro sentido más que el que uno le atribuye, Daniel nos enseña que debajo de todas las capas de basura que constituye la vida moderna existe la posibilidad de una isla, donde se nos conduce a “un orden de percepciones diferente, donde el individualismo se fisura, donde las condiciones del mundo parecen modificadas, y su continuación legítima”.
A mí no me vean, yo nunca quise vivir más allá de los 30 años.

3 comments

  1. Roberto Paredes11:59 AM

    Casualmente estoy leyendo Las Particulas Elementales...

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  2. Ya me dio pica por leer el libro. Y siento que esa canción de MGMT, con sólo ver lo que escribió por acá, va totalmente de acuerdo!

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  3. Excelente! Me tiene que dar su opinión.

    Y sí, el primer disco de MGMT son puros himnos de la decadencia juvenil ;)

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