Para estar a tono con esta época, quiero hacer unas cuantas entradas sobre lo más sobresaliente de este año que está por terminar. Voy a usar un poco de la nostalgia propia de este mes para dejar todo cerrado y seguir adelante con una bandeja limpia y las mejores intenciones para el futuro.
En general, ha sido un buen año. Sí, es muy fácil decirlo cuando finalmente ya ha terminado todo lo tormentoso, pero poniendo todo en perspectiva es cierto: tengo que estar agradecida.
Académicamente este año era crucial: lo empecé diciéndome que tenía que pasar todas mis clases, sobretodo Concreto y Diseño II. Un fracaso en cualquiera de ellas hubiese significado un cambio de carrera, algo un poco engorroso para alguien en su tercer año de universidad. Fueron mis primeras desveladas serias, una serie de trabajo que parecía reproducirse una y otra vez a medida que avanzaba, y una alienación tal que hasta en mis sueños no dejaba de pensar en esos ingenieros y arquitectos. La mejor noche fue la anterior a la entrega del proyecto final de Concreto, en que trabajamos hasta las 6 de la mañana en casa de una amiga, con las últimas energías que nos pudo dar el primer disco de las Spice Girls. Nunca subestimen el poder de la mala música.
Mis amigos y yo salimos con vida de la experiencia; con vida y con una nueva perspectiva sobre ella. Nunca había sentido la satisfacción propia de un trabajo tan arduo con resultados buenos. Creo que esa es la droga de los estudiantes de Arquitectura: trabajar hasta el cansancio, no tanto por la nota, sino para poner a prueba tus capacidades, ver hasta dónde sos capaz de aguantar.
Terminaría pasando 17 clases en todo este año, si sobrevivo a las dos clases que estoy llevando en este momento. Y me estaría preparando para la última clase de Estructuras y el tercer Diseño (de ocho en total).
Este año representó también mi regreso a la pintura. Las clases me absorben casi por completo, así que todo lo demás tuvo que pasar a segundo plano. Este fue el primer año, desde que empecé a los 15, en que no me cuestioné sobre si ese era realmente mi camino. Siempre he usado la pintura como una forma de definirme, de valorarme, y sentía que nada tenía sentido si no pintaba. Por eso me angustiaba enormemente al terminar un cuadro: ¿Y si ese era el último que iba a hacer en toda mi vida? ¿Qué soy si no puedo ser una pintora? Tarde o temprano las imágenes comenzaban a llegar y volvía a agarrar el pincel, pero nunca superaba el trauma de cuestionarme tan ásperamente. Esta vez decidí conscientemente que no iba a ser así. Dejé de pintar por muchos meses, sabiendo que mis ideas estaban allí, esperando el momento correcto, y que la habilidad mejora con la práctica, pero no se oxida con el desuso por que se termina canalizando en otras actividades. Así fue. Cuando tuve algo de tiempo libre volví a comenzar, y esta vez pinté no por que eso me hace mejor persona, ni por que de eso depende alcanzar fama o fortuna. Puedo decir genuinamente que es una necesidad, una función más de mi cuerpo, y que lo seguiría haciendo sólo por placer, aunque no llegase a nada en el futuro por eso. Nunca antes me había sentido así.
Por último, y probablemente lo más significativo de este año fue mi ruptura con S. Estuve tres años con él, y fue una extraña experiencia vivir el final de algo que yo no pensaba que iba a tenerlo. Sinceramente, al principio no tenía muchas esperanzas, ni expectativas de esa relación. Desde que comenzó se dieron tantas señales negativas, y había tanta gente en contra que el fin fue simplemente inevitable, pero descubrí que la única forma de vivir a plenitud este tipo de asuntos es creyendo en ellos con toda la fe del mundo. Otra parte de mí entendía la necesidad de salir de ese cascarón que había creado para aislarme de todos.
A pesar de todas las cosas terribles que pasaron y que se dijeron, fui genuinamente feliz, y no me arrepiento de nada. Tampoco deseo regresar a esa época, y no estoy desesperada por volver a andar con alguien. Estoy valorando tanto mi soltería y en este momento disfruto tanto estar con mis amigos, que no necesito más.
Los cambios trascendentales hacen que me encierre mucho en mi pequeño universo y que no quiera salir. A veces me asusta la posibilidad de convertirme en una persona amargada, pesimista y huraña que no soporta a la gente. Hago todo lo posible para que no sea así: está en mis genes, por lo que tengo que pelear el doble. Pero sé que en el fondo quiero pensar que mejores cosas están por venir.
Por mientras, estoy ansiosa por que empiecen las vacaciones. Necesito seriamente un período extenso de desocupación.
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